top of page

4.2- De la Peste Negra al Coronavirus: el Resurgimiento de China en la Segunda Guerra Fría

Actualizado: 11 jun 2020

Por Santiago Armesilla [1]


Resumen: En este artículo repasamos los acontecimientos que han dado lugar a la pandemia de la COVID-19, sus efectos sociales, políticos y económicos a escala global, y la analogía histórica que tiene con el desarrollo de la pandemia más devastadora de la Historia, la Peste Negra que, en el siglo XIV, arrasó con buena parte de la población de Afroeurasia. Asimismo, enmarcamos esta analogía histórica, muy tenida en cuenta desde la República Popular China, en un proceso en marcha que ya algunos analistas han denominado Segunda Guerra Fría. Más allá de conclusiones concretas de cara al futuro, lo que podemos apuntar, como hipótesis, es que la batalla ideológica, económica, (geo) política y cultural que se avecina será larga, más allá de la duración efectiva de la pandemia actual en caso de encontrarse una pronta vacuna (cosa que podría no suceder), y que su desenlace, al contrario del de la Primera Guerra Fría, con la derrota del Imperio Soviético frente al Estadounidense, podría no ser, ideológica, política, ni históricamente, el mismo debido a factores de partida que la Unión Soviética, en comparación con la República Popular China, jamás consiguió realizar. A pesar de todo, la pandemia de la COVID-19 podría no frenar los planes y programas del Imperio del Centro.


Palabras clave: China, EEUU, coronavirus, COVID-19, dialéctica de clases, Estados e Imperios.







I. Introducción: sobre el concepto de Segunda Guerra Fría.


El 13 de marzo de 2016, el diario español El País publicaba un artículo de la profesora de Relaciones Internacionales de la London School of Economics, Mary Kaldor, titulado “La Segunda Guerra Fría” (Kaldor, 2016). En este escrito, la académica británica sostenía la hipótesis de un regreso a la geopolítica posterior a la Segunda Guerra Mundial, en la que se establecieron las bases del enfrentamiento entre las dos grandes superpotencias surgidas de la derrota de la Alemania nazi en 1945: los Estados Unidos de América, que lideraron el bando capitalista, y la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, que lideraron el bando socialista y marxista. Desde entonces, y hasta 1991, con la caída definitiva de la URSS, la Primera Guerra Fría se desarrolló no solo a través de batallas culturales, económicas, de espionaje, tecnológico-científicas (la carrera espacial fue el gran hito tecnológico-científico de aquella época, junto con el desarrollo de Internet en sus fases primitivas), económicas o diplomáticas, sino también a través de conflictos bélicos geográficamente localizados que nunca llegaron a desatar un conflicto de escala internacional similar a las dos Guerras Mundiales de la primera mitad del siglo XX. Para Kaldor, lo que en aquel año se entendía como “Segunda Guerra Fría” era una repetición “imaginaria” de la primera, en la que además los actores involucrados eran, prácticamente, los mismos, solo sustituyendo a la caída Unión Soviética por la Rusia liderada por Vladimir Putin.


Kaldor aseguraba en aquel artículo que durante la Primera Guerra Fría, Europa occidental, lo que fue luego la Comunidad Económica Europea (CEE) y luego Unión Europea (UE) desde 1992, y los Estados Unidos estaban prácticamente aislados de los conflictos bélicos de otras partes del globo. Dejando aparte la Guerra Civil Griega (1946-1950), la Revolución de los Claveles en Portugal de 1974 o, más prolongadamente, la acción de grupos terroristas separatistas como el IRA en Irlanda del Norte y el Reino Unido o de ETA en España, el conjunto de naciones políticas que conformaron la UE pudieron vivir una relativa tranquilidad y aislamiento respecto de otra serie de guerras que sí definieron claramente el escenario geopolítico de la Guerra Fría: Guerra de Corea (1950-1953), Guerra de Indochina (1946-1954), Guerra de Vietnam (1955-1975), Revolución Cubana (1953-1959) y Crisis de los Misiles de 1962 (que casi detonó una Tercera Guerra Mundial, que acabó resuelto tras desmontar los misiles soviéticos en Cuba que descubrieron los estadounidenses, a cambio de desmontar misiles estadounidenses en Turquía), la Guerra Civil Libanesa (1975-1990), Guerra de Afganistán (1978-1992), Guerra de Irán-Iraq (1980-1988), Guerra Civil Angoleña (1975-2002), Guerra Civil Salvadoreña (1979-1992), toda la serie de golpes de Estado militares desarrollados en Suramérica durante la llamada Operación Cóndor (1968-1990), por citar solo algunos escenarios bélicos, siempre se desarrollaron alejados de los epicentros de poder político, económico y militar del bando capitalista de la Guerra Fría, EEUU y la CEE, luego UE. Sin embargo, con la caída de la URSS y el inicio del proceso de Globalización impulsado por EEUU, que seguía teniendo a la UE como centro fundamental de operaciones de dicha Globalización (proceso de universalización de la democracia liberal burguesa, del libre comercio, del capital financiero y de la sociedad de consumo masivo, además de las telecomunicaciones instantáneas que, supuestamente, asegurarían la consolidación rápida de dicha Globalización), los nuevos conflictos bélicos también consiguieron llegar a los lugares que, durante toda la segunda mitad del siglo XX, se habían considerado seguros, a salvo de cruentas guerras. El atentado terrorista del 11 de septiembre de 2001 que derribó las Torres Gemelas de Nueva York, y que tuvo como consecuencia la invasión de Afganistán e Iraq por parte de tropas de los EEUU y otras naciones, fueron un indicativo de la nueva situación que se avecinaba, aunque su antecedente real fueron los grupos yijadistas que operaron en Bosnia-Herzegovina y en Kósovo durante las Guerras Balcánicas que entre 1991 y 2000 se desarrollaron, destruyendo con ellas la unidad de Yugoslavia. Después de la destrucción de Iraq en la invasión de la llamada Segunda Guerra del Golfo (2003-2011) por parte de las tropas estadounidenses, que acabaron con el gobierno de Saddam Hussein, y de los procesos políticos de las llamadas Primaveras Árabes (2010-2012) llegaría la Guerra Civil Siria, iniciada en 2011 y que todavía continúa, la expansión internacional del terrorismo de corte yijadista llegaría a naciones como Francia, España, Reino Unido, Alemania, EEUU, Holanda, etc. Es decir, la Globalización desde el centro capitalista a sus periferias mundiales conllevó no solo la llegada de fuerza de trabajo migrante masiva y de mercancías baratas producidas en las naciones subdesarrolladas fruto del proceso de Descolonización, sino también el fin de la seguridad y aislamiento de EEUU y la UE de los conflictos que, en gran medida, los Estados capitalistas occidentales lograron desatar en diversas zonas del Planeta. Como diría Kaldor, “ya no es tan fácil aislar a Europa occidental y EEUU de los problemas de otras partes del mundo”. Los conflictos en Chechenia, Ucrania y Siria podrían analogarse, por la implicación de Rusia en los mismos, con la Primera Guerra Fría. Salvo que “estas [nuevas] guerras no sólo son difíciles de terminar, también son complicadas de contener”, debido al éxodo de desplazados y refugiados, el crimen organizado, la extensión universal del yijadismo o, como contestación, del fundamentalismo cristiano y de la llamada derecha alternativa, en una escala que EEUU y la CEE jamás sufrieron.


