Por Pedro Hoyos González *
Resumen: Entendemos la autoridad como el derecho que impone una Ley superior a los individuos, es la forma de amor responsable, mezcla equilibrada de función materna y paterna, que permite a un sujeto estructurarse, individualizarse y llegar a ser funcional con la vida. Sin autoridad no se puede habilitar un orden social ni psíquico. En el momento en que alguien usurpa el lugar de la Ley para colocar las apetencias y arbitrariedades propias, la autoridad cae y emerge el autoritarismo. El autoritarismo ya no sería una forma de amor, sino una forma de perversión narcisista. Los padres narcisistas destruyen la capacidad de confianza de los hijos. Las víctimas no sienten seguridad en los vínculos. El rechazo del Otro sería la característica fundamental de los sufrimientos psicológicos contemporáneos. El odio hacia el falso semblante de autoridad se extiende hacia formas de autoridad auténticas. Las víctimas son a su vez victimarios del derribo de la autoridad en una espiral destructiva que esta poniendo en peligro la supervivencia de nuestra identidad tradicional, nuestra cultura y nuestras instituciones. En definitiva, nuestra civilización.
Palabras clave: autoridad, autoritarismo, función paterna, función materna, rechazo del Otro, narcisismo.
Cuando nació la generación a la que pertenezco, encontró al mundo desprovisto de apoyos para quien tuviera cerebro, y al mismo tiempo corazón. El trabajo destructivo de las generaciones anteriores había hecho que el mundo para el que nacimos no tuviese seguridad en el orden religioso, apoyo que ofrecernos en el orden moral, tranquilidad que darnos en el orden político. Nacimos ya en plena angustia metafísica, en plena angustia moral, en pleno desasosiego político (Pessoa, 1982: 25)
I. Introducción
A comienzos del s. XXI la película surcoreana Oldboy (Pak Chan-uk, 2003), galardonada en prestigiosos festivales como Cannes y Sitges, reactualizaba la cuestión del incesto en términos perversos. El protagonista, Dae Su, víctima del truculento plan de un hombre rico, descubre horrorizado que la mujer de la que se ha enamorado y con la que mantiene relaciones sexuales es, en realidad, su propia hija. A partir de este momento, del momento en que Dae Su no puede eludir la responsabilidad por los actos cometidos, la historia se vuelve una burla a la Ley. Dae Su acude a una hipnotizadora que le hace olvidar la verdad, así puede seguir gozando de su hija sin remordimientos (final feliz). En esto consiste la perversión desde el punto de vista del psicoanálisis, en burlar la Ley.
Es precisamente el padre, Dae Su (quien debía encarnar la autoridad), el que ejerce esta burla. La autoridad es, desde nuestro punto de vista, el derecho que impone una Ley superior a los individuos. En el momento en que alguien usurpa el lugar de la Ley para colocar las apetencias y arbitrariedades propias, la autoridad cae y emerge el autoritarismo.
Paradójicamente la caída de la autoridad genera odio hacia la misma. Es como si los sujetos quedasen atrapados en una perpetua rebeldía adolescente, reclamando inconscientemente que la autoridad les imponga límites y calme su angustia. Y así ciertamente sucede, durante un tiempo, sobre todo en la infancia y adolescencia, pero pareciera que, por decirlo así, pasado el plazo, el sujeto deja de reclamar autoridad (o lo que es lo mismo, amor) y la rabia y el llanto se tornasen en abierta violencia, en delincuencia o en un endurecimiento cruel de la personalidad (e irreversible): la psicopatía. “Agotados de esperar el fin” decía una canción de Ilegales, que me hace pensar en un tipo de delincuentes, Freud hablo de esto en Algunos tipos de carácter dilucidados por el trabajo psicoanalítico (Freud, 1914-16), que delinquen porque buscan ser castigados.
En términos lacanianos, se produce un rechazo del Otro que, siguiendo a Recalcati, sería una característica de los sufrimientos psicológicos contemporáneos (Recalcati, 2007). La perversión del Otro, derribada la autoridad, no permite estructurarse, individualizarse, hacerse funcional con la vida.
II. Padres que no saben amar
¿Por qué las parejas deciden tener hijos? ¿Qué los motiva? Son preguntas que rara vez se formulan, y si se plantean, se contesta apresuradamente. Nos gustan las respuestas, pero no las preguntas. Así que con premura se dirá que se tienen hijos por amor, porque la naturaleza llama (sobre todo a la mujer), por dejar herencia, o para trabajar para ellos (que dirá el irónico, sin falta de razón).
De lo que con total seguridad nunca se habla es de los deseos turbios (ya sean conscientes o inconscientes). Y, sin embargo, existen. Se puede querer tener un hijo para tener un amigo, para que cuando sea mayor me cuide, para no quedarme solo, para que mi hijo haga todo lo que yo no pude hacer de joven, para que mi hijo sea abogado, médico o artista; para experimentar con mi hijo sistemas de crianza o educativos; para evitar enfrentar el duelo por un hijo anterior fallecido, para que el hijo salve el matrimonio; o incluso, en los casos más patológicos, para maltratarlo o entregarlo a otros para que lo maltraten.
Todos estos deseos no son deseos de amor, sino apetencias y necesidades narcisistas. Si hemos identificado la autoridad como una forma de amor, el autoritarismo sería una forma de perversión narcisista.
