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11.5 - Contrahistoria del liberalismo

por Danut Craiu


Resumen: En este artículo hemos intentado desmantelar la leyenda rosa que recubre la historia del liberalismo. Hemos tratado el tema de la esclavitud de base racial, el exterminio deliberado de los "pieles rojas", la cuestión de la clase trabajadora en Inglaterra, el expolio a los irlandeses y otras cuestiones aparte como la herencia del racismo que recibe Adolfo Hitler de personajes relacionados con el protestantismo como los padres fundadores de los Estados Unidos de América e incluso del gran pensador John Locke, queriendo con esto, demostrar que Hitler no fue un caso aislado, sino un producto perfeccionado de una tradición que lo antecede. Y, por ello, se desmantelan también, indirectamente, las leyendas negras. española y soviética.


Palabras clave: Leyenda negra, Leyenda rosa, Liberalismo, Contrahistoria.



Fotografía: Hambruna de Bengala. Foto aparecida en la prensa estadounidense en 1943.


«Non ridere, non lugere, neque detestari, sed intelligere» / «No ridiculizar ni lamentar ni maldecir, sino entender». Baruch Spinoza.

La elección del título hace referencia al libro del historiador italiano Domenico Losurdo “Contrahistoria del liberalismo”. Nuestro propósito es hacer un breve recorrido histórico por las sociedades llamadas o conocidas como liberales centrándonos en aquellas de corte anglosajón y protestante, para ser más claros, en los casos de Inglaterra y de sus colonias en el norte de América que más tarde se conformarían como un nuevo estado, los Estados Unidos de América. Pretendemos dar a conocer la situación real de estas sociedades en su concreción para que no caigan en el olvido, alejándonos del pensamiento liberal como un ideal prístino y puro, que, a nuestro juicio, nos aclara poco o nada. Es decir, ofrecer una historia diferente, una historia contraria que se contraponga frontalmente a la que “se cree sabida” pero, por ello, no conocida. “Lo que es sabido, precisamente porque es sabido, no es conocido. En el proceso del conocimiento, la manera más común de engañarse a sí mismo y a los demás es presuponer algo como sabido y aceptarlo como tal[1]. Podríamos definirlo de esta manera: “lo realmente existente”, y es esta realidad realmente existente de estas sociedades la que ha sido acallada, olvidada y omitida deliberadamente por estas potencias, como no podía ser de otra manera. Citemos aquí a Tocqueville refiriéndose a la sociedad francesa del Antiguo Régimen:


“Creemos conocer muy bien la sociedad francesa de aquella época porque vemos claramente cuánto brillaba en su superficie, porque conocemos hasta en los detalles más particulares la historia de sus más célebres personajes y porque críticos geniales y elocuentes nos han hecho completamente familiares las obras de los grandes escritores que la ilustraron. Pero acerca de cómo eran conducidas las acciones, acerca de la verdadera práctica de las instituciones, acerca de la posición exacta de unas clases respecto a las otras, acerca de la condición y los sentimientos de aquellas que aún no habían logrado hacerse escuchar ni ver, acerca del fondo mismo de las opiniones y de las costumbres, tenemos sólo ideas confusas y a menudo llenas de errores”[2].


Antes de adentrarnos en estos sucesos, creemos que es necesario definir el sintagma de la “leyenda negra” y lo que éste conlleva. Para ello acudiremos al libro de Roca Barea “Imperiofobia y leyenda negra”. El origen de esta expresión está relacionado con una anterior de la hagiografía escrita en el siglo XIII por Santiago de la Vorágine “Legenda aurea”. De aquí procede la expresión de “leyenda dorada”. Sin esta obra no se entendería su expresión contrapuesta. La expresión leyenda negra aparece por primera vez en 1893 según el historiador Luis Español Bouché en francés “legende noir” ligándolo con la obra de Arthur Lévy sobre Napoleón “Napoleon intime” donde se puede leer lo siguiente: “Sin embargo, al estudiar con rectitud la vida del emperador, se ve de inmediato cómo la realidad acaba zafándose de las leyendas, tanto de la dorada como de la que podemos llamar leyenda negra napoleónica. He aquí esa realidad; Napoleón ni fue un dios ni un monstruo”. En España, el uso aparece en 1899 en una obra del padre Cayetano Soler “El fallo de Caspe”. Ese mismo año, Emilia Pardo Bazán utiliza esta expresión en París:


