por Juan Rodríguez Cuellar
Resumen: La cuestión nacional, teorizada por Marx, Lenin, Stalin y Rosa Luxemburg, asumida como un problema relevante desde la generación de izquierda comunista ha sido un tema central para entender tanto las interpretaciones históricas como las estrategias y tácticas llevadas a cabo por dichos partidos y movimientos. En esta serie de artículos nos centramos en una serie de autores que escriben desde México y sobre la cuestión nacional en un periodo histórico de suma importancia que abarcaría desde los años treinta y hasta la finalización de la Segunda Guerra Mundial y que, creemos, va a determinar hacia el futuro las lecturas teóricas y posiciones tomadas al respecto. En esta determinación histórica debemos incluir la involucración que existe entre la posición asumida sobre la cuestión nacional y la leyenda negra antiespañola más o menos interiorizado y asumida explícita o implícitamente que constatamos sigue muy presente en estos autores que vamos a estudiar, principalmente por la gran influencia que ha ejercido la esfera angloamericana como principal actor imperial y propagandístico negrolegendario a lo largo del siglo XX.
Palabras clave: Cuestión nacional, marxismo-leninismo, bolchevismo oriental, bolchevismo occidental, leyenda negra, México.
IV. Aníbal Ponce (1898-1938)
IV. 1. Nación y Cultura (1935-1938)
Durante la segunda mitad de la década de los años treinta se dio un desmesurado uso de los términos “Nación y Cultura” que aunado a la coyuntura política (regímenes nazi y fascista en Europa, Guerra Civil española) parecieran haber dejado en un segundo plano las cuestiones relativas al problema de las nacionalidades. “Nación y Cultura” fue una de las temáticas principales de los Congresos Internacionales de Escritores para la Defensa de la Cultura que, influidos por la estrategia de “frentes populares” abierta por Stalin en el Congreso de la Internacional Comunista de agosto de 1935, pudo tener la intención de ocultar y reducir el impacto en el plano internacional de las primeras purgas estalinistas dadas en 1934 (Santos, 2012). Estos frentes populares que integraban a multitud de individuos, grupos e instituciones que representaban no solo a diferentes generaciones de izquierdas y clases sociales sino que también estaban circunscritos a campos artísticos diversos, se convirtieron en movimientos antifascistas que llegó a tener un gran impacto en la opinión pública, facilitando el tránsito hacia la divagación y, por tanto, hacia la indefinición política.
En México, la estrategia de frentes populares sería impulsada por Vicente Lombardo Toledano, apoyado desde Moscú, en el periodo que va de 1936, año de la fundación de la Confederación de Trabajadores de México (CTM), hasta 1938, año de la transformación del Partido Nacional Revolucionario (PNR) en el Partido Revolucionario Mexicano (PRM). El PCM no se adhirió a esta estrategia sino hasta 1937, debido a que tal iniciativa no había partido desde sus filas, estableciéndose con el lema de “unidad a toda costa” y recayendo el liderazgo en el presidente mexicano Lázaro Cárdenas, fundador del PRM.
[IMAGEN 1: El Machete frente popular]
Ese mismo año la Liga de Escritores y Artistas Revolucionarios (LEAR, 1934-1937), que había rebajado el tono de sus críticas hacia otras corrientes de izquierdas desde su periódico Frente a Frente y que ocupaba un edificio subsidiado por el gobierno, organizó junto a intelectuales de Alemania, Francia, Estados Unidos, Unión Soviética, España, Venezuela, Uruguay, Haití, Cuba, Ecuador, Costa Rica y Argentina –independientemente de su afiliación comunista– el Congreso de Escritores, Artistas e Intelectuales, celebrado del 17 al 24 de enero en México. A lo largo de las jornadas se mantuvo una constante contraposición entre Cultura y Fascismo, mientras que, las alusiones al papel de los artistas, escritores e intelectuales fueron señaladas por algunos participantes como, por ejemplo, en la intervención que hizo Waldo Frank (1889-1967) definiéndose al artista como un “sacerdote de la libertad”, mientras que, en la intervención de Hernán Laborde (1896-1955) se equiparó a los escritores con los “ingenieros de almas”. A fines de aquel año, la LEAR terminaría dividida entre quienes se encontraban cómodos siguiendo las líneas marcadas por el partido y quienes preferían privilegiar los objetivos artísticos de sus respectivos campos.
