13.2- El derribo de la autoridad: De víctimas a victimarios
Actualizado: 9 sept 2022
Por Pedro Hoyos González *
Resumen: Entendemos la autoridad como el derecho que impone una Ley superior a los individuos, es la forma de amor responsable, mezcla equilibrada de función materna y paterna, que permite a un sujeto estructurarse, individualizarse y llegar a ser funcional con la vida. Sin autoridad no se puede habilitar un orden social ni psíquico. En el momento en que alguien usurpa el lugar de la Ley para colocar las apetencias y arbitrariedades propias, la autoridad cae y emerge el autoritarismo. El autoritarismo ya no sería una forma de amor, sino una forma de perversión narcisista. Los padres narcisistas destruyen la capacidad de confianza de los hijos. Las víctimas no sienten seguridad en los vínculos. El rechazo del Otro sería la característica fundamental de los sufrimientos psicológicos contemporáneos. El odio hacia el falso semblante de autoridad se extiende hacia formas de autoridad auténticas. Las víctimas son a su vez victimarios del derribo de la autoridad en una espiral destructiva que esta poniendo en peligro la supervivencia de nuestra identidad tradicional, nuestra cultura y nuestras instituciones. En definitiva, nuestra civilización.
Palabras clave: autoridad, autoritarismo, función paterna, función materna, rechazo del Otro, narcisismo.

Cuando nació la generación a la que pertenezco, encontró al mundo desprovisto de apoyos para quien tuviera cerebro, y al mismo tiempo corazón. El trabajo destructivo de las generaciones anteriores había hecho que el mundo para el que nacimos no tuviese seguridad en el orden religioso, apoyo que ofrecernos en el orden moral, tranquilidad que darnos en el orden político. Nacimos ya en plena angustia metafísica, en plena angustia moral, en pleno desasosiego político (Pessoa, 1982: 25)
I. Introducción
A comienzos del s. XXI la película surcoreana Oldboy (Pak Chan-uk, 2003), galardonada en prestigiosos festivales como Cannes y Sitges, reactualizaba la cuestión del incesto en términos perversos. El protagonista, Dae Su, víctima del truculento plan de un hombre rico, descubre horrorizado que la mujer de la que se ha enamorado y con la que mantiene relaciones sexuales es, en realidad, su propia hija. A partir de este momento, del momento en que Dae Su no puede eludir la responsabilidad por los actos cometidos, la historia se vuelve una burla a la Ley. Dae Su acude a una hipnotizadora que le hace olvidar la verdad, así puede seguir gozando de su hija sin remordimientos (final feliz). En esto consiste la perversión desde el punto de vista del psicoanálisis, en burlar la Ley.
Es precisamente el padre, Dae Su (quien debía encarnar la autoridad), el que ejerce esta burla. La autoridad es, desde nuestro punto de vista, el derecho que impone una Ley superior a los individuos. En el momento en que alguien usurpa el lugar de la Ley para colocar las apetencias y arbitrariedades propias, la autoridad cae y emerge el autoritarismo.
Paradójicamente la caída de la autoridad genera odio hacia la misma. Es como si los sujetos quedasen atrapados en una perpetua rebeldía adolescente, reclamando inconscientemente que la autoridad les imponga límites y calme su angustia. Y así ciertamente sucede, durante un tiempo, sobre todo en la infancia y adolescencia, pero pareciera que, por decirlo así, pasado el plazo, el sujeto deja de reclamar autoridad (o lo que es lo mismo, amor) y la rabia y el llanto se tornasen en abierta violencia, en delincuencia o en un endurecimiento cruel de la personalidad (e irreversible): la psicopatía. “Agotados de esperar el fin” decía una canción de Ilegales, que me hace pensar en un tipo de delincuentes, Freud hablo de esto en Algunos tipos de carácter dilucidados por el trabajo psicoanalítico (Freud, 1914-16), que delinquen porque buscan ser castigados.
En términos lacanianos, se produce un rechazo del Otro que, siguiendo a Recalcati, sería una característica de los sufrimientos psicológicos contemporáneos (Recalcati, 2007). La perversión del Otro, derribada la autoridad, no permite estructurarse, individualizarse, hacerse funcional con la vida.