Algunos padres se excusarán diciendo que a sus hijos no les faltó de nada; olvidando el alimento afectivo. Las excusas para cerrar toda pregunta incómoda seguirán llegando, y otros dirán: “bien, eso es cierto, pero yo no soy un narcisista, soy muy cariñoso con mi hijo”. Pero el cariño no implica el amor responsable (la autoridad), también un animal puede ser cariñoso. Y abro un inciso necesario, inspirándome en Introducción al narcisismo (Freud, 1914-16): todos pasamos por una fase narcisista, y es importante que obtengamos un suficiente llenado de amor para, a partir de ahí, atrevernos a amar a otros con alguna garantía de supervivencia. Esta fase nunca se supera del todo, constantemente necesitamos un mínimo de llenado narcisista; pero el narcisista propiamente dicho es algo distinto, se ha quedado fijado. Para él los demás no son sujetos para amar, sino objetos para sus apetencias, siempre insatisfechas. Se corresponde con el mito del vampiro: demasiada sangre, pero nunca suficiente. Nunca vivo, nunca muerto. Nunca apasionado, siempre vicioso, empachado, y por ello mismo apático, melancólico, insatisfecho aunque lo “tenga todo"; o precisamente por eso, siempre insatisfecho por “tenerlo todo”.
III. El Otro con el que nos relacionamos
Distinguimos el Otro (con mayúscula), del otro (con minúscula) que es solamente un igual. La madre ocupa primordialmente el lugar del Otro en la psique del niño, presta al niño su mundo psíquico y el niño ve a través del mundo psíquico de la madre, le protege y le cuida. La madre puede abrir o cerrar la puerta del niño al mundo exterior: al padre, a los hermanos, al resto de personas e intereses. El sujeto se va a relacionar toda su vida con un Otro: la madre, el padre, Dios, la autoridad, figuras idealizadas, doctrinas hipostasiadas, etc. El Otro nos estructura, nos permite ser, nos hace funcionales con la vida. Pero esto solo ocurrirá, como venimos diciendo, si es un Otro de autoridad.
La autoridad esta compuesta de función materna y función paterna. La primera tiene que ver con ese préstamo del mundo psíquico que va llenando de representaciones la mente del niño. El amor de la madre hacia el niño deseado produce el llenado narcisista. La segunda tiene más que ver con la imposición de límites a la fusión madre e hijo. Si la madre presenta a su hijo un padre de autoridad (si, como decimos, abre la puerta del mundo psíquico del niño hacia el exterior), el niño podrá identificarse con la figura que encarne la función paterna. Esta figura le sirve como bastón y brújula para comenzar a orientarse y ponerse a prueba en el mundo exterior. Es decir, y esto es muy importante, aunque no todo lo que ocurre depende de la madre; la madre tiene, al menos, la llave de esa puerta para que algo sano, estructurante, pueda tener lugar. Si la madre cierra la puerta a la función paterna y al mundo exterior, el niño queda atrapado en el deseo y el mundo psíquico de la madre, con fatales consecuencias.
IV. El borramiento del padre
Calogero (niño de 9 años): ¿Y mi dinero?
Lorenzo (padre de Calogero): Lo he devuelto.
Calogero: ¡¿Qué?! ¡¿Por qué lo has hecho?! ¡Era mi dinero!
Lorenzo: No era dinero limpio, no quiero que toques ese dinero.
Calogero: Me lo he ganado.
Lorenzo: No quiero que vuelvas a acercarte a ese hombre.
Calogero: ¡Papá, por favor!.
Lorenzo: ¡Te digo que no te acerques a él!
Calogero (grita): ¡Papá escúchame!
Lorenzo (le pega una torta en la cara): ¡¡No me has oído, no vuelvas a acercarte a él!!
Calogero (llora): Sonny tiene razón, los obreros son todos unos pringados.
Lorenzo: ¡Se equivoca, no hace falta valor para apretar un gatillo, pero si para madrugar cada día y vivir de tu trabajo! ¡Habría que ver a Sonny, entonces veríamos quien es más duro! ¡El obrero es el auténtico tipo duro, tu padre es el tipo duro!
Calogero (sigue llorando, pero ya más calmado): Pero todo el mundo le quiere, igual que a ti en el autobús, es lo mismo.
Lorenzo (ahora calmado y tierno, le besa): No hijo, no es lo mismo. A Sonny no le quieren, le tienen miedo, es muy distinto… Perdóname.
Calogero: No lo entiendo papá.
Lorenzo (le abraza y le coge en brazos): Tranquilo, ya lo entenderás cuando seas mayor, siento haberte pegado.
Escena de Una historia del Bronx (De Niro, 1993).
La escena nos sirve para entender la función paterna y materna en el ejercicio de la autoridad. Lorenzo no permite que su hijo Calogero le pierda el respeto. Impone su autoridad, amenazada por la influencia del mafioso Sonny sobre su hijo, y le hace ver que aceptando ese dinero esta trasgrediendo la Ley, que esta por encima de ambos (autoridad en función paterna). Después, en un segundo tiempo, Lorenzo se disculpa (se muestra en falta por haberle pegado), se muestra dialogante, tierno y comprensivo, el muchacho aún no puede saber lo que está haciendo (autoridad en función materna). Es fácil imaginar lo que habría sido del muchacho si el padre no hubiera estado ahí para él. Y es que no hace falta más, sino estar ahí sin cursiladas cuando es necesario y dar la cara por nuestros hijos, aunque seamos tan imperfectos y cometamos errores. Por eso la autoridad es el verdadero amor, el amor responsable, estar ahí siempre que hay que estar y dejar estar cuando el niño requiere ponerse a prueba solo.