“Nos acusa nuestra leyenda negra de haber estrujado las colonias. Cualquiera que venga detrás las estrujará el doble, solo que con arte y maña. Tengo derecho a afirmar que la contraleyenda española, la leyenda negra, divulgada por esa asquerosa prensa amarilla, mancha e ignominia de la civilización en Estados Unidos, es mil veces más embustera que la leyenda dorada. Esta, cuando menos, arraiga en la tradición y en la historia; la disculpan y fundamentan nuestras increíbles hazañas de otros tiempos; por el contrario, la leyenda negra falsea nuestro carácter, ignora nuestra psicología, y reemplaza nuestra historia contemporánea con una novela, género Ponson du Terrail, con minas y contraminas, que no merece ni los honores del análisis”.

Como podemos ver, la expresión de leyenda negra aparece ligada a la de leyenda dorada en todo momento. En 1914 con la obra de Julián Juderías (que se dio en cinco entregas sucesivas en “La Ilustración Española y Americana” con el nombre “La leyenda negra y la verdad histórica”, y que más tarde, en 1917, sería reeditada y con un título diferente: “La leyenda negra: Estudios acerca del concepto de España en el extranjero”) la expresión sale reforzada y es, precisamente la definición que da Juderías de leyenda negra la habitualmente utilizada:


“Relatos fantásticos que acerca de nuestra patria han visto la luz pública en todos los países, las descripciones grotescas que se han hecho siempre del carácter de los españoles como individuos y colectividad, la negación o por lo menos la ignorancia sistemática de cuanto es favorable y hermoso en las diversas manifestaciones de la cultura y del arte, las acusaciones que en todo tiempo se han lanzado sobre España fundándose para ello en hechos exagerados, mal interpretados o falsos en su totalidad, y, finalmente, la afirmación contenida en libros al parecer respetables y verídicos y muchas veces reproducida, comentada y ampliada en la Prensa extranjera, de que nuestra Patria constituye, desde el punto de vista de la tolerancia, de la cultura y del progreso político, una excepción lamentable dentro del grupo de las naciones europeas”[3].

Debemos aclarar que el término “leyenda” como una narración irreal es una invención protestante. En principio, leyenda procedía del verbo “lego” y se podría traducir como “cosa que se ha leer”. Es en el siglo XVI cuando los protestantes ingleses atacan la Legenda Aurea para dar un vuelco a la situación y pasar a santificar únicamente a los santos protestantes. Los mártires y santos católicos eran personajes de cuentos, irreales, eran “leyenda”, mientras que la hagiografía protestante era cierta.


Volviendo a la definición que da Juderías queda claro que la leyenda negra, ese conjunto de relatos falsos utilizados con un fin político, tiene una manera concreta de llevar a cabo las cosas que podríamos denominar como “metodología negra” cuyo propósito es el de “omitir y exagerar”, omisión de lo que pueda favorecer, de las virtudes, por un lado, y la exageración de los defectos y de todo aquello que pueda causar daño, que perjudique, por otro[4]. También debemos mencionar que esa dicotomía de omisión y exageración tiene su reverso, que es la “metodología rosa”, que hace referencia a la “leyenda rosa”, igual de falsa pero que consiste en aminorar o incluso ignorar y acallar los defectos, y exagerar las virtudes y aciertos. La explicación de esta metodología es clave para entender el desarrollo de la historia y por supuesto, del propósito de este artículo, ya que, como trataremos de demostrar y recordando lo anteriormente mencionado, las sociedades liberales gozan de esa leyenda rosa. Por esa razón, nos olvidamos de interesarnos por lo que realmente sucedió en ellas, y, asimismo, nos es complicado hacer un balance correcto de la historia. Para dejarlo claro, ese discurso rosalegendario no menciona ni explica ese “parto gemelar” existente y contradictorio entre el liberalismo y la esclavitud por cuestión racial, la estratificación en clases inferiores y superiores tanto en Inglaterra como en los Estados Unidos, el choque entre las potencias liberales acusándose mutuamente una a otra de la horrible situación a las que son sometidos los esclavos negros mientras ambas enarbolan la bandera de la libertad y ninguna renuncia a ese “bien positivo”, la dura realidad de la servidumbre existente en Inglaterra, el desprecio por los indios llamados “pieles rojas” en Norteamérica y su exterminio deliberado por ser considerados poco más que animales; el racismo científico existente en ambos sitios, los discursos eugénesicos y su práctica ampliamente aceptados, la presencia del calvinismo, etc.


