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4.8- Neoliberalismo en descomposición. De cómo la pandemia pudo con Goliath


Por Yesurún Moreno Gallardo [1]



Resumen: El presente artículo trata de abordar sucintamente qué es exactamente el neoliberalismo y en qué doctrina filosófica se fundamenta (posmodernismo). Asimismo, pretende cuestionar el marco según el cual se plantea que la crisis de la covid19 nos arroja a un escenario de excepcionalidad, ¿por qué? Porque este enfoque anula el hecho de que hayamos estado viviendo en un escenario de completa excepcionalidad durante cuarenta años: la larga noche del neoliberalismo. El derivado de -simplemente- sugerir que estamos inmersos en un momento verdaderamente excepcional hace deseable volver a la “normalidad” neoliberal.

Hoy más que nunca conviene rescatar aquellas poéticas a la vez que demoledoras palabras del de Tréveris con las que inauguraba su célebre obra “Der achtzehnte brumaire des Louis Bonaparte” publicada en la revista Die Revolution en 1852: “Hegel dice en alguna parte que todos los grandes hechos y personajes de la historia universal se producen, como si dijéramos, dos veces. Pero se olvidó de agregar: una vez como tragedia y otra vez como farsa” (Marx, [1852] 1971: p.5). ¿Qué son sino “hecho y “personaje” Margaret Thatcher y su vástago predilecto?

Palabras clave: Neoliberalismo, Posmodernismo, Capitalismo, Utopía, Excepción, Pandemia.






Introducción: ¿qué es exactamente el neoliberalismo?

“El libre mercado es el único mecanismo que se ha descubierto para conseguir la democracia representativa”.   Friedrich A. Hayek

Todos nosotros en un momento u otro de nuestras vidas hemos oído hablar de aquello del “neoliberalismo”, pero ¿Qué es en realidad? ¿Es tan sólo un modelo económico? “¿Qué pasaría si, este orden económico no fuera más que la instrumentalización de una utopía?” (Bourdieu, 1997).


Lo cierto es que han corrido ríos de tinta acerca del origen del llamado “neoliberalismo”. Sin embargo, dados sus rasgos “mutantes” se ha hecho -en mi opinión- poco hincapié al estudio de su naturaleza.


Que sus padres fundadores fueron Ludwig von Mises y Friedrich A. Hayek [1] es ampliamente sabido. Que sus ideas fueron recuperadas y renovadas por Milton Friedman y la “Escuela de Chicago” también. Que sus programas se llevaron a cabo por las administraciones de Jimmy Carter, Ronald Reagan y Margaret Thatcher -entre otros- es de dominio público.


Del mismo modo, podríamos hacer una detallada lista de los valores que propugna; el individualismo, la competitividad, la flexibilidad, la desregulación, la privatización, la mercantilización… y un largo etcétera más. Básicamente vemos “el triomf cultural de la desigualtat” (Puigverd, 2018). Aun así, seguiríamos sin saber qué es exactamente el neoliberalismo. A finales del pasado mes de marzo, se publicaba un artículo en CTXT del laureadísimo geógrafo David Harvey en el que decía las siguientes palabras: “Los trabajadores han sido socializados para que se comporten como sujetos neoliberales y se culpen a sí mismos, o a Dios, si algo sale mal, pero nunca al capitalismo” [2]. Entonces, ¿existe un ethos propiamente neoliberal? ¿Y un cierto fetichismo por este que desvía la atención de las bases de acumulación capitalista?


La primera idea que debe quedar clara es que -en esencia- es “un proyecto político llevado a cabo por la clase capitalista corporativa” (Skaerlund, 2016) que tenía la pretensión de convertirse en lo que Pierre Bourdieu (1998) denomina “un modelo de racionalidad”.


