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16.3- Geopolítica en tiempos de Franco II: Relaciones bilaterales entre España y Cuba

por Víctor Peral Garrido


Resumen: El presente estudio versa sobre una investigación monográfica referente a la evolución de la relación bilateral entre España y Cuba durante la dictadura franquista, siendo además la segunda parte del conjunto de artículos dedicados a la geopolítica en tiempos de Franco.

El trabajo que a continuación se detalla, analiza la evolución de la relación bilateral entre España y Cuba durante los años que se extendió el régimen de Franco. La estructura que se ha estimado oportuna se inicia con una breve contextualización de la situación de la relación bilateral tras la llegada de Franco al poder en España. Tras ello, se analizará el posicionamiento mantenido por Cuba ante el controvertido caso español en la ONU, dentro del marco de relaciones entre los dos países durante el periodo de tiempo en que Fulgencio Batista estuvo en el poder, y relacionado además con el primero de los artículos dedicados a esta temática y publicado en el número anterior de la revista. A continuación, se centrará la atención en el impacto y las repercusiones que tuvo la Revolución Cubana en las relaciones bilaterales. Finalmente se examinarán las consecuencias que pudo tener la relación hispano-cubana en la política exterior de cada uno de los países. Con ello llegaríamos al final en el que se expondrán una serie de reflexiones personales a modo de conclusión.


Palabras clave: Franco, España, Cuba, Batista, Fidel Castro, Geopolítica.



I. Contexto

I.1. La llegada de Franco y el cambio en las relaciones bilaterales


La posición adoptada por Cuba respecto a la Guerra Civil española se mantuvo, como la de tantos países, neutral, al menos de manera oficial, ya que, al final de la guerra, en 1939 se impuso el reconocimiento de Franco debido, entre otros motivos a la presión de los inmigrantes españoles. Esta posición de neutralidad oficial pero claramente favorable al Franco, provocó que la actitud de Cuba durante la Guerra Civil y su desenlace fuera ambigua, contradictoria e incluso oportunista, como así lo refleja Joaquín Roy:


“Por una parte, Cuba parecía que se mantenía neutral, pero en realidad favoreció al bando franquista al tolerar las actividades de sus agentes y representantes, al tiempo que acosaba a los grupos republicanos bajo la excusa de que no debían inmiscuirse en contiendas extranjeras”[1].


Así, en los primeros momentos de posguerra, el gobierno cubano no reconoció al régimen de Franco (lo haría poco después como se ha comentado), pero tampoco lo hizo con el gobierno republicano en el exilio. “De esta manera, dejaba el terreno libre para ser ocupado por el sector conservador de raíz española y de simpatías franquistas que tenían mejores medios materiales a su alcance”[2]. A este acercamiento y entendimiento entre el recién nacido régimen franquista y Cuba contribuyó la presión del lobby comercial que aumentaba hacia el reconocimiento de Franco. Dicha presión recibió sus frutos al restablecerse el acuerdo comercial pactado años atrás con la dictadura de Primo de Rivera que había sido interrumpido durante el conflicto bélico español.


A pesar del posicionamiento profranquista que adoptó el régimen cubano, en el interior de la isla se mantenía cierto sentimiento republicano y antifranquista que se refugiaba en nuevas asociaciones para dar apoyo a los políticos exiliados y diversas instituciones. No obstante, el impacto del exilio republicano en Cuba fue proporcionalmente débil comparado con los casos de México o Argentina. El activismo republicano español en Cuba fue obra de una minoría en un ambiente que, además, no era el más favorable[3].


La Segunda Guerra Mundial enfrió por momentos la diplomacia entre la España franquista y Cuba, sobre todo tras el ataque a Pearl Harbor. La España franquista era prácticamente aliada de la Alemania de Hitler, un aspecto que no favorecía la normalización de las relaciones. Sin embargo, tras el final del conflicto mundial en 1945 y con la cada vez mayor normalización del franquismo a nivel internacional gracias sobre todo a los pactos con Estados Unidos y el ingreso en Naciones Unidas, el ambiente político entre Cuba y España fue cada día más favorable al franquismo[4].


II. Desarrollo de las relaciones


II.1. Relación bilateral durante la presidencia de Batista y el caso español en la ONU


Un mes después de la llegada al poder de Fulgencio Batista, tras el golpe de Estado de la madrugada del 10 de marzo de 1952, la llegada a la isla de Juan Pablo de Lojendio (embajador de España en Cuba) inauguraba una nueva etapa en las relaciones diplomáticas entre la España franquista y Cuba. Según Katia Figueredo, dicha visita fue recibida con agrado no solo en Cuba, sino también en el resto de islas caribeñas:


“El arribo de Lojendio a la capital cubana fue esperado con júbilo por los simpatizantes del franquismo en la mayor de las Antillas y por la élite de poder, ansiosa de consolidar finalmente los vínculos diplomáticos con la madre patria”[5].


