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15.3- El papel de las mujeres en la Cuarta Transformación de México

por Frida López Rodríguez.


Resumen: Reflexionar sobre el papel de las mujeres en el México contemporáneo es una labor difícil, ya que el debate sobre está cuestión parte de posiciones intransigentes. En la actualidad no existen espacios públicos en los cuales pueda discutirse crítica e incluyentemente si la participación de las mujeres puede ser comprendida en su totalidad por los discursos feministas. ¿Realmente la perspectiva de género es suficiente para representar a todas las mujeres en el ámbito político? Es posible afirmar con el respaldo de datos duros que en México la voluntad política de las mujeres no está supeditada a la ideología de género y que existen otros discursos más afines con sus intereses y exigencias. Sin embargo, a pesar de estas evidencias, se insiste en tomar al feminismo como la única matriz discursiva e ideológica que puede canalizar el interés político de las mujeres. De la mano de Hannah Arendt y Camille Paglia en este artículo se presentan argumentos para mostrar que esas posiciones intransigentes son el síntoma de una crisis política y cultural más profunda que tiene su raíz en los discursos liberales ultra-individualistas de 1968 y que sólo la recuperación de la política en su sentido más preciso y con una dimensión nacional es la verdadera respuesta a los problemas de hombres y mujeres de México.


Palabras clave: Política, Mujeres, Estado, Democracia, Feminismo, Crisis, México.



I.- Introducción.


Reflexionar sobre el papel de las mujeres en el México contemporáneo es una labor difícil; el debate sobre ello hoy resulta intransigente, en la actualidad no existen espacios públicos en los cuales pueda discutirse crítica e incluyentemente si la participación de las mujeres puede ser comprendida en su totalidad por los discursos feministas.


¿Realmente la perspectiva de género es suficiente para representar a todas las mujeres en el ámbito político?

Esta es una pregunta válida e, incluso, imprescindible en una sociedad democrática; la adherencia de una parte de las ciudadanas al feminismo no es razón suficiente para cancelar el debate como una manifestación esencial de la política, lo cual excede la razón de género puesto que es un principio de la comunicación humana.

Esta pregunta es crucial para superar una fractura generacional e ideológica entre la ciudadanía, mientras un determinado porcentaje de las mujeres creen que el feminismo es la principal vía para consolidar sus demandas, existe otro tanto que no lo cree de esta manera. Y existen datos para corroborar esta diferencia, según el análisis socioeconómico realizado por la organización de investigadoras México, ¿cómo vamos? sobre la elección presidencial del 2018, indica que en aquellos estados donde la cantidad de mujeres es significativamente mayor que la de los hombres, el voto se distribuyó de la siguiente manera: 56% para Andrés Manuel López Obrador (MORENA), 23% para Ricardo Anaya (PAN), 14% para José Antonio Meade (PRI), y 4% para Jaime Rodríguez Calderón (Candidato independiente).(1)


La diferencia es clara, un alto porcentaje de las votantes mexicanas a lo largo del país eligieron el proyecto de la Cuarta Transformación liderado por el ahora presidente Andrés Manuel López Obrador. Estas cifras nos permiten ver con mayor claridad la voluntad popular de las mujeres en nuestro país, puesto que tuvieron una participación decisiva e incuestionable en los resultados de los comicios electorales del 2018.

Además de su impacto numérico, ¿qué significado tiene este apoyo mayoritario de las mujeres hacia el gobierno actual? En términos de cultura política, es relevante señalar que el proyecto de la Cuarta Transformación no se distinguió por ser un discurso explícitamente feminista dado que los lemas principales durante la campaña fueron el combate a la corrupción y a la desigualdad. Esto significa que las ciudadanas otorgaron su voto a un proyecto que, sin definirse como feminista, es compatible con sus preocupaciones y exigencias. De lo cual puede inferirse que actualmente en nuestro país la voluntad política de las mujeres no está supeditada a la ideología de género porque existen otros discursos más afines con sus intereses y exigencias.


