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10.5- El legado de Karl Marx a la teoría del Estado

por Yesurún Moreno Gallardo


Resumen: El siguiente texto es parte del próximo libro de Yesurún Moreno, El Estado en disputa: un itinerario marxista (Imago Mundi, 2022), prologado por el catedrático de Historia Francisco Erice. En él su autor trata de reconstruir una teoría marxista del Estado partiendo de cien autores, defendiendo un modelo "relacional" al interno de la tradición filosófica iniciada por Marx. Como autor recurrente en La Razón Comunista, celebramos el estreno editorial de Moreno, camarada en línea con nuestro proyecto.


Palabras Clave: Estado, marxismo, teoría del Estado, lucha de clases, materialismo histórico.




Marx no “lo ha dicho todo” no sólo porque no tuvo tiempo para ello, sino porque “decirlo todo” no tiene sentido para un sabio: sólo una religión puede pretender “decirlo todo”. Una teoría científica por el contrario tiene siempre otras cosas que decir, por definición puesto que no existe más que para descubrir en sus soluciones mismas, otros tantos, sino más, problemas de los que resuelve.
Louis Althusser, Sur le travail théorique: difficultés et ressources, 1967.

El legado de la obra de Karl Marx se ve acechado constantemente por -al menos- tres oscuras sombras. Se trata de lugares comunes que, lejos de ayudarnos a enriquecer nuestras lecturas ad hoc de su producción teórica, entorpecen la correcta comprensión de un Marx que tuvo mucho que decir acerca de la dominación política del Estado burgués. Nos referimos a: (i) su supuesta falta de interés por la cuestión del Estado y lo político; (ii) el supuesto anacronismo de sus análisis, análisis que han perdido vigencia, caducos (debido al apego a acontecimientos históricos muy particulares); (iii) su supuesto carácter economicista en sus escritos. En lo sucesivo trataremos de reconocer qué hay de cierto y qué de mito en estos puntos.


En primer lugar, hemos de tener en cuenta que -tan sólo aparentemente- no hubo en Marx[1] pretensión por sistematizar una teoría del Estado como tal (más adelante matizaremos esta cuestión). De hecho, la opinión prevaleciente es que el de Tréveris «[…] había dejado una teoría económica coherente y elaborada del modo capitalista de producción, expuesta en El capital, pero que no había desarrollado una teoría política semejante sobre las estructuras del Estado burgués» (Anderson en Thwaites, 2007: 223)[2].


Como tampoco pergeñó una teoría detallada del Estado comunista que debía poner punto final a la dominación capitalista. Probablemente, uno de los primeros en señalar esta carencia fue Umberto Cerroni en un artículo titulado Inchiesta sulla ricerca marxista in Italia (1971) que fue publicado en la revista Rinascita del Partito Comunista Italiano quien denunciara la «[…] falta de una teoría del Estado socialista o de democracia socialista como alternativa a la teoría o, mejor dicho, a las teorías del Estado burgués, de la democracia burguesa» (Cerroni en Bobbio, 1977: 71). El propio Norberto Bobbio (1977: 46) se pondría en línea de continuidad con Cerroni al aseverar: «No es una paradoja: el pensamiento político marxista se ha ocupado mucho más de la extinción del Estado en general que de la construcción del Estado socialista, aun habiéndolo considerado (…) necesario»[3]. Ello lo achacará principalmente a dos motivos, a saber: (a) la primacía del partido (que al llegar al poder deviene históricamente Estado-partido); (b) la ilusión de la extinción del Estado (que centra los esfuerzos teóricos en la mera destrucción del Estado capitalista o, si más no, en su «superación», desprovista esta de contenido) y en menor medida a: (i) las disputas escolásticas[4] (debates y discusiones complejísimas que implican un «[…] cierto despilfarro de energía intelectual» (Bobbio, 1977: 74); (ii) el abuso del principio de autoridad (esa suerte de purismo bibliográfico de ir a las fuentes primarias que perpetúa «[…] una costumbre, un vicio, una deformación totalmente académica[5]» (Bobbio, 1977: 80) y en el que, dicho sea de paso, este trabajo corre el peligro de incurrir.