II. Padres que no saben amar
¿Por qué las parejas deciden tener hijos? ¿Qué los motiva? Son preguntas que rara vez se formulan, y si se plantean, se contesta apresuradamente. Nos gustan las respuestas, pero no las preguntas. Así que con premura se dirá que se tienen hijos por amor, porque la naturaleza llama (sobre todo a la mujer), por dejar herencia, o para trabajar para ellos (que dirá el irónico, sin falta de razón).
De lo que con total seguridad nunca se habla es de los deseos turbios (ya sean conscientes o inconscientes). Y, sin embargo, existen. Se puede querer tener un hijo para tener un amigo, para que cuando sea mayor me cuide, para no quedarme solo, para que mi hijo haga todo lo que yo no pude hacer de joven, para que mi hijo sea abogado, médico o artista; para experimentar con mi hijo sistemas de crianza o educativos; para evitar enfrentar el duelo por un hijo anterior fallecido, para que el hijo salve el matrimonio; o incluso, en los casos más patológicos, para maltratarlo o entregarlo a otros para que lo maltraten.
Todos estos deseos no son deseos de amor, sino apetencias y necesidades narcisistas. Si hemos identificado la autoridad como una forma de amor, el autoritarismo sería una forma de perversión narcisista.
Algunos padres se excusarán diciendo que a sus hijos no les faltó de nada; olvidando el alimento afectivo. Las excusas para cerrar toda pregunta incómoda seguirán llegando, y otros dirán: “bien, eso es cierto, pero yo no soy un narcisista, soy muy cariñoso con mi hijo”. Pero el cariño no implica el amor responsable (la autoridad), también un animal puede ser cariñoso. Y abro un inciso necesario, inspirándome en Introducción al narcisismo (Freud, 1914-16): todos pasamos por una fase narcisista, y es importante que obtengamos un suficiente llenado de amor para, a partir de ahí, atrevernos a amar a otros con alguna garantía de supervivencia. Esta fase nunca se supera del todo, constantemente necesitamos un mínimo de llenado narcisista; pero el narcisista propiamente dicho es algo distinto, se ha quedado fijado. Para él los demás no son sujetos para amar, sino objetos para sus apetencias, siempre insatisfechas. Se corresponde con el mito del vampiro: demasiada sangre, pero nunca suficiente. Nunca vivo, nunca muerto. Nunca apasionado, siempre vicioso, empachado, y por ello mismo apático, melancólico, insatisfecho aunque lo “tenga todo"; o precisamente por eso, siempre insatisfecho por “tenerlo todo”.
III. El Otro con el que nos relacionamos
Distinguimos el Otro (con mayúscula), del otro (con minúscula) que es solamente un igual. La madre ocupa primordialmente el lugar del Otro en la psique del niño, presta al niño su mundo psíquico y el niño ve a través del mundo psíquico de la madre, le protege y le cuida. La madre puede abrir o cerrar la puerta del niño al mundo exterior: al padre, a los hermanos, al resto de personas e intereses. El sujeto se va a relacionar toda su vida con un Otro: la madre, el padre, Dios, la autoridad, figuras idealizadas, doctrinas hipostasiadas, etc. El Otro nos estructura, nos permite ser, nos hace funcionales con la vida. Pero esto solo ocurrirá, como venimos diciendo, si es un Otro de autoridad.
La autoridad esta compuesta de función materna y función paterna. La primera tiene que ver con ese préstamo del mundo psíquico que va llenando de representaciones la mente del niño. El amor de la madre hacia el niño deseado produce el llenado narcisista. La segunda tiene más que ver con la imposición de límites a la fusión madre e hijo. Si la madre presenta a su hijo un padre de autoridad (si, como decimos, abre la puerta del mundo psíquico del niño hacia el exterior), el niño podrá identificarse con la figura que encarne la función paterna. Esta figura le sirve como bastón y brújula para comenzar a orientarse y ponerse a prueba en el mundo exterior. Es decir, y esto es muy importante, aunque no todo lo que ocurre depende de la madre; la madre tiene, al menos, la llave de esa puerta para que algo sano, estructurante, pueda tener lugar. Si la madre cierra la puerta a la función paterna y al mundo exterior, el niño queda atrapado en el deseo y el mundo psíquico de la madre, con fatales consecuencias.
IV. El borramiento del padre
Calogero (niño de 9 años): ¿Y mi dinero?
Lorenzo (padre de Calogero): Lo he devuelto.
Calogero: ¡¿Qué?! ¡¿Por qué lo has hecho?! ¡Era mi dinero!
Lorenzo: No era dinero limpio, no quiero que toques ese dinero.