De este modo, el neoliberalismo sólo triunfará cuando sus dos principales enemigos caen, uno como proyecto económico antagónico: el keynesianismo [3] y, el otro, como proyecto político alternativo: el comunismo [4]. De hecho, “en el frente ideológico se siguió el consejo de un tipo llamado Lewis Powell [5], que escribió un memorándum en el que decía que las cosas habían llegado demasiado lejos, que el Capital necesitaba un proyecto colectivo” (Skaerlund, 2016). Juan Carlos Monedero sostiene que en aquel entonces “el establishment apostaba por nuevas recetas”. Mucho antes ya Milton Friedman argüiría que “se necesitaba un cambio (…) y ya había una alternativa preparada” [6], el neoliberalismo. Esta “alternativa” tenía una idea constitutiva: la “intención de construir una nueva hegemonía basada en la sospecha del Estado” (Monedero, 2008).


En su libro Keynes vs Hayek el periodista Nicholas Wapshott explica que “ni Tatcher ni Reagan hicieron más que empezar en su intento por conseguir el objetivo último de Hayek de reemplazar el Estado por la empresa privada”. Esto se vería reflejado en la vertiginosa pérdida de “estatalidad que iba a parar a Estados extranjeros o manos privadas” (Monedero, 2008). Así, que “el proyecto neoliberal [como] conjunto de ideas novedosas, promovido por una red coherente de pensadores y activistas con una estrategia clara” (Monbiot, 2016) sea “tan fuerte y difícil de combatir solo [se explica] porque tiene a su lado todas las fuerzas de las relaciones de fuerzas” (Bourdieu, 1997).



I. Características generales del liberalismo



I.-1 La utopía del neoliberalismo

“Me siento más cerca de una dictadura neoliberal que de un gobierno democrático sin liberalismo”. Friedrich A. Hayek

A estas alturas, es importante destacar el carácter utópico de las ideas de Hayek. Nicholas Wapshott es tajante al columbrar que “el utopismo de Hayek acababa derivando en religiosidad”. Traigo a colación al teólogo de la liberación Frei Betto para tratar de establecer una relación entre capitalismo y neoliberalismo. Para Betto “el capitalismo es una religión laica fundada en dogmas que, históricamente, merecen poca credibilidad”. Así, de forma contraintuitiva, de dos doctrinas que -a priori- parecen profundamente materialistas observamos un denominador común: este carácter pseudo-religioso, utópico que nos remite a la idea bourdeuneana del “modelo de racionalidad”. Monedero coincide al formular que el neoliberalismo es “la utopía del capitalismo dejado a su libre articulación”. Gareth Stedman Jones, por otro lado, va mas allá al decir que “cuesta encontrar otra utopía que se haya hecho realidad de un modo tan absoluto”.


Pero el triunfo del neoliberalismo no se debe sólo a el cuestionamiento del keynesianismo como doctrina económica, ni a la desintegración de la URSS como contrapeso al prominente capitalismo, ni siquiera se explica por el hecho de conseguir que todo quedase “restringido a un solo espacio: el mercado, equivocadamente adjetivado de libre” (Betto, 2005).


Si bien es cierto que “las palabras que usa el neoliberalismo tienden más a ocultar que a esclarecer (…) asumimos y reproducimos su credo” (Monbiot, 2016) sin pestañear. ¿Por qué?

En primer lugar, porque utiliza la conmoción para aturdir e imponer.



I.-2 La doctrina del shock [7] y el neoliberalismo

“Del shock y de la conmoción surgen miedos, peligros y destrucciones inaprensibles para la mayor parte de la gente, para elementos y sectores específicos de la sociedad de la amenaza, o para los dirigentes. La naturaleza, bajo la forma de tornados, huracanes, terremotos, inundaciones, incendios descontrolados, hambrunas y epidemias también puede generar estados de shock y de conmoción” Naomi Klein, La doctrina del Shock