La perplejidad que genera la inmensa obra de Karl Marx nos induce a verlo como un ser omnipotente al que estamos en nuestro derecho de exigir toda suerte de explicaciones y recetas mágicas. Suficiente hizo por desentrañar las bases del modo de producción capitalista. El propio Jessop (1977:183) en su opúsculo Teorías recientes sobre el Estado capitalista de 1977 así lo reconoce:


Marx no ofreció un análisis teórico del Estado capitalista que pueda equipararse en profundidad y rigor con Das Kapital. Su trabajo sobre el Estado está compuesto por una serie fragmentada y asistemática de reflexiones filosóficas, historia contemporánea, periodismo y anotaciones incidentales[6].

Asimismo, Jessop (2018: 60) sostendrá la misma idea en otra parte, Marx y el Estado (2018), sugiriendo que muchas veces no reparamos en el hecho de que


Parte de su plan en seis volúmenes para El capital, que centró su actividad entre 1857 y 1863, era elaborar un libro sobre el Estado[7]. [Pero] el esfuerzo de Marx por profundizar en los temas de los tres primeros libros le llevó a centrarse más en la dinámica de acumulación económica que en la política dentro de su también inacabada crítica de la economía política.

También coincide el teórico marxista Lucio Colleti (1975: 29-30) al abroncar sobre: «[…] la debolezza e lo sviluppo frammentario della teoria politica all’interno del marxismo. In altre parole, si può anche leggere quella mia affermazione come un modo per dire che al marxismo manca una vera e propria teoria politica». Asimismo, el prestigioso historiador Eric Hobsbawm (2011: 60; 83) en su obra Cómo cambiar el mundo (2011) coincide al sostener que «Sobre política no hay ningún esfuerzo teórico sistemático análogo» a la crítica de la economía política en Marx, más bien «Sus obras en este campo adoptan, casi por completo, la forma periodística». Bobbio (1977: 81-82), por otro lado, mucho más ácido, pero no menos acertado (al menos parcialmente) dirá:


[…] las escasas indicaciones dadas por Marx sobre el Estado de transición en el comentario al episodio de la Comuna, constituye una nueva prueba de la exigüidad de la documentación sobre el tema del Estado (…) me pregunto cuál es el beneficio que podemos sacar, para la solución de los problemas de nuestro tiempo, desde la enésima glosa (…) a Marx (…), o sea, de un autor que podía tener todas las buenas intenciones del mundo en lo tocante a escribir una crítica de la política junto a la crítica de la economía, pero que en realidad no la escribió nunca.

Conviene recordar que fue otro italiano, en este caso el florentino Dante Alighieri, quien pronunciara tan bellas palabras: «De buenas intenciones está empedrado el camino del infierno». Aunque nadie duda de las intenciones del de Tréveris, tratar sus textos como algo prácticamente esotérico desdibuja el propio pensamiento marxiano, en cuyo caso deviene religiosidad. Debe haber una perfecta sintonía y adecuación entre el objeto de estudio y el modo de estudiarlo. El marxismo no puede ser otra cosa que un método que -como todos- presenta limitaciones. Si hay una ausencia en Marx sobre lo político (Erice, 2020: 475; 479; Piva, 2012: 29) es precisamente porque era un hombre y no Dios… Normalmente lo político se ha reducido a un epifenómeno respecto de una estructura fundamental que sería la base económica[8]. A saber, el Estado -según el marxismo clásico- no interviene nunca en contra de los intereses generales del capital. Sin embargo, si lo político es un mero reflejo de lo que ocurre en el ámbito de la economía, esta no siempre encuentra una traducción lógica en el campo de lo político (Solé Tura en Poulantzas, 1974: 22). En palabras del propio Jessop (2018: 65): «La fundamental -y fundamentalmente contradictoria- separación-en-la-unidad de los momentos económico y político de la dominación de clase implica que la esfera política no refleja de manera directa los antagonismos de la sociedad civil».