Calogero: Me lo he ganado.
Lorenzo: No quiero que vuelvas a acercarte a ese hombre.
Calogero: ¡Papá, por favor!.
Lorenzo: ¡Te digo que no te acerques a él!
Calogero (grita): ¡Papá escúchame!
Lorenzo (le pega una torta en la cara): ¡¡No me has oído, no vuelvas a acercarte a él!!
Calogero (llora): Sonny tiene razón, los obreros son todos unos pringados.
Lorenzo: ¡Se equivoca, no hace falta valor para apretar un gatillo, pero si para madrugar cada día y vivir de tu trabajo! ¡Habría que ver a Sonny, entonces veríamos quien es más duro! ¡El obrero es el auténtico tipo duro, tu padre es el tipo duro!
Calogero (sigue llorando, pero ya más calmado): Pero todo el mundo le quiere, igual que a ti en el autobús, es lo mismo.
Lorenzo (ahora calmado y tierno, le besa): No hijo, no es lo mismo. A Sonny no le quieren, le tienen miedo, es muy distinto… Perdóname.
Calogero: No lo entiendo papá.
Lorenzo (le abraza y le coge en brazos): Tranquilo, ya lo entenderás cuando seas mayor, siento haberte pegado.
Escena de Una historia del Bronx (De Niro, 1993).
La escena nos sirve para entender la función paterna y materna en el ejercicio de la autoridad. Lorenzo no permite que su hijo Calogero le pierda el respeto. Impone su autoridad, amenazada por la influencia del mafioso Sonny sobre su hijo, y le hace ver que aceptando ese dinero esta trasgrediendo la Ley, que esta por encima de ambos (autoridad en función paterna). Después, en un segundo tiempo, Lorenzo se disculpa (se muestra en falta por haberle pegado), se muestra dialogante, tierno y comprensivo, el muchacho aún no puede saber lo que está haciendo (autoridad en función materna). Es fácil imaginar lo que habría sido del muchacho si el padre no hubiera estado ahí para él. Y es que no hace falta más, sino estar ahí sin cursiladas cuando es necesario y dar la cara por nuestros hijos, aunque seamos tan imperfectos y cometamos errores. Por eso la autoridad es el verdadero amor, el amor responsable, estar ahí siempre que hay que estar y dejar estar cuando el niño requiere ponerse a prueba solo.
El borramiento del padre en las sociedades occidentales produce un claro deterioro de la autoridad. ¿Por qué decimos esto?:
El Edipo masculino es más exigente, de ahí que se tienda a observar que los varones son más previsibles (más “simples”) que las mujeres. En la niña, nos dice Freud, falta el motivo para la demolición del complejo de Edipo. “El superyó nunca deviene tan implacable, tan impersonal, tan independiente de sus orígenes afectivos como lo exigimos en el caso del varón” (Freud, 1925: 276); pero también facilita las aspiraciones tiernas y el mundo sentimental. No podemos hablar de una feminidad o una masculinidad puras. Son construcciones teóricas y las personas nos complementamos con ambas.
Añade la psicoanalista Marie-France Hirigoyen:
No es fácil educar sola a los hijos, porque la madre desempeña todos los papeles: ella da los mimos y, al mismo tiempo, es quien debe decir no. Este matriarcado educativo aleja a los hijos de la realidad y favorece la formación de personalidades narcisistas (Hirigoyen, 2007: 39).
Freud, en Moisés y la religión monoteísta considera el paso del matriarcado al patriarcado como una ganancia civilizatoria:
Esta vuelta de la madre al padre define además un triunfo de la espiritualidad sobre la sensualidad, o sea, un progreso de la cultura, pues la maternidad es demostrada por el testimonio de los sentidos, mientras que la paternidad es un supuesto edificado sobre un razonamiento y sobre una premisa (Freud, [1939] 1980: 110).
La fusión con la madre es fuente de locura y psicopatía. La alienación sana a la Ley posibilita la sexuación psíquica de los cuerpos. Añade además Cordes: “La indeterminación de los sexos, hoy tan de moda, y la acentuación de la semejanza entre lo masculino y lo femenino reconduce al ser humano a la unidad inicial con la madre, cierra el paso a la aceptación de la ley y fomenta la violencia” (Cordes, 2004: 31)
Los niños necesitan tanto identificaciones masculinas como femeninas. Nos dice Cordes, basándose en un estudio de la analista M. Brillon:
Los padres determinan mucho más que las madres el significado de ser chica y el sentirse a gusto en la propia piel femenina [..] Las hijas no interpretan la mala relación con el padre solamente de una forma personal, sino que la ven como un rebajamiento de su feminidad. De este modo sucumben a ideologías que combaten la complementariedad de los sexos, el matrimonio tradicional y las formas legítimas de responsabilidad masculina (Cordes, 2004: 15-16).