Un año después, en el Palacio de Bellas Artes de México se celebrarían una serie de conferencias organizadas por la Liga Pro-Cultura Alemana con el título La verdadera cultura alemana en la que se homenajeo a importantes figuras intelectuales y culturales de Alemania, por ejemplo, Vicente Lombardo Toledano dedicó su participación a Goethe, Rafael Sánchez de Ocaña a Heine, Adalberto García de Mendoza a Kant y Schopenhauer, Enrique González Aparicio a Hegel, Marx y Engels, y así otras intervenciones más. Esta Liga, fundada por Enrique Gutmann (1937-1941), estuvo integrada al modo de un frente popular por exiliados alemanes antifascistas si bien fue controlada por sectores afines a Stalin que pocos años después, tras una escisión, crearían la asociación Alemania Libre. Según Víctor Serge en sus Memorias, los actos culturales organizados por esta Liga estuvieron cerrados a los críticos de Stalin (Horcasitas, 2021). Hay que resaltar que el uso exaltado de los términos Nación y Cultura por parte de estos exiliados formaba parte de su arsenal propagandístico de lucha contra el régimen de Hitler, monopolizador de la cultura alemana, quien les había estigmatizado como “traidores a la patria”. La necesidad de los comunistas alemanes de definir claramente los intereses nacionales frente a la demagogia nacionalista del régimen nazi quedó plasmada en el Programa para la liberación social y nacional del pueblo alemán, elaborado por el Comité Central del Partido Comunista Alemán bajo la dirección de Ernst Thälmann en 1930, que dijo al respecto:
Si se nos pregunta las causas principales del rápido ascenso del fascismo hitleriano, diríamos que ha heredado el legado de casi todos los viejos partidos burgueses en cuanto a las masas que lo siguen; la opresión nacional y explotación del pueblo alemán a través de una historia de demagogia nacional, agitación desenfrenada y propaganda hipócrita en la que el Partido de Hitler juega un papel decisivo.
Nuestra lucha contra el fascismo de Hitler sólo puede tener éxito si sabemos quitar la máscara nacional de los nazis, desenmascarar su demagogia banal y mendaz y, por otro lado, mostrar nuestra verdadera política de libertad para los millones de oprimidos de Alemania (Bredel, 2020).
IV. 2. La cuestión nacional abordada por Aníbal Ponce
Aníbal Ponce fue un psicólogo y activista político argentino cercano colaborador de José Ingenieros en la Revista de Filosofía (1915-1929) que pasaría a engrosar las filas del marxismo-leninismo entre 1933 y 1934 poco antes de viajar a la Unión Soviética en 1935 de donde regresó muy entusiasmado por su experiencia (Terán, 1983). Su último año de vida, en 1937, lo pasó en el exilio mexicano, donde retomaría su interés por el tema de la cuestión nacional.
Los últimos artículos que publicó en vida, en el diario mexicano El Nacional, entre el 17 de noviembre y el 4 de febrero de 1937-1938 –de los que tenía previsto un estudio más a fondo– constituyen una exposición directa y muy clara del problema de la cuestión nacional desde el marxismo-leninismo abordada en aquel ajetreado contexto mexicano e internacional.
Los títulos de los artículos publicados y aquí analizados siguieron el siguiente orden: “Evolución del problema nacional”, “El nacionalismo contra las naciones”, “El proletariado y las nacionalidades”, “Los pueblos ‘inferiores’”, “De la metrópoli del coloniaje a la del Imperialismo”.
Muy influido intelectualmente por el europeísmo afrancesado aconsejaba tener a la mano “el busto de Voltaire sobre ese libro de Taine” (Terán, 1983), lo que le determinó a arrastrar cierto racismo científico originado en las teorías degeneracionistas típicas de la Ilustración, continuadas después por el idealismo alemán. De este modo, no extraña que hiciera frente a la vertiente gauchista del nacionalismo argentino encarnado en Leopoldo Lugones, Ricardo Rojas o Manuel Gálvez quienes defendían la figura del mestizo de tradición hispana (Martín Fierro, el Payador, el gaucho). Para Ponce, el origen de la degeneración de América en general y de Argentina en particular era,
esas dos civilizaciones en conflicto: una indio-gaucho-mulata; otra, blanca-euro-argentina. La primera destinada a desaparecer por su nulidad evidente, mantiene con algún vigor sus tradiciones oscuras, sus gustos plebeyos, su odio al extranjero, sus estrechos sectarismos… Blancos, europeos y argentinos nos sentimos, et pour cause, herederos de la tradición greco-lantina, magnífica en su claridad y en su elegancia. Frente a los resabios de la primera colonización del país, seguimos creyendo que hoy como en tiempos de Sarmiento, el más fundamental de los problemas se halla en la total europeización de la cultura con las modificaciones que impone el nuevo ambiente (Terán, 1983).
Había que añadir la también negrolegendaria influencia inglesa de Harold Laski heredero de las fantasías historiográficas de la época victoriana que describían la Historia de Inglaterra como un avance ininterrumpido de éxitos (1), así como, la teoría de la mentalidad prelógica de Levy-Bruhl que Aníbal Ponce seguía con admiración tanto desde sus obras como desde sus discusiones en la Sociedad de Filosofía Francesa donde oponía sus tesis a las de otras personalidades como Franz Boas o Marcel Mauss (El Hogar. Ilustración Semanal Argentina [HISA], 1930). Con estos ‘ingredientes’ era fácil caer en los lugares comunes no sólo de la leyenda negra sino también del racismo científico que hablaba de pueblos o nacionalidades inferiores para posteriormente terminar rebajando a Iberoamérica respecto a Europa, y hacer de aquélla una excepción que difícilmente podía equipararse a los exitosos procesos históricos de un bolchevismo occidental. Decía en una revista chilena al respecto de las doctrinas de Levy-Bhrul:
Las sociedades humanas se han sucedido en el tiempo de igual manera que las especies biológicas, desarrollando sus funciones psíquicas colectivas hasta alcanzar el equilibrio con el ambiente que las rodea. Y del mismo modo que coexisten en diversos puntos del planeta especies biológicas diversamente evolucionadas, coexisten también sociedades humanas en desiguales etapas de su desenvolvimiento (Revista Chilena [RCh], 1922).