El borramiento del padre en las sociedades occidentales produce un claro deterioro de la autoridad. ¿Por qué decimos esto?:
El Edipo masculino es más exigente, de ahí que se tienda a observar que los varones son más previsibles (más “simples”) que las mujeres. En la niña, nos dice Freud, falta el motivo para la demolición del complejo de Edipo. “El superyó nunca deviene tan implacable, tan impersonal, tan independiente de sus orígenes afectivos como lo exigimos en el caso del varón” (Freud, 1925: 276); pero también facilita las aspiraciones tiernas y el mundo sentimental. No podemos hablar de una feminidad o una masculinidad puras. Son construcciones teóricas y las personas nos complementamos con ambas.
Añade la psicoanalista Marie-France Hirigoyen:
No es fácil educar sola a los hijos, porque la madre desempeña todos los papeles: ella da los mimos y, al mismo tiempo, es quien debe decir no. Este matriarcado educativo aleja a los hijos de la realidad y favorece la formación de personalidades narcisistas (Hirigoyen, 2007: 39).
Freud, en Moisés y la religión monoteísta considera el paso del matriarcado al patriarcado como una ganancia civilizatoria:
Esta vuelta de la madre al padre define además un triunfo de la espiritualidad sobre la sensualidad, o sea, un progreso de la cultura, pues la maternidad es demostrada por el testimonio de los sentidos, mientras que la paternidad es un supuesto edificado sobre un razonamiento y sobre una premisa (Freud, [1939] 1980: 110).
La fusión con la madre es fuente de locura y psicopatía. La alienación sana a la Ley posibilita la sexuación psíquica de los cuerpos. Añade además Cordes: “La indeterminación de los sexos, hoy tan de moda, y la acentuación de la semejanza entre lo masculino y lo femenino reconduce al ser humano a la unidad inicial con la madre, cierra el paso a la aceptación de la ley y fomenta la violencia” (Cordes, 2004: 31)
Los niños necesitan tanto identificaciones masculinas como femeninas. Nos dice Cordes, basándose en un estudio de la analista M. Brillon:
Los padres determinan mucho más que las madres el significado de ser chica y el sentirse a gusto en la propia piel femenina [..] Las hijas no interpretan la mala relación con el padre solamente de una forma personal, sino que la ven como un rebajamiento de su feminidad. De este modo sucumben a ideologías que combaten la complementariedad de los sexos, el matrimonio tradicional y las formas legítimas de responsabilidad masculina (Cordes, 2004: 15-16).
Siguiendo a Cordes, en Alemania entre el 70% y el 80% de los extremistas violentos son menores de 18 años. El perfil dibujado es el de jóvenes varones seriamente afectados por la separación o desavenencias de sus padres, sin anclajes y sin raíces.
Los adolescentes que forman parte de un grupo se sienten fuertes y grandes, se sienten hombres, con una mezcla de virilidad, dureza y brutalidad. No se produce en ellos una evolución hacia la propia identidad y autonomía, pues sólo la subordinación sin reservas garantiza la protección de la pandilla (Cordes, 2004: 49).
No es la masculinidad lo que genera al hombre violento, sino la ausencia de la misma por ausencia de un padre con autoridad.
V. El rechazo del Otro
El sujeto rechaza al Otro autoritario para poder ser, pero todo lo que es brutalmente rechazado de nuestra psique regresa de manera patológica. La maniobra de rebeldía, típica adolescente, para separarnos psíquicamente de nuestros padres, se perpetúa en el tiempo. El sujeto queda perdido, desarraigado, no sabe quien es porque “es a través de la mediación del Otro como el yo puede alcanzar su identificación” (López, 2017). La anorexia, por ejemplo, era descrita por las pacientes como una barrera frente a la voluntad materna. Una anestesia del cuerpo: “El pensamiento del cuerpo delgado me ayuda a liberarme de todo, fuera de esto, mi vida es un ciclo y reciclo de humillaciones” (Recalcati, 2007: 195). Otra persona compartía su experiencia en Twitter:
La anorexia llega cuando más perdido estas, cuando todo es un caos. Te promete cosas muy bonitas y atractivas: perfección, control, belleza, amor. Te seduce [..] Y cuanto más peso pierdes y se supone que más cerca estas de sus objetivos, peor. Nunca se conforma, quiere más y más (Cuevas, 2020).
Es como si ante la carencia de autoridad (de amor), el sujeto se defendiera para sostenerse y alejar de sí la sensación de desvalimiento, o incluso de muerte psíquica, rechazando toda dependencia. Pero esa carencia, cuando se niega, se convierte en un vacío que cuanto más se trata de cubrir más insondable se vuelve.
VI. Rebeldes contra la autoridad
Cómodo: Una palabra amable, un fuerte abrazo, tus brazos apretándome con fuerza contra tu pecho, habrían sido como tener el sol en mi corazón mil años. ¿Que hay en mi que tanto odias?
Marco Aurelio: Cómodo, tus defectos como hijo son mi fracaso como padre.