Sin embargo, estos datos y la realidad que conllevan no son incorporados y analizados en los medios de comunicación, ni en las universidades ni en las tendencias en redes sociales; al contrario, en todos estos espacios impera una fuerte desacreditación no sólo dirigida hacia el gobierno actual sino hacia todo tipo de concepto político. ¿Por qué ocurre esto y que consecuencias genera? En primer lugar, se ignora de manera intencional la voluntad de millones de ciudadanas que al participar en una jornada electoral, ejercieron sus derechos políticos, fortaleciendo con ello a la democracia mexicana. Cuando distintas plataformas o colectivos feministas ignoran esta voluntad, atentan contra un principio elemental: el respeto al consenso pacífico y legal del que las mujeres podemos formar parte y ser responsables. En este sentido, el feminismo más radicalizado niega la existencia de la democracia y con ello a la mujer como sujeto político.

¿Acaso no resulta contradictorio que el feminismo en tendencia niegue la capacidad de organización de millones de mexicanas?

Varias son las razones que han originado desconfianza respecto a la capacidad que tienen las instituciones para llevar a cabo sus funciones, en especial aquellas encomendadas para garantizar la impartición de justicia y la seguridad pública, sin embargo, ello no autoriza a ningún discurso o grupo social para descalificar a las mujeres como ciudadanas y su apuesta por fortalecer a la democracia representativa e institucional. En este sentido, el anarquismo que en ocasiones deriva de las narrativas feministas más intolerantes no es justificable, ni racional ni mucho menos ético. La exigencia de un futuro mejor no puede tener como base la exclusión de una amplia mayoría de mujeres.


Es comprensible que los altos niveles de desigualdad e inseguridad generen malestar e indignación entre la población, sobre todo en las generaciones más jóvenes; sin embargo, esta tendencia creciente por desacreditar y destruir toda noción política nos está dejando sin opciones, incluso a las propias mujeres. La descalificación de todo recurso legal o institucional ha creado una nueva escala de valores que se basa en la más absoluta arbitrariedad y subjetividad. Si códigos penales con una gran historia teórica y de justicia social han dado muestras de su insuficiencia, ¿qué nos hace creer que pueden ser reemplazados por “comités de honor” o “de ética” (en universidades, empresas, organismos internacionales y partidos políticos), campañas en redes sociales y acusaciones anónimas? Si la respuesta a ello es sólo un sentimiento de indignación y desconfianza, se tiene la obligación de brindar razones más claras y objetivas.


II.- La crisis actual de la política y su relación con el feminismo.


Esta crisis cultural y política que se ha evidenciado aun más con la irrupción de la segunda ola del feminismo no es un fenómeno aislado; Hannah Arendt, en un libro poco conocido pero sugerente, intenta detectar las fallas en los discursos denominados de “resistencia” provenientes de la cultura de izquierda norteamericana a raíz de los escándalos relacionados con la guerra de Vietnam. La autora de Crisis de la república (1972) afronta las rupturas ideológicas que tienen lugar desde la década de los sesenta, mismas que no sólo ocurrieron en los Estados Unidos sino en otras partes del mundo, como lo es el año emblemático de 1968 en nuestro país. En este libro, Hannah Arendt detecta un desequilibrio sin precedentes:

Es obvio que ni la capacidad del hombre para el cambio ni su capacidad para la preservación son ilimitadas, la primera está limitada por la extensión del pasado en el presente —nadie comienza ab ovo— y la segunda por la imprevisibilidad del futuro. El ansia del hombre por el cambio y su necesidad de estabilidad se han equilibrado y refrenado siempre y nuestro lenguaje actual, que distingue entre dos facciones, los progresistas y los conservadores, denota una situación en la que este equilibrio se ha descompuesto (Arendt, 2015: 62).