Comencemos este breve recorrido tratando el tema de la esclavitud. El estudio histórico del desarrollo del liberalismo es incomprensible sin su ligazón a la esclavitud-mercancía de base racial. La esclavitud no es algo de lo que se pueda prescindir, al contrario, ésta encuentra su máximo desarrollo con el triunfo de las revoluciones liberales. El total de la población esclava en el continente americano ascendía a cerca de 330.000 en 1700 a casi tres millones un siglo después, para alcanzar el pico de los más de 6 millones en los años 50 del siglo XIX[5]. Estados Unidos, el país que se dio a conocer como tierra de la libertad, en su estructura, se convirtió en el campeón de la esclavitud. En Estados Unidos aparece antes que en ningún otro país la democracia en el que reina la conocida “democracia para el pueblo de los señores'' (Herrenvolk), que son propietarios de esclavos por cuestión racial. En el nuevo país liberal se institucionaliza la esclavitud ya en la Constitución de 1878 donde podemos darnos cuenta de la existencia de una segregación existente entre los hombres libres y las “otras personas” que, evidentemente, hacen referencia a los esclavos. Más adelante se puede leer lo siguiente: «Ninguna persona sometida a prestaciones de servicios o de trabajo en uno de los estados, según las leyes vigentes allí, y que se haya refugiado en otro estado, podrá, en virtud de cualquier ley o reglamento en vigor de este, ser eximida de tal prestación de servicio o de trabajo; sino que, a petición del interesado, será devuelta a la parte a la que corresponden tales prestaciones». Esto significa que cada Estado debe asegurar a los propietarios de esclavos esas “prestaciones” que les correspondan. Esta vez se habla de prestaciones mientras que en otro artículo nos topamos con el “resto de la población”. Al leer estos artículos podríamos llegar a pensar que, en principio, la institución de la esclavitud es inexistente en los EEUU, mas, está más que presente - sólo que tapada por eufemismos - y absolutamente arraigada en la sociedad norteamericana. La esclavitud negra es una realidad que la Constitución trata de ocultar en vano, evitando usar el término. Sin embargo, también existen declaraciones que rehúyen ese estado de vergüenza como la de Calhoun que llega a definirla como “un bien positivo” al cual la civilización no puede renunciar en modo alguno[6] o como la de Thomas R. Dew cuando elogia las ventajas de la esclavitud de esta manera: «las tareas humildes y de servidumbre están reservadas a los negros; de manera que el amor por la libertad y el espíritu republicano, propio de los ciudadanos libres y blancos, florecen con una pureza y un vigor desconocidos en el resto de los Estados Unidos y que hallan precedente sólo en la antigüedad clásica[7]». El peso de la esclavitud en el país es tal que, no por casualidad, durante los primeros 32 años de los 36 totales de vida de los Estados Unidos quienes ocuparon puestos presidenciales fueron propietarios de esclavos, procedentes, además, de Virginia, el estado norteamericano donde se concentraba el 40 por ciento de los esclavos del país. Los estadistas como George Washington, James Madison y Thomas Jefferson provenían de Virginia y eran todos propietarios de esclavos. En resumen, la revolución que estalló en Norteamérica en nombre de la libertad implica la consagración oficial de la institución de la esclavitud y la conquista y el ejercicio durante largo tiempo de la hegemonía política por parte de los propietarios de esclavos[8].


Ahora pongamos nuestra atención en Europa. No se puede hablar de este tipo de esclavitud sin mencionar el papel importantísimo que tiene Holanda en la trata negrera. Las Provincias Unidas, tras resultar victoriosas ante Felipe II, establecen una organización de tipo liberal antes de que lo haga Inglaterra. En el país domina la oligarquía burguesa y son estos burgueses ilustrados, tolerantes y liberales los que se lanzan a la expansión colonial y, por supuesto, la trata forma parte de ella. Por tanto, nos encontramos con que el primer país de corte liberal muestra un singular interés por el mercado de esclavos hasta el punto de que en 1791 los Estados generales declaran de manera formal que la trata de negros es esencial para el desarrollo de la prosperidad y del comercio de las colonias. Los holandeses dirigieron el primer comercio serio de esclavos para garantizar la mano de obra necesaria en las plantaciones de caña de azúcar: cuando perdieron las plantaciones trataron de permanecer en la escena como mercaderes de esclavos, pero en 1675 terminó la supremacía holandesa, dejando el campo a la Royal African Company, apenas fundada por los ingleses[9]. El mismo Condorcet cuando habla sobre la esclavitud, pone su punto de mira en Holanda e Inglaterra donde esta institución parece haber arraigado a causa de la corrupción general intrínsecas a estas naciones. Jonathan Boucher viene a señalar algo parecido cuando se refiere a los españoles como “los mejores amos” y en cambio, a los holandeses los coloca en el extremo opuesto.