Cómodo: Arrasaría el mundo entero porque tú me amases.
Escena de la película Gladiator (Ridley Scott, 2000), en la que Cómodo da muerte a su padre Marco Aurelio.
Cómodo asesina a su propio padre, añadiendo al parricidio el crimen de magnicidio, pues Marco Aurelio es el emperador de Roma. El gesto de amor de Marco Aurelio reconociendo su falta como padre llega tarde. Estamos ante un rechazo del Otro propio de la psicopatía.
Los padres narcisistas destruyen la capacidad de confianza de los hijos. Las víctimas no sienten seguridad en los vínculos, como medida defensiva los acaban desbaratando ellos mismos antes de que vayan a más. Así como nos trataron en nuestra familia, así creeremos que nos tratarán en el mundo exterior. Si solo conocimos egoísmo y maldad, así creeremos que es el mundo. Si lo que conocimos fue la perversión narcisista disfrazada de autoridad, así creeremos que son el resto de figuras de autoridad: una gran hipocresía, un semblante irrisorio que bien merece ser ofendido y despreciado. El odio hacia el falso semblante de autoridad se extiende, se desplaza hacia el resto de figuras que representen la autoridad o sus falsos semblantes (maestros, instituciones, iglesia, Dios…). Si la ayuda no llega tarde el sujeto podrá aceptar otras formas de autoridad y lograr un apaciguamiento o estabilización, incluso lo puede lograr mediante una doctrina estructurante. Pero, si llega tarde, como decimos, la salida suele ser destructiva y antisocial, por el extremo psicopático en el peor de los casos. Siguiendo a J.L. Cano Gil: “Mientras el neurótico reprime sus emociones para ganarse el amor de los demás y el psicótico se refugia en su mundo interior sin esperar nada de nadie, el psicópata, igualmente desesperado, se limita a satisfacer sin pudor alguno sus deseos” (Cano Gil, 2022: 71).
El rechazo del Otro que, como decimos, caracteriza a los sufrimientos de nuestra época tiene menos que ver con la neurosis clásica (en la que la demanda de amor, de lazo con el Otro y con los otros, esta solamente obstaculizada por el trauma); y más que ver con la psicosis y la psicopatía. En la psicosis no hay lazo con los demás, o este lazo es paranoico; y en la psicopatía hay un acercamiento al mundo, pero solamente para la propia satisfacción, sin capacidad alguna de reconocimiento de los demás. Subrayemos que todas las posiciones psicopatológicas son defensas frente al trauma, algunas son más superficiales, otras son más radicales, comprometiendo en mayor grado la estructura de personalidad del sujeto.
El sujeto fijado al narcisismo queda sin devenir, aplastado a un yo ideal que no admite dialéctica. Mientras que el Ideal del yo es un llegar a ser que ya ha pasado por los límites de la autoridad. Según Bleichmar el yo ideal sigue una lógica binaria enormemente inestable del tipo “serás lo que debas ser o no serás nada” (Troncoso, 2018: 364). Ese deber ser a veces se corresponde con el deseo de la madre. Lo vemos, por ejemplo, en niños con dificultades de aprendizaje. Estos niños no se exponen a aprender, se angustian demasiado porque no pueden fallar.
Ante un más que probable derrumbe narcisista hacen falta defensas radicales que eludan el exponerse a crecer (a fallar); que eludan, en definitiva, la responsabilidad y nos mantengan infantilizados. Podemos mantener el narcisismo refugiándonos en un grupo de iguales. El yo ideal queda preservado, expulsando al exogrupo todo aquello que los miembros del grupo no quieren admitir en su consciencia. Se cae en la actitud de alma bella, que hace referencia a la postura de “todos están equivocados menos yo”: yo soy víctima de la corrupción del mundo; yo soy puro, son los demás los que están corruptos; o lo que viene a ser lo mismo, yo no reconozco mi odio, son los demás los que me odian. El alma bella (o el ser de luz, en nuestros días) se victimiza, elude su responsabilidad y legitima así su destructividad. Difícilmente toleran la diferencia pues la diferencia les confronta con sus fallas (como hemos dicho, no pueden fallar ni tener fallas, si discuten necesitarán destruir al otro, al que colocan como enemigo). Caen en el adanismo y los idealismos les permiten expandir sus ilusiones de omnipotencia sin confrontar con límites materiales (esta es la base del éxito de las nuevas ideologías). Al no reconocer su propia agresividad se vuelven puritanos y comienzan a comprar todo tipo de ideologías blandengues que aumentarán su auto consideración de almas bellas. Además, derribada la odiosa autoridad, cualquier primitivismo les resultará enormemente atractivo y creerán que es fuente de grandes revelaciones. Creen que la civilización trajo todos los males al mundo (1).
Como dijimos, todo lo que se rechaza del psiquismo con radicalidad regresa de algún modo. El sujeto que rechaza al Otro no se ha liberado del Otro, esta atrapado y por eso necesita de esta constante rebeldía frente a la autoridad. Si no se abren las compuertas del amor la única salida a este callejón es la destructividad. Para conseguir calmar su angustia se someterán, además, no a un Otro de autoridad (que te pide responsabilidad), sino a un Otro de autoritarismo. “Es la mezcla de la deriva mortífera que rechaza la Ley con una llamada intransigente a la Ley” (Recalcati, 2007: 32) ¿El sadomasoquismo podrá compensar la falta de amor? Es aquí cuando encontramos esa falta de capacidad de perdón o de misericordia en este tipo de sujetos; el juicio tan duro que proyectan en los demás sobre los sentimientos y las conductas que no aceptan de sí mismos. (El psicótico, en un plano diferente, cree que el Otro dirige su vida, que se burla de él y le desea el mal. Solo saldrá de este aplastamiento si consigue, mediante el delirio, crearse una misión ad hoc que le saque de la pasividad).