El neoliberalismo es principalmente una doctrina del miedo. Al haber logrado trasladar a la sociedad civil aquellos valores de los que hablábamos con anterioridad, esto es; el individualismo, la competitividad, la flexibilidad, la desregulación, la privatización, la mercantilización, se consiguió que aquello en torno a lo que se vertebraba la vida humana -el trabajo- sea hoy inestable, inseguro, precario y, sobre todo, fundamentado en la incertidumbre. Huelga decir que la incertidumbre es consustancial al propio sistema capitalista y, por extensión, también al neoliberalismo. Sin embargo, lo característico y singular del momento actual es la verificación de la agudización de las contradicciones que provocan una suerte de “crisis crónica”. La pandemia que estamos viviendo en pleno 2020 hace aflorar una crisis latente, la manifiesta, pero no es sino una sublimación, algo que no es novedoso y que se encuentra enquistado en el núcleo mismo de nuestra existencia como sujetos supuestamente libres y autónomos. Las imágenes escalofriantes que vemos a diario a raíz de la covid-19 no distan en nada de las que no llegamos a ver.


La existencia material de los individuos sigue dependiendo íntegramente de la renta del trabajo y esta se expone a continuos peligros en un mundo globalizado, cambiante en el que se ha derruido toda consciencia colectiva, todo sujeto revolucionario y toda certeza. Se ha deteriorado la lucha sindical, se ha reducido a la mínima expresión la conciencia de clase y se ha dinamitado el pacto intergeneracional que, al menos, trajo consigo la socialdemocracia.

Hoy, todo el mundo mira única y exclusivamente por sí mismo, buscando el lucro y el beneficio particulares, cualquiera puede hacer el trabajo de uno, nadie es indispensable para las grandes empresas, el miedo a perderlo todo ejerce de palanca para seguir socavando derechos laborales. Además, la desregulación, la privatización y la mercantilización han reducido a la mínima expresión aquella red de cobertura estatal que equilibraba la balanza. Naturalmente, “los gobiernos utilizan las crisis neoliberales como excusa y oportunidad” (Monbiot, 2016) haciendo posible que la “globalización neoliberal fuese imponiéndose como la forma de globalización hegemónica” (Monedero, 2008).


Sin embargo, no comparto la idea de Pierre Bourdieu de que el neoliberalismo sea un “programa de destrucción metódico de los colectivos”, sino más bien un programa de destrucción metódico de “lo colectivo”. En realidad, lo que ha conseguido el neoliberalismo es precisamente atomizar a las comunidades políticas en colectivos, en identidades con rasgos compartidos beligerantes con lo distinto, enclaustrándolos en la lógica (típicamente norteamericana o anglo) de los grupos de presión y los lobbys, alejándolos de aquella consigna: “El pueblo unido jamás será vencido”.[8]


Comparto la postura de Betto (2005): “el neoliberalismo es el nuevo carácter del viejo capitalismo”, a lo que añado, es la culminación lógica de este, así como su idea legitimadora. Obviamente, sin capitalismo no habría sido posible la aparición del neoliberalismo. A todas luces, capitalismo y neoliberalismo son ideas indisociables, distintas caras de una misma monera.


En segundo lugar, la naturaleza invisible del neoliberalismo como ideología ha sido otra razón de su éxito.



I.-3 El carácter espectral del neoliberalismo

“Yavhé Dios llamó al hombre y le dijo: ¿Dónde estás? Este contestó: te he oído andar por el jardín y he tenido miedo, porque estoy desnudo; por eso me he escondido. Él replicó: ¿Quién te ha hecho ver que estabas desnudo? ¿Has comido acaso del árbol del que te prohibí comer?”  Génesis, 3: 8-11

El neoliberalismo es a la sociedad lo que la manzana prohibida a la creación; el pecado original que nos ha mancillado. No obstante, si hay algo que distingue a Adán del neoliberalismo es el resultado. Adán quedó desterrado del Edén y el neoliberalismo logró pasar inadvertido erigiéndose a sí mismo como el nuevo Edén.