Asimismo, Cuba nombraba como embajador en Madrid a Antonio Iraizoz y de Villar, nombramiento del que se hacía eco y celebraba la prensa española, como recoge ABC: “Ya hay embajadores entre Cuba y España, y se lanza a los cuatro vientos en forma rigurosamente oficial la gran noticia de esta reanudación”[6]. Del mismo modo, la prensa cubana también se hacía eco del restablecimiento de las relaciones: “Al fin, después de tantos años de absurdo alejamiento, han quedado establecidas en forma plena y condigna las relaciones diplomáticas entre Cuba y España”[7] y continuaba: “EL DIARIO DE LA MARINA […] apenas necesita consignar su honda satisfacción por este regreso a una de las tradiciones más fecundas de nuestra diplomacia”[8].


A partir de estos momentos y gracias al cada vez más favorable escenario internacional para España, las relaciones entre ésta y Cuba se estrecharon hasta el punto de que “cada 18 de julio, Fulgencio Batista enviaba a Francisco Franco un cablegrama de felicitación por el nuevo aniversario de la fiesta nacional en España, por el bienestar de su pueblo y por su dicha personal”[9]. Fueron también frecuentes las demostraciones de cordialidad entre ambas dictaduras mediante condecoraciones de distinto signo así como mediante las frecuentes visitas de familiares allegados a ambos mandatarios. Un momento trascendental en la complicidad entre ambas dictaduras, fue el reconocimiento de Franco a las fraudulentas elecciones presidenciales convocadas por Batista en noviembre de 1954 y que le permitieron mantenerse en el poder cuatro años más.


Asegurado el apoyo de la élite gubernamental cubana y reanudándose por lo tanto los vínculos diplomáticos, llegaba el momento de cooperar en el terreno económico. El primer gesto que ponía de manifiesto las buenas relaciones restablecidas entre ambos países, vendría de la mano de Franco y la voluntad de otorgarle beneficios a Cuba y rebajarle los tributos al tabaco. Así, en agosto de 1952, se inician unas negociaciones con el objetivo de actualizar convenios pasados que un mes más tarde darían sus frutos. El 11 de septiembre, ambos países acordaron renovar el nuevo régimen de pagos.


“Conforme a lo pactado, España se comprometió a aumentar las compras de tabaco en rama, rebajar los impuestos y las cargas que gravaban al tabaco torcido, conceder licencia de importación para los cueros, tripas y henequén, garantizar el pago en dólares a todos los exportadores, autorizar los envíos particulares, auxilios familiares y las remesas de las rentas y toda clase de transferencias a la península e iniciar en un término de seis meses las negociaciones correspondientes para concertar un nuevo tratado de comercio y su régimen de pagos”[10].


Cuba, por su parte, vio frustrados sus deseos de lograr una mayor adquisición de azúcar, pero, un año más tarde, en agosto de 1953, tuvo lugar la firma de un nuevo tratado comercial que albergó grandes expectativas en el embajador cubano en España, Antonio Iraizoz y de Villar. A partir de este nuevo convenio, ambas partes se comprometían a proteger sus territorios de la competencia desleal y la dictadura batistiana lograba la concesión recíproca del trato de nación más favorecida para los derechos arancelarios[11]. Así era recogido en la prensa española:


“En virtud de este Tratado, que tiende a fomentar el intercambio comercial entre ambos países, España y Cuba se comprometen a concederse mutuamente el trato de nación más favorecida en lo que respecta a derechos arancelarios y consulares”[12].


El Diario de la Marina cubano también informaba de dicho acontecimiento: “Firmado ya el acuerdo comercial por dos años entre Cuba y España”[13].


Otro aspecto importante y destacable de la relaciones entre España y Cuba durante el periodo en que Batista estuvo en el poder fue la represión a la que fueron sometidos los españoles republicanos exiliados en la isla. El dirigente cubano, a través del Servicio de Investigación Militar (SIM) decidió eliminar todo intento de actividades subversivas y penetración comunista, así como clausurar el periódico Noticias de Hoy, uno de los principales portavoces del movimiento antifranquista en la isla.


De ese modo, la dictadura batistiana estrechó aún más la amistad con el caudillo español. Solo a partir de enero de 1959, las voces más discordantes con la dictadura de Franco volverán a oírse en la isla a través de determinados actos antifranquistas.


Mientras los republicanos exiliados y el movimiento antifranquista eran reprimidos, aquellos proyectos destinados a la proyección de la España franquista gozaban de todos los beneficios y ventajas de la dictadura de Batista. Es el caso del Instituto Cultural Cubano Español (ICCE), filial del Instituto de Cultura Hispánica de Madrid (ICH), creado en junio de 1948. A través de organismos e instituciones como el mencionado, el caudillo pretendía reconfigurar sus espacios de influencias y proyectar nuevos senderos en política exterior para legitimar el nuevo régimen.