Este sometimiento, hay que añadir, no será reconocido por el sujeto. El falso mito del hombre hecho a sí mismo, del hombre que no depende de nada ni de nadie, le resulta especialmente útil en este punto: expande el ego, sostiene la ilusión de libertad y aleja de la experiencia traumática de la dependencia a las figuras narcisistas. Figuras que no dieron amor al niño, sino que lo usaron.
Decía un paciente que padecía de ludopatía: “El juego es un sentimiento que tú te vas a crear en soledad, el mundo es hostil y tú tomas un antidepresivo. Es un bienestar que no depende de otra persona. El juego es una forma de protesta ante una realidad cruel, una expresión de libertad. Me convierto en artesano de mi destino”.
Encuentro en el testimonio de esta persona ex adicta al juego una defensa análoga a la de las pacientes anoréxicas ya mencionadas. Es como si quisieran decir: “Ante la falta de amor, encuentro en soledad sustitutos artificiales de amor y de libertad. Me resarzo de quedar en una situación de dependencia mortificante y ejerzo el control de mi satisfacción omnipotentemente”. De algún modo, tratan de destruir psíquicamente al Otro que casi les destruye, lo que Cómodo sí llega a consumar literalmente en la realidad de la película.
Todo síntoma tiene algo de adictivo, de destructivo, pues el hambre de amor negado no puede saciarse jamás: “Arrasaría el mundo por que tu me amases”. Así el adicto trata de tomar el amor que no recibió, y se consume consumiendo; así el perverso roba el amor que no le dieron y acaba destruyendo cuanto toca; así la anoréxica rechaza el alimento hasta la extenuación, o la bulímica se atiborra para después vomitarlo todo; o el que rechaza su propio cuerpo queda preso del gimnasio o de remodelaciones quirúrgicas sin fin.
Dice Miguel Missé, activista trans:
Mi experiencia dinamizando espacios de acogida a gente trans es que el riesgo de suicidio no disminuye tanto al iniciar tratamientos médicos porque el odio hacia el propio cuerpo o hacia uno mismo es algo mucho más profundo, no está en la piel ni en los órganos. El cambio corporal no lo es todo, no resuelve todos los malestares, no otorga una nueva vida. Existen adolescentes trans con un passing [2] indiscutible que también arrastran consigo tentativas de suicidio porque se siguen sintiendo aislados e incomprendidos. Porque ¿de qué sirve pasar desapercibido si uno se siente igualmente aislado, raro, derrotado o deprimido? El cuerpo es el lugar en el que se expresa el malestar, pero no es la fuente del malestar trans (Missé, 2018: 76-77).
El cuerpo no es la fuente del malestar, tampoco la adicción, tampoco el alimento o los ideales esclavistas, tampoco el déficit de atención o las obsesiones; la principal fuente del malestar al menos, como venimos diciendo, es la caída del amor firme y responsable: la caída de la autoridad. Y cualquier bricolaje que hagamos para cubrir o sustituir esta falta de amor tenderá, mientras sigamos negándonos a nosotros mismos, a fallar y a volverse adictivo (destructivo). Solo si aceptamos nuestras fallas, si convertimos nuestras carencias en una falta asumible, podremos crecer y convertir nuestros síntomas en fuentes estabilizantes de satisfacción limitada. En una frase: “conócete a ti mismo”, y para hacerlo se requiere abrirse a un Otro y atravesar cierto nivel de angustia.
VII. ¿Cómo hemos llegado a esto?
VII.1. Los experimentos pedagógicos
La autoridad no ha caído, sino que la han derribado. Las víctimas son a su vez victimarios del derribo de la autoridad en una espiral destructiva que esta poniendo en peligro la supervivencia de nuestra identidad tradicional, nuestra cultura y nuestras instituciones. En definitiva, nuestra civilización.
Si la autoridad no ha caído, sino que la han derribado, ¿quiénes han sido los autores del derribo? Thomas Molnar los llamó los “enemigos de la autoridad” centrándose en la parte intelectual (filósofos, escritores, antropólogos, psicólogos…), que es también lo que haremos aquí, pues lo que nos interesa es combatir ideas equivocadas.
En la sociedad política capitalista han persistido gremios o lobbies de presión, que han empujado contra la autoridad para aflojar, derribar, o controlar instituciones que ponían límites a su ganancia, explotación o dominio. Recordando la famosa cita de Marx: “Todo lo que es sólido se deshace en aire, todo lo sagrado se profana” (Marx y Engels, 1848: 45). En este contexto, como decía Ortega y Gasset:
Ser de la izquierda es, como ser de la derecha, una de las infinitas maneras que el hombre puede elegir para ser un imbécil: ambas, en efecto, son formas de la hemiplejía moral. Además, la persistencia de estos calificativos contribuye no poco a falsificar más aún la "realidad" del presente, ya falsa de por sí. (Ortega y Gasset, 1937: Prólogo a la edición francesa de La rebelión de las masas).