De ahí la necesidad de una distinción entre la política (entendida como la administración de las cosas) y lo político en un nivel mucho más profundo como estatus ontológico y fundacional, como antagonismo irreductible que constituye la sociedad. Y es que «[…] es en este terreno de lo político donde con mayor claridad se percibe la actual crisis del marxismo» (Fernández del Riesgo, 1990: 33). Esta distinción ha sido defendida por diversos autores en el seno del posmarxismo: Mouffe, Laclau, Rancière, Lefort, entre otros. Autores que, por lo demás, incurren en posturas politicistas (por oposición a las economicistas) que sobredimensionan el peso real del hecho político. Al dotar a lo político de un campo propio, se abre la posibilidad a que lo político adquiera una autonomía respecto del determinismo[9] economicista del marxismo vulgar. Muy en contra de lo que aquellos «críticos» y detractores del marxismo creen, resulta interesante la extensa reflexión de Eagleton (2015: 115-118) a propósito de las inexactitudes de la etiqueta «determinismo mecanicista»:


El propio Marx escribe en ocasiones como si lo político fuese un simple reflejo de lo económico. Pero también investiga a menudo los motivos sociales, políticos o militares que se esconden bajo los sucesos históricos, sin sugerir en ningún momento que tales motivos sean solamente las manifestaciones en la superficie de otros más profundos de índole económica. Las fuerzas materiales sí dejan a veces una impronta muy directa en la política, el arte y la vida social. Pero su influencia, es, por lo general, más a largo plazo y más subterránea (…) [Marx] dice que el modo en que los hombres y las mujeres producen su vida material fija unos límites al tipo de instituciones culturales, legales, políticas y sociales que construyen. La palabra “determinar” significa literalmente eso, “fijar límites a” (…) Constituye, más bien, un contexto (…) Tampoco los modos de producción generan solo aquellas ideas o instituciones que sea útiles a sus fines (…) Lo que Marx pretende decirnos es, simplemente, que eso no es así por mero accidente. Y es en este punto donde podemos formular la versión más positiva de su afirmación. Dicho a grandes trazos, la cultura, el derecho y la política de la sociedad de clases están estrechamente ligados a los intereses de las clases dominantes (...) la cuestión de la producción material (…) deforma la política, el derecho, la cultura y las ideas al exigirles que, en vez de florecer por sí mismas como tales, dediquen gran parte de su tiempo a legitimar el orden social dominante (…) Aun así, no deja de ser cierto que Marx enfatiza el papel central desempeñado por lo económico (…) en la historia transcurrida hasta la fecha. Pero esa idea no es ni mucho menos privativa de los marxistas.

Existe, no obstante, un peligro: todo es susceptible de ser problematizado y, por tanto, «todo es político». O, mejor dicho, a la inversa, puesto que «todo es político», corremos el riesgo de problematizar y problematizar hasta desdibujar el complejo entramado social al que nos enfrentamos. El peligro que conlleva esta aseveración es hacer de lo político algo tan amplio que se desfigure, desgajándose por completo de la realidad de lo concreto. Debemos referirnos a autores que están por fuera de la tradición marxista como tal para poder hacer una arqueología del concepto de lo político. Este es un gran vacío en la literatura marxista. Pero, aun aceptando ese vacío, conviene recordar que, al igual que lo que advirtiera Jessop (1977):


La ausencia de una teoría marxista del Estado y del Derecho[10] socialistas no quiere decir, empero, que no exista una teoría marxista del Estado y del Derecho. La escasez de los textos marxianos que abordan concretamente el estudio del Estado y del Derecho, su carácter fragmentario, la diversidad de su contenido, las diferentes épocas en que fueron redactados, su falta de sistemática, son rasgos que se descubren con la lectura de los mismos. Sin embargo, una característica común les aglutina: su referencia a un tipo de Estado, el Estado burgués-capitalista (Sánchez González, 1981: 37).

Y es que cuando tratamos de comprender el funcionamiento del sistema político-económico que rige nuestras vidas hoy, en pleno siglo XXI, debemos hacer por fuerza referencia expresa a los estudios y reflexiones de Marx. Su obra, si se me permite la analogía, se asemeja a un buen vino que, con el paso del tiempo, adquiere cada vez más y más matices en su aroma y su sabor. Debemos defender a ultranza la vigencia de los escritos marxianos, no de un modo partidista, sino como científicos sociales.