Para la filósofa alemana, la crisis de la república no es la decadencia del modelo de gobierno republicano o de la cultura liberal-demócrata, sino el declive de la condición humana misma, la pérdida del sentido político más elemental. Ella asegura que ninguna civilización hubiera sido posible sin un marco de estabilidad para facilitar el cambio; la deshonrosa situación en la que se encuentra la historia, como disciplina, entre las generaciones más jóvenes, es un síntoma de una pulsión destructiva, resultado de una subjetividad marcada por el neoliberalismo en la que el instante es lo único que tiene valía.


Esta avidez por el cambio, rasgo que comparten los progresistas sin considerar las limitaciones materiales y sociales de cualquier grupo humano sobre la tierra, es un problema que ha heredado el feminismo de aquellos discursos de izquierda que se originaron en la década de los sesenta. La conciencia de tales limitaciones excede cualquier juicio moral, todo ser viviente se enfrenta al límite más obvio: el tiempo, su propia finitud. En tanto seres humanos estamos condicionados por un sinfín de elementos: biológicos, sociales y económicos, que en conjunto limitan nuestras opciones y el alcance de nuestras acciones, sean individuales o colectivas. Este desequilibrio generacional amenaza con tornarse en un punto de no retorno, en el que la falta de entendimiento se desarrolle como una farsa. La política y la ética, como manifestaciones propiamente humanas, están a punto de volverse en discursos artificiales y en consignas arrogantes, faltos de conocimiento histórico que es el relato sobre los aciertos y fracasos, la gran crónica sobre la finitud. Sobre ello y su relación con el feminismo, advierte Camille Paglia con una prosa incisiva: “El feminismo se ha extralimitado en su misión de conseguir la igualdad política para las mujeres y ha terminado por negar la contingencia, es decir, las limitaciones que la naturaleza o el destino imponen a la especie humana” (Paglia, 1990:15).


El feminismo, como corriente ideológica, no debe ser superpuesto sobre la ética (la cual es una disciplina, superior epistemológicamente hablando a cualquier tipo de ideología), la injusticia como problema humano excede la mirada estrecha que los estudios de género puedan ofrecer. Resulta desalentador observar cómo los cursos de género se hacen obligatorios en las escuelas y en las empresas de nuestro país mientras que la ética es dejada en el olvido. Permitir que esto continúe es afirmar que la conducta humana está determinada por una sola noción como el <<género>>, lo cual es una grave y absurda simplificación, reiterada por la tendencia progresista que amenaza con hacer de la ética un credo parecido a la moral victoriana.


Lo anterior permite entender la reacción que tuvo lugar cuando el presidente Andrés Manuel López Obrador presentó el plan para renovar y difundir la Cartilla moral de Alfonso Reyes como parte medular de su proyecto de nación a través de la “revolución de las conciencias”. Ningún otro debate ha sido tan contundente como éste para asegurar que el problema que ha señalado Hannah Arendt es real y está desarrollándose en nuestro país. La crisis de la república consiste en un desequilibrio y en un enfrentamiento ideológico que, puede comprobarse, no está siendo avivado por el presidente. Ante las múltiples críticas que condenaron la Cartilla moral como un documento anacrónico (como si esto en automático lo volviese inútil), el presidente propuso la redacción de una Guía Ética para la Transformación de México resultado de un diálogo abierto que incluyera los valores no contemplados en la obra de Alfonso Reyes. Sin embargo, cuando esta Guía Ética se presentó, los sectores progresistas dieron muestras de su intolerancia y de su constante intención de desprestigiar la reflexión ética como parte fundamental de cualquier gobierno.