George Monbiot hace una agudísima observación al respecto: “la mayoría de la población desconoce el nombre de la ideología que domina nuestras vidas”. Efectivamente, “su anonimato es causa y efecto de su poder” (Monbiot, 2016).


Esto se explica porque no se ha logrado aún describir y categorizar al escurridizo neoliberalismo como lo que es en realidad, una ideología de primer orden. “El neoliberalismo es tan ubicuo que ni siquiera lo reconocemos como ideología” (Monbiot, 2016).


En efecto, su cometido es precisamente este -el de pasar desapercibido-. Cuando Marx y Engels escriben el Manifiesto Comunista [9] lo que pretendían era todo lo contrario, superar ese carácter espectral del comunismo. Querían erradicar la creencia de que su Socialismo Científico no se distinguía del Utópico, y que simplemente era un grupo reducido de revolucionarios que vertían sus subversivas ideas en periódicos como La Gaceta Renana. Ellos se quitaron la máscara e hicieron una declaración de intenciones, mientras que el neoliberalismo saca rédito amparado en la sombra. En definitiva, “la doctrina invisible de la mano invisible tiene promotores invisibles” (Monbiot, 2016).


Antes de entrar a valorar el tercer factor de su éxito, es decir, su capacidad de hacer creer que no existe una alternativa, expondré la raíz filosófica que lo explica. El credo neoliberal, como veremos a continuación, se deriva directamente de la filosofía posmoderna que es aquella que ha agotado toda alternativa.



II. De las implicaturas del posmodernismo

“Por esta nueva e hipnótica moda estética nace como síntoma sofisticado de la liquidación de la historicidad, la pérdida de nuestra posibilidad vital de experimentar la historia de un modo activo: no podemos decir que produzca esta extraña ocultación del presente debido a su propio poder formal, sino únicamente demostrar, a través de sus contradicciones internas, la totalidad de una situación en la que somos cada vez menos capaces de modelar representaciones de nuestra experiencia presente” Frederic Jameson, El posmodernismo o la lógica cultural del capitalismo tardío

Si en el Antiguo Régimen los hombres creían en la religión y en la Modernidad en la ciencia, es decir, el hombre era el arquitecto de la historia que se basaba en “imperativos fuertes”, con la llegada de la Posmodernidad ¿en qué diantres creemos?


Fíjense en la siguiente secuencia; “Dios ha muerto” (Nietzsche, 1882), “La muerte del autor” (Barthes, 1967), “El Hombre ha muerto” (Foucault, 1968), “La muerte de los grandes relatos” (Lyotard, 1986), “El fin de la Historia” (Fukuyama, 1992). Parece que llevamos más de un siglo licuando, derruyendo todo aquello que puede ser constitutivo de un proyecto en común. R. Koselleck consuma la proposición marxiana “todo lo sólido se desvanece en el aire” al hablar de la caída de los “marcadores de certeza”, esto es, Dios, el Estado, el Trabajo y la Familia. Del mismo modo el filósofo francés, Jean-François Lyotard en 1986 decreta la “muerte de los grandes relatos” fundacionales de la civilización occidental. ¿A qué relatos se refiere? Al relato cristiano, al relato marxista, a la ilustración y al racionalismo capitalista.


Este es el núcleo duro del posmodernismo, la disolución de toda teleología de la Historia. En definitiva, la supresión de la historicidad misma. Lo que anula el posmodernismo no es otra cosa que el sujeto y lo hace a partir de la caída de esas narrativas, certezas y mitos. Cuando todo ello se derrumba, lo que queda es el individuo frente al abismo, la nada. Y ahí entra la angustia que rige nuestra existencia.


Pero ¿podemos datar el nacimiento de esta doctrina filosófica? No hay una respuesta válida, aunque para seguir al hilo de la explicación acordaremos que este no se encuentra en el Mayo del 68 como se suele creer, sino en Margaret Tatcher.