Distinguía Aníbal Ponce perfectamente los dos procesos históricos que se habían dado en Occidente y Oriente respecto a la cuestión nacional. Llamaba “Estados nacionales centralizados” a aquellos que se habían generado en Europa occidental a través de sus poderosas burguesías que habían conseguido asegurar un mercado “propio” nacional para sus productos. El proceso histórico en Europa Oriental –añadía– fue distinto puesto que debido a las amenazas externas de mongoles y turcos se tuvieron que configurar rápidamente en lo que llamaba “Estados Multinacionales o mixtos” que venían a constituir débiles alianzas entre burguesías sometidas a la más fuerte como podría ser por ejemplo, la nacionalidad alemana en Austria y la nacionalidad rusa en la Rusia zarista. Este último tipo de Estados que se englobaban en la estrategia del bolchevismo oriental se habrían dado también en Occidente de manera excepcional, y uno de los casos más famosos –dice Ponce– era el de Irlanda, oprimida por Inglaterra. De todas maneras, ambos procesos nacionales estaban englobados dentro de un orden burgués que –como nos advierte– se dedicaba a atizar las discordias y rivalidades entre las distintas nacionalidades (étnicas) dando lugar a la división de la unidad proletaria. Se distinguían dos falsas soluciones burguesas a la cuestión nacional elaboradas por el socialfascismo: 1) La Constitucionalista, que apelaba a regular las relaciones entre las nacionalidades a través de las leyes. Y añadimos nosotros, que como representante de esta línea estaba, entre otros, el presidente Woodrow Wilson, “fiat justitia et pereat mundus”, y 2) la Culturalista (Bauer, Springer) que al “conquistar algunas posiciones en la letra, [deja] el poder económico y político en las naciones opresoras” (Terán, 1983).
Las consecuencias de la Primera Guerra Mundial van a determinar –a juicio de Ponce– una “tercera vía” en el proceso de consolidación nacional para América, África y Asia. Esto se debió –dice– al reparto que se había producido entre diferentes naciones imperiales de los restos del Imperio Austrohúngaro atomizado en diferentes naciones gracias a la influencia de Woodrow Wilson en el Tratado de Versalles (1919) que consiguió introducir la agitación de consignas como “el derecho de los pueblos a su libre determinación” (Terán, 1983). Las nuevas naciones pasaron entonces de la “servidumbre” al “vasallaje”, no llegaron a alcanzar una liberación nacional (proletaria) sino que incluso empeoraron su situación.
De ahora en adelante, para conseguir solucionar la cuestión nacional dentro de un orden proletario no quedaría más remedio que ligar ésta a la lucha antimperialista puesto que no podría alcanzarse la liberación nacional si a la vez que se tomaba el poder del Estado frente a la burguesía nacional no había una ruptura con el imperialismo.
No hacía referencia Aníbal Ponce a las revoluciones burguesas que en América habían terminado estableciendo naciones políticas en la segunda mitad del siglo XIX al modo de las naciones políticas europeas sino que, tan solo nos dice, en el último tercio del siglo, grupos de burgueses y de feudales, se alían para repartirse las Repúblicas americanas y entregar el poder al imperialismo del capital extranjero. Finalmente, hará girar la solución de la cuestión nacional de América en torno al bolchevismo oriental, entre otras cosas, por una llamativa distinción –donde Ponce parecía quejarse de cierto eurocentrismo socialfascista en las prioridades del proletariado y de las burguesías– que establecía entre lo que llama un “nacionalismo culto y civilizado” y un “nacionalismo inculto e incivilizado”, es decir, el primero sería, por orden de prioridad, el que pretendía buscar la liberación de Irlanda, Polonia y Finlandia como objetivo principal de la lucha internacional del proletariado; el segundo, sería relegado en el orden de prioridades inminente, además, Ponce subraya la existencia de una “aristocracia del proletariado” en Europa que entraba en convergencia de intereses con las burguesías para seguir explotando las colonias. Para esto, pone como ejemplo la conducta del laborismo inglés que no había sido capaz de resolver el problema de la India cuando tuvo la oportunidad con Ramsay MacDonald.