Por último, centrémonos en el caso de Inglaterra. Pese a que se diga que dentro de las fronteras de Inglaterra no puede tener lugar la esclavitud, ya que el aire que se respira es “demasiado puro” para los pulmones de un esclavo, a mediados del siglo XVIII el número de los esclavos se aproxima a los 10.000. En Liverpool en 1766 fueron puestos en venta once esclavos y el mercado de “ganado negro” estaba aún abierto en Dublín doce años después y era publicitado por la prensa local. El Liverpool Courier del 22 de agosto de 1832 calculaba que las 3 ⁄ 4 partes del café británico, las 15/16 de su algodón, las 22/23 de su azúcar y las 34/35 de su tabaco eran producidas por esclavos. Vemos cómo la base de la riqueza y su aumento se debe a la existencia de los esclavos negros en las plantaciones. A mediados del siglo XVIII era Gran Bretaña la que poseía el mayor número de esclavos, unos 870.000, aunque el dato está lejos de ser exacto; además, gran parte del oro que extraen los esclavos brasileños - bajo el dominio portugués- termina en Londres. Es significativo que Gran Bretaña superase por mucho la cantidad de esclavos con respecto a España teniendo en cuenta que el imperio Español era mucho mayor en extensión. El comercio de los negros y las consecuencias naturales que se derivan de ello se pueden valorar justamente como una inagotable reserva de riqueza y de poder naval para esta nación; son el primer principio y el fundamento de todo lo demás, el resorte principal que pone en movimiento cada rueda; el imperio británico en su conjunto no es otra cosa que una magnífica superestructura de aquel comercio[10]. Por lo tanto, lejos de ser cuestión secundaria, en la Inglaterra posterior a la Revolución Gloriosa la trata negrera experimenta un potente desarrollo.

De esta manera podemos concluir que las tres revoluciones liberales son, asimismo, las protagonistas del capítulo histórico de la esclavitud moderna. Las tres se caracterizan por contener dentro de sus proyectos imperiales la paradoja del parto gemelar del auge de la libertad por un lado y el de la consagración de la esclavitud por el otro. Los agitadores de la bandera de la libertad son, al mismo tiempo, los grandes propietarios de esclavos, de la transformación de unos hombres en propiedad privada de otros por la mera diferencia del color de la piel, un color que significaba la condena a trabajos forzados de por vida. Sin embargo, no vemos que los principales intelectuales y defensores del liberalismo se alteren por el choque con esta contradicción, de hecho, podemos ver declaraciones que indican todo lo contrario, incluso atribuyéndole un carácter más liberal a las potencias que tienen como base de su riqueza el comercio de esclavos. Es conveniente citar aquí a Locke, el gran filósofo liberal. John Locke es partícipe de la redacción de la norma constitucional sobre la base de la cual todo hombre libre de Carolina debe tener absoluto poder y autoridad sobre los esclavos negros, cualquiera que sea la opinión y religión de estos. «Este es el lenguaje del humano señor Locke, el gran y glorioso paladín de los derechos naturales y de las libertades de la humanidad[11]». Recordemos que Locke es accionista de la RAC (Royal African Company). Por eso mismo, es considerado como el último gran filósofo en legitimar la institución de la esclavitud. Con respecto a esta cuestión también Burke se manifiesta arguyendo que la presencia de la esclavitud dentro de las colonias "no daña el espíritu de la libertad"; al contrario, precisamente aquí la libertad parece "más noble y más liberal". Algunos llegan a decir que "no existen en el mundo naciones más celosamente ligadas a la libertad que en aquellas en las cuales está vigente la institución de la esclavitud"[12]. Parece ser, además, que los dueños de plantaciones y propietarios de esclavos hacen madurar "un espíritu liberal y un pensamiento libre".