De inmediato se acusó al presidente de extralimitarse en sus funciones al pretender “adoctrinar” al pueblo, atentando contra el libre criterio y de infringir el principio de laicidad. No obstante, si se lee con atención la Guía Ética no hay decreto alguno; claramente hay indicios de valores tradicionales y religiosos (puesto que la ética no puede discutirse ex nihilo), pero ello no implica que el poder ejecutivo de facto haya otorgado facultades adicionales a órganos externos al aparato institucional. La publicación de este documento está dentro de las funciones educativas y culturales del Estado mexicano y es un gran acierto que la ética se posicione como una cuestión de primer orden entre la población. Entonces, ¿qué sucedió?, ¿por qué resultó insoportable la publicación de esta Guía Ética para determinados grupos como los progresistas y entre ellos las feministas? Ante estas preguntas, la inteligencia sagaz de una mujer como Camille Paglia explica los orígenes teóricos de una coyuntura como la nuestra:

El liberalismo moderno padece contradicciones no resueltas. Exalta el individualismo y la libertad y, en su vertiente más radical, condena como opresivo al orden social. Por otro lado, espera que el gobierno satisfaga las necesidades materiales de todos, una proeza sólo factible con un autoritarismo generalizado y una burocracia desmedida. En otras palabras, el liberalismo define al gobierno como padre tirano, pero exige que se comporte como una madre nutricia. El feminismo ha heredado estas contradicciones (Paglia, 1990: 14).

La reacción desmedida ante la presentación de la Guía Ética es interesante como fenómeno social para detectar las contradicciones que exceden al escándalo mediático y devienen en problemas filosóficos serios. La polarización y el estancamiento como consecuencias inmediatas de este tipo de conflictos son sólo síntomas de una verdadera crisis que atraviesa los fundamentos del pensamiento político en nuestro país así como en la tradición occidental, en la cual necesariamente se inspira la nuestra y continúa haciéndolo a pesar de la pretensión de originalidad del progresismo, la cual es desmentida in extenso por Camille Paglia:

La sexualidad y el erotismo constituyen la compleja intersección de la naturaleza y de la cultura. La teoría feminista ha simplificado en exceso el problema del sexo, reduciéndolo a una cuestión social: reajústese la sociedad, elimínese la desigualdad sexual, aclárense las funciones de cada sexo, y reinará la felicidad y la armonía. Aquí, el feminismo, como todos los movimientos liberales de los dos últimos siglos, es heredero de Rousseau. El contrato social (1762) empieza así: <<El hombre nació libre y en todas partes se encuentra encadenado>>. Oponiendo la benigna naturaleza romántica a la sociedad corrupta, Rousseau engendró la corriente progresista de la cultura del siglo XIX, para la cual la reforma social era la manera de alcanzar el paraíso en la tierra. Dos guerras mundiales catastróficas romperán esa burbuja de esperanza. Pero el rousseaunismo volvería a revivir en los años sesenta del siglo XX, de los cuales parte el feminismo contemporáneo (Paglia, 1990:14).

Los excesos y los problemas no resueltos durante la reapropiación de la cultura liberal por parte de la izquierda de la mitad del siglo XX son (como lo sugieren ambas pensadoras: Hannah Arendt y Camille Paglia) el problema filosófico político de nuestro tiempo. Esta es la motivación teórica e histórica del enfrentamiento entre los denominados progresistas y los conservadores, agravado en nuestra época por la severa degradación social causada por las medidas neoliberales aplicadas a nivel mundial.

Por lo tanto, resulta insuficiente definir la intransigencia del feminismo en nuestro país como un efecto de las fallas estructurales de la política nacional, las cuales existen y han afectado no sólo a las mujeres sino a la población mexicana en general. Sin embargo, la indignación como reacción social tiene sus límites; no es posible consolidar movimientos sociales legítimos apelando exclusivamente a una sensación tan destructiva y dispersa. El maniqueísmo promovido a partir de la indignación o la rabia como motores del feminismo radical está causando estragos alarmantes en la racionalidad humana. Las psicologías rousseaunianas, como el feminismo, sugiere Camille Paglia, defienden acríticamente la “benevolencia” de la emoción humana como criterio final ante los problemas morales que, si bien es un elemento a considerarse, no es como tal un argumento válido.