En criterios parecidos se expresó el periodista cubano y disidente anticastrista, Carlos Alberto Montaner, en otro artículo de similar título publicado en el medio conservador argentino Infobae el 26 de diciembre de 2016 (Montaner, 2016). La política de Putin encaminada a “burlar el escudo de misiles protectores con que Estados Unidos dota sus propias defensas y las de Occidente”, en palabras de Montaner, tenía como objetivo, siguiendo el argumento de Kaldor, acabar con la seguridad geopolítica de la UE y de EEUU, mediante lo que se llamó la “tríada” rusa: “el efecto de la cohetería nuclear de tierra, la acción de los submarinos dotados de armas atómicas y las bombas arrojadas desde los aviones”. Lejos de las críticas del actual presidente francés, Emmanuel Macron, a la OTAN, Organización del Tratado del Atlántico Norte, fundada en 1949 como organización militar interestatal de protección y apoyo mutuo entre Europa occidental y EEUU contra la URSS y sus aliados militares del Pacto de Varsovia, sobre, entre otras cosas, el “incumplimiento alemán de sus compromisos de financiación” (Voz de América, 2019), el presidente de EEUU, Donald Trump, exigió a Europa “que pague más en defensa y haga más concesiones a los intereses comerciales de Estados Unidos”. A juicio de Trump, acertado por otra parte, “nadie necesita más la OTAN que Francia”, pues ha sido una nación invadida dos veces durante dos guerras mundiales. El gasto en defensa que Trump exige al resto de socios de la OTAN tiene que ver con la reconstrucción del poder militar y diplomático ruso, con el auge yijadista en regiones que, durante la Primera Guerra Fría, parecían seguras y, sobre todo, por el auge un actor geopolítico que, poco a poco, ha ido recuperando un poder que había perdido, en realidad, hace siete siglos: China.


Fue ya en 2020 cuando fue editado uno de los primeros artículos que señalaba la llamada, hasta ahora, “Guerra comercial entre China y Estados Unidos”, como una “Nueva Guerra Fría”, pero con el nuevo actor chino como el antagonista principal frente a los EEUU. Se publicó el 7 de enero en The New York Times, y fue firmado por el historiador estadounidense Niall Ferguson. Para este historiador y ensayista, sus homólogos del futuro dirán que la “Segunda Guerra Fría” comenzó en 2019. Ferguson explica por qué Rusia no es el antagonista principal en este nuevo conflicto geopolítico de alcance universal:

Algunos insistirán en que la nueva Guerra Fría ya había comenzado –con Rusia- en 2014, cuando Moscú envió sus tropas a Ucrania. Pero el deterioro de las relaciones ruso-estadounidenses palidece en comparación con el ascenso del antagonismo chino-estadounidense que se ha desarrollado en los últimos años. Y aunque Estados Unidos y China probablemente pueden evitar una guerra “caliente”, una segunda Guerra Fría todavía es una posibilidad desalentadora. Algunos académicos pedantes tal vez digan que la nueva Guerra Fría comenzó con la elección de Donald Trump en noviembre de 2016 o en enero de 2018, con su imposición inicial de aranceles a lavadoras y paneles solares importados, muchos de los cuales se fabrican en China. Otros sugerirán como punto de partida admisible octubre de 2018, cuando el vicepresidente estadounidense, Mike Pence, denunció el uso de Pekín de “herramientas políticas, económicas y militares, así como de propaganda, para ampliar su influencia”. Sin embargo, no fue sino hasta 2019 que miembros de la elite política de todos los bandos adoptaron de manera definitiva el enfoque de confrontación a China del gobierno de Trump. Con notable rapidez, la hostilidad de Trump pasó a ser de una idiosincrasia de política exterior a aceptarse como sabiduría convencional. Hasta la senadora Elizabeth Warren, candidata presidencial demócrata, comenzó a pedir una postura más severa respecto a Pekín. La opinión pública dio un giro similar. Una encuesta del Pew Research Center mostró que el porcentaje de estadounidenses con una visión desfavorable de China aumentó de un 47% en 2018 a un 60% en 2019. […] Lo que comenzó como una guerra comercial –un toma y daca por los aranceles mientras las dos partes discutían sobre el déficit comercial estadounidense y el robo de propiedad intelectual por parte de China- se convirtió rápidamente en un cúmulo de otros conflictos. En poco tiempo, Estados Unidos y China se vieron involucrados en una guerra tecnológica originada por el dominio global de la compañía china Huawei en las telecomunicaciones de red 5G y en una confrontación ideológica en respuesta a los abusos infligidos a los uigures, una minoría musulmana, en la provincia china de Xinquiang, así como en una clásica rivalidad entre superpotencias por el predominio en ciencia y tecnología. También surgió la amenaza de una guerra de divisas por el tipo de cambio del yuan chino, cuyo debilitamiento frente al dólar fue autorizado por el Banco Popular Chino (Ferguson, 2020).