Pensar únicamente desde ideologías es, efectivamente, una manera de constreñir la capacidad de pensamiento. Curiosamente desde pequeñitos nos categorizan en un lugar u otro, produciendo ya, desde el inicio, a un sujeto sectario hemipléjico moral, en palabras de Ortega. Lo lógico sería que juzgásemos los gobiernos y los sistemas en función de sus resultados ayudándonos de criterios filosóficos coherentes, y no desde imaginarios construidos por la propaganda.
La confusión entre autoridad y autoritarismo, con un sesgo izquierdista (el autoritarismo se daría solo en la derecha) y un concepto metafísico de libertad, esta ya en la Escuela de Frankfurt, en La personalidad autoritaria, o en la obra de Erich Fromm. “[La Escuela de Frankfurt] juzgaba de modo totalmente erróneo la función de la autoridad, que identificaba con rasgos negativos como <<ciega>>, <<mecánica>>, <<convencional>>, <<supersticiosa>>, <<rígida>>, <<cínica>>…” (Molnar, 1986: 128).
Gustavo Bueno estaría en una tesis justamente contraria: “No es el miedo a la libertad —-concepto puramente metafísico— lo que impulsa a muchos individuos a acogerse a una obediencia fanática: es la disolución de todo enclasamiento firme" (Bueno, 1982: 23).
La disolución de la autoridad ha permitido el despliegue de las distintas pedagogías, o lo que es lo mismo, de los distintos experimentos con los niños. “Rousseau cometió un peligroso error al afirmar al comienzo de su obra sobre el <<contrato social>> que <<el hombre nació libre, pero lo vemos por doquiera encadenado>>” (Molnar, 1986: 14). La tesis de Rousseau en Emilio es que la propia naturaleza muestre al niño su error (sin la intervención de la autoridad). “Se afirma, por ejemplo, que sin la injerencia de los padres el niño no llegaría a adquirir instintos competitivos ni prejuicios de raza, no sería egoísta, ni devoto de la propiedad privada, ni agresivo…” (Molnar, 1986: 147). Pero la experiencia clínica es muy distinta cuando estos experimentos (ya se lleven a cabo por creencias adanistas en utopías, o por dejación perversa de la función de autoridad) se ponen en práctica. Decía en consulta una paciente de 22 años: “Soy como una botella vacía, fácil de mover de un lado a otro. No peso, no hay nada sólido, soy fácil de influenciar”. Rompía a llorar aduciendo que su vida no tenía sentido y que en ocasiones le daría igual morir.
No faltan, entre los enemigos de la autoridad más extremistas, voces contra la familia e idealismos adanistas del tipo “criar a los hijos en comunas”. De poco sirve explicarles las secuelas que padecen los hijos criados sin una madre estable (véase Spitz, 1958). Pero entre los moderados se suele esgrimir la cuestión de la educación finlandesa como un sólido argumento. Dice el investigador sueco Gabriel Heller Sahlgren: “Hay evidencias de que la educación tradicional desaparece en Finlandia al mismo tiempo que bajan las notas” (Barnés, 2018). Para Sahlgren, el éxito escandinavo no fue consecuencia de sus reformas educativas (eliminación de exámenes y deberes, educación centrada en el alumno…), sino a pesar de ellas.
Heller Sahlgren sugiere que fue el tradicionalismo del sistema educativo finlandés, centrado en el profesor y con una gran centralización organizativa, lo que le disparó a lo más alto de los 'rankings' educativos [..] El análisis de sus resultados a lo largo del tiempo muestran que su ascenso empezó mucho antes que sus políticas estrella entrasen en vigor (Barnés, 2018).
VII.2. Las nuevas religiones
Lo que la crítica decimonónica a la religión lega a nuestro siglo se halla demasiado marcado por el sentimiento de incapacidad del huérfano a quien la muerte del Dios Padre sume en un estado de fatal postración. Soledad, incomunicación con los demás, angustia ante el absurdo de la existencia individual parecen ser los efectos generados por el derrumbamiento del edificio religioso. (López Castellón, 2011).
No es muy responsable derribar el catolicismo sin entender la clase de sustento psicológico y cohesión social que proporcionaba. Para Chesterton, la más horrible religión es la que adora al dios interno, a sí mismo (Chesterton, 1908: 44). Alguien que adora su propio yo, para Freud, sería un sujeto fijado, como venimos diciendo, en la fase narcisista del desarrollo de la personalidad, con la libido orientada hacia sí mismo (Freud, 1914). Dice Terry Eagleton:
Uno de los errores del pensamiento iluminista fue ver la dependencia humana como un defecto, y una parte del pensamiento idealista repetirá el error. En una diatriba contra el idealismo de Fichte, Friedrich Jacobi rechaza la autonomía del yo como pura soberbia, oponiéndole lo que denomina “la dependencia del amor”. “La filosofía trascendental”, anuncia, “no va a arrancarme el corazón de mi pecho para poner en su lugar un puro impulso de individualismo solitario” (Jacobi, 1994: 517). Si la condición más alta que la filosofía puede imaginar es esa cosa desnuda, pura y vacía denominada “yo”, entonces, declara Jacobi, debería maldecir su propia existencia (Eagleton, 2017: 32).