Lyotard, autor de obras como “La condición posmoderna” (1979) o “La posmodernidad explicada a los niños” (1986), suele ser considerado desde la academia el iniciador del posmodernismo. En nuestra opinión, el francés vino a ratificar lo que Tatcher había pregonado con anterioridad: “There is no alternative”.


El posmodernismo, en efecto, se funda en la supresión de toda salida, superación o alternativa al capitalismo. Ese es el punto inicial. La caída de toda utopía, la quiebra del principio del progreso en la historia (que tanto liberales como marxistas asimilaban en su concepción del mundo) o, en su lugar, la sustitución de ese no-lugar novedoso, radicalmente nuevo por lo que Robert Spaemann denomina “utopía banal”. Es esta utopía banal que se circunscribe a los límites de lo posible y no osa transgredirlos la única que cabe dentro de los estrechos marcos de la rentabilidad capitalista en su versión neoliberal.


Entonces ¿en qué medida es el pensamiento posmoderno una filosofía reaccionaria? Apuntábamos el carácter anti-teleológico de ésta. Pues bien, el “telos”[10] en la filosofía aristotélica era el fin o el propósito, de ahí el término teleología (inevitabilidad de que la potencia se cumpla y se verifique a sí misma). La visión teleológica es la existencia de un decurso necesario, un orden y un sentido interno en la Historia. Divorciarse de ese sentido interno es dar pie a la anarquía y frente a tal anarquía tan sólo hay una actitud posible, una actitud epicúrea que se traduce, en última instancia, como el “Dasein”[11] heideggeriano, “estar en el mundo”. Esta estancia es pasiva, no hay vocación alguna de transformar el entorno en el que se vive. Es en definitiva un modo de ver, sentir y vivir indolente, reaccionario.


¡Qué paradójico que la Filosofía del Martillo, en la batalla por erradicar y superar la resignación cristiana, haya engendrado una “moral de esclavos” aún más pronunciada! Recuerden que es Nietzsche el que comienza esta cruzada y que el círculo se cierra en Heidegger o en Fukuyama, da lo mismo. El resultado es un “estar en el mundo” de espaldas a él.


Si aceptamos pues la detonación de toda historicidad el derivado lógico es que estamos atrapados en un eterno presente inermes dada la actitud de servidumbre consustancial al pensamiento posmoderno. No existe ni intención, ni vocación, ni voluntad de cambio.


Lo interesante de la raigambre filosófica del neoliberalismo es que por una cuestión meramente generacional yo -como muchos otros- no he vivido esa caída de la que hablaba. Quizá los más mayores sí hayan experimentado el desasosiego de este proceso. Sin embargo, estamos imbuidos por un ethos neoliberal, aquello que Lyotard bautizó como “condición posmoderna”. Es propiamente una condición no escogida más que una elección libre lo que determina nuestro modo de pensar.


De este modo, en paralelo al fin de la historia decretado por el politólogo Francis Fukuyama en 1991 asistimos al auge de lo que se conoce como Nuevos Movimientos Sociales[12]. Pareciera que con el triunfo indiscutible de la democracia liberal dejaríamos de vivir en tiempos “interesantes”, tiempos “políticos”, tiempos efectivamente “históricos”. Es en ese contexto y no en otro en el que el feminismo, el ecologismo, la multiculturalidad, el giro postestructural, los estudios decoloniales o la semiótica se arrogan el carácter emancipatorio de la lucha por los límites de lo posible. ¿El problema? Nacen a imagen y semejanza del modelo existente sin disputarlo radicalmente. Esas nuevas sensibilidades que se presentan como alternativas estarán mancilladas, impregnadas de las ideas dominantes de las que pretendían huir. No hay alternativa.