Ferguson apuntaba que, debido a la inferioridad en armamento nuclear de China respecto de EEUU, una eventual confrontación entre ambas superpotencias se dirima en el ciberespacio o, incluso, en el espacio exterior, algo que parece ya apuntado por Trump con su decisión de no reconocer a la Luna ni al resto de cuerpos celestes como propiedad común de la “Humanidad”, y susceptibles de explotación y colonización tanto estatal como empresarial por parte de los EEUU, así como la creación de la Fuerza Espacial de los Estados Unidos, precisamente para tratar de minar la exploración espacial de los taikonautas chinos. Pero EEUU realiza un juego geopolítico heredero de la Primera Guerra Fría que podría no funcionar con China como funcionó con la URSS, entre otras cosas porque la URSS, Imperio de herencia grecorromana y judeocristiana, eran tan centrífugo en sus pretensiones expansionistas como los EEUU, mientras que la República Popular China, de herencia cultural confuciana, “no tiene el mismo enfoque de expansionismo global que la Unión Soviética”. China significa “Reino del Medio”, “Nación Central” o “Imperio del Centro” en mandarín (Zhōngguó, (中國 en chino tradicional o 中国 en chino simplificado), y desde que su primer uso en el Shujing (siglo VI a. C.), o Clásico de historia que, en 58 capítulos, recoge toda la historia antigua de la Civilización China, se concibió a sí misma como el “centro de la Civilización”, entre los cuatro puntos cardinales (Norte o Di, Sur o Man, Este o Yi y Oeste o Rong). Diversos Estados posteriores al de la Dinastía Zhou, gobernante entre 1122-249 a. C. y segunda dinastía, tras la Shang, de la que se tiene constancia histórica, diversos Estados se han reclamado como Zhōngguó, es decir, como “Imperio del Centro”. Hoy, y desde 1949, la República Popular China fundada por Mao Zedong es la que se reclama, y es mayoritariamente reconocida, como Zhōngguó, como “Imperio del Centro”. Desde esta concepción civilizatoria milenaria, China se ve a sí misma como el Sol, y al resto de Estados de la Tierra como planetas o satélites que giran a su alrededor. Y esta visión influye en su geoestrategia actual, cuyo interés consiste en no expandir su modelo político, económico y social como hacía la URSS, sino su poder gravitatorio:

El dinero chino se destina a proyectos de infraestructura y a los bolsillos de políticos, no a movimientos guerrilleros extranjeros. La Iniciativa del Cinturón y la Ruta de la Seda, el emblemático programa de inversión en el extranjero del presidente Xi Jinping, no apunta a una revolución mundial (Ferguson, 2020).

La política exterior de Trump, además, se ha caracterizado desde su inicio en 2017 en no participar en conflictos bélicos abiertos. Sabe que ello supone un gran desgaste económico para EEUU, que debe reorganizar sus fuerzas económicas, de recursos materiales, en la nueva Segunda Guerra Fría que le enfrentará a China. De ahí la batalla por la inversión tecnológica en computación cuántica en Sillicon Valley, el inicio de una nueva carrera espacial abiertamente bélica y las pretensiones de reindustrializar la metrópoli imperial estadounidense, que perdió músculo industrial, entre otras cosas, por la relocalización de centrales productivas y de ensamblaje, sobre todo, en Asia y, particularmente, en China. Esto dejó sin empleo a millones de personas en EEUU, curiosamente las mismas que hace tres años dieron la victoria electoral a Trump cuando les prometió recuperar sus empleos y no dejar que ninguna fábrica se fuese a China o a México, entre otras latitudes. Sin embargo, aunque la ventaja estratégica, militar, tecnológica y cultural la sigue teniendo EEUU, el riesgo para el Imperio es estar convencido de que ganará esta Segunda Guerra Fría igual que ganó la Primera. Ferguson advierte:

[…] China plantea hoy un desafío económico mucho mayor del que en su tiempo fue la Unión Soviética. Los cálculos históricos del producto interno bruto muestran que en ningún momento durante la [Primera] Guerra Fría la economía soviética excedió el 44% de la de Estados Unidos. China ya ha superado a Estados Unidos en al menos un indicador desde 2014: el PIB basado en la paridad del poder adquisitivo, que refleja el hecho de que el costo de vida es menor en China. La Unión Soviética nunca pudo recurrir a los recursos de un sector privado dinámico. China puede. En algunos mercados, especialmente en el de la tecnología financiera, China ya está por delante de Estados Unidos. (Ferguson, 2020).

La situación de partida de la Segunda Guerra Fría, por tanto, no es la de la Primera, si bien la confrontación sigue siendo capitalismo vs. comunismo, pero desde un enfoque culturalmente confunciano, y cuya conexión con lo grecorromano y lo judeocristiano es, precisamente, el marxismo-leninismo pero pasado por el filtro de Mao, de Deng Xiaoping y, ahora, de Xi Jinping. La OTAN se creó para confrontar a la URSS, pero China no puede ser contenida como lo fue la Unión Soviética. Esta nueva Guerra Fría será larga, quizás de tantas décadas como la anterior, y aunque no sea la pretensión de China expandir su modelo sociopolítico, no puede descartarse en diversas naciones del mundo se puedan producir procesos revolucionarios socialistas y marxistas de nuevo cuño. Eso sí, ahora ni EEUU ni la UE son territorios a salvo de esos procesos como en la Primera Guerra Fría. Al saber esto, toda la carne en el asador que EEUU y sus aliados están poniendo para contrarrestar a China y su avance, en realidad su resurgimiento, se dirige a minar su credibilidad y potencia debido a la crisis derivada de la pandemia global por la COVID-19.