«El propietario estimula en él una naturaleza y un carácter más liberal, principios más elevados, una mayor apertura de mente, un amor más profundo y más ferviente y una consideración más justa de aquella libertad, gracias a la cual él resulta tan altamente distinguido».

Esto es lo que se llega a decir en 1839 en el estado de Virginia. Lo que queda claro es que existe un intento de legitimación de la esclavitud y más aún, la realidad paradójica que reside en el ascenso del liberalismo y la difusión de la trata por mera distinción de color. Con las palabras de Josiah Tucker: «los campeones del liberalismo americano son, al mismo tiempo, los promotores de la absurda tiranía que ejercen sobre sus esclavos: es la tiranía republicana, la peor de todas las tiranías». Aunque, por otro lado, los campeones de la libertad de la otra ribera del Atlántico no se quedan cortos, como reconoce el mismo Tucker: «Nosotros, los orgullosos campeones de la libertad y los declarados Abogados de los Derechos naturales de la Humanidad, nos empeñamos en este comercio inhumano y criminal más profundamente que cualquier otra nación». Ambas declaraciones se deben al clima de tensión existente entre las dos potencias, entre la Corona inglesa y los colonos sediciosos. De esta manera asistimos a acusaciones lanzadas entre ambas potencias acusándose mutuamente de ser partícipes del mercado esclavista y al mismo tiempo hacerse llamar ambas como tierras de la libertad. Mientras que en Inglaterra llaman a defender contra los “colonos esclavistas” las instituciones inglesas libres, desde Norteamérica, Franklin y Jefferson reprochan a la corona su hipocresía al haber promovido la trata negrera. Como podemos presenciar, ambas naciones se acusan de caer en tal contradicción y, sin embargo, ninguna de ellas renuncia a tal mercado.


Comentemos ahora las consecuencias del mercado de esclavos. Según Matthew White en el Libro negro de la humanidad el número de muertos por el comercio de esclavos entre 1452-1807 osciló entre los 14 y los 18 millones, esa cifra surge de la suma de 10 o 12 millones de muertes producidas durante el propio traslado por el Atlántico y otros 3 o 4 millones en el primer año en América. David E. Stannard en su Holocausto en América calcula que la cifra de muertos oscila entre 30 y 60 millones de muertos. Rudolph J. Rummel calcula un total de 13,7 millones de muertos; y, por último, Jan Rogozinski estima que murieron unos 8 millones de africanos y un traslado de otros 4 al Caribe[13].