La relación bilateral entre España y Cuba durante el periodo en que Batista estuvo en el poder, llegó a su más alto nivel de consolidación. Esta aproximación de posturas favorecía a ambas partes: para Franco, Cuba significaba una importante plaza estratégica en el continente, mientras que para la isla, la buena relación con la península reforzaba las ventajas económicas que ésta podía proporcionarle. Katia Figueredo apuntó sin embargo que “la actuación de Batista respondió más a su entrega desmedida a los dictámenes de Washington, que a un verdadero interés por el renacimiento del espíritu hispano en Cuba”[14]. Sea como fuere, gracias a la aproximación a través de diferentes campos (diplomático, comercial, cultural…) ambos países sellaron las relaciones hasta los últimos días del batistato.


II.2. Cuba y la cuestión española en la ONU


La posición de Cuba con respecto a la cuestión española en la ONU no se mantuvo inamovible a lo largo del tiempo. En los primeros momentos en que se trató la cuestión española, “Cuba, durante la breve etapa de acoso al régimen franquista en el seno de las Naciones Unidas, se abstuvo en la votación de condena”[15]. De nuevo, en 1949, tras la propuesta de Brasil, orientada a restablecer las relaciones diplomáticas con España, Cuba mantuvo su disposición abstencionista, aunque finalmente abogó por no presentarse a la votación.


A partir de 1950, el aislacionismo de la España franquista comenzaba a desaparecer gracias entre otras cosas a la nueva disposición estadounidense hacia la Península Ibérica permitiendo el envío de embajadores y ministros. El cambio de disposición norteamericano estaba motivado a potenciar la valiosa posición estratégica de España para evitar así la expansión comunista[16].

El nuevo posicionamiento de Estados Unidos influyó en numerosos países que comenzaron a cambiar su relación con España. Cuba, por su parte, se sumaba a esta nueva estrategia y así lo recogía el Diario de la Marina:


“Ya es hora de que las naciones que tienen a su cargo la suprema responsabilidad de esta lucha a muerte contra el comunismo, reconozcan el primer rango estratégico de la península ibérica en esa campaña defensiva. No nos hemos cansado de protestar contra esta reiterada discriminación del mundo occidental en agravio a España”[17].


Como puede observarse, y no podía ser de otro modo, la influencia de Estados Unidos marcará la pauta a seguir de todos aquellos países sobre los que tenía influencia, independientemente de que años atrás hubiesen mantenido una posición contraria. En geopolítica, la lógica y la coherencia la marcan los intereses de cada momento.


Estos primeros pasos en el cambio de posicionamiento de Cuba ante la cuestión española, se vieron agrandados tras la llegada de Fulgencio Batista al poder y la marcha ascendente entre economía y diplomacia comentada anteriormente. Así, a partir de 1952, la isla comenzaría a manifestar su apoyo incondicional a la actitud de Estados Unidos con respecto a España como mejor aliado en Europa para frenar al comunismo. En mayo de ese mismo año, Cuba fue uno de los países que aportó su voto favorable al ingreso de España en la UNESCO, un hecho que se ratificaría seis meses después, el 19 de noviembre[18].


Dos años más tarde, en 1954, Cuba sugirió el ingreso de España en la Comisión Económica para Europa y apoyó la proposición de Venezuela para su admisión en la CEPAL. Finalmente, en 1955, la delegación cubana en la ONU hizo público su beneplácito cuando se le concedió a la dictadura franquista el derecho a enviar un observador al citado organismo y cuando a finales de año se adhirió a la ONU.


II.3. La Revolución Cubana: impacto y repercusiones en las relaciones


Las relaciones entre España y Cuba tras la llegada de Fidel Castro no solo no se deterioraron sino que “el vínculo mejoró cualitativa y comercialmente”[19], algo que a priori, puede resultar sorprendente, sino fuera porque, como venimos comentando tanto en el artículo anterior como en este, la geopolítica no entiende de afinidades políticas e ideológicas, sino de supervivencia en el tablero internacional. La especificidad de estas relaciones merece detenerse en analizar los aspectos esenciales de dicho vínculo.


Ya en el año 1958 tanto el embajador de España en La Habana, como el ministerio de Asuntos Exteriores español eran conscientes de que la situación en la isla se iba cada vez más complicando y deteriorando, hasta el punto de ser definida como una auténtica guerra civil.