II. Breve cronología de la guerra comercial chino-estadounidense previa a la pandemia global por la COVID-19.


En marzo de 2018, Trump anunció la intención de imponer aranceles de 50.000 millones de dólares estadounidenses a los productos chinos, amparándose en el artículo 301 de la Ley de Comercio de 1974 del país que preside. Trump ordenó a la Oficina del Representante Comercial de Estados Unidos (ORCEU), encargada de desarrollar la política comercial que seguirá el Presidente de los EEUU en su gestión, que se aplicaran dichos aranceles. Para Trump, China llevaba años desarrollando prácticas comerciales que calificó de “desleales”, así como el robo de propiedad intelectual estadounidense para desarrollar sus propias manufacturas. Como represalia, Xi impuso aranceles a más de 128 productos estadounidenses, incluyendo la soja, la principal exportación estadounidense a la República Popular China. Los aranceles también alcanzaron a aviones, automóviles, chatarra de aluminio, productos derivados del cerdo, frutos secos, frutas y tuberías de acero. Los aranceles iban de un mínimo del 15% a un máximo del 25% en la soja. Después de esto, la ORCEU publicó una lista de más de 1300 categorías de importaciones chinas por un valor total de 50.000 millones de dólares estadounidenses, a las que también se establecerían aranceles, entre ellas armas, satélites, piezas de aviones, baterías, televisores de pantalla plana y dispositivos médicos.


En mayo, China canceló pedidos de importación de soja proveniente de EEUU. Entonces, es cuando la situación comienza a ser denominada “guerra comercial” por parte del secretario de Hacienda de Trump, Steven Mnuchin (Crutsinger y Wiseman, 2018). El capital financiero chino también sufrió los aranceles estadounidenses, pues hasta 50.000 millones de dólares en productos de tecnología industrial china los sufrieron en hasta un 25%, y se impusieron restricciones a la mejora e inversión en los controles de exportación de China para tratar de prevenir la adquisición de tecnología estadounidense. Ante esto, el gobierno chino anunció que cualquier negociación comercial entre ambas superpotencias sería nula en tanto que se establecieran dichas sanciones. De los 50.000 millones antedichos, 34.000 fueron gravados en julio, y el resto entre junio y agosto de 2018. China acusó a EEUU de iniciar la guerra comercial, cosa que era cierta, y advirtió de establecer aranceles similares a importaciones estadounidenses. A ello respondió EEUU con la imposición de aranceles adicionales de hasta un 10% a otros 200.000 millones de importaciones chinas si el gobierno comunista chino respondía con aranceles similares. China respondió amenazando con aranceles sobre 50.000 millones de mercancías producidas en EEUU, volviendo a acusar a Trump de iniciar la guerra comercial. En agosto, la ORCEU publicó una lista final de hasta 279 productos chinos que serían objeto de aranceles de hasta un 25%, por un valor total de 16.000 millones de dólares.


Desde el inicio de la contienda, China inició los procedimientos de solución de controversias de la Organización Mundial del Comercio (OMC), en relación con los aranceles que impuso a las importaciones de productos fotovoltaicos de silicio cristalino y servicios relacionados con energías renovables, todo producido en China. David Malpass, subsecretario de Asuntos Internacionales del Departamento del Tesoro de EEUU, y Wang Shouwen, viceministro de comercio de China, se reunieron en agosto en Washington DC, para tratar de reiniciar las negociaciones comerciales entre ambos Estados. Sin embargo, al día siguiente de la reunión empezaron a regir los aranceles sobre mercancías chinas por un total de 16.000 millones de dólares (WTO 2018). En diciembre, durante la reunión del G-20 en Buenos Aires, Argentina, Trump y Xi acordaron postponer la imposición de nuevos aranceles comerciales por un plazo de tres meses para permitir la reanudación de negociaciones. Pero transcurrido ese plazo, volvieron las hostilidades, incluso de manera aún más acusada, rebasando lo meramente comercial.


En mayo de 2019, y siguiendo instrucciones de la administración estadounidense, Google anunció que dejaría de proporcionar actualizaciones de Android, su sistema operativo para telefonía móvil, a todos los propietarios de teléfonos de esta marca. Esto repercutió en las nuevas unidades que produjo entonces Huawei, la empresa cooperativa china de telefonía móvil, que ya no podía utilizar las aplicaciones básicas de Google para funcionar como Play Store (aunque ya tenía App Gallery como sustituta), Gmail, Google Maps, etc. Huawei respondió que generaría sus propias actualizaciones. Todo ello fue precedido, en diciembre de 2018, del arresto en Canadá de Meng Wanzhou, directora ejecutiva de Huawei, acusada de fraude, conspiración y usurpación. Huawei fue incluida en la Lista Negra de EEUU de entidades chinas (46 en total) susceptibles de veto comercial, lo que provocó el cese de relaciones empresariales entre estas 46 empresas y muchas empresas estadounidenses. Facebook, Intel, Qualcomm, entre otras, terminaron relaciones comerciales con Huawei. No obstante, EEUU concedió prórrogas comerciales a sus empresas respecto a sus relaciones con Huawei. La cooperativa china, que ya en 2019 era la segunda empresa con mayor número de ventas a escala mundial de dispositivos móviles, muy cerca de la líder del sector, la surcoreana Samsung, aseguró que para 2020 tendría listo su propio sistema operativo alternativo a Android, llamado HarmonyOS (que ya venía desarrollando desde 2012), aunque en principio solo para televisores inteligentes y a la espera de recuperar sus relaciones empresariales con Google cuando el gobierno estadounidense lo permitiera. Huawei pretende convertir HarmonyOS es un sistema operativo orientado a aplicaciones industriales, a telefonía móvil compatible con aplicaciones Android, y al Internet de las cosas, interconexión de objetos cotidianos a nivel digital.