El Nacionalismo inculto, por tanto, era el que se daba en América, África y Asia y quedaba ligado en su marcha por la liberación nacional a la lucha antimperialista. El ejemplo que debían seguir estas naciones oprimidas era el de la Unión Soviética que había logrado el “ascenso a una vida superior de los pueblos ‘incultos’” del antiguo imperio de los zares. Pero si estos pueblos eran inferiores, su dignidad no podía ser puesta en cuestión, ya que –como señala irónicamente– Rousseau había señalado en su Discurso sobre el origen y los fundamentos de la desigualdad entre los hombres (1754) que los pueblos primitivos (“inferiores”) “llevaban a los otros animales la ventaja de su capacidad de desarrollo”. Aparte de las leyes biológicas –a las que no terminaba de renunciar– ahora “las sociedades humanas obedecen además, y en especial, a otras leyes que les son privativas. Sólo el desconocimiento de estas comprobaciones elementales puede llevar a transferir a los problemas humanas, los métodos y el criterio de la llamada ‘historia natural’”, por lo que hacía falta incluir además las cuestiones técnicas, “es la posesión o no posesión de los útiles, de la técnica, de los instrumentos de trabajo y de combate”, siguiendo la máxima de Benjamín Franklin –dice Ponce–: “el hombre es un animal que fabrica útiles” –aunque no atendiera al detalle de que los animales también los fabrican, sin embargo, acaso para Franklin los esclavos negros eran considerados animales–. Lo que Aníbal Ponce no llegó a entrever en la consolidación de la Unión Soviética fue que las nuevas nacionalidades surgidas y elevadas culturalmente desde el “humanismo proletario” soviético tendrían que aceptar, a cambio del incremento sorprendente de su nivel técnico y económico, la imposición del ruso como lengua franca, independientemente de la autonomía regional de la que disfrutaban, así como que multitud de sus normas e instituciones culturales debían ser eliminadas para posibilitar una mejor integración en una cultura ‘universal’ proletaria. No era tampoco la Unión Soviética la plataforma política que venía a ofrecer el armonismo internacional gracias al relativismo cultural que facilitaría la armonía de las naciones.
V. Diego Rivera (1886-1957)
V. 1. La conexión entre la izquierda marxista-leninista y los artistas plásticos
Al famoso muralista mexicano Diego Rivera lo encontramos en el año 1919 en París dando a conocer, junto a David Alfaro Siqueiros, el manifiesto Llamamiento de orientación actual a los pintores y escultores de la nueva generación americana, publicado en la revista barcelonesa Vida Americana: Revista norte centro y sud-Americana de vanguardia (1920). El manifiesto, que causaría desde entonces una gran conmoción en los ambientes artísticos, rechazaba las “influencias fofas” de Europa, como el “art-nouveau comercializable” y se abrazaban “todas las inquietudes espirituales de renovación nacidas de Pablo Cezanne a nuestros días”, es decir, el impresionismo, el cubismo, el futurismo y la “revalorización de voces clásicas”. Se trataba de reintegrar a la pintura y a la escultura sus “valores desaparecidos” dándoles otros nuevos, sin caer en motivos arcaicos y exóticos: “Cubramos lo humano-invulnerable con ropajes modernos: sujetos nuevos, aspectos nuevos”. Se buscaba tomar como punto de partida al mundo indígena que –según decían– aportaría un mayor conocimiento de la naturaleza. Los pintores se reivindicaban como constructores, necesarios para sobreponer el espíritu constructivo al espíritu decorativo (2). Terminaba el manifiesto apelando a la “plástica pura”, a dejar de lado “la relatividad del Arte Nacional” por la universalización donde quedaría reflejada la “fisonomía racial y local”.
El 26 de febrero de 1926 Vicente Lombardo Toledano fundó el Grupo Solidario del Movimiento Obrero vinculado a la Confederación Regional Obrera Mexicana (CROM) –central sindical que incluía acciones políticas– integrado por artistas como Diego Rivera, David Alfaro Siqueiros y José Clemente Orozco. La función del Grupo era acercar a los artistas e intelectuales al movimiento obrero y a través de éste a los programas políticos de la Revolución mexicana. Como órgano publicitario se utilizó Vida Mexicana –cuyo nacional título contrastaba con la intención universalista del manifiesto de 1919– que apenas llegó a publicar dos números, desapareciendo el grupo al año siguiente. Inmediatamente después, Rivera se incorporaría al recién fundado, el 9 de diciembre de 1923, Sindicato de Obreros, Técnicos, Pintores y Escultores, acompañado en el mes de marzo de un manifiesto (3) de adhesión al general Plutarco Elías Calles con motivo de la rebelión delahuertista y por la muerte del líder socialista del Estado de Yucatán Felipe Puerto Carrillo. Se reivindicaba a “la raza indígena humillada durante siglos”, para más adelante resaltar la facultad que tiene “de hacer belleza: el arte del pueblo de México es la manifestación espiritual más grande y más sana del mundo y su tradición indígena es la mejor de todas”. Iba dirigido contra “el burgués y el capitalista” encarnados en la facción alzada. Se contraponía el colectivismo popular frente al individualismo, por lo que se estipulaba como principio fundamental la necesidad de una socialización de “las manifestaciones artísticas”.
En sintonía con estos postulados el Partido Comunista Mexicano (PCM) en su II Congreso celebrado unos meses antes del manifiesto, estableció dos estrategias importantes que tendrían su repercusión en la conexión del Partido con los artistas de la famosa publicación El Machete. Se aprobó la estrategia de “frente único proletario y campesino” y dejando de lado el abstencionismo se apoyó la candidatura electoral del general Plutarco Elías Calles. A finales de 1923, David Alfaro Siqueiros, Diego Rivera y Xavier Guerrero se integrarían al Comité Ejecutivo del PCM. Era necesario su continuidad como escritores y como artistas en El Machete para facilitar la transmisión de la doctrina marxista a una amplia capa de la sociedad mexicana, en una publicación periódica que tenía como característica desde sus inicios la utilización de poesías y corridos populares, pero también se prestaba especial atención a su diseño, el cual, al modo de un panfleto o de una hoja volante tenía la posibilidad de extender sus hojas de cuartilla para mostrar la imagen de un grabado normalmente aderezado de una crítica a las clases burguesas. Rivera abandonaría el periódico en agosto de 1924 y en octubre se anunciaba como su nuevo órgano oficial la Liga de Impresores, Escritores y Dibujantes Revolucionarios. A partir de entonces, el PCM se convirtió en su principal financiador y sostenedor.