Siguiendo a Cordes, en Alemania entre el 70% y el 80% de los extremistas violentos son menores de 18 años. El perfil dibujado es el de jóvenes varones seriamente afectados por la separación o desavenencias de sus padres, sin anclajes y sin raíces.
Los adolescentes que forman parte de un grupo se sienten fuertes y grandes, se sienten hombres, con una mezcla de virilidad, dureza y brutalidad. No se produce en ellos una evolución hacia la propia identidad y autonomía, pues sólo la subordinación sin reservas garantiza la protección de la pandilla (Cordes, 2004: 49).
No es la masculinidad lo que genera al hombre violento, sino la ausencia de la misma por ausencia de un padre con autoridad.
V. El rechazo del Otro
El sujeto rechaza al Otro autoritario para poder ser, pero todo lo que es brutalmente rechazado de nuestra psique regresa de manera patológica. La maniobra de rebeldía, típica adolescente, para separarnos psíquicamente de nuestros padres, se perpetúa en el tiempo. El sujeto queda perdido, desarraigado, no sabe quien es porque “es a través de la mediación del Otro como el yo puede alcanzar su identificación” (López, 2017). La anorexia, por ejemplo, era descrita por las pacientes como una barrera frente a la voluntad materna. Una anestesia del cuerpo: “El pensamiento del cuerpo delgado me ayuda a liberarme de todo, fuera de esto, mi vida es un ciclo y reciclo de humillaciones” (Recalcati, 2007: 195). Otra persona compartía su experiencia en Twitter:
La anorexia llega cuando más perdido estas, cuando todo es un caos. Te promete cosas muy bonitas y atractivas: perfección, control, belleza, amor. Te seduce [..] Y cuanto más peso pierdes y se supone que más cerca estas de sus objetivos, peor. Nunca se conforma, quiere más y más (Cuevas, 2020).
Es como si ante la carencia de autoridad (de amor), el sujeto se defendiera para sostenerse y alejar de sí la sensación de desvalimiento, o incluso de muerte psíquica, rechazando toda dependencia. Pero esa carencia, cuando se niega, se convierte en un vacío que cuanto más se trata de cubrir más insondable se vuelve.
VI. Rebeldes contra la autoridad
Cómodo: Una palabra amable, un fuerte abrazo, tus brazos apretándome con fuerza contra tu pecho, habrían sido como tener el sol en mi corazón mil años. ¿Que hay en mi que tanto odias?
Marco Aurelio: Cómodo, tus defectos como hijo son mi fracaso como padre.
Cómodo: Arrasaría el mundo entero porque tú me amases.
Escena de la película Gladiator (Ridley Scott, 2000), en la que Cómodo da muerte a su padre Marco Aurelio.
Cómodo asesina a su propio padre, añadiendo al parricidio el crimen de magnicidio, pues Marco Aurelio es el emperador de Roma. El gesto de amor de Marco Aurelio reconociendo su falta como padre llega tarde. Estamos ante un rechazo del Otro propio de la psicopatía.
Los padres narcisistas destruyen la capacidad de confianza de los hijos. Las víctimas no sienten seguridad en los vínculos, como medida defensiva los acaban desbaratando ellos mismos antes de que vayan a más. Así como nos trataron en nuestra familia, así creeremos que nos tratarán en el mundo exterior. Si solo conocimos egoísmo y maldad, así creeremos que es el mundo. Si lo que conocimos fue la perversión narcisista disfrazada de autoridad, así creeremos que son el resto de figuras de autoridad: una gran hipocresía, un semblante irrisorio que bien merece ser ofendido y despreciado. El odio hacia el falso semblante de autoridad se extiende, se desplaza hacia el resto de figuras que representen la autoridad o sus falsos semblantes (maestros, instituciones, iglesia, Dios…). Si la ayuda no llega tarde el sujeto podrá aceptar otras formas de autoridad y lograr un apaciguamiento o estabilización, incluso lo puede lograr mediante una doctrina estructurante. Pero, si llega tarde, como decimos, la salida suele ser destructiva y antisocial, por el extremo psicopático en el peor de los casos. Siguiendo a J.L. Cano Gil: “Mientras el neurótico reprime sus emociones para ganarse el amor de los demás y el psicótico se refugia en su mundo interior sin esperar nada de nadie, el psicópata, igualmente desesperado, se limita a satisfacer sin pudor alguno sus deseos” (Cano Gil, 2022: 71).