Ese es el atolladero al que nos empuja el triunfo del neoliberalismo de la mano del posmodernismo. ¿Cuál es el subproducto? La aniquilación de toda esperanza. Frente a tal ausencia los sujetos políticos -en el mejor de los casos- se desactivan o se alinean con toda aquella utopía disponible y banal que les brinde respuestas sencillas a problemas complejos. He ahí la frustración como caldo de cultivo a la efervescencia populista.


¿Qué hay del nihilismo? Gianni Vattimo, el único pensador posmoderno que se reconoce como tal, plantea que el objeto de sus reflexiones no puede ser otro que disolver definitivamente la idea de verdad. ¿Qué sucede cuando la verdad no existe o en caso de existir sólo pueda ser relativa? Con la muerte de -sobre todo- el relato cristiano y del relato marxista, con la caída de los marcadores de certeza (que en todo caso son elementos comunitaristas y no comunistas) la filosofía y el pensamiento posmodernos devienen operativos a los intereses del sistema capitalista. Si existe un sueño húmedo para las clases dominantes es hacer del pueblo una masa informe, inerte que en base al solipsismo individualista reduzca nuestra aspiración a ser hombres autónomos a la categoría de hombre unidimensional marcuseano.


Dios representaba la universalidad en la comunidad de fieles, creyentes al mismo tiempo que la igualación del género humano bajo el término “hijos de Dios”. El trabajo, en tanto que hecho social, nos obligaba a pensarnos como seres sociales y dependientes del trabajo ajeno. El Estado (aún con sus sesgos estratégicos y su marcado carácter de clase) suponía la representación de los “comunes” en la cosa pública. La familia era aquella primera institución en base a la cual se constituía la sociedad y se socializaban los sujetos.


Pero, volvamos al asunto de las defunciones enunciadas (de Dios, el Hombre, el Autor, los grandes relatos, la Historia…) Hay un pasaje bellísimo del filósofo y divulgador argentino Darío Stajnszrajber que nos ayuda a comprender mejor aquello de lo que hablamos. Veamos.


“Se trata de un hijo que mató al padre de todos los padres, no siendo el hijo, el hijo de todos los hijos (…) Fue nadie quien mató al único ser que no es nadie ni alguien, sino el ser mismo (…) ¿Quién mató a Dios? Maten al mensajero: la historia de las instituciones se ensaña con Nietzsche. Como si Nietzsche hubiera subido al cielo y le hubiese pegado él mismo a Dios tres tiros en la frente. Aunque tal vez haya sido mucho más efectivo simplemente el haber anunciado su muerte con tres palabras: el ‘Dios ha muerto’ ha dolido mucho más que la escena imaginaria de la muerte de Dios. Que un ser humano presuma afirmar que dios ha muerto. Y con palabras. Con las mismas palabras con las que Dios dijo: hágase la luz y la luz se hizo” (Stajnszrajber, 2019: p.245).


Sostengo aquí firmemente que el posmodernismo es, ante todo, una cultura de la muerte. Si no hay fundamento último, si lo absoluto es sistemáticamente negado, lo fundante pasa a ser la contingencia, el aquí y ahora, y ésta está atravesada por la muerte. La muerte es central en el pensamiento posmoderno, de ahí esa secuencia de defunciones más propia de la típica esquela de periódico que de la reflexión filosófica.


Así ¿qué confirman esas muertes? Que en nuestra era no existe un sujeto creador/transformador. Si muere Dios no hay creación, si muere el Hombre no cabe posibilidad alguna de transformación social, si mueren los grandes relatos perecen las ideas, el “telos”, sobre las que se fundamentaban, caen la Justicia, la Libertad y la Igualdad, si muere el autor no hay ni legado ni obra.


Frente a un panorama tan desolador, ¿qué nos queda? Este es un fotograma de aquellos aspectos que han hecho del neoliberalismo una distopía a la que era imposible renunciar. Pero ¿la crisis de la covid-19 puede resituarnos como sujetos políticos? Mi respuesta es clara, ahora es el momento de la pugna ideológica.