Las ideas de estos pintores en líneas generales pueden entenderse insertas en la corriente soviética a partir de su contacto con el mundo sindical y, sobre todo, con el PCM. La política soviética respecto a la cultura proletaria y socialista venía desarrollándola Lunacharsky con el apoyo de Lenin e incidió en la idea de extender la lucha de clases a los terrenos artísticos y educativos. En muchos puntos coincidía con las ideas educativas del mexicano José Vasconcelos, sobre todo, en la idea expuesta ya en 1917, poco antes de la Revolución de Octubre, de tomar como base las Naciones políticas para lograr armonizarlas en una cultura universal. Sin embargo, para Lunacharsky, a pesar de que la clase proletaria no se había hecho con el poder estatal, sus clases dirigentes no eran las creadoras de la cultura nacional. Esta había sido autogenerada a través de la producción de las clases trabajadoras, lo que se conocía como cultura material, pero también había sido desarrollada a partir de la cultura espiritual producida por una clase difusa en principio, ni identificada con las clases altas ni oprimida como la clase trabajadora. Al grupo encargado de producir la cultura espiritual se le identificaba con los intelectuales cuyo papel en la sociedad quedaría reactivado una vez tomasen una “profunda afinidad espiritual con las masas” (Lunacharsky, 1975).
En cuanto a la idea de la comunidad primitiva o del buen salvaje había también ciertas coincidencias entre las teorías de Lunacharsky y el indigenismo revitalizado en México por el antropólogo Manuel Gamio y el arte de Diego Rivera. La llamada cultura clasista se identificaba con las épocas de opresión, entonces con la etapa capitalista en la cual se constituyó el proletariado y en la que se acrecentó la lucha de clases. El organiscismo cultural que en Oswald Spengler se encarnaba en las culturas nacionales lideradas por una raza y en Gamio en la cultura nacional síntesis de la raza indígena y la europea, ahora se entenderá desde las clases sociales. La cultura proletaria estaba destinada a desarrollarse y expandirse logrando vencer a la cultura burguesa para desaparecer en un futuro anegada en la cultura socialista. Sólo en dos estadios de la cultura no existiría la opresión: en la futura cultura socialista y en la pretérita cultura primitiva. La cultura del futuro tendría por misión restituir la dignidad humana de la comunidad primitiva:
Si en la cultura de las clases trabajadoras encontramos formas sorprendentes, no es porque estos tesoros culturales sean producto de épocas de opresión, sino reminiscencias de tiempos en que la estructura era inicialmente democrática, de relativa libertad (Lunacharsky, 1975).
Sin embargo, no se trataba de restablecer la situación primitiva en su totalidad, sino tan solo de restituir una sociedad sin opresiones. La cultura proletaria en su camino hacia el socialismo no podía desdeñar a la cultura burguesa como sí hacían por ejemplo los ascetas, protestantes pietistas y anarquistas. “La cultura de la nueva clase es una modificación nueva, una metamorfosis orgánica de la cultura única y universal de la humanidad” (Lunacharsky, 1975).
Y en esta “cultura única y universal de la humanidad” estaba incluida la cultura burguesa que también poseía unos valores universales. Lunacharsky reivindicaba un nuevo “sturn und drang” para la clase proletaria y daba mucha importancia a la educación ética y estética como una manera de reorganizar los sentimientos, lo que daría lugar a la postre a un nuevo arte. A este respecto, Rivera escribía para una revista estadounidense en 1925:
Lo que queda en México de arte genuino y se ha dado en llamar ‘arte popular’ no es sino la manifestación de la supervivencia del genio nativo a través de la capa gruesa y pesada de desechos corruptores europeos y norteamericanos bajo la cual la grande y la pequeña burguesía urbana y rural ha pretendido lograr el espíritu del pueblo cuyas expresiones verdaderas aparenta despreciar y en realidad las teme y las odia (Rivera, 1979).
Diego Rivera y los intelectuales que se habían acercado a este arte –identificado por Lunacharsky como un arte campesino, igualmente oprimido en la época de la cultura clasista– lo habían desprestigiado ya que no habían logrado identificarse totalmente con él. Además, no habían entendido que era un arte vivo y cambiante –orgánico–, no estático y atemporal, al intentar restablecer ciertas tradiciones pasadas y desaparecidas. Más apegado a la influencia vasconceliana, Rivera situó en la producción mestiza el verdadero “espíritu popular”, el mismo que intentó plasmar en los muros de la Secretaría de Educación Pública (SEP) convertida en el nuevo templo de la raza cósmica.