El rechazo del Otro que, como decimos, caracteriza a los sufrimientos de nuestra época tiene menos que ver con la neurosis clásica (en la que la demanda de amor, de lazo con el Otro y con los otros, esta solamente obstaculizada por el trauma); y más que ver con la psicosis y la psicopatía. En la psicosis no hay lazo con los demás, o este lazo es paranoico; y en la psicopatía hay un acercamiento al mundo, pero solamente para la propia satisfacción, sin capacidad alguna de reconocimiento de los demás. Subrayemos que todas las posiciones psicopatológicas son defensas frente al trauma, algunas son más superficiales, otras son más radicales, comprometiendo en mayor grado la estructura de personalidad del sujeto.
El sujeto fijado al narcisismo queda sin devenir, aplastado a un yo ideal que no admite dialéctica. Mientras que el Ideal del yo es un llegar a ser que ya ha pasado por los límites de la autoridad. Según Bleichmar el yo ideal sigue una lógica binaria enormemente inestable del tipo “serás lo que debas ser o no serás nada” (Troncoso, 2018: 364). Ese deber ser a veces se corresponde con el deseo de la madre. Lo vemos, por ejemplo, en niños con dificultades de aprendizaje. Estos niños no se exponen a aprender, se angustian demasiado porque no pueden fallar.
Ante un más que probable derrumbe narcisista hacen falta defensas radicales que eludan el exponerse a crecer (a fallar); que eludan, en definitiva, la responsabilidad y nos mantengan infantilizados. Podemos mantener el narcisismo refugiándonos en un grupo de iguales. El yo ideal queda preservado, expulsando al exogrupo todo aquello que los miembros del grupo no quieren admitir en su consciencia. Se cae en la actitud de alma bella, que hace referencia a la postura de “todos están equivocados menos yo”: yo soy víctima de la corrupción del mundo; yo soy puro, son los demás los que están corruptos; o lo que viene a ser lo mismo, yo no reconozco mi odio, son los demás los que me odian. El alma bella (o el ser de luz, en nuestros días) se victimiza, elude su responsabilidad y legitima así su destructividad. Difícilmente toleran la diferencia pues la diferencia les confronta con sus fallas (como hemos dicho, no pueden fallar ni tener fallas, si discuten necesitarán destruir al otro, al que colocan como enemigo). Caen en el adanismo y los idealismos les permiten expandir sus ilusiones de omnipotencia sin confrontar con límites materiales (esta es la base del éxito de las nuevas ideologías). Al no reconocer su propia agresividad se vuelven puritanos y comienzan a comprar todo tipo de ideologías blandengues que aumentarán su auto consideración de almas bellas. Además, derribada la odiosa autoridad, cualquier primitivismo les resultará enormemente atractivo y creerán que es fuente de grandes revelaciones. Creen que la civilización trajo todos los males al mundo (1).
Como dijimos, todo lo que se rechaza del psiquismo con radicalidad regresa de algún modo. El sujeto que rechaza al Otro no se ha liberado del Otro, esta atrapado y por eso necesita de esta constante rebeldía frente a la autoridad. Si no se abren las compuertas del amor la única salida a este callejón es la destructividad. Para conseguir calmar su angustia se someterán, además, no a un Otro de autoridad (que te pide responsabilidad), sino a un Otro de autoritarismo. “Es la mezcla de la deriva mortífera que rechaza la Ley con una llamada intransigente a la Ley” (Recalcati, 2007: 32) ¿El sadomasoquismo podrá compensar la falta de amor? Es aquí cuando encontramos esa falta de capacidad de perdón o de misericordia en este tipo de sujetos; el juicio tan duro que proyectan en los demás sobre los sentimientos y las conductas que no aceptan de sí mismos. (El psicótico, en un plano diferente, cree que el Otro dirige su vida, que se burla de él y le desea el mal. Solo saldrá de este aplastamiento si consigue, mediante el delirio, crearse una misión ad hoc que le saque de la pasividad).