Diversos autores señalan el prudente comportamiento tanto desde el punto de vista gubernamental como diplomático por parte de España ante la situación que se desarrollaba en Cuba. Manuel de Paz-Sánchez señala que la actuación de la embajada española en La Habana había sido “no solo prudente, sino ajustada a las mejores prácticas internacionales del derecho de asilo”[20]. Resulta interesante que el 2 de enero de 1959 se reunieran en el parque del Retiro de Madrid numerosos residentes cubanos simpatizantes de facciones políticas contrarias al gobierno de Batista, reivindicando el espíritu revolucionario y agradeciendo al gobierno español la ayuda prestada para la celebración de dicho acto. Cabe recordar las óptimas relaciones entre Franco y la dictadura batistiana expuestas anteriormente y por lo tanto lo sugerente de dicho acto y el apoyo del gobierno español.


El 6 de enero, el gobierno revolucionario cubano envió una nota a todas las representaciones diplomáticas acreditadas en Cuba dando a conocer la constitución del nuevo gabinete y asegurando que se cumplirían todos los compromisos internacionales y convenios vigentes. Al día siguiente, España contestaba a dicha nota comunicando que continuaban las normales relaciones diplomáticas entre ambos países. No solo eso, sino que “la embajada de España expresó su complacencia y formuló sus mejores votos por el mantenimiento de las cordiales relaciones que tradicionalmente unen a Cuba y España”[21].


El buen hacer de la embajada española en La Habana quedó reflejado también en la protección y asilo ofrecido a revolucionarios perseguidos por la dictadura de Batista, un hecho reflejado y festejado en la prensa cubana, concretamente en el semanario Bohemia:


“Don Pablo de Lojendio protegió y asiló en numerosas ocasiones a significados revolucionarios perseguidos por la tiranía de Batista, sin que estuviera obligado a hacerlo por ningún convenio de asilo, ya que los países europeos no reconocen ese tipo de relación contractual vigente en la América Latina. En esta hora de reparaciones y responsabilidades, nunca antes vista en la isla, el diplomático español merece un saludo de la nueva Cuba”[22].


La “inesperada” o “llamativa” respuesta y actitud del gobierno de España ante la nueva situación cubana, responde a explicaciones políticas, comerciales e ideológicas. Según Joaquín Roy, en el plano económico y estratégico, Franco veía en su relación con Cuba una alternativa de distanciamiento de la opresiva dependencia de Estados Unidos. Al no existir acuerdo alguno con la incipiente Comunidad Europea, la España franquista se había decantado por la participación en las nuevas organizaciones interamericanas como la CEPAL y la OEA. En el plano ideológico, no existía peligro de contaminación ideológica entre el régimen cubano y los sectores comunistas españoles debido a la inclinación de estos últimos por el eurocomunismo como alternativa al papel protagonista de la URSS, mientras que Fidel Castro se declaraba seguidor de la ortodoxia moscovita[23].


Por su parte, Manuel de Paz afirma que España tenía numerosos intereses que salvaguardar en Cuba, por lo que no podía quedar al margen del conflicto. Cuba atravesaba una situación floreciente y el comercio con España se encontraba en continuo crecimiento, lo que unido a las inversiones cubanas en su antigua metrópoli suponía una importante cantidad de ingresos. Era conveniente por lo tanto, reforzar la presencia española en Cuba fundamentalmente por intereses sociales y económicos[24].


Sin embargo, la instauración de un nuevo régimen en la isla tras el triunfo de la revolución no se llevó a cabo sin sobresaltos, contratiempos, contradicciones o decisiones inesperadas e imprevisibles, algo que ha venido ocurriendo en grandes revoluciones anteriores para velar así por su propia supervivencia y garantizar su desarrollo y su futuro.


Ya a finales de enero de 1959, el embajador español en La Habana, Lojendio, comenzó a percibir el contraste de la situación cubana y destacaba la inactividad del gobierno revolucionario. Dicha inactividad era consecuencia según el embajador de la falta de experiencia de algunos líderes, de la pugna entre diversas facciones revolucionarias, del empeoramiento de algunos problemas económicos o de la penetración comunista, entre otros. Esta última característica era, para Lojendio, el problema fundamental que se fue instaurando a lo largo de los meses en el seno de la política revolucionaria y así lo hacía saber: “la infiltración comunista entre sus dirigentes y fuerzas armadas, así como en los medios administrativos encargados de las labores más transcendentes”[25].


Este interesante testimonio atestigua el posterior viraje cubano hacia el comunismo y la URSS, algo que no fue así desde sus comienzos y que de nuevo pone de manifiesto la necesidad de adaptación de los diferentes gobiernos y países para su supervivencia en un mundo tan convulso como el de la Guerra Fría.