Por ello, cuando un método (sea el que fuere) no ayuda a develar los entresijos de la realidad a la que se enfrenta, este debe ser desechado si no total, al menos sí parcialmente. Al igual que, por ejemplo, descartaríamos el empirismo si tuviéramos que abordar cuestiones de orden metafísico. Esto estriba en algo que puede parecer una obviedad: «[…] el problema del método no puede ser planteado en abstracto como si se tratara de un conocimiento sustantivo, con entidad propia, sin relación con un objeto determinado» (Pérez Royo, 1979: 85). Y es precisamente aquí donde el método que inauguró Marx adquiere todo su potencial. El objeto de estudio, es decir, el Estado de tipo capitalista se esconde tras una maraña de mistificaciones que desde un enfoque marxista pueden ser despejadas con mayor precisión que desde la teoría del Estado mainstream.



I. Navegando en las páginas de Karl Marx: tres nociones sobre el Estado


Permítanme pues señalar que es posible identificar tres tratamientos sobre el Estado en la obra de Marx. Pese a que ciertamente no encontramos en el pensador alemán una sistematización del estudio del Estado, es menester señalar en qué pasajes y en qué obras abordó, de forma más o menos tangencial, esta cuestión. Siendo conscientes de que toda categorización de la obra de un autor corre el riesgo de desdibujar tanto las continuidades como las discontinuidades de su pensamiento, consideramos oportuno hacerla aquí. Categorización que tiene como punto de fuga «[…] una tensión que recorrerá toda su obra: o el Estado tiraniza a la sociedad o es un reflejo directo de ella (…) el Estado es un instrumento de la clase dominante o refleja la relación de fuerzas entre distintas sociales» (Cantamutto, 2013: 103) y que dará lugar a encarnizados debates sobre sus opiniones y, por ende, a distintas interpretaciones de su obra.


Según explica Bob Jessop tanto en Teorías recientes sobre el Estado capitalista (1977) como en su breve artículo Marx y el Estado (2018) el interés por el Estado en Marx, como locus de la dominación política en el sistema capitalista, se divide en tres definiciones. Veamos.


1) El Estado como un instrumento del poder de clase[11]. No nos detendremos aquí ya que seguidamente entraremos en la que parece ser la teoría marxiana sobre el Estado que ha llegado en mayor medida a nuestros días (puesto que se ha revisitado con frecuencia a lo largo del siglo XX). Nos interesa la opinión del político y jurista español Jordi Solé Tura (1974: 10) que en su prólogo a Sobre el Estado capitalista (1974) de Poulantzas, sostenía: la teoría política marxista oficial «[…] ha vivido aferrada a una interpretación mecanicista y lineal del lapidario concepto de Marx y Engels» acuñado en el Manifest der Kommunistischen Partei (Manifiesto del Partido Comunista) de 1848. Esto es, la formulación del Estado como consejo de administración de los intereses de la burguesía, que con sus claras limitaciones ha llegado a nuestros días, sobre todo, por el trabajo de autores como Lenin y Miliband.