Este sometimiento, hay que añadir, no será reconocido por el sujeto. El falso mito del hombre hecho a sí mismo, del hombre que no depende de nada ni de nadie, le resulta especialmente útil en este punto: expande el ego, sostiene la ilusión de libertad y aleja de la experiencia traumática de la dependencia a las figuras narcisistas. Figuras que no dieron amor al niño, sino que lo usaron.
Decía un paciente que padecía de ludopatía: “El juego es un sentimiento que tú te vas a crear en soledad, el mundo es hostil y tú tomas un antidepresivo. Es un bienestar que no depende de otra persona. El juego es una forma de protesta ante una realidad cruel, una expresión de libertad. Me convierto en artesano de mi destino”.
Encuentro en el testimonio de esta persona ex adicta al juego una defensa análoga a la de las pacientes anoréxicas ya mencionadas. Es como si quisieran decir: “Ante la falta de amor, encuentro en soledad sustitutos artificiales de amor y de libertad. Me resarzo de quedar en una situación de dependencia mortificante y ejerzo el control de mi satisfacción omnipotentemente”. De algún modo, tratan de destruir psíquicamente al Otro que casi les destruye, lo que Cómodo sí llega a consumar literalmente en la realidad de la película.
Todo síntoma tiene algo de adictivo, de destructivo, pues el hambre de amor negado no puede saciarse jamás: “Arrasaría el mundo por que tu me amases”. Así el adicto trata de tomar el amor que no recibió, y se consume consumiendo; así el perverso roba el amor que no le dieron y acaba destruyendo cuanto toca; así la anoréxica rechaza el alimento hasta la extenuación, o la bulímica se atiborra para después vomitarlo todo; o el que rechaza su propio cuerpo queda preso del gimnasio o de remodelaciones quirúrgicas sin fin.
Dice Miguel Missé, activista trans:
Mi experiencia dinamizando espacios de acogida a gente trans es que el riesgo de suicidio no disminuye tanto al iniciar tratamientos médicos porque el odio hacia el propio cuerpo o hacia uno mismo es algo mucho más profundo, no está en la piel ni en los órganos. El cambio corporal no lo es todo, no resuelve todos los malestares, no otorga una nueva vida. Existen adolescentes trans con un passing [2] indiscutible que también arrastran consigo tentativas de suicidio porque se siguen sintiendo aislados e incomprendidos. Porque ¿de qué sirve pasar desapercibido si uno se siente igualmente aislado, raro, derrotado o deprimido? El cuerpo es el lugar en el que se expresa el malestar, pero no es la fuente del malestar trans (Missé, 2018: 76-77).
El cuerpo no es la fuente del malestar, tampoco la adicción, tampoco el alimento o los ideales esclavistas, tampoco el déficit de atención o las obsesiones; la principal fuente del malestar al menos, como venimos diciendo, es la caída del amor firme y responsable: la caída de la autoridad. Y cualquier bricolaje que hagamos para cubrir o sustituir esta falta de amor tenderá, mientras sigamos negándonos a nosotros mismos, a fallar y a volverse adictivo (destructivo). Solo si aceptamos nuestras fallas, si convertimos nuestras carencias en una falta asumible, podremos crecer y convertir nuestros síntomas en fuentes estabilizantes de satisfacción limitada. En una frase: “conócete a ti mismo”, y para hacerlo se requiere abrirse a un Otro y atravesar cierto nivel de angustia.
VII. ¿Cómo hemos llegado a esto?
VII.1. Los experimentos pedagógicos
La autoridad no ha caído, sino que la han derribado. Las víctimas son a su vez victimarios del derribo de la autoridad en una espiral destructiva que esta poniendo en peligro la supervivencia de nuestra identidad tradicional, nuestra cultura y nuestras instituciones. En definitiva, nuestra civilización.
Si la autoridad no ha caído, sino que la han derribado, ¿quiénes han sido los autores del derribo? Thomas Molnar los llamó los “enemigos de la autoridad” centrándose en la parte intelectual (filósofos, escritores, antropólogos, psicólogos…), que es también lo que haremos aquí, pues lo que nos interesa es combatir ideas equivocadas.
En la sociedad política capitalista han persistido gremios o lobbies de presión, que han empujado contra la autoridad para aflojar, derribar, o controlar instituciones que ponían límites a su ganancia, explotación o dominio. Recordando la famosa cita de Marx: “Todo lo que es sólido se deshace en aire, todo lo sagrado se profana”