Trump negó, prácticamente desde el inicio de sus ataques, que se tratara de una guerra comercial. Desde su cuenta de twitter, @realDonaldTrump, el actual presidente estadounidense afirmó que “la guerra se perdió hace muchos años por la gente tonta o incompetente que representaba a los Estados Unidos”, agregando que el país sufría un déficit comercial de 500 millones de dólares anuales y un robo comercial por parte de china de 300 millones de dólares, situación insostenible comercialmente para el país. Supuestamente, el total de los aranceles que Trump estableció a las mercancías chinas solo suponía un 0,3% del PIB estadounidense, y su gabinete entendía que, en el largo plazo, las medidas beneficiarían a EEUU.


Pronto ocurriría el episodio más serio de esta guerra comercial, la cuestión de la tecnología 5G. EEUU prohibió a Huawei desplegar redes 5G dentro de su territorio, acusando a China de utilizar dicha tecnología para el espionaje. Sin embargo, China le recordó a EEUU los casos de espionaje masivo a través de las tecnologías de vigilancia Xkeyscore y PRISM, desarrollados por la Agencia Nacional de Seguridad de EEUU, escándalo destapado por el exempleado de dicha Agencia y de la CIA, Edward Snowden, en 2013, publicado por Wikileaks. Dichas tecnologías implicaban en actos de vigilanica y espionaje a empresas estadounidenses que, además, habían dejado de tener relaciones comerciales con Huawei, como Facebook, Google, Microsoft, pero también Dropbox, Yahoo! y Apple. De hecho, para evitar acciones de inteligencia estadounidenses en territorio chino es por lo que la República Popular desarrolló una aplicación de chat propia WeChat, desarrollada por la empresa Tencent, y la red social Weibo, con 368 millones de usuarios registrados a nivel mundial. Por motivos parecidos, la empresa china Alibaba desarrolló Aliexpress, como alternativa al proveedor de mercancías internacionales de Jeff Bezos, Amazon. 5G hace referencia a las tecnologías de telefonía móvil de quinta generación, sucesora de la 4G actual, por lo que todavía se encuentra en desarrollo. A diferencia de la 4G, cuyas velocidades máximas de transmisión de datos está entre los 12,5 MB/s para movilidad alta y los 125 MG/s para movilidad baja, la 5G en sus primeras versiones estandarizadas de 2019 sería, previsiblemente, “entre 10 y 20 veces más rápido que las actuales conexiones móviles”, provocando que “las interacciones con Internet o la nube serán casi instantáneas” (Yubal FM, 2020):

[…] el 5G todavía no ha sido implementado. Esto quiere decir que podemos teorizar u opinar sobre qué beneficios puede traer, pero que no lo sabremos definitivamente hasta que no se implemente y empiece a explotarse. De momento ya hemos visto demostraciones con cirugías teleasistidas en tiempo real, en la que el cirujano realiza las intervenciones a kilómetros de distancias. […] el 4G sirvió para conectar personas entre ellas, y el 5G es un nuevo salto que permitirá “conectar personas con todo lo que nos rodea”, impulsando ya no solo las comunicaciones, sino otros sectores como la automoción, la medicina, la salud o los hogares. (Yubal FM, 2020).

Lo cierto es que es difícil que una tecnología todavía en desarrollo pueda ya servir como fuente de información de contrainteligencia para los servicios secretos chinos dentro de EEUU. De hecho, las acusaciones estadounidenses a China todavía no han sido probadas, a pesar de los intentos de EEUU de que ni la UE ni países aliados suyos en otras latitudes como Australia o Nueva Zelanda, se nieguen a desarrollar dicha tecnología en sus territorios beneficiando a empresas chinas, a pesar de que una de las primeras empresas en desarrollar traspaso de información mediante tecnologías 5G fuese la sueca Ericsson. Reino Unido (que ya no está en la UE), Alemania, España y Francia (dentro de la UE), además de Suiza y, en América, Canadá, se han negado a seguir las advertencias estadounidenses sobre el 5G, aunque sí se han comprometido a realizar revisiones exhaustivas de las redes e infraestructuras que Huawei despliegue en estos países, o a condicionar las infraestructuras de Huawei a colaborar con empresas propias, como la ya nombrada Ericsson en Suecia o Nokia en Finlandia, algo que no perjudica a Huawei en principio. Sin embargo, las ya mencionadas Australia, Nueva Zelanda y también Japón sí se han comprometido a mantener restricciones severas contra las operaciones económico-tecnológicas de Huawei en sus territorios.


Así pues, mientras sí está probada la red de vigilancia en Internet por parte de empresas estadounidenses relacionadas con la ANS, no se ha probado la relación entre Huawei y una supuesta red de espionaje chino a escala internacional, y ya Nokia y Ericcson aseguraron que su desarrollo tecnológico no puede competir con los costes de producción baratos de Huawei, y de ahí su interés en cooperar con la cooperativa china. EEUU pretende impedir el avance tecnológico e industrial de China, pues amenaza la hegemonía global estadounidense, y de ahí el interés de Trump de relanzar la inversión en robótica, inteligencia artifical y redes inalámbricas a través del financiamiento de empresas como Apple (que no se dedica a la construcción de redes inalámbricas), Google y AT&T. Por eso se plantean alternativas al 5G como las redes LTE-M (la más rápida) y NB-loT, LPWAN (Ortiz, 2017), o el desarrollo de la computación cuántica que utiliza cúbits (|0>,|1> como estados básicos, α|0>+β|1> tras la superposición cuántica) en vez de bits (1,0 como estados básicos de información, que nunca pueden darse a la vez, al contrario que los estados de información informática cuántica), y que viene estudiándose desde la década de 1980, pero no fue hasta el 2019 que la empresa estadounidense IBM comercializó el primer ordenador cuántico de sobremesa, año en que Google afirmó haber alcanzado la “supremacía cuántica” en traspaso de información (Murgia y Waters, 2019). Sin embargo, China también puja por ser la primera superpotencia en computación cuántica, a través del físico cuántico Pan Jianwei, académico de la Universidad de la Ciencia y la Tecnología de China (USTC), “el Caltech de China”, y llamado allí el “padre lo cuántico”. Fue el responsable del cifrado cuántico del primer enlace de vídeoconferencia intercontinental del mundo basado en criptografía cuántica, realizado el 29 de septiembre de 2017, entre Pekín y Viena, a través del satélite chino Micius (Giles, 2019).