Dejando atrás el tema de la trata negrera entremos ahora a comentar la situación que vivían los hombres negros en Norteamérica. Es conveniente señalar las diferencias claras que existían a la hora de aplicar el derecho penal entre blancos y negros. Frederic Douglass (abolicionista negro) habla de la cifra de setenta y dos delitos existentes que podían llevar al esclavo a ser condenado a muerte a mediados del XIX en Virginia, mientras que, para los blancos, sólo existían dos delitos equiparables que los pudiera llevar a la pena capital. Los detenidos negros, en el sur, eran hacinados en grandes jaulas que seguían a los campamentos de los empresarios inmobiliarios y de las constructoras ferroviarias. En los informes oficiales consta lo siguiente: «los detenidos eran excesivamente e incluso cruelmente castigados; que eran miserablemente vestidos y alimentados, que los enfermos eran ignorados, en la medida en que no se había provisto ningún hospital, y se les encerraba junto con los detenidos sanos». Una investigación realizada por el fiscal del estado en el hospital penitenciario de Mississippi informó de que los carceleros dejaron «en todos sus cuerpos los signos de maltratos más inhumanos y brutales. Muchísimos tienen los hombros rotos, con llagas, cicatrices y ampollas, algunos con la piel cruelmente destrozada a latigazos... yacían moribundos, y algunos de ellos sobre simples mesas, tan débiles y demacrados que sus huesos se entreveían entre la piel, y muchos se lamentaban de la deficiente alimentación. Llegamos a ver parásitos vivos arrastrarse por sus rostros, y lo poco que tenían para dormir y cubrirse está hecho trizas y lleno de suciedad». En los campos de mineros de Arkansas y de Alabama a los trabajadores forzados se les hacía trabajar todo el invierno sin calzado, con los pies dentro del agua durante muchas horas. En estos dos Estados incluso se utilizaba el sistema del trabajo a destajo, mediante el cual un equipo de tres se veía obligado a extraer cierta cantidad de carbón al día bajo pena de una dura fustigación para todo el equipo. A los forzados de los campos de trabajo entre bosques de terebintos, en Florida, con «cadenas en los pies» y «cadenas en la cintura» alrededor de sus cuerpos, se les obligaba a trabajar al trote[14]». Por otro lado, allende al mundo penitenciario, los conocidos como “hombres de color libres” eran apartados intencionadamente de la sociedad imposibilitando el acceso a puestos importantes, sin acceso a posesión de tierras y sin poder testificar en tribunales contra los blancos: «El blanco puede ahora depredar al negro, puede abusar de su persona, puede quitarle la vida. Puede hacer todo eso a pleno día y debe ser absuelto, a menos que esté presente cualquier otro blanco dispuesto a testificar contra el culpable»[15]. Está claro que, siendo libres o esclavos, los negros son tratados de forma discriminada por su color de piel. Así lo declara Tocqueville al comentar la segregación que se daba en las cárceles, en las que se separaba a los blancos y los negros hasta a la hora de la comida y, dejando claro que los negros no eran enterrados en los mismos cementerios; los negros no tenían acceso a la educación, ni siquiera a leer y escribir, aunque por otro lado, sí que se les cobraba -a los libres- el impuesto por las escuelas. A propósito de esta cuestión hay que mencionar que los negros recibían el trato de “raza menor de edad” y así debía seguir siendo ya que eran vistos por los blancos como una “amenaza eterna” tal y como viene a señalar Laboulaye: «En una mitad de los Estados Unidos existen dos sociedades establecidas en el mismo suelo: una muy poderosa, activa, unida, vigilante, la otra débil, desunida, indiferente, explotada como un rebaño; y, sin embargo, esta grey despreciada es para ese país una amenaza eterna». La situación “favorable” del negro libre siempre pendía de un hilo ya que podía caer nuevamente bajo la categoría de esclavo. De hecho, si se probaba que se había violado la prohibición del mestizaje en el estado de Pennsylvania podía ser vendido como esclavo en el mercado, aunque también hay que señalar que había consecuencias para el blanco que había sido partícipe. La persecución del mestizaje llega hasta tal punto que el mismo sacerdote que había consagrado el matrimonio se exponía a penas severas, el blanco que se decidía a crear un vínculo familiar con una mujer negra (o viceversa) era separado forzosamente de ella. Según una norma de 1691, una mujer libre y blanca que haya tenido un hijo de un negro o un mulato se exponía al castigo de cinco años de servidumbre y, el hijo acabaría siendo vendido condenado a ese estado servil durante treinta años[16]. De esta manera, incluso los propietarios de esclavos peligran en el caso de mantener relaciones sexuales con una mujer de piel oscura. Se forman grupos de espías que se dedican a amedrentar e intimidar a los blancos sospechosos de relacionarse con mujeres del otro color llegando así a una situación de persecución entre los propios blancos. El ciudadano que ayudara a un esclavo a fugarse o que se negara a colaborar en su captura se arriesgaba a sufrir la pena de muerte como ocurría en Carolina del Sur. En los estados del sur no vacilan con torturar y eliminar físicamente a los traidores que vayan en contra de los intereses de la nación. De este modo, nos encontramos en un escenario en que todos son presionados por el terror y en el que el dominio feroz y violento que tiene lugar normalmente sobre la población negra termina por golpear a la clase dominante. Está claro que, aunque no se haya mencionado explícitamente todavía, lo subyacente es la práctica eugenésica, la estratificación de los hombres según la “pirámide de los pueblos” y el racismo científico. Podríamos concluir diciendo que los Estados Unidos de América se confeccionan como un Estado racial donde el poder político vigila atentamente para evitar las uniones interraciales y, sobre todo, para que el futuro eventual de esta desgraciada mezcla no conozca la emancipación y no amenace con su presencia espuria la pureza de la comunidad de los libres[17].