2) El Estado como una autoridad autónoma. Perspectiva según la cual una relación laxa entre forma de gobierno y forma de Estado habilita al gobierno en cuestión -bajo determinadas circunstancias- a «[…] ejercer su autoridad excepcional con objeto de imponer el orden social o de perseguir sus propios intereses de un modo parasitario» (Jessop, 2018: 62). Esta concepción parasitaria del Estado responde al hecho de que Marx todavía profesaba ideas políticas radical-liberales y aún no había desarrollado su lectura sobre el modo de producción capitalista y, por ende, del Estado burgués. Esta perspectiva aparece, pues, insistentemente a lo largo de los análisis que el alemán hizo sobre las décadas 1850 y 1860, es decir, bajo el periodo del caudillaje bonapartista. No debe sorprendernos que dicha experiencia atraviese las páginas de Der achtzehnte brumaire des Louis Bonaparte [12] (El dieciocho brumario de Luis Bonaparte), publicada en la revista Die Revolution en 1852, puesto que «Francia proporcionó el principal punto de referencia para su análisis del Estado de tipo capitalista» (Jessop, 2018: 63)[13]. La tesis fuerte de Marx en este texto sugiere la imperiosa necesidad de que el proletariado destruya el aparato estatal burgués-capitalista, ya que: «Los partidos que luchaban alternativamente por la dominación consideraban la toma de posesión de este inmenso edificio del Estado como el botín principal del vencedor» (Marx, 2003a [1852]: 108). Más adelante, en Der Bürgerkrieg in Frankreich (La guerra civil en Francia), panfleto publicado en 1871 a propósito de la experiencia de la Comuna de París[14] del mismo año, se reafirmaría al exhortar a lo siguiente: «[…] la clase obrera no puede limitarse simplemente a tomar posesión de la máquina del Estado tal y como está y servirse de ella para sus propios fines» (Marx, 2003b [1871]: 61). Resulta llamativa la expresión «tal y como está» puesto que del tono se destila que se exige un cambio radical de las estructuras del mismo mediante la revolución, pues de lo contrario resultaría imposible «servirse de ella [de la máquina del Estado] para sus propios fines [los del proletariado]». Idea que resonará en el planteamiento de Claus Offe (1974) para quien el Estado de tipo capitalista nunca puede llegar a ser el instrumento de absolutamente ninguna fuerza no-capitalista.


3) El Estado como una forma alienada de organización política que está basada en la separación entre gobernantes y gobernados. Separación, por otro lado, ficticia y fetichizada[15] (Bourdieu, 2014 53): «[…] una comunidad ilusoria de interés bajo la cual yacen [en realidad] continuos antagonismos» (Jessop, 2018: 63). Lo interesante de este tercer tratamiento es, que logra «desenmascarar» -en lenguaje marxiano- esa separación artificial que impregna toda la teoría liberal acerca del Estado pues, «[…] como Marx escribió en La lucha de clases en Francia, 1848-1850, hay una contradicción fundamental en el corazón de toda constitución democrática» (Jessop, 2018: 65). Separación que el alemán caracteriza, primordialmente, como duplicación (Verdoppelung) o desdoblamiento de la sociedad en sociedad y Estado: «[…] que hace que la economía y la política sean autónomas la una de la otra, pero autónomas como momentos de una unidad contradictoria» (Altvater y Hoffmann, 2017: 58). Este enfoque fue desarrollado por Marx en su obra Zur Kritik der Hegelschen Rechtsphilosophie (Crítica de la Filosofía del Derecho de Hegel) publicada en Deutsche-franzosische Jahrbücher (Anales franco-alemanes) en 1844. Aunque el planteamiento central lo retomará en sus observaciones sobre la Comuna de París de 1871, en donde defenderá que el poder del Estado «[…] ha sido siempre el poder de mantener el orden, es decir, el orden existente de la sociedad, y por consiguiente de subordinación y explotación de la clase productora por la clase apropiadora» (Marx en Jessop, 2018: 62).


Esta última postura pondría el acento en el adjetivo burgués en lugar de en el sustantivo Estado. En otras palabras, este tratamiento fundado en la separación «[…] de los momentos económico y político de la explotación y la dominación en el capitalismo (…) pasó a ser la base distintiva permanente, estable y esencial de su interpretación acerca de la especificidad histórica del Estado capitalista» (Jessop, 2018: 62).


Si bien es cierto que tanto en Die Deutshce Ideologie (La ideología alemana) de 1845 como en el tercer tomo de Das Kapital (El Capital III), editado y completado por Friedrich Engels tras la muerte de su compañero en 1894, se tocan ciertos temas de interés relacionados con el Estado capitalista tales como la «ideología dominante» o la «forma de Estado», estos no resultan estrictamente de nuestro interés puesto que entran en el ámbito de la lectura epifenoménica de la dominación política en la que argumentar que «[…] históricamente el Estado ha desempeñado un papel crucial en garantizar las relaciones de propiedad y la dominación de clase (…) implica que las relaciones sociales de producción conforman las relaciones sociales de dominación y servidumbre» (Jessop, 2018: 64).