III. Nota final: ¿Huérfanos sin neoliberalismo?

“El modelo neoliberal es un nuevo contrato social (…) que se nutre esencialmente de la falta de alternativas que él mismo construye” Juan Carlos Monedero, Los nuevos disfraces del leviatán

Dice el prestigioso economista estadounidense Joseph E. Stiglitz que la principal victoria del capitalismo es hacernos creer que no existe una alternativa. Ciertamente, “el no hay alternativa thatcheriano es, a fin de cuentas, el gran legitimador del nuevo modelo de acumulación capitalista” (Monedero, 2016).


Betto observa que “millones de personas consideran el neoliberalismo una etapa avanzada de la civilización”. A todos ellos sería conveniente recordarles que tal y como expresó Walter Benjamin “toda obra de civilización, es a su vez una obra de barbarie” (Monedero, 2008).


Estamos ante un evento que puede romper la continuidad indiscutida de la falta de alternativas y la arrolladora hegemonía de la ideología neoliberal. El capitalismo en su expresión más nihilista nos había empujado ya a la intemperie de la incertidumbre.


¿Realmente estamos en un clima de confusión e incertidumbre mayor al que estábamos expuestos antes del estallido de la covid-19? ¿o simplemente esta pandemia ha acelerado un proceso que estaba en marcha? ¿Acaso no sentíamos el mismo desasosiego que se derivaba de un ritmo de vida trepidante, un trabajo precarizado, jornadas extenuantes que provocaban cada vez más la convergencia entre esfera privada y esfera laboral? ¿Acaso no estábamos huérfanos ya de toda certeza con la victoria del pensamiento posmoderno? ¿Acaso no estábamos ya los jóvenes anclados a la inestabilidad, a la imposibilidad de formar un proyecto de vida, de amor, de autorrealización? ¿Acaso estos mismos jóvenes no veíamos impedida la posibilidad de independizarnos a causa de unas condiciones materiales crecientemente hostiles y adversas? ¿Acaso nuestros mayores no estaban abocados a la más vergonzante soledad? ¿Acaso no nos habíamos olvidado de ellos? ¿Acaso no era ya evidente el colapso de nuestras sociedades? Ya nadie recuerda las insurrecciones que tuvieron lugar a lo largo y ancho del globo, desde América Latina a Asia ¿acaso no son suficiente indicador como para revelar los límites del sistema capitalista?


Y lo más importante ¿y si nos equivocáramos al tratar de justificar que lo que vivíamos antes de la pandemia era una situación de absoluta normalidad? ¿Y si esto no fuera más que un día tranquilo en Wall Street o el Bronx? ¿No estamos presenciando la revalorización del papel del Estado y, con ello, a la sospecha de los mercados?


Han saltado las costuras de todo lo que ya constituía nuestra realidad. Plantear la dicotomía normalidad/excepcionalidad con la crisis del coronavirus no es más que generar un horizonte de salida de esta en el que lo deseable es volver a lo “anterior”. Plantear que este, el escenario en el que vivimos es peor que el precedente es reproducir ad infinitum el mantra neoliberal que no es más que, repito, una expresión concreta de un sistema que ha dominado nuestras formas de vivir (y también de morir) impávido, durante al menos cuatro siglos. Todos estos autores que salen a la palestra, agoreros, desde Slavoj Žižek a Giorgio Agamben, pasando por Byung-Chul Han, esos filósofos de la biopolítica no se equivocaban en las conclusiones, sino en el objeto de sus críticas. Es hora de creer.


Cierro la reflexión con las ilusionadoras palabras del filósofo y sociólogo francés de origen sefardí Edgar Morin:

“Mientras que, para Fukuyama, la capacidad creadora de la evolución humana se ha agotado con la democracia representativa y la economía liberal, nosotros debemos pensar, por el contrario, que es esa historia la que está agotada, y no las capacidades creadoras de la humanidad” (Morin, 2011: p.33).