Las comunicaciones cuánticas y la computación cuántica aún están emergiendo, pero se encuentran entre los “megaproyectos” tecnológicos de los que el Gobierno de China espera avances importantes para 2030. Con este apoyo, el país espera convertirse en líder de la naciente era cuántica como hizo EEUU durante la era informática y la revolución de la información que siguió después. Pan, quien en 2011 se convirtió en el miembro más joven de la Academia China de Ciencias [con 40 años, actualmente tiene 49], es fundamental para que el Gobierno chino logre este objetivo. En una entrevista con MIT Technology Review, Pan habló sobre la importancia de la colaboración internacional, pero también dejó claro que China ve una ventana única para crear el próximo cambio de metas del panorama tecnológico. El experto detalló: “En el nacimiento de la ciencia de la información moderna solo éramos seguidores y aprendices. Ahora tenemos la oportunidad… de ser líderes”. Las ambiciones de Pan incluyen un plan para crear una constelación de satélites que se extienda por todo el mundo y forje el internet cuántico súper seguro. También espera ayudar a China a alcanzar, y quizás superar, a Estados Unidos en la construcción de los poderosos ordenadores cuánticos (Giles, 2019).


III. Guerra comercial, “guerra vírica” y guerra de propaganda alrededor de la COVID-19.


Nadie puede poner en duda que esta Segunda Guerra Fría recién iniciada vive un salto cualitativo a partir de la pandemia de la COVID-19, enfermedad desarrollada a partir del SARS-Cov2, una variedad de coronavirus. Una cronología del desarrollo de esta pandemia puede hallarse en la web oficial de noticias de la Organización de las Naciones Unidas del 15 de abril de 2020, así como las acciones llevadas a cabo al respecto por la Organización Mundial de la Salud (OMS), organismo de la ONU especializado en la gestión de políticas de prevención, promoción e intervención global en materia de salud física, mental y social (News UN, 2020). El 31 de diciembre de 2019, China notificó un “conglomerado de casos de neumonía en la ciudad de Wuhan, en la provincia de Hubei”, que con posterioridad se determinaron como causados por una nueva variedad de coronavirus. El 1 de enero de 2020, la OMS estableció el correspondiente Equipo de Apoyo a la Gestión de Incidentes en sus tres niveles (Sede central, sedes regionales y países adscritos), poniendo así a la OMS en “estado de emergencia” para abordar el brote de Wuhan. El 4 de enero, a través de sus redes sociales, la OMS informó de la existencia de un conglomerado de casos de neumonía en Wuhan, todavía sin fallecimientos. Al día siguiente, se publicó su primer parte sobre brotes epidémicos relativo al nuevo virus. Se trató de una publicación técnica de referencia para la comunidad científica y, también, para los medios de comunicación. Contenía una evaluación de riesgo y recomendaciones, así como información proporcionada por China a la OMS sobre la situación de sus pacientes, así como la respuesta de la salud pública china ante los casos de neumonía de Wuhan. El día 10, la OMS publicó en Internet un conjunto amplio de orientaciones técnicas con recomendaciones para todos los países sobre cómo detectar y gestionar casos y realizar pruebas de laboratorio. Sus orientaciones se basaron en los conocimientos sobre el virus que existían hasta esa fecha, y se remitieron a los directores regionales para emergencias a fin de que las distribuyeran entre los representantes de la OMS a cada Estado. Para aquel día, los datos científicos disponibles apuntaban a que no había transmisión entre seres humanos o ésta era limitada (News UN, 2020). Tomando como referencias pandemias similares del pasado como el SARS, Síndrome Respiratorio Agudo también originado en China en 2002 y que causó 765 muertes en 24 países (fue controlada en 2004), y el MERS, Coronavirus del síndrome respiratorio de Oriente Medio surgido en 2012 en Arabia Saudita y hoy aparentemente controlado, así como vías de transmisión de otros virus respiratorios, la OMS publicó orientaciones sobre prevención y control de infecciones destinadas a la protección de profesionales sanitarios, recomendando la adopción de precauciones contra la transmisión por gotículas y por contacto durante la atención a pacientes, y contra la transmisión aérea en intervenciones asociadas a generación de aerosoles.


El 12 de enero, China hizo pública la secuencia genética del virus causante de la COVID-19. Al día siguiente se confirmó un caso de la enfermedad en Tailandia, el primero fuera de China. Un día después la jefa técnica de la OMS, durante una rueda de prensa, señaló que podía haberse producido una transmisión limitada del coronavirus entre seres humanos en los 41 casos confirmados hasta entonces, a través de familiares, admitiendo por primera vez que existía riesgo de un posible brote más amplio. Los días 20 y 21 de enero, expertos de la oficina de la OMS en China y de la Oficina Regional para el Pacífico Occidental efectuaron una visita sobre el terreno en Wuhan. Dicha visita emitió una declaración el 22 en la que afirmaron que se había demostrado la transmisión entre seres humanos, advirtiendo que eran necesarias “más investigaciones para comprender plenamente la magnitud de esta transmisión”. El 23 de enero, el director general de la OMS, el etíope Tedros Adhanom Gebreyesus, convocó un Comité de Emergencias según lo previsto en el RSI 2005 (Reglamento Sanitario Internacional seguido por la OMS), para poder evaluar si el brote constituía una emergencia de salud pública de importancia internacional. Los miembros independientes de dicho Comité, procedentes de distintas partes del Mundo, partiendo de los datos conocidos hasta aquel momento, piden que se les convocase de nuevo en un plazo de diez días una vez que recibiesen más información, pues no alcanzaron un consenso evaluador al respecto. Sin embargo, antes de aquel plazo y solo dos días después de notificarse los primeros casos de transmisión limitada del coronavirus entre seres humanos fuera de China, Gebreyesus convocó de nuevo al Comité de Emergencias, llegando, esta vez sí, a un consenso, recomendándole generar la declaración de emergencia internacional. Gebreyesus aceptó la recomendación y declaró el 30 de enero que el brote del nuevo coronavirus, llamado entonces 2019-nCov, constituía “una emergencia de salud pública de importancia internacional” (News UN, 2020). Desde la entrada en vigor del RSI 2005, es la sexta vez que la OMS declaraba este tipo de emergencia.