A finales de 1929, durante el gobierno de Emilio Portes Gil, Rivera fue nombrado director de la Escuela Nacional de Bellas Artes y tuvo la oportunidad de diseñar un nuevo Plan de Estudios en el que dejaría la marca de sus ideas, lo que le ocasionaría su destitución once meses después por el revuelo que produjo y por el homogéneo bloque que le hizo frente liderado por la Sociedad de Alumnos de la Escuela de Bellas Artes seguida por la Universidad Nacional Autónoma, pero también por el PCM del que había sido destituido debido a su colaboración con el Gobierno mexicano que había roto relaciones con la Unión Soviética y también por su declarado trotskismo. La finalidad de aquel plan de estudios había sido:
dar a los alumnos la capacidad técnica más completa que sea posible, de manera que al salir de la Escuela puedan desempeñar el papel social importantísimo que el artista debe tener actualmente, y al mismo tiempo hacer de ellos verdaderos obreros técnicos, hábiles en los oficios que con las Bellas Artes se conectan directamente; a la vez esta enseñanza no tocará la personalidad del artista, ni su sensibilidad estética sino por el contrario tratará de desarrollarla dentro de la mayor libertad (Rivera, 1979).
Las conclusiones que sacó Rivera de aquel revuelo fue el permanente contexto de lucha de clases envuelto en una serie de intereses enfrentados por el control de la educación y las artes. En un manifiesto dirigido a los obreros y campesinos de México, publicado el El Nacional Revolucionario el 26 de mayo de 1930, terminaba diciendo:
Productores: ¡¡Toda la riqueza está hecha por las manos de los obreros y los campesinos, ellos pagan todo el aparato estatal y la llamada Universidad Autónoma también!!
¿Dará la Universidad Autónoma-burguesa lo que necesitamos? ¡¡Jamás!! Sólo formará futuros explotadores y pretenderá callarnos dándonos unas cuantas migas de cultura.
Fundemos, pues, la Universidad Obrera y Campesina (Rivera, 1979).
V. 2. Diego Rivera y la cuestión nacional
En 1938 el auge del fascismo y del nazismo estaban logrando dominar Europa ante la pasividad de los gobiernos de Francia e Inglaterra que además, desde 1936, habían acordado la política de no intervención en la Guerra Civil española que iba por su tercer año. El 13 de marzo, después de un paseo triunfal de Hitler por la frontera austriaca, se declara la unión germano-austríaca. El día 3 de septiembre del mismo año se fundó en París la IV Internacional liderada por Trotski desde el exilio mexicano para hacer frente desde posiciones internacionalistas tanto al comunismo stalinista como auge de gobiernos autoritarios nacionalsocialistas en Europa. En sintonía con la IV Internacional, el 1 de octubre, se publicaba en México el primer número del periódico trotskista Clave con el subtítulo de “Tribuna marxista”. En sus dos primeros números publicó Diego Rivera sendos artículos, uno titulado El desarrollo de América Latina. Proyecto de tesis sobre Latino América, y otro, en noviembre, La lucha de clases y el problema indígena. Proyecto de tesis sobre el problema indígena en México y América Latina con relación a la cuestión agraria.
En el primer artículo señalaba Rivera que la misión liberadora de los países latinoamericanos debía guiarse por los principios del internacionalismo y la posible meta debía ser la creación de los Estados Unidos Soviéticos de Latino-América. Siguiendo las líneas ideológicas trotskistas, la cuestión nacional debía ser solo un paso para la revolución internacional y desbordando las fronteras nacionales lo siguiente sería crear un bloque continental que se opusiera al imperialismo europeo nazi, al soviético y al estadounidense. Rivera lanzaba duras críticas contra la errónea estrategia de “frente único” de la Internacional Comunista de Stalin que había facilitado las colaboraciones más esperpénticas de la clase obrera con “los peores tiranuelos militares al servicio del imperialismo. [Autorizando y fortificando] a sindicalistas arribistas, verdaderos bandidos y raqueteros”. Por ejemplo, había unido a “organizaciones misticoides de masas de negros bajo el mando del ‘Father Divine’ (Charlatán negro que dice ser Dios Padre), con los católicos reaccionarios y el mismo Papa”, y también, se había publicado en la primera plana de El Machete en el número 1 de enero de 1938 el “retrato del agente de la G.P.U., Maurice Thorez, Secretario del P.C. francés (bajo la Hoz y el Martillo) junto con el propio PAPA (bajo la cruz)” (“Clave”. Tribuna Marxista [CTM], 1938). Todas estas alianzas ahora reconvertidas en la estrategia de ‘frentes populares’ –a juicio de Rivera– no hacían más que arrodillar a los pueblos oprimidos latinoamericanos ante el imperialismo estadounidense. La tarea del proletariado latinoamericano debía ser por tanto la de mantener su independencia de clase tratando las cuestiones relativas a política exterior desde el principio de colaboración revolucionaria del internacionalismo.