Si en algún momento de la historia se señalaron los excesos del marxismo, del comunismo y otras teorías, ¿por qué no podría suceder lo mismo con el feminismo? Anteponer las experiencias traumáticas de las mujeres cada vez que se presentan cuestionamientos pertinentes es usar intencionalmente el dolor ajeno como evasiva, además de que con ello se infantiliza a las ciudadanas, a las jóvenes y a las investigadoras críticas. Por lo tanto, resulta urgente un programa educativo que defina los límites de esta psicología basada en el sentimentalismo que no promueve ni fortalece la democracia anclada en debates informados y pacíficos.


La solución de problemáticas que ponen en duda los límites de la conducta humana como son los altos índices delictivos, la corrupción del poder judicial, la falta de coordinación entre las fuerzas armadas y la ausencia de departamentos de inteligencia con los recursos suficientes; exigen propuestas de una organización ciudadana que supere el impacto mediático de los casos concretos que, sin desestimar el sufrimiento de las víctimas, avance hacia medidas razonables con el respaldo de análisis no sólo cuantitativos sino integrales.


¿Esto qué significa? Que el problema de la violencia, el cual no sólo padecen las mujeres, no se agota con conteos insidiosos ni con la razón de género, existen problemas estructurales que van más allá de lo que los estudios de género puedan incidir. Ejemplo de ello es el fortalecimiento de la soberanía económica, política y en asuntos relacionados con la seguridad nacional; puesto que no hay que olvidar que con el auge del crimen organizado a partir del año 2006, bajo el mandato de Felipe Calderón, se recrudeció la violencia en todo el territorio nacional con la anuencia de redes de complicidad a lo largo del mundo.


La insistencia por parte del presidente en recuperar y fortalecer la soberanía del país en todas las dimensiones es claramente un principio de su mandato que favorece a las exigencias del feminismo y de las mujeres en su totalidad. No puede haber reducción de la actividad delictiva sin un robustecimiento de la economía nacional y sin reordenar la seguridad interna para afrontar a las organizaciones criminales con una presencia y recursos que exceden nuestras fronteras. Claramente la cuestión de la soberanía no es un concepto político que pueda estudiarse en términos de sexo o género; pero sin este concepto político fundamental no podrían resolverse los problemas antes mencionados: sin el fortalecimiento del Estado mexicano ante políticas económicas neoliberales y turbios negocios globales, la vida de cualquier ciudadano estará supeditada a las ganancias económicas que de ello deriven.


Además de la complejidad teórico política y práctica que conciernen al tema de la inseguridad pública que, generalmente, las feministas atribuyen como razón de ser a un odioancestral del “género” masculino hacia el “género” femenino, es necesario reexaminar los principios de dicha razón de género que ha simplificado el problema del mal. ¿Realmente el mal (y con ello todo crimen) puede ser explicado por la razón de género? De nuevo Camille Paglia brinda una respuesta aguda: “el progresismo carece del sentido profundo del mal, pero eso mismo le sucede al conservadurismo actual” (Paglia, 2017: 57). Tanto el progresismo como el conservadurismo están convencidos de haber hallado el origen y la explicación última del mal, mientras tanto la historia y el día a día en los juzgados dan muestras de que no hay prescripciones, puesto que esto pondría en entredicho no sólo la presunción de inocencia sino a la misma noción de <<juicio>>. No habría necesidad de brindar argumentos, de iniciar una investigación, ni de un proceso de reflexión, bastaría con leer un código y aplicarlo. Un grave error por parte de los discursos feministas es su obstinación para aceptar que el problema del mal excede sus postulados, debido a que “no comprenden la fragilidad de la civilización y la proximidad constante de la naturaleza salvaje” (Paglia, 2017: 59).



III.- Primero el bienestar común, después el feminismo.