Poco a poco además, a finales del año 1959 fueron creciendo los temores en la isla sobre la inminencia de acciones contrarrevolucionarias. Se produjeron así detenciones, arrestos, sabotajes y demás acciones que llevaron al país a una profunda presión psicológica. En este contexto, el 20 de enero de 1960 se anunció la fuga de Manuel Rojo del Río, jefe de los paracaidistas cubanos, a Estados Unidos. Este suceso fue comentado por Fidel Castro en un programa de televisión en el que acusó de connivencia a la delegación diplomática de España aludiendo que ésta ayudaba a los contrarrevolucionarios y afirmó que Manuel Rojo del Río había combatido a las órdenes de Franco.


El embajador Lojendio se dirigió al edificio de la televisión para pedir una rectificación a Castro por las calumnias vertidas. “La emisión fue interrumpida por unos siete u ocho minutos, aunque continuaron oyéndose las voces. Fidel Castro pidió que el embajador abandonase el país en el plazo de veinticuatro horas”[26]. El incidente fue recogido en la prensa de numerosos países, además de Cuba y España. El Diario de la Marina titulaba una columna: “Da el Gobierno veinticuatro horas de plazo al embajador de España para abandonar Cuba”[27]. El ABC por su parte se mostraba así de tajante: “Fidel Castro atacó violentamente a España y nuestro representante reaccionó con energía contra la falsedad de sus imputaciones”[28].


Tras una declaración oficial firmada por el propio Lejondio explicando lo acontecido, se dispuso a tomar el avión con destino a Madrid.


La actitud del gobierno de España ante semejante suceso fue muy interesante desde el punto de vista geopolítico ya que el 23 de enero, la Oficina de Información Diplomática confirmó la retirada del embajador “destacando la no injerencia de España en los asuntos internos de otros países y rechazando las injuriosas imputaciones propaladas, desde la televisión cubana, contra el Estado español”[29]. A pesar de que el Ministerio de Asuntos Exteriores rechazó con toda firmeza las graves imputaciones, Lejondio, según Joaquín Roy, “no recibió el beneplácito de sus superiores en Madrid, sino que Franco lo marginó un tiempo en los pasillos de la diplomacia”[30].

En opinión de Franco, Lejondio había actuado


“en forma poco diplomática, pues pudo desmentir las afirmaciones de Fidel Castro sin necesidad de presentarse en el estudio de televisión a protestar y querer allí refutar las calumnias que Castro había lanzado contra su país”[31].


El incidente de Lojendio preocupaba a Franco ya que


“puede significar que el presidente Castro, que está en plan comunista, no sólo rompa sus relaciones con España, sino que reconozca al gobierno rojo en el exilio, lo que redundaría en perjuicio de la gran colonia española que allí reside y de nuestras relaciones comerciales, que son bastante intensas con dicha nación. Hoy se publica una nota de Asuntos Exteriores en la que se afirma que nuestra política exterior tiene por principio el no meterse en asuntos internos de otros países”[32].


A través de estas declaraciones del Caudillo, se ve reflejado la primacía de los intereses económicos y comerciales sobre las diferencias ideológicas existentes entre ambos líderes.


Para poseer una mayor comprensión del incidente de Lojendio resulta necesario comprobar en la medida que las fuentes lo permiten, la veracidad o no de las palabras de Fidel Castro. Para Manuel de Paz Sánchez, resulta improbable que la representación diplomática de España en Cuba estuviera implicada en operaciones de desestabilización del gobierno cubano. En las fechas en que se produce el incidente, no existían entre ambos gobiernos motivos de fricción, muy al contrario, las relaciones, a pesar de las evidentes diferencias ideológicas eran bastante buenas. En octubre de 1959 además, ambos países habían llegado a un acuerdo comercial y de pagos como marco de desarrollo de sus relaciones comerciales, manteniéndose la aplicación de tratamiento de nación más favorecida. Franco por su parte, como ya se ha observado, era partidario de mantener a un lado las cuestiones políticas para que no interfirieran en el nexo común. España mantuvo su ayuda a Cuba desafiando incluso el bloqueo económico que había decretado Estados Unidos. Los buques españoles por lo tanto siguieron atracando en los puertos cubanos y la compañía aérea Iberia se convirtió en la única de Europa Occidental que cubrió el trayecto entre España y su antigua colonia durante varios años[33].


Parece lógico pensar que las autoridades revolucionarias cubanas no tenían motivos especiales de fricción con el régimen de Franco. Parece pues, que las acusaciones de Fidel Castro se basan en las buenas relaciones que mantenía Lojendio con el clero cubano. Dicho vínculo con el clero isleño no era nuevo y la especial relación estaba basada, entre otros motivos, en los orígenes españoles del clero cubano. Sin embargo, a medida que se fue desencadenando la vorágine revolucionaria, no fue difícil identificar a la Embajada española con la disidencia que se estaba produciendo en aquellos momentos entre los sectores radicales y moderados del nuevo régimen cubano. Cualquier muestra de simpatía prestada por la representación española hacia los católicos cubanos, podía ser interpretada como un gesto de oposición al régimen revolucionario[34].