La forma más evidente de soberbia en nuestros días sería sin lugar a dudas la actitud cientifista. Dice Nietzsche en El Anticristo: “La ciencia hace a los hombres iguales a Dios” (Nietzsche 1895, 94). El cientifismo, además de estar generando los cultos más irracionales (recuerdan a épocas precristianas), está progresivamente eliminando toda forma de subjetividad humana en pretendido beneficio de una supuesta objetividad. El culto a la bioquímica cerebral, por ejemplo, impide ver las secuelas del maltrato producido por padres narcisistas. Como le pasaba al hombre primitivo con la fotografía, creen ver el alma en una imagen cerebral por resonancia magnética. En nuestros días se rechaza cualquier argumento que inquiete bajo la excusa de que “no es científico”. Llevado al paroxismo, bajo este argumento podríamos desechar toda la literatura universal y la sapiencia tradicional (no son científicas), en una manera mucho más cool de destructividad que danzar alrededor de una hoguera de libros. El cientifista cae en espiral destructiva cuando ni ve sus fallas ni reconoce su dependencia. “Lo que el sujeto teme por encima de todo es el encuentro con la propia ausencia de fundamento, con el propio ser estructuralmente desradicado, es decir, determinado por el Otro” (Recalcati, 2007: 40).
Seguimos entendiendo aquí el cientifismo, como el resto de idealismos desestructurantes, como defensas del sujeto frente al derrumbe narcisista. Derrumbe que conduce a la depresión. Para la civilización el peor de los casos de defensa radical se expresa en el odio que “persigue el sueño loco de alcanzar el ser sin hiato de la roca, el ser mineral, el ser macizo e impenetrable de la piedra, el ser sin falta” (Recalcati, 2007: 40). Este ser deshumanizado convertido en roca podría ser el sueño nazi; pero nos recuerda a su vez a las nuevas formas de destructividad contemporáneas.
En Lacan se produce ya la eliminación de toda referencia externa material. En el Seminario 20, clase 3, llega a afirmar: “No hay la más mínima realidad prediscursiva [..] Los hombres, las mujeres y los niños no son más que significantes [..] El significado es el efecto del significante" (Lacan, 1973: 44-45). Si no existe la más mínima realidad prediscursiva, la biología queda subordinada a las marcas significantes. Los términos lacanianos son tomados como sustancia en sí misma, y no como metáforas aproximativas (Troncoso, 2018: 107). Estaríamos ante el sueño de quien quiere eliminar todo aquello que le inquieta para no perturbar lo más mínimo su traumado narcisismo. Y así, nos dice Guattari, citado por Troncoso:
[Esta concepción del inconsciente] ¡No solamente ha contribuido a su propia alienación en las cadenas significantes, sino que ya no puede prescindir del significante, de modo que ahora lo demanda una y otra vez! Ya no desea formar parte del resto del mundo y sus formas de semiotización. Cualquier pequeño problema un poco acuciante le impulsará a buscar, si no la solución, al menos la suspensión tranquilizadora de los juegos del significante (Troncoso, 2018: 2).
Como indica Troncoso, si en San Juan el verbo viene de Dios, en el creacionismo lacaniano el verbo viene de la nada.
VIII. Recuperar la autoridad
"El hombre que se guía por la razón es más libre en el Estado, donde vive según leyes que obligan a todos, que en la soledad, donde sólo se obedece a sí mismo" (Spinoza, 1677: 160).
Como nos recuerda el libro del Éxodo, con el mito del becerro de oro, la civilización siempre esta amenazada por los sujetos egoístas y destructivos que, como venimos diciendo, se hacen en las familias patológicas. Si bien es cierto que unos padres amorosos que comprendan y sean capaces de ejercer las funciones de autoridad no garantizan, per se, la crianza de un futuro adulto civilizado, sin duda alguna lo facilitan. El narcisista se caracteriza, precisamente, por su falta de vergüenza en la transgresión de la ley; mientras que el neurótico padece de culpa tan solo por haber deseado intensamente transgredirla. Es necesario reivindicar la familia como núcleo de humanización, al mismo tiempo que debemos empezar a comprender que la familia puede ser también el núcleo de deshumanización, donde suceden los traumas más desestabilizantes, y donde se hacen los sujetos antisociales y psicópatas. Qué cómodo es, para una sociedad infantilizada, y sobre todo para los maltratadores, asumir el comodín de la genética, creer que los sujetos nacen (no se hacen) y borrar de un plumazo las secuelas de la violencia en las víctimas. Recuerden lo que dijimos al principio: nos gustan las respuestas, no las preguntas. Haber sido progenitor, incluso proveedor, no convierte necesariamente en padre o madre. Ser padre o madre implica asumir la función paterna y materna de autoridad en una mezcla equilibrada. No podemos echar la culpa a la educación y a los profesores de lo que concierne a la crianza, de lo que es responsabilidad de los padres. La educación, como desarrollo de conocimiento y pensamiento, se verá constreñida por una mala crianza, pues, como hemos visto, el sujeto se verá obligado a refugiarse en defensas radicales.
Siguiendo a Molnar, los tres rasgos capitales de la autoridad son (Molnar, 1986: 45-46):
El hombre, habiendo perdido su programación animal, necesita imposiciones sociales. Se requieren mandatos y prohibiciones que actúen como fuente del comportamiento.