Será el segundo artículo, que fue presentado en la “Pre-Conferencia del Bureau Oriental Latino Americano de la IV Internacional” (CTM, 1938), el más interesante para nuestra cuestión. Lo primero que nos decía Rivera era que la cuestión indígena debía entrar dentro de la problemática de clases, de manera que no tendríamos que llevarnos a engaño –advertía–, las cuestiones relativas al indio desde posiciones etnológicas serían tachadas de aristócrata-burguesas. Comenzaba exponiendo unos breves párrafos sobre la distinta evolución histórica de América durante el Antiguo Régimen. Como denota la carga ideológica de la leyenda negra de impronta ilustrada y una ensalada de ideas tomadas sin mayor profundidad de análisis, se nos afirma en el artículo que hubo dos tipos de migraciones en América que repercutieron en sendos procesos históricos: la emigración protestante inglesa, holandesa y francesa que destacaban por su firme racionalismo y capacidad de trabajo; y otra, que era la padecida por México, llevada a cabo por los conquistadores españoles “y sus secuaces” que luchaban por imponer un dogmatismo católico absoluto:
Esta oposición entre los orígenes y las tendencias de los pioneros de la colonización en América es la raíz profunda y lejana de las diferencias actuales en el estado de cosas reinante en América del Norte, los Estados Unidos de América y en las Américas Central y del Sur, llamadas ‘América Latina (CTM, 1938).
El planteamiento de Rivera se sitúa desde posiciones teóricas europeas degeneracionistas sostenidas, por ejemplo, por Ortega y Gasett cuando describía la génesis de España en base a dos puntos: 1) desde un punto de vista antropológico, España había comenzado siendo una raza débil y enferma que sufría de paludismo endémico, lo que inmediatamente nos recuerda la faceta de artista proletario de Rivera, cuando dibujó a Hernán Cortés en el mural del Palacio Nacional con las características de un personaje pálido, sifilítico y tuberculoso (4), y 2) desde un punto de vista histórico, España iniciaba su andadura con los visigodos que llegaron a la Península Ibérica muy deformados, entre otras cosas, por la influencia romana que habían traído.
[IMAGEN 2: Hernán Cortés sifilítico]
Para Ortega como para Rivera, la Europa del norte protestante, de raza esencialmente germánica había sido la que encarnaba la semilla del progreso. Paradójica posición la de un Rivera que, por otra parte, había comenzado a destacar como pintor y muralista bajo la influencia de la pintura renacentista católica del sur europeo. Y esto, porque la Reforma protestante y sus secuelas fueron, entre otras cosas, un freno iconoclasta al barroquismo hispano católico que era percibido como una tendencia corruptora de los pueblos y peligrosa por sus tendencias mundanas. Es la visión ilustrada neoclásica y germánica reacia al Barroco y a la Iglesia católica que inició el conde Scipione Maffei (1675-1755) y la continuada por Juan Joaquín Winckermann (1717-1768), por Antonio Crisostomo Quatremère de Quincy (11755-1849) o incluso también por el propio Alejandro von Humboldt (1769-1859) que en sus únicas referencias al tema en sus cuadernos de notas a lo largo de su viaje por América tan solo se detuvo en describir la catedral de México diciendo que era de “estilo vculgarmente gótico” (Kohut, 2010) queriendo decir barroco. O cuando a su paso por Taxco, describió el Templo de Santa Prisca del siguiente modo:
La Borda construyó una iglesia por medio millón. En la mayor parte de las haciendas de caña de azúcar se ven capillas abovedadas […] y los pobres esclavos enfermos se acuestan sobre pellejos encima de la tierra. El ser supremo no tiene necesidad de estas mamposterías en relación con las cabañas que la rodean (Kohut, 2010).
En lo referente a si México había tenido una revolución burguesa o no Rivera se decantaba por la postura afirmativa, y ajusta muy bien el momento, identificándolo con la época de la Guerra de Reforma cuando nos decía que apareció la “fracción progresista de la sub-burguesía mexicana” (CTM, 1938) poco después de la guerra con Estados Unidos que terminaría anexionándose más de la mitad del territorio mexicano. Pero, aunque coincide la descripción del desarrollo histórico de México con los procesos típicos del bolchevismo occidental, es decir, de las naciones políticas occidentales, formadas a través de las revoluciones burguesas, el objetivo marcado por el trotskismo es el internacionalismo, la nación política sería tan solo la plataforma necesaria para poder extender la revolución en otros países. La toma del poder debía realizarse por las clases explotadas y oprimidas, incluido el indio que formaba parte de la clase campesina. Era urgente elevar su “nivel cultural y material” así como acabar con su economía feudal, la cual –recuerda– había sido restituida por el presidente Lázaro Cárdenas, en alusión al Código de 1940 que instauraba el sistema ejidal. El primer paso sería preparar una revolución agraria que lograría hacer ascender posteriormente al proletariado a la toma del poder.
Lo más llamativo del artículo de Rivera es cómo trata la cuestión lingüística a diferencia del resto de autores que aquí estamos tratado. Para Rivera, interpretar la lengua española como una superestructura a la que había que hacer frente a partir de las lenguas oprimidas de México parecía no tener importancia, señalando, más bien al contrario, que las lenguas prehispánicas se habían convertido en las herramientas perfectas para mantener al indio en la completa sumisión impidiéndole poder alcanzar unos conocimientos y desarrollo tal que pudiese finalmente derribar a la clase explotadora. Así lo describe:
Obligando a aprender lenguas indígenas americanas el clero regular y secular salido de la Universidad pudo ‘educar’ al indio en su lengua natal inspirándole confianza y amistad, por lo cual el indio recibió a sus nuevos amos como hombres que tenían simpatía por él y no como a sus enemigos. El método de penetración de la iglesia católica dio resultados excelentes y, hoy día, el cura que sigue la antigua línea de la Universidad Pontificia, hablando las lenguas indígenas, es el mejor agente de las clases dominantes, entre los campesinos pobres, indios o no, de México (ocurre lo mismo en la América Central y del Sur) (CTM, 1938).