Como ya se ha mostrado anteriormente, el comunicado ofrecido por España tras el incidente de Lojendio fue, en buena medida sosegado, muy alejado de un gesto de tipo rupturista, negándose a romper relaciones con Cuba a pesar de las presiones de Estados Unidos. Las relaciones entre ambos países se mantuvieron en el nivel de encargado de negocios hasta su plena normalización quince años más tarde. Continuó existiendo una relación comercial que se vio ampliada con la firma de varios convenios que convirtieron a Cuba en el primer mercado de España en Iberoamérica.


La posición adoptaba por el gobierno revolucionario cubano fue ante todo realista y práctica. Le interesaba el mantenimiento de los vínculos con España así como los intercambios en el nivel de encargado de negocios, claramente rentable para ambos países. Por estos motivos, el gobierno cubano adoptó la posición de no atacar al régimen de Franco.


III. La relación hispano-cubana en la política exterior de cada uno de los países


La relación hispano-cubana durante la dictadura franquista tuvo consecuencias para ambos países en sus respectivas políticas exteriores, fundamentalmente con Estados Unidos debido a que el periodo en que Franco estuvo en el poder se estaba desarrollando en el contexto internacional la Guerra Fría, en la que el país norteamericano era una de las dos superpotencias que se disputaban la hegemonía mundial.


Desde 1898, Estados Unidos ha desarrollado una influencia muy importante sobre Cuba y, durante la dictadura franquista, los norteamericanos fueron los protagonistas de que España comenzara a salir de su aislamiento internacional (al tiempo que comenzaba su progresiva supeditación) debido a los numerosos pactos y convenios que acordaron. Por otro lado, a esta doble relación de EE.UU. con España y Cuba se sumaba el contexto de que, tras la Revolución Cubana, el país antillano comenzó a vincularse cada vez más con la Unión Soviética hasta declararse comunista, país e ideología contra las que combatían los norteamericanos. Mientras tanto, en la España franquista se daba la “paradoja” de compartir acuerdos y anticomunismo con Estados Unidos, al mismo tiempo que mantenía relaciones bilaterales con Cuba a pesar de la cada vez más latente proximidad a la ideología marxista-leninista de ésta.


Cada uno de estos tres países tuvo que lidiar con esta relación a tres bandas al tiempo que desarrollaban su política exterior en un contexto de Guerra Fría en el que estar del lado de una y otra superpotencia y desarrollar una eficiente política internacional marcaba de una manera muy importante el desarrollo interior de un país.


Así pues, a comienzos de la década de los 60, pasados ya algunos años de los primeros contactos y acuerdos entre España y Estados Unidos y en una época en que la política de cooperación norteamericana se convirtió en referente de la española, por lo que respecta a las relaciones bilaterales, destacó la decisión española de mantener relaciones con la Cuba de Castro


“no sólo por razones histórico-sentimentales, sino por los importantes intereses que había que proteger: una nutrida colonia española, lazos comerciales y económicos aún relevantes, y conflictos bilaterales no resueltos”[35].


Esta opción adoptada por España tuvo cierta utilidad de cara al resto de América pero conllevó algunos roces con Estados Unidos: “no se siguió el bloqueo norteamericano, pero se desarrolló una política prudente en las relaciones comerciales y las comunicaciones con Cuba”[36]. Podría decirse que España no llevó a cabo un seguidismo de la política norteamericana con relación a la Cuba castrista.


Según Celestino del Arenal,


“Razones sociales, económicas, derivadas de los importantes intereses españoles en la isla, así como razones de imagen y presencia internacional en un régimen aislado, explican que el franquismo mantuviera relaciones con Cuba”[37].


Este mantenimiento de relaciones a pesar de las reticencias de Estados Unidos y de las diferencias ideológicas, se encuadra dentro de la desideologización de la política exterior llevada a cabo por España durante la época en que Castiella estuvo al frente del Ministerio de Asuntos Exteriores. Es decir, a pesar de las diferencias ideológicas con el régimen castrista y ante la evidencia de un mundo radicalizado y enfrentado también en el continente americano, “el franquismo entendió que su política exterior respecto a éste seguiría como hasta entonces, regida por un principio de indiscriminación, fundamentado en la máxima “entre hermanos los enjuiciamientos no deben empañar la vida cotidiana”[38].


La idea de la política exterior franquista era que las cuestiones políticas no debían interferir en los nexos comunes, por lo que España mantuvo sus relaciones y acuerdos con Cuba, desafiando así el bloqueo económico decretado por Estados Unidos contra el régimen castrista.