II. A modo de conclusión


Con todo, se ha pretendido escapar de aquellas posturas cómodas y facilonas en lo concerniente a la supuesta ausencia de lo político en la obra de Marx sin por ello, despreciar el hecho incontrovertido de que sus reflexiones sobre el Estado se encuentran desperdigadas por sus sendos escritos. Columbramos pues que sí hubo un proyecto en Marx de hacer una teoría del Estado que se vio abortado por su repentina muerte (Reiss, 2000; Boron, 2006; Cantamutto, 2013) y que, a lo largo de su obra hay una continuidad en el interés por la cuestión del Estado capitalista, aunque se muestre de forma fragmentada o secuencial (Harvey, 2007: 287). Tampoco es cierto que el pensamiento marxista sea determinista o economicista. Quizá tenga algún sentido hacer esta crítica a la producción teórica marxista que nació de la II Internacional, pero es tremendamente injusto seguir empleando este cliché contra el que sea probablemente el científico social que nos arma con un arsenal de sofisticadísimas herramientas para comprender y transformar la realidad que nos rodea.


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Anexo


Borrador de trabajo sobre el Estado moderno de Karl Marx[16], noviembre de 1844


1º. Historia de la génesis del Estado moderno o la Revolución francesa. La supervaloración del sistema político - confusión con el Estado antiguo. Relación de los revolucionarios con la sociedad burguesa. Duplicación de todos los elementos en el sistema de la sociedad burguesa y en el sistema del Estado.

2º. La proclamación de los derechos del hombre y la constitución del Estado. La libertad individual y el poder público.

2º. bis. Libertad, igualdad y unidad. La soberanía popular.

3º. El Estado y la sociedad burguesa.

4º. El Estado representativo y la Charte. El Estado representativo constitucional. El Estado representativo democrático.

5º. La división de poderes. Poder legislativo y poder ejecutivo.

6º. El poder legislativo y los cuerpos legislativos. Los clubs políticos.

7º. El poder ejecutivo. Centralización y jerarquía. Centralización y civilización política. Sistema federativo e industrialización. La administración estatal y la administración local.

8º. El poder judicial y el derecho.

8º. bis. La nacionalidad y el pueblo.

9º. Los partidos políticos.

9º. bis. El derecho electoral, la lucha por la supresión del Estado y de la sociedad burguesa


(1) Para seguir el itinerario biográfico-intelectual del renano al respecto, se recomienda la lectura Sobre la noción de Estado en Marx: un recorrido biográfico-teórico (2013), breve y conciso artículo de Francisco J. Cantamutto.

(2) Sobre esta cuestión hay un amplio consenso académico (Bobbio, 1977; Jessop, 1977, 2018; Fernández del Riesgo, 1990; Barrow, 2000; Hobsbawm, 2011; Artous, 2016; Erice, 2020, entre otros).

(3) En ello coincide el profesor de Teoría Política de la Universidad de Oxford, David Leopold (2012: 266), quien, en su estimulante obra The Young Karl Marx. German Philosophy, Modern Politics, and Human Flourishing (2007), dirá: «Marx ofrece una explicación crítica de la vida política moderna relativamente clara, pero las observaciones relacionadas con el sistema que la sustituirá son brevísimas». También el teórico alemán Claus Offe (1990: 146-147) ofrece una crítica similar: «[…] si bien no hay por parte conservadora ni una teoría coherente ni una estrategia realista sobre el orden social de un Estado no-del Bienestar (…) no es perfectamente evidente que la situación sea mucho mejor en la Izquierda, donde cabría hablar de una teoría coherente del socialismo, pero no de una estrategia consensuada y realista para su construcción».

(4) El historiador Josep Fontana, discípulo de Pierre Vilar, recoge un fragmento de La doctrina socialista (1899) de Karl Kautsky en el que el teórico socialdemócrata emplea precisamente el término «escolástico»: «Yo comparto absolutamente la opinión de Lafargue, quien califica de escolástico el hecho de discutir la exactitud de la concepción materialista de la historia en sí, en lugar de comprobarla por el estudio de la historia misma» (Kautsky en Fontana, 1982: 147).