 

[1] Ambos, economistas pertenecientes a la “Escuela Austríaca” de economía. Tal y como explican Luciana Cadahia y Germán Cano en su reciente artículo El blackout de la crítica (2020): “Si en el año 1974 el Premio Nobel de Economía es obtenido por Friedrich August von Hayek y en 1976 por Milton Friedman, el galardón de 1979 pasará a manos de Theodore Schultz, tres luminarias del pensamiento económico neoliberal”. Este dato revela el triunfo indiscutible de esta doctrina. [2] Harvey, por un lado, nos invita a pensar “cómo el ethos neoliberal produce dispositivos de libertad acordes a su lógica económica” (Cadahia y Cano: 2020) al tiempo que remite al concepto marxiano de ideología. Esto es, “Las ideas de la clase dominante son las ideas dominantes en cada época; o, dicho en otros términos, la clase que ejerce el poder material dominante en la sociedad es, al mismo tiempo, su poder espiritual dominante” (Marx y Engels, 2014: p.39). [3] Con la crisis del petróleo de los años 70 las medidas keynesianas de intervención del Estado y estímulo de la economía -que habían abanderado la reconstrucción de la Europa de posguerra y asentado las bases del Estado del Bienestar- caerían por su propio peso al no ser capaces de dar respuesta a los problemas que engendraba el mundo globalizado y los “nuevos” fenómenos económico-sociales como la estanflación. [4] La caída del muro de Berlín y la desintegración de la URSS evidenciaban que el capitalismo en su ultimo estadio tanto en el plano económico como en el plano ideológico había triunfado. [5] The Powell’s memo called for corporate America to become more aggressive in molding society's thinking about business, government, politics and law in the US. The Powell Memorandum thus became the blueprint of the rise of the American conservative movement and the formation of a network of influential right-wing think tanks and lobbying organizations, such as The Heritage Foundation and the American Legislative Exchange Council (ALEC) as well as inspiring the US Chamber of Commerce to become far more politically active. CUNY professor David Harvey traces the rise of neoliberalism in the US to this memo. [6] Una alternativa que se había comenzado a construir a finales de los años 30 basada en modelos econométricos marginalistas. [7] Esta es una teoría desarrollada por la periodista, escritora y activista canadiense Naomi Klein. Básicamente hace una extrapolación de la doctrina militar de la guerra contra Irak a la descripción del capitalismo. [8] Canción protesta chilena, que se suele atribuir al grupo Quilapayún (aunque este fuera tan solo coautor). Conocida en el mundo entero como una de las más famosas canciones protesta de la historia. [9] Las primeras palabras del Manifiesto son: “Un fantasma se cierne sobre Europa: el fantasma del comunismo”. [10] El telos (del griego τέλος, ‘fin’, ‘objetivo’ o ‘propósito’) es el fin o propósito, en un sentido bastante restringido utilizado por filósofos como Aristóteles. Es aquello en virtud de lo cual se hace algo. [11] Dasein [ˈd̥ɑːza͡ɪ̯n] es un término que en alemán combina las palabras «ser» (sein) y «ahí» (da), significando «existencia». [12] A este respecto es fundamental la lectura de: “Partidos políticos y nuevos movimientos sociales” (1992) del sociólogo alemán Claus Offe.

Bibliografía

Sobre el autor [1] Barcelona, 23 de mayo de 1995. Estudiante de Ciencias Políticas y de la Administración en la Universidad de Barcelona. Académico en construcción. Estancia por el programa SICUE durante un semestre en la Universidad Complutense de Madrid (curso 2018-2019). Habilitado para investigar en la Biblioteca Nacional. Especial interés por la Teoría Política, la Filosofía Política, la Historia de las ideas, la geopolítica, la Economía Política y la Teoría del Estado. Conóceme: https://ub.academia.edu/YesurunMoreno https://twitter.com/yesu_1995?lang=es

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