Esta actitud tomada por España en momentos tan complicados a nivel internacional y a riesgo de crearse un problema con Estados Unidos fue alabada por el propio Fidel Castro años más tarde: “estaba Franco, y nosotros realmente éramos muy críticos con él, y a pesar de nuestras diferencias ideológicas con régimen, el Gobierno se mostró firme y mantuvo las relaciones diplomáticas con Cuba”[39].


En esta relación no puede dejar de mencionarse el posicionamiento de Estados Unidos con respecto a este vínculo hispano-cubano. Obviamente el país norteamericano no veía con buenos ojos la no ruptura y el mantenimiento de relaciones entre España y Cuba. Sin embargo, como puede observarse en todo este entramado, los intereses de cada país están por encima de diferencias culturales, ideológicas o de cualquier tipo y, en estos momentos, para Estados Unidos, España era un enclave importante en su lucha contra la expansión del comunismo, por lo que a pesar de ciertos roces, no hubo una ruptura de relaciones y los pactos y convenios siguieron adelante.


Conclusiones


Todo lo expuesto anteriormente supone solo una muestra dentro de la peculiaridad y la naturaleza atípica de las relaciones entre la España franquista y Cuba. Por encima de todo y a pesar de posibles conflictos y diferencias en numerosos ámbitos, llama la atención el interés mostrado por ambos países por mantener sus vínculos diplomáticos.


Son numerosas las interpretaciones realizadas acerca del mantenimiento de dicho nexo y las razones aportadas para su mantenimiento. Manuel de Paz sostiene la tesis de que “los rectores de la política exterior del régimen de Franco, no obstante, interpretaron siempre sus vínculos con Cuba como una antigua cuestión de familia, y trataron de evitar que cualquier contingencia política pudiera ensombrecerlos”[40]. Por otro lado, el mismo autor señala el trauma finisecular de 1898 cuando España perdió a Cuba como colonia como otra de las posibles razones que provocaron que Franco, una vez en el poder, mostrara una actitud espacialmente solidaria con la isla independientemente de cuál fuera su gobierno.


Sin embargo, aparte de estas posibles razones que pueden tener su peso en el mantenimiento de relaciones entre España y Cuba, existen otros motivos quizá más pragmáticos o acorde a la realidad que tuvieron un peso primordial. La existencia de un espacio comercial para los productos industriales españoles, de más difícil colocación en otros mercados fue un argumento de indudable importancia. Por parte de la España franquista, primaron los intereses de la política exterior, de una importancia vital para España debido al aislamiento al que había estado sometida tras el final de la Segunda Guerra Mundial. Esta política exterior se concibió en términos de no injerencia y respeto hacia la dinámica interna del resto de países, concretamente de Iberoamérica y, entre ellos, especialmente Cuba.


La aplicación de la norma de no injerencia que mantuvieron ambos países a pesar de sus diferencias ideológicas tras la Revolución Cubana tiene su explicación en el hecho de que ambos países tenían una posición muy aislada y débil en la esfera internacional y, por lo tanto, les convenía mantenerse unidos en sus intereses. Esto explicaría la perdurabilidad en el tiempo de las relaciones entre España y Cuba.


Es importante señalar en este sentido que entre 1960 y 1975, tras la expulsión de Lojendio de la isla, no hubo embajadores acreditados en los respectivos gobiernos, algo que no fue óbice para que se mantuvieran las relaciones económicas. Fue a partir de 1974 cuando se restablecieron las relaciones diplomáticas plenas tras la visita del Ministro de Comercio español, Nemesio Fernández Cuesta, intensificándose además las relaciones económicas “con la firma de unos acuerdos de cooperación económica y financiera, entre los que se incluía un cupo de azúcar a un precio tasado por encima de la cotización mundial, que se intercambiaba por barcos y camiones españoles”[41].


Con este escrito, unido y sumado al publicado en el anterior número de la revista (la cuestión española en la ONU) se pretende reflejar la naturaleza absolutamente pragmática que se desarrolla en la política exterior, la verdadera política, pues lo demás es mera administración (como decía Perón), importante igualmente pero no esencial, sobre todo en ciertos contextos mundiales tan convulsos como el siglo XX.


Es importante y pertinente señalar por último, que el hecho de establecer algún tipo de relación internacional o acuerdo con países a priori contrarios desde el punto de vista político o ideológico, no supone ninguna incongruencia o traición a tus ideales, ya que precisamente para poder desarrollar a nivel interno los planes y programas de un país, resulta absolutamente necesario ser lo más soberano posible, sin estar subordinado o supeditado a otras naciones, algo que se consigue en el plano internacional. Es decir, es esencial asegurar una posición soberana a nivel internacional para poder desarrollar tu proyecto definido a nivel interno.