Abandonemos este tema y continuemos con el de los indios “pieles rojas”. Según Russell Thornton, citado por White en el Libro negro de la humanidad, la población india norteamericana pasó de 600 mil habitantes en 1800 a 200 mil en 1890, a medida que se expandía el Imperio Estadounidense hacia el Oeste. La humillación y aniquilación de los indios de California fue una de las páginas más negras de la historia de Estados Unidos; además, no se puede tratar este conflicto como una guerra, ya que los indios no podían hacer frente a semejante amenaza. Convendría entonces hablar de una auténtica cacería o “deporte popular”. Es cierto que las enfermedades tuvieron algo que ver, sin embargo, las muertes producidas por éstas a los indios eran celebradas por los anglosajones dando gracias a la Providencia. Éstas son palabras de John Wirthrop, gobernador de Massachusetts en 1629: «Dios había despejado nuestro derecho a este lugar». De este modo, se empieza a justificar el “espacio vital norteamericano” (lebensraum). Esto lo vemos también en otro padre fundador como lo es Benjamin Franklin que decía que «entra en los designios de la Providencia el extirpar a estos salvajes con el fin de dejar espacio a los cultivadores de la tierra»[18]. Los indios en Norteamérica eran vistos y tratados como “bestias salvajes” - tal como los define Locke - que no merecían la conversión, sino la muerte; por ello eran perseguidos, desplazados en masa y finalmente aniquilados. En ocasiones se les asesina y se les arranca el cuero cabelludo con verdadero fervor religioso; se convierten incluso en el blanco de los que practican el tiro[19]. Nos vemos en la obligación de mencionar de nuevo las tensiones existentes entre ambas riberas del Atlántico, una cuestión importante con respecto a los indígenas ya que esto supuso un ataque directo que los colonos utilizaron como legitimación para exterminarlos. Las intenciones de la Corona inglesa era bloquear la expansión hacia el oeste, más allá de los montes Allegheny, una decisión que no satisfizo a los colonos. En palabras de George Washington: «Sólo un tonto deja pasar la presente oportunidad de ir de caza de la buena tierra». De esta manera, hasta seis naciones indias fueron exterminadas por ser fieles aliadas de la Corona. Jefferson culpó de la aniquilación a Londres por haber instigado a esas tribus salvajes a atacar a los blancos norteamericanos. Paine lo señala claramente: «Inglaterra es la potencia bárbara e infernal que ha incitado a los indios y a los negros a destruirnos o a cortar la garganta de los hombres libres de Norteamérica»[20]. Más tarde, con la derrota de los británicos y el surgimiento del nuevo estado americano, el absoluto control sobre la cuestión india queda en manos de los colonos blancos. De esta manera, se lleva a cabo la deportación masiva de los indios:

«El general Winfield Scott, con seis mil hombres y seguido por ‘voluntarios civiles’, invadió el territorio Cheroki, secuestró a todos los indios que logró encontrar, y en medio del invierno, los puso en marcha en dirección a Arkansas y Oklahoma; los ‘voluntarios civiles’ se apropiaron del ganado de los indios, de sus bienes domésticos y de sus utensilios agrícolas y quemaron sus casas. Cerca de catorce mil indios fueron obligados a recorrer el ‘sendero de las lágrimas’, como se le llama aquí, y cerca de cuatro mil murieron durante el viaje. Un testigo del éxodo ha informado: ‘Incluso mujeres de edad avanzada, aparentemente próximas a bajar a la tumba, se pusieron en camino con fardos pesados atados a la espalda, unas veces por terreno helado y otras por caminos fangosos, con los pies al descubierto[21]».

La jerarquía social en los Estados Unidos de América dictaba la estratificación según el color de la piel y podemos ver que en ningún momento se incluye a la población india. La sociedad estaba formada en primer lugar por los blancos, seguidos a continuación por los negros libres y, el último lugar lo ocupaban los esclavos negros[22]. Los negros, por su parte, participan en las guerras de la Unión con la esperanza de ser reconocidos, es decir, tuvieron que participar activamente en la aniquilación de los indios para poder tener alguna oportunidad de emanciparse. Las distintas naciones indias estaban destinadas a ser depredadas desde un principio, tenían que ser expulsadas del espacio sagrado que la Providencia había reservado para los blancos. «Existen razas que experimentan un exterminio sin persecución, en virtud de una irresistible ley de la Naturaleza que es fatal para los bastardos»[23].