En nombre del perfeccionamiento de la sociedad como bandera utópica, el feminismo ha asumido un rol que excede el cometido de lograr la igualdad en derechos entre hombres y mujeres; la irracional creencia en el progreso ilimitado ha encontrado en el feminismo su forma discursiva para continuar vigente en pleno siglo XXI. Al mismo tiempo, esta creencia en el progreso ilimitado ha tomado su forma en el terreno de la protesta como anarquía, lo cual pretende justificar todo tipo de destrucción como la vía idónea para lograr una sociedad mejor. Un poco de sentido común sería suficiente para mostrar que el espíritu progresista es incompatible con una actitud anarquista, a menos que el feminismo tenga el arrogante cometido de reiniciar la historia de la humanidad en busca del paraíso perdido.


Esta aversión al estado actual de las instituciones y de la política en general es un retroceso en el pensamiento filosófico, Hannah Arendt explica que este afán por los procesos revolucionarios (a partir de la década de los sesenta) hacia la búsqueda del, como suele decirse coloquialmente, “todo o nada”, es un laberinto conceptual. La resistencia a todo tipo de régimen de gobierno surgió después de experiencias autoritarias en varios países del mundo, no obstante, se cometió el error de concluir que toda organización política debe su existencia al uso desmedido de la fuerza:

Pasemos por un momento al lenguaje conceptual: el poder corresponde a la esencia de todos los Gobiernos, pero no así la violencia. La violencia es, por naturaleza, instrumental; como todos los medios siempre precisa de una guía y una justificación hasta lograr el fin que persigue. Y lo que necesita justificación por algo no puede ser la esencia de nada. (Arendt, 2015 : 114)

La violencia no es la esencia de la vida pública ni de la historia de las organizaciones políticas, Hannah Arendt insiste en distinguir los conceptos y en admitir que la violencia jamás será legítima a diferencia del poder político. La apuesta por la destrucción es vacua, no existe principio alguno, tan sólo un abandono a la negatividad. Y esta oquedad es el motivo por el cual la apología de la violencia, aunque se denomine sofísticamente como anarquía, es impresentable como proyecto social porque, precisamente, carece de propuestas.

Para resumir: políticamente hablando, es insuficiente decir que poder y violencia no son la misma cosa. El poder y la violencia son opuestos; donde uno domina absolutamente falta el otro. La violencia aparece donde el poder está en peligro pero, confiada a su propio impulso, acaba por hacer desaparecer el poder. La violencia puede destruir el poder; es absolutamente incapaz para crearlo. (Arendt, 2015: 117)

La violencia no es un principio político y menos ético como inauditamente el feminismo suele presentarlo bajo el pretexto de “resistir al poder”. Habría que reflexionar si el llamado a la violencia de las protestas feministas actuales no es más bien resultado de su poca legitimidad entre la población. La falta de reconocimiento es encubierta con apologías insólitas de aquel estado de guerra hobbsiano en el que la única manera distorsionada de conseguir la paz es el enfrentamiento ad æternum.


Afrontar esta excesiva confusión conceptual es el mayor reto para las mujeres mexicanas, de estas contradicciones y reduccionismos surgen los problemas que hoy aquejan a la vida pública del país. Generalmente, para suavizar esta crisis, las feministas sugieren que existen diversos tipos de feminismos y que no todos son igual de extremistas respecto a sus objetivos. Sin embargo, incluso los discursos feministas más moderados han menospreciado la voluntad popular de todas aquellas ciudadanas que votaron por el proyecto de la Cuarta Transformación. Mientras las feministas no acepten este hecho legítimo y comprobable, no habrá pleno reconocimiento entre las mujeres.


A lo anterior se suele sumar otro prejuicio más por parte del feminismo moderado, es frecuente escuchar que el feminismo al ser un movimiento global por ello tiene más relevancia y legitimad que el gobierno actual electo democráticamente. Sin embargo, la democracia, en tanto teoría y construcción histórica, también cruza fronteras y está presente desde la antigüedad hasta nuestros días. Que los gobiernos democráticos tengan dificultades no significa que puedan ser desechados; incluso, negar la democracia mexicana implica desconocer a todas aquellas mujeres que lucharon por derechos políticos tan elementales como el derecho al voto. La incompatibilidad entre la democracia representativa y el feminismo es un juicio acelerado que pone en entredicho la supuesta “moderación” de varias intelectuales, académicas y políticas que pregonan que por el “bien de todas, primero el feminismo”.