La autoridad estructura las desigualdades en jerarquías, en un reparto de funciones imprescindible para la organización de una sociedad compleja y eficaz (pretender que todos seamos iguales destruye la autoridad y esconde las formas reales de autoritarismo).
La autoridad contiene una cierta concreción del bien común.
Hay un momento para imponer la autoridad (sin dar explicaciones), y otro momento para abrir el diálogo. Confundir los dos planos va en detrimento de la acción estabilizadora de la autoridad. La autoridad debe ser flexible, pero firme, nunca relativa. ¿Se imaginan a un policía explicando al delincuente por que le detiene? ¿O a un padre dialogando comprensivamente con su hijo mientras éste propina una paliza a su madre?
Dice Molnar:
Nuestra tesis es que el niño ha nacido en el seno de una civilización que, si es razonablemente buena, no sólo permite a sus miembros vivir de acuerdo con una prudente mezcla de autoridad y libertad, sino que también les proporciona un amplio ámbito en el que efectuar cambios en la estructura de esa civilización según les dictan su talento, su invectiva y su juicio racional. La tesis contraria afirma que toda civilización -y sus partes, las instituciones-, es represiva, y que el niño nace víctima de fuerzas que nunca, ni ahora ni en su etapa adulta, puede controlar. El hombre nació libre, pero en todas partes está encadenado, dijo Rousseau” (Molnar, 1986: 146).
A esto añadimos que no es que se de una mezcla prudente de autoridad y libertad, sino que es la autoridad la que nos va a dar la estructura suficientemente funcional para poder ejercer con responsabilidad nuestro margen siempre condicionado de libre albedrío. Y no al revés, como se tiende a pensar, que la autoridad coarta nuestra libertad; pues, como hemos visto, sin autoridad el sujeto, en ilusión narcisista de libertad, esta más preso que nunca.
La peligrosa exaltación del egoísmo de Nietzsche pareciera tener su expresión artística en el cine contemporáneo. Como dijimos al inicio, en películas como Oldboy, donde ya incluso el incesto se presentaba como un final feliz. Pero también lo encontramos en una película de enorme éxito (e impresionante promoción) como Joker (Todd Phillips, 2019), o en series como I am a Killer, donde se victimiza burdamente al asesino.
En esta subversión de todos los valores, se sustituye una mitología estructurante basada en los héroes de reminiscencias clásicas, por una mitología aberrante basada en psicópatas.
Sin autoridad no se puede habilitar un orden social ni psíquico. Si los valores son relativos, no hay valores. Un juez no puede dictar sentencias ajustadas a derecho si es inhabilitado por no adherirse a un credo ideológico, un profesor no es respetado sin jerarquía, un científico no trabaja sin pasar por el aro de los nuevos cultos, y lo mismo sucede con el padre de familia al que se culpa, por ser varón, de tener la violencia incardinada en su ADN, como dijo cierta ex alcaldesa de Madrid. El rechazo de la autoridad genera al mismo tiempo la posición contraria de exigir/aplicar autoritarismo. Se rechaza la biología, pero esta regresa a plomo convertida en bufonada para legitimar los peores odios.
El derribo de la autoridad esta en la base del corte intergeneracional del hilo de la tradición. El saber popular que antes se pasaba de padres a hijos ahora se intenta buscar en el oráculo Google. El sujeto queda así perdido, sin identidad ni raíces, tan desvalido que rechazará el amor y toda forma de dependencia con el Otro, al mismo tiempo que queda sometido.
Admitiendo que no somos seres racionales, que la racionalidad es solo un módulo de nuestro aparato psíquico, y que hay otro módulo, inaprensible, voraz e inconsciente, que nos condiciona; no quiero caer en la victimización (por si alguien lo pensase) que aquí critico, sino apelar de manera rotunda a la responsabilidad personal de cada persona frente a sus miedos, dolores y fantasmas. Solo cuando podemos escuchar nuestros dolores podremos acercarnos de manera comprensiva a los dolores ajenos y abandonar ese juicio duro, inmisericorde hacia los demás, tan propio de nuestros días. Solo renunciando a nuestras defensas, enfrentando el desierto de angustia, seremos capaces de recuperar nuestra identidad y nuestra capacidad de ser una autoridad de amor para con nosotros mismos y nuestros hijos.
* Pedro Hoyos González es psicólogo, psicoterapeuta psicoanalítico y acompañante terapéutico en Madrid (España). Es graduado en psicología por la UNED y maestro en psicoterapia psicoanalítica por la UCM.
Web y blog personal: https://hoyospsicologo.com/
Correo electrónico: pedrohoyos@hoyospsicologo.com
Notas
“El ecologismo es una modulación positiva del mito de la Naturaleza en cuanto opuesto al mito de la Cultura. El mito toca la fibra de múltiples movimientos ecologistas –como señala Bueno (2001)– por cuanto éstos sienten una cierta nostalgia de la barbarie y, al igual que Rousseau (calificado de sofista por Feijoo), creen que la civilización ha hecho más daño que beneficios a la Humanidad” (Madrid, 2010).
(La nota es nuestra). El passing es una palabra del argot trans que designa a personas transexuales que pasan desapercibidas como tal. Siguiendo a Missé, el passing se ha convertido en la normatividad trans dominante. Muchos jóvenes buscan el éxito que tienen los transexuales famosos, atractivos y con un passing indiscutible.
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