Dos días antes, una delegación de alto nivel de la OMS encabezada por el propio Gebreyesus viajó a Pekín para reunirse con los dirigentes del gobierno, conocer in situ la respuesta al brote dentro del país y, en caso de necesidad, ofrecer asistencia técnica. Durante su estancia en la capital del Imperio del Centro, Gebreyesus acordó con el gobierno chino que un equipo internacional de científicos se desplazara en misión al país para comprender mejor el contexto y la respuesta general, así como intercambiar experiencias e información. Al mes siguiente, entre el 11 y el 12, la OMS convocó un foro de investigación e innovación sobre la COVID-19, al que asistieron más de 400 expertos y representantes de instituciones de financiación de programas de salud de todo el Mundo. En aquel foro intervinieron Wu Zunyou, jefe del Centro de Control de Enfermedades de China y epidemiólogo, y George Gao, su director general. Entre el 16 y el 24 de febrero, la misión conjunta de la OMS y China, en la que participaron miembros de diversos Institutos Nacionales de Salud y de Centros para el Control y Prevención de Enfermedades de EEUU, Canadá, Alemania, Corea del Sur, Singapur, Japón, Nigeria y Rusia, trabajaron en Pekín, Wuhan y otras ciudades chinas, trabajando junto a diversos científicos, funcionarios de salud y otros profesionales sanitarios chinos, recogiendo todas sus impresiones en un informe de misión conjunta. Como consecuencia, la OMS publicó el 3 de marzo el Plan Estratégico de Preparación y Respuesta de la comunidad internacional para ayudar a proteger a los Estados con los sistemas sanitarios más débiles. El 11 de marzo la OMS, habida cuenta de los alarmantes niveles de propagación de la COVID-19, por la gravedad de sus efectos sobre la salud y por los todavía entonces alarmantes niveles de inacción de muchos Estados, determina en su evaluación que la COVID-19 “puede caracterizarse como una pandemia” (News UN, 2020).


Dos días después se estableció el Fondo de Respuesta Solidaria contra la COVID-19 para recibir donaciones de instituciones, empresas y particulares para combatir la pandemia. Y el 18 de marzo, OMS y asociados pusieron en marcha el ensayo clínico internacional denominado “Solidaridad” (frente a la COVID-19), para con él poder desarrollar datos sólidos con el fin de encontrar tratamientos más eficaces contra la enfermedad. El resto es ya conocido por prácticamente todos los ciudadanos de las diversas naciones que integran el Mundo. Gebreyesus reclamó apoyo a la OMS pues, a su juicio, “es absolutamente fundamental para los esfuerzos en la lucha contra el coronavirus COVID-19”, pero lo hizo después de que Trump anunciara que suspendería los fondos que EEUU destinaba a la Organización, a expensas de una revisión de su respuesta al brote inicial en Wuhan de COVID-19. Y es que Trump dejó caer que el origen de la COVID-19 podría ser “artificial”, no producido por zoonosis (enfermedad animal traspasada a los humanos), y su expansión haber resultado bien por accidente, bien de manera deliberada para realizar la “dominación mundial” por parte de China. Siguiendo estas palabras de Trump, diversos bufetes de abogados de EEUU, Reino Unido e Israel han presentado demandas a China, con la intención de que ésta pague cantidades billonarias por los efectos causados por la pandemia. Esta respuesta de EEUU y sus más directos aliados contra China enmarcan el desarrollo de dicha pandemia dentro de uno de los episodios, de momento el más intenso, de lo que ya se puede denominar Segunda Guerra Fría. No en vano, y antes de estas demandas, la denominación de la COVID-19 como “virus chino” por parte de Trump, que parece consensuarse tanto entre republicanos como demócratas en EEUU, se encuadra en esta estrategia de propaganda ideológica contra China.


No obstante, la propaganda antichina fue inmediatamente contestada. Diversos artículos desmintiéndola fueron publicados en la web canadiense Global Research, en la agencia de noticias rusa Russia Today, y a través de la agencia oficial de noticias china Xinhua. Uno de los primeros artículos que ponía en solfa la propaganda estadounidense fue escrito por Larry Romanoff (2020), publicado en Global Research el 24 de febrero de este año. El autor recogió una información de una cadena de televisión japonesa, Asahi Corporation of Japan, según la cual 14.000 estadounidenses que murieron en 2019 supuestamente por influenza (gripe), realmente fallecieron por coronavirus, y que por tanto la COVID-19 se originó fuera de territorio chino, en los EEUU. El medio japonés aseguró, además, que era posible que el SARS-Cov2 fuese introducido en China durante la celebración de los Juegos Militares Mundiales, celebrados en Wuhan entre el 18 y el 27 de octubre de 2019, por parte de la delegación estadounidense, no se dice si deliberadamente o por accidente. Esta misma noticia fue recogida en la edición en inglés del Diario del Pueblo, periódico oficial del Partido Comunista de China fundado en 1948. La noticia fue editada un día antes (People’s Daily, 2020). Según medios estadounidenses, ya se desarrollaron en China casos de COVID-19 entre agosto y diciembre de 2019, sin poder demostrarse todavía estas informaciones. Esta línea de investigación, que trataba de analizar el verdadero origen de la enfermedad, fue seguida por el economista canadiense y profesor de la Universidad de Ottawa, Michel Chossudovsky, a la sazón fundador de Global Research. Según este profesor, que se declarase pandemia la COVID-19 el 30 de enero por la OMS, con solo 150 casos confirmados fuera de China, y solo seis en EEUU, obedeció a la presión de poderosos intereses económicos estadounidenses, que trataron de hacer responsable a China de lo sucedido, estrategia que pareció abortarse debido a la rápida respuesta sanitaria a escala nacional y global, construyendo hospitales de campaña en apenas diez días en pleno Wuhan y exportando multitud de material sanitario a diversos países afectados, como Italia o España, si bien con diverso grado de efectividad. Al boicot de Trump a los aranceles chinos en materia mercantil, se unió la denegación de entrada de ciudadanos chinos y estadounidenses que hubiesen visitado china 14 días antes del 31 de enero. El 11 de marzo, Trump amplió estas restricciones migratorias a personas provenientes de la Unión Europea. La web china, Global Times, además, hizo públicas unas declaraciones en el Congreso de los Estados Unidos de Robert Redfield, Director del Centro para el Control y Prevención de Enfermedades del país, en las que aseguró, sin dar fechas concretas, que varios estadounidenses (los 14.000 antes nombrados), aparentemente fallecidos por gripe, fueron diagnosticados póstumamente como fallecidos por COVID-19 (Chossudovsky, 2020). El portavoz del gobierno chino, Zhao Lijian, tras las declaraciones de Redfield, preguntó abiertamente dónde y cuándo surgió el “paciente número cero”, sino en China o en EEUU.