¿Cómo debía solucionarse, por tanto, el problema indígena, es decir, el problema de las nacionalidades (étnicas)?:
La experiencia demuestra que con los cambios de los métodos de producción y la aparición de una economía de tipo industrial –y con ella un nivel mejor de vida superior a aquel de los campesinos– desaparecen por fusión y amalgama con los mestizos, las características de lo que se llama el problema del indio. Este problema, no es en suma otra cosa que la supervivencia de una economía rural atrasada, de un tipo colonial feudal o semi-feudal, mantenida en su estado atrasado para el solo beneficio del sector más reaccionario de los capitalistas nacionales y por ende, de su patrón, el imperialismo extranjero (CTM, 1938).
Bibliografía.
Armesilla, Santiago (2017). El marxismo y la cuestión nacional española. Barcelona: El Viejo Topo.
Barguellini, Clara (1995), “Diego Rivera en Italia”. Anales del Instituto de Investigaciones Estéticas, Nº 66, México.
Bredel, Willi (2020), Ernst Thälmann. El comunismo alemán organizado contra Hitler. Ed. Templando el Acero.
Editorial (1938). “Clave”. Tribuna Marxista. Nº 1, 1 de octubre 1938.
Editorial (1938). “Clave”. Tribuna Marxista. Nº 2, 1 de noviembre 1938.
Editorial (1930). El Hogar. Ilustración Semanal Argentina. Buenos Aires, 27 junio, pp. 12-13
Editorial (1922). Revista Chilena. Tomo XV, pp. 129-144.
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Illades, Carlos (2017), El marxismo en México. Una historia intelectual. Ed. Taurus, Ciudad de México.
Kohut, Karl eds. (2010), Alemania y el México independiente. Percepciones mutuas, 1810-1910. Ed. CIESAS, UNAM, IIHH, UI, México.
Lear, John (2007), “La revolución en blanco, negro y rojo: arte, política, y obreros en los inicios del periódico El Machete”. Revista Signos históricos, vol. 9, julio-diciembre, Nº 18, México.
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Rivera, Diego (1979), Arte y política. Ed. Grijalbo, México.
Santos, Anselmo (2012), Stalin el Grande. Ed. Edhasa, Barcelona.
Terán, Óscar (1983), Aníbal Ponce: ¿El marxismo sin nación? Ed. Cuadernos de Pasado y Presente, Nº 98, México.
Urías Horcasitas, Beatriz (2021), “Víctor Serge en México, 1941-1947”. Historia Mexicana. Vol. 70, Nº 4 (280) abril-junio.
Referencias.
(1) A este respecto, viene a ser afín al resto de historiadores victorianos como, por ejemplo, Macauly de quien Marx advertía en El Capital que le había citado porque como falsificador, tendía a “recortar” los hechos todo lo posible.
(2) Ya se ha apuntado en muchas ocasiones la influencia del teórico del arte Élie Faure en Diego Rivera de quien fue amigo en París por aquellos años. Decía E. Faure:
Yo llamo ‘constructores’ a aquellos que revelan que un trabajo de organización se bosqueja en una sociedad destruida”. “Rivera encontró en Italia lo que ya había oído de Élie Faure: la idea de que la creación artística, nutriéndose de sus propias raíces, asimila todas las contradicciones. Fue esta convicción envolvente y comprensiva lo que, más tarde, le permitió integrar lo aprendido en Europa con su vivencia de las tradiciones mexicanas antiguas y populares (Barguellini, 1995).
(3) El Manifiesto fue firmado por: David Alfaro Siqueiros (secretario general), Diego Rivera (primer vocal), Xavier Guerrero, Fermín Revueltas, José Clemente Orozco, Ramón Alvar Guadarrama, Germán Cueto, Carlos Mérida.
(4) Sin embargo, más adelante del artículo Rivera retracta su sentencia y matiza, quizás por la importancia que estaba tomando la Alemania nazi: “es decir conquistar tierras y convertir en esclavos a sus habitantes, marcándolos con fierros calientes, como a las bestias, escogiendo por concubinas a las mejores de las hijas, hermanas y esposas de los esclavos, esparciendo así en el “nuevo mundo” la semilla de la sífilis, de la viruela, de la tuberculosis y de la lepra (en esto todos los europeos procedieron igualmente, en el norte como en el sur)” (CTM, 1938).
Sobre el autor:
Juan Rodríguez Cuéllar nació en 1980, Salobreña-Granada (España). Licenciado en Historia por la Universidad de Granada, Máster en Historia de América Latina: Mundos Indígenas y Doctorado en Historia y Estudios humanísticos: Europa, América, Arte y Lenguas, por la Universidad Pablo de Olavide. Investigador del Centro de Investigaciones sobre América Latina y el Caribe (UNAM-Ciudad de México).
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