(5) En opinión del propio Fontana (1982: 148) «la fosilización del marxismo» comienza cuando «[…] habiendo entrado la socialdemocracia alemana en una práctica política que no preveía la revolución y contemplaba el socialismo como un objetivo remoto, se había disociado el cuerpo teórico del materialismo histórico (…) [deviniendo] una forma peculiar de academicismo».

(6) Y es que la problemática del Estado aparece a lo largo y ancho de toda la obra de Marx que se pretendía como una «anatomía de la sociedad burguesa», a saber, en sus artículos de la Gaceta Renana, en los manuscritos de 1843 (Crítica a la filosofía del Estado en Hegel), en La ideología alemana, en el Manifiesto Comunista, en El 18 Brumario de Luis Bonaparte, en la Contribución a la crítica a la economía política, en El capital, en La guerra civil en Francia, en la Crítica al Programa de Gotha «[…] prácticamente no hay texto importante de Marx donde la reflexión sobre el Estado no emerja con fuerza» (Castillo, 2007: 23). De ello se deriva un problema del que dio cuenta elocuentemente Norberto Bobbio (2001: 133-134) en su libro Ni con Marx ni contra Marx, a saber, «[…] que, a causa de esta fragmentación, y también a causa del hecho de que estos fragmentos están diseminados a lo largo de un período de más de treinta años, y que las tesis que ellos concisamente expresan son a menudo expuestas en forma ocasional y polémica, toda reconstrucción demasiado rígida de la teoría marxiana del Estado corre el riesgo de ser deformante o, por lo menos unilateral».

(7) Según la información de la que disponemos, presumiblemente en noviembre de 1844 Marx elaboró un borrador de trabajo sobre el Estado moderno. Se encuentra en MECW Vol. 4, p. 666. Lo pueden consultar en el anexo al final de este documento. Disponible en: https://marxists.architexturez.net/archive/marx/works/1844/11/state.htm

(8) El profesor británico de estudios culturales Terry Eagleton (2015: 115) a propósito de esto emplea una ilustrativa imagen «El tráfico entre la “base” económica y la “superestructura” social no es en un solo sentido».

(9) Pero ¡ojo! Que en este trabajo se cargue tintas contra cierto «determinismo» o vulgarización del marxismo no nos decanta del lado de esa clase de «cantos de sirena» según los cuales: «[…] “las contradicciones del capitalismo se convierten, mediante la prestidigitación ‘posmarxista’, en simples problemas semánticos” y “los fundamentos estructurales del conflicto social se volatilizan, en la envolvente melodía del discurso”» (Boron en Erice, 2020: 239).

(10) Para la cuestión del derecho y el Estado desde una óptica marxista nos remitimos a la obra La teoría marxista del Derecho y el Estado (1932) del jurista soviético Evgueni Pasukanis quien en palabras de Remigio Conde (1968: 69-73): «[…] tomó la decisión de hacer en la ciencia jurídica lo mismo que Marx había hecho en la economía, y se asignó la tarea de descubrir la categoría más simple de la forma del derecho (…) Pasukanis no niega que los seres humanos puedan tener una experiencia psicológica del derecho (…) la cuestión estriba en probar si las categorías jurídicas no tienen más que un significado ideológico (…) ¿son las categorías jurídicas formas objetivas de pensamiento que corresponde a relaciones sociales objetivas? (…) El derecho que es necesario tomar como base para la construcción de una teoría general del derecho es, para Pasukanis, el derecho burgués, porque sólo la sociedad burguesa y capitalista crea todas las condiciones esenciales para que el elemento jurídico consiga su más completo desarrollo en las relaciones sociales».

(11) Carácter de clase que, aunque parezca de Perogrullo, se explica por el lugar que ocupan las clases en el modo de producción capitalista, lugar que debe rastrearse en la génesis de la plusvalía, esto es: «[…] únicamente a través del análisis de la forma específica en que se impone y reproduce constantemente a escala ampliada la contradicción burguesía-proletariado será posible explicar la forma concreta que asume el Estado en la sociedad capitalista (…) Sólo en el cambio entre el capital y el trabajo, entre trabajo objetivado y trabajo vivo, se produce el intercambio entre magnitudes formalmente equivalentes, pero materialmente no equivalentes (…) base material sobre la que se eleva el Estado (…) El Estado es, justamente, el instrumento para mantener dicho antagonismo dentro de los límites necesarios para que la reproducción del modo de producción capitalista sea posible» (Pérez Royo, 1982: 131-141).