Este posicionamiento podría relacionarse también con el concepto político de eutaxia manejado por Gustavo Bueno. Desde el materialismo filosófico, se entiende por eutaxia el buen orden, buen ordenamiento en el contexto político, donde “bueno” significa capaz (en potencia o virtud) para mantenerse en el curso del tiempo, el arte de la sostenibilidad de una sociedad política, una sostenibilidad que no se puede lograr sin una adecuada política exterior y geopolítica.



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Hemeroteca

- ABC

- Bohemia

- Diario de la Marina


Notas:

[1] Roy, Joaquín (1999): La siempre fiel: un siglo de relaciones hispanocubanas (1898-1998). Los Libros de la Catarata, pp. 48-49. [2] Ibídem, p. 49. [3] Ibídem, p. 50. [4] Ibídem, p. 49. [5] Figueredo Cabrera, Katia (2016): “Francisco Franco y Fulgencio Batista: complicidad de dos dictadores en el poder (1952-1958). Tzintzun. Revista de Estudios Históricos, Nº 64, 296-325. [6] ABC, 26 de abril de 1952. [7] Diario de la marina, 23 de abril de 1952. [8] Ibídem. [9] Figueredo Cabrera, Katia (2016): “Francisco Franco y Fulgencio Batista…, op. cit., p. 300. [10] Ibídem, p. 305. [11] Ibídem, p. 306. [12] ABC, 19 de agosto de 1953. [13] Diario de la marina, 19 de agosto de 1953. [14] Figueredo Cabrera, Katia (2016): “Francisco Franco y Fulgencio Batista…, op. cit., p. 324. [15] Roy, Joaquín (1999): La siempre fiel…, op. cit, p. 49. [16] Figueredo Cabrera, Katia (2009): “Carlos Prío Socarrás-Fulgencio Batista-Francisco Franco: la escalada hacia una consolidación ‘fraterna’ (1948-1958)”. Illes i Imperis, nº 12, pp. 49-71. [17] Diario de la marina, 18 de julio de 1951. [18] Figueredo Cabrera, Katia (2016): “Francisco Franco y Fulgencio Batista…, op. cit., p. 307. [19] Roy, Joaquín (1999): La siempre fiel…, op. cit., p. 53. [20] Paz Sánchez, Manuel de (1997): Zona rebelde: la diplomacia Española ante la Revolución Cubana (1957-1960). Centro de la Cultura Popular Canaria, p. 143. [21] Ibídem, p. 145. [22] “Contraste incomprensible”, Bohemia, 11 de enero de 1959, p. 79. [23] Roy, Joaquín (1999): La siempre fiel…, op. cit., pp. 53-54. [24] Paz Sánchez, Manuel de (1997): Zona rebelde: la diplomacia Española…, op. cit., p. 152. [25] Enrich, Silvia (1990): Historia diplomática entre España e Iberoamérica en el contexto de las relaciones internacionales (1955-1985). Cultura Hispánica, p. 116. [26] Paz Sánchez, Manuel de (2006): Franco y Cuba. Estudios sobre España y la Revolución. Idea, p. 206. [27] Diario de la marina, 21 de enero de 1960. [28] ABC Sevilla, 22 de enero de 1960. [29] Paz Sánchez, Manuel de (2006): Franco y Cuba…, op. cit., p. 213. [30] Roy, Joaquín (1999): La siempre fiel…, op. cit., p. 61. [31] Paz Sánchez, Manuel de (2006): Franco y Cuba…, op. cit., p. 214. [32] Franco Salgado-Araujo, Francisco (1976): Mis conversaciones privadas con Franco. Planeta, pp. 278-279. [33] Paz Sánchez, Manuel de (2006): Franco y Cuba…, op. cit., p. 216. [34] Ibídem, p. 223. [35] Pardo, Rosa: “La salida del aislamiento, 1950-1962”, en Mateos, Abdón (Ed.): La España de los cincuenta, Madrid: ENEIDA, 2008, p. 127. [36] Ibídem. [37] Del Arenal, Celestino (2011): Política exterior de España y relaciones con América Latina. Iberoamericanidad, europeización y atlantismo en la política exterior española. Fundación Carolina, pp. 55-56. [38] Enrich, Silvia (1990): Historia diplomática entre España e Iberoamérica…, op. cit., p. 126. [39] Diario Pueblo, Edición de Madrid, 17.2.84. En Enrich, Silvia (1990): Historia diplomática entre España e Iberoamérica…, op. cit., p. 132. [40] Paz Sánchez, Manuel de (2001): Zona de guerra. España y la Revolución Cubana (1960-1962). Centro de la Cultura Popular Canaria, p. 311. [41] Bayo, Francesc (2006): “Las relaciones políticas entre España y Cuba”. Documentos CIDOB, Serie América Latina, nº 16.


Sobre el autor: Víctor Peral Garrido es graduado en Historia por la Universidad de Salamanca y profesor de Geografía e Historia en Educación Secundaria.

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