La construcción demagógica de un “todas”, altamente excluyente, en el que se da por hecho la representación de cada una de las mujeres mexicanas es un error que las partidarias del gobierno de la Cuarta Transformación tenemos derecho a indicar. La tendencia de los discursos feministas en los medios de comunicación y en el llamado círculo rojo (universidades, programas de análisis político y redes sociales) no es suficiente para reemplazar a la movilización popular y a la legitimidad electoral que el gobierno de Andrés Manuel López Obrador ha logrado. La hegemonía política no puede tener por sustento una popularidad digital y mediática, es necesario que surja de la participación concreta y real de los habitantes de este país.


La supuesta incompatibilidad entre los objetivos de la Cuarta Transformación y los discursos feministas es una distorsión de la realidad que las partidarias de la Cuarta Transformación debemos continuar señalando y debatiendo. El combate a la corrupción y a la desigualdad son principios válidos y promueven la participación democrática, lo cual está lejos de lograrse bajo la mirada restrictiva del género, que al simplificar los problemas éticos y políticos de nuestro tiempo, resulta insuficiente para fortalecer la vida pública del país en un momento tan decisivo como lo es esta coyuntura.


Como el inicio de un largo debate por venir, la libre discusión de las ideas y la participación sensata de las mujeres es hoy más necesaria que nunca: jamás habíamos recibido tanta atención como en la actualidad y, justo por ello, se impone como deber aprovechar este momento histórico con miras hacia el bienestar común, noción que continúa vigente entre el sentir y pensar mexicano.

Notas:

(1) Los datos completos del análisis socioeconómico del voto pueden consultarse en la siguiente liga: https://mexicocomovamos.mx/new/md-multimedia/1531842391-998.pdf También son significativos los datos que arrojó la casa encuestadora Defoe, los cuales confirman que hubo poca diferencia entre el 51% de votantes hombres y 49% de votantes mujeres a favor del candidato López Obrador. Nota disponible en https://www.eluniversal.com.mx/columna/ana-francisca-vega/nacion/quien-voto-por-amlo


Bibliografía:

Sobre la autora:

Frida López Rodríguez es licenciada en filosofía por la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM con la tesis “Ley, poder y guerra en John Locke”. Fungió como representante estudiantil en el Consejo Académico del Área de las Humanidades y las Artes de la UNAM durante el período 2016-2018 y como profesora adjunta de “Filosofía política” en la misma institución. Formó parte del seminario de investigación “Epistemología y crítica jurídica: ontología del pensamiento político en América Latina”, del Proyecto PAPIIT IN 303317, en el Centro de Investigaciones Interdisciplinarias en Ciencias y Humanidades (CEIICH) de la UNAM. Es miembro fundador del Consejo Consultivo de Jóvenes de Cultura UNAM y miembro del Consejo Editorial de la Revista de la Universidad. Ha publicado en Pliego16, revista de la Fundación para las Letras Mexicanas, en la revista Máquina, Consideraciones, Reporte32MX y otros medios periodísticos. Columnista en Regeneración Hidalgo.

Twitter: @FridaLopRod

1 comentario

1 Comment


Bruno Lomax
Bruno Lomax
Jun 11, 2023

Me parece del todo incoherente referenciar a Anna Arendt en este, por otro lado muy buen artículo. Porque gran parte del sustrato del feminismo antisocial posmoderno procede del entorno judío, de su supremacismo y parasitismo moral y de su atávico afán por "deconstruir" las sociedades "goyim" . Y uno de sus insignes iconos es la susodicha, junto a otras judías como Frida Khalo, Gloria Steinem, Judith Butler, etc, etc. Aunque se rebusque con pinzas una cita recóndita y casual para querer demostrar lo contrario.

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