(12) El propio Jessop (2018: 66) nos da la clave: «Marx estudió la especificidad de las luchas políticas en el campo del Estado moderno».

(13) Eric Hobsbawm (Hobsbawm, 2011: 65) sintoniza con esta idea: «Francia sería para el resto de su vida la ejemplificación “clásica” de la lucha de clases en su forma revolucionaria y el principal laboratorio de experiencias históricas en el que se formaron la estrategia revolucionaria y la táctica».

(14) En cuanto a la experiencia de la Comuna y su papel en la teorización marxista del Estado conviene no caer en la exageración y desproporción de derivar formas generales de una experiencia que duró apenas unos meses. El politólogo italiano Norberto Bobbio (1977: 34) ya en su ¿Qué socialismo? Discusión de una alternativa abroncaba así a los teóricos marxistas: «Pienso que nadie cree hoy seriamente que los problemas de la organización política de un gran Estado -y los Estados o bloques de Estados se hacen cada vez más grandes- puedan ser resueltos mediante las indicaciones que Marx había tomado de la observación de algunas formas de organización provisional con que había sido llevada la lucha de la Comuna contra el Estado francés y que habían sido adoptadas por los insurgentes en estado de necesidad».

(15) A este respecto resulta esencial el debate alemán de la derivación del Estado (Staatsableitungdebatte) que tuvo lugar en la década de los años setenta en la República Federal Alemana. Lo más interesante de aquel debate fue desentrañar esta particularidad propiamente capitalista de fetichizar la separación Estado-sociedad. Alberto Bonnet y Adrián Piva (2017: 11-12) en su Prólogo al libro colectivo Estado y capital. El debate alemán sobre la derivación del Estado (2017) explican: «[…] no se trataba de asumir la separación entre economía y política como un dato, sino de explicarla. Se trataba de dar cuenta de la apariencia de separación del Estado respecto de la sociedad, es decir, de la particularización del Estado, como la forma específica que asume la dominación de clase en las sociedades capitalistas (…) el debate de la derivación permite superar las aporías que caracterizaban a los enfoques que asumen como un simple dato la separación entre economía y política». Aquellos debates fueron «[…] una ruptura total con todo lo que se había escrito sobre el Estado desde la teoría marxista» (Holloway, 2017: 40). Para quien esté especialmente interesado en la «escuela berlinesa» conviene señalar que de aquel debate nacieron tres corrientes, a saber: (i) quienes derivan la necesidad de la Forma Estado como una institución separada de la naturaleza de las relaciones entre capitales (Muller, Neusüß, Altvater, Blanke, Jurgens…); (ii) quienes enfatizan la necesidad de estudiar no la naturaleza del capital, sino las formas de apariencia de las relaciones capitalistas en la superficie de la Sociedad (Flatow y Huisken); (iii) quienes derivan la Forma Estado de la naturaleza de las relaciones sociales de dominación de la sociedad capitalista y se centran en la relación de explotación trabajo asalariado-capital (Hirsch) (Corredor Martínez, 1987: 193). [16] Fuente: MECW Vol. 4, p. 666. Escrito: presumiblemente en noviembre de 1844. Publicado por primera vez en Marx/Engels, Gosamtatugabe, Abt. 1, Bd. 5, 1932. Disponible en versión inglesa: https://marxists.architexturez.net/archive/marx/works/1844/11/state.htm. Traducido al español por Javier Pérez Royo (1978: 51-52).



Sobre el autor


Barcelona, 23 de mayo de 1995. Estudiante de Ciencias Políticas y de la Administración en la Universidad de Barcelona. Académico en construcción. Estancia por el programa SICUE durante un semestre en la Universidad Complutense de Madrid (curso 2018-2019). Habilitado para investigar en la Biblioteca Nacional. Especial interés por la Teoría Política, la Filosofía Política, la Historia de las ideas, la geopolítica, la Economía Política y la Teoría del Estado.


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