Por su parte, Russia Today afirmó el 5 de marzo de 2020 que la COVID-19 podría ser un producto de un ataque biológico estadounidense no solo sobre China, sino también sobre la República Islámica de Irán, uno de los países más afectados por la pandemia y enemigo geopolítico del Imperio Estadounidense (RT, 2020), una información que parte del jefe de la Organización de Defensa Civil de Irán, el general Gholam Reza Jalali pero que, como el propio general advirtió, “su sospecha requiere investigación en laboratorio y estudio del genoma del virus”. Según información de Philip Giraldi (2020), el SARS-Cov2 podría tener componentes relacionados con el VIH, virus que ocasiona la enfermedad conocida como Síndrome de Inmunodeficiencia Adquirida (SIDA), algo que no podría ocurrir de manera “natural”. Por ello, para Giraldi, solo cabrían dos posibilidades: o un escape accidental del SARS-Cov2 desde el propio laboratorio del Instituto de Virología de Wuhan, uno de los más seguros del Mundo a pesar de todo, o mediante su introducción desde fuera del país quizás durante los Juegos Militares Mundiales del 2019 en aquella ciudad, epicentro de la actual pandemia de la COVID-19. Sobre la primera posibilidad informó la RAI italiana en un reportaje en 2015, pero sobre lo segundo se sabe que el Instituto de Investigación de Galilea, Israel, que ahora afirma poder desarrollar una vacuna contra la COVID-19 en apenas tres meses, lleva al menos desde 2016 investigando sobre los efectos del coronavirus en aves, subvencionado por el Ministerio de Ciencia, Tecnología y Agricultura israelí, lo que podría dar a entender que este instituto, al igual que el de Wuhan, podría haber desarrollado el virus y su vacuna al mismo tiempo. Pues sería prácticamente imposible desarrollar una vacuna tan rápido, ya que estas requieren para su implementación final un periodo de, mínimo, diez meses y máximo dieciocho mediante procesos que pasan por su ensayo en animales y, si pasan estos ensayos, después en humanos infectados.


También se ha desarrollado una batalla informativa en torno a la cantidad de cepas de coronavirus que se han dispersado durante la pandemia. Según un virólogo chino de Taiwán, la cepa de SARS-Cov2 que se propagó por China y otras naciones de Asia como Japón, las dos Coreas, Filipinas o Singapur, eran una sola, mientras que las de Europa e Irán eran distintas a las asiáticas. Solo en EEUU se propagaron las tres cepas de coronavirus que, supuestamente, están expandiéndose por el Planeta. Así lo recogía en una investigación el Instituto Malbrán en Argentina (Telam, 2020), algo que negó el proyecto de investigación en código abierto Nextstrain de la Universidad de Glasgow (Infosalus, 2020), mientras que otro estudio de la Universidad de Cambridge afimraba que sí había tres cepas distintas de coronavirus distribuidas a escala global durante la pandemia (Infobae, 2020). Para liar más el asunto, un islandés dio positivo de COVID-19 en marzo infectado, simultáneamente, por dos cepas (Clarín, 2020). La supuesta existencia de varias cepas de SARS-Cov2 expandidas en diversos lugares del mundo, expandiendo con ello la COVID-19, reforzaría las teorías que afirman el posible origen fuera de China de la pandemia, mientras que su negación darían supuesta solidez a las que insisten en el origen exclusivamente chino, natural, accidental o deliberado de la enfermedad.


Lo cierto es que estas informaciones fácilmente pueden llevar a teorías de la conspiración esgrimidas por ambos bandos en esta Segunda Guerra Fría, ya con el coronavirus como arma arrojadiza entre EEUU y China. Una de las más llamativas e impactantes es la teoría de la Misión Anglosajona. Esta teoría, popularizada por los youtubers hispánicos Dross Rotzank (el novelista venezolano Ángel David Revilla) y El Mundo de Zowi, parten de un periodista e investigador de la web conspiranoica Project Avalon, y antes de otra similar, Project Camelot, llamado Bill Ryan. Sí es cierto que Ryan grabó un vídeo hace diez años, que puede encontrarse en YouTube subtitulado al español en el canal conspiranoico Fabio Complejo, dividido en seis partes y que, efectivamente, aparece en YouTube fechada su subida en 2010. En dicho vídeo Ryan, quien parece seguir una ideología espiritualista New Age, afirma no creer que los eventos que describe vayan a ocurrir realmente. Asegura que relata una información que le brindó un agente de inteligencia británico retirado, que durante una reunión con diversas personalidades de gran poder de la City de Londres, asociados a la francmasonería, en 2005, se planeaba tanto el bombardeo de Irán por parte de Israel (cosa que nunca ha ocurrido), como la liberación de armas biológicas dentro de China (en el vídeo lo afirma a partir del minuto 4:58):