Continuemos con la cuestión de la metrópoli. Como anunciamos anteriormente, no todos los hombres, por el hecho de ser blancos eran tratados de la misma manera, existían diferencias claras. La igualación entre los blancos en detrimento de los negros y los indios en América no es más que una igualdad ficticia que no tiene cabida en la realidad material. Tanto en los Estados Unidos como en la Gran Bretaña lo que reina es una aristocracia conocida como la democracia para el pueblo de los señores, conformada por los grandes terratenientes de plantaciones en gran medida en el Nuevo Continente y, a los ojos de Constant, una aristocracia hereditaria en la otra ribera del Atlántico. Podríamos afirmar también, en relación con el calvinismo[24], que las clases dirigentes están formadas por los hombres elegidos por la providencia. Joseph Townsend se opone a cualquier medida que esté a favor de la mejora de la situación de los pobres ya que «ésta terminaría destruyendo el equilibrio de la naturaleza, borrando la presión pacífica, silenciosa, incesante del hambre y favoreciendo el crecimiento de una superpoblación ociosa y excesiva[25]». Franklin arremete duramente contra los médicos que se deciden a salvar vidas que son indignas. Nos encontramos con otro ejemplo cuando Herbert Spencer, un liberal inglés, se opone a cualquier interferencia por parte del estado en la economía cuando da el argumento de que «no se debe obstaculizar la ley cósmica, que exige la eliminación de los incapaces y fracasados de la vida; todo el esfuerzo de la naturaleza es para desembarazarse de ellos, limpiando el mundo de su presencia y dando espacio a los mejores. Todos los hombres están sometidos a un juicio de Dios: si realmente son capaces de vivir, viven, y es justo que vivan. Si en realidad no son capaces de vivir, mueren, y es justo que mueran[26]». Esta visión llega hasta el punto en que se ve con recelo una reforma sanitaria para mejorar la situación sanitaria e higiénica infantil. Nos referimos a las palabras de Lecky, un historiador irlandés.


«La reforma sanitaria no es del todo una cosa buena, cuando permite a los miembros débiles y enfermos de la comunidad, que en un estadio distinto de la sociedad habrían muerto en la infancia, crecer y multiplicarse, perpetuando un tipo debilitado y la mancha de una enfermedad hereditaria».

En Inglaterra los pobres constituyen una casta separada, una raza situada en una condición social que no sufre modificaciones “desde la cuna hasta la tumba”. «Del niño o del hombre pobre inglés se espera que él recuerde siempre la condición en la que Dios lo ha colocado, exactamente como se espera del negro que recuerde la piel que Dios le ha dado. En ambos casos la relación es la que subsiste entre un superior perpetuo y un interior perpetuo, entre un jefe y un dependiente: por grande que pueda ser, ninguna gentileza o bondad puede alterar esta relación». No hay duda alguna de la presencia del calvinismo en estas sociedades y de su ligazón con el liberalismo. Al obrero que se encuentra en Gran Bretaña no se le considera ni siquiera como parte de la nación, no es más que una “máquina bípeda” destinada a trabajar para “la raza de los hombres libres”. «Un reino o una comunidad está compuesta por hombres libres e iguales; los siervos pueden estar presentes en ella, pero no son miembros suyos”; así es, “ningún hombre, mientras sea siervo, puede ser miembro del Estado; él no es ni siquiera miembro del pueblo, porque el “pueblo” es el conjunto de los “hombres libres[27]». El conjunto de los obreros no es más que una gran fuente inagotable de trabajo, una mano de obra ingente, barata y de primera calidad.


Pongamos atención ahora en la cuestión de la servidumbre. Franklin, en relación con la polémica con Inglaterra, equipara los tratos de los esclavos negros en Norteamérica con los que reciben los mineros escoceses. Por lo visto, los trabajadores en las minas de carbón en Escocia llevan un collar obligatoriamente en el que está escrito el nombre de su dueño. Lo mismo plantea Adam Smith al señalar que en las salinas y minas existen “residuos de esclavitud” en Gran Bretaña. En la segunda mitad del siglo XVIII se distinguen tres tipos de servidumbre en Inglaterra: los siervos domésticos, los aprendices y los trabajadores. En cuanto al siervo doméstico y al aprendiz, el patrón puede castigarlo físicamente sin llegar a provocarle la muerte. Pero si esto llegara a ocurrir, apunta Smith, no se consideraría homicidio a no ser que el castigo se haya inferido con un arma ofensiva y con premeditación y sin provocación. Por otro lado, la situación de los trabajadores es comparada por Grozio a la de los esclavos ya que permanecen ligados durante toda su vida al patrón para poder sobrevivir. Apunta Engels que los obreros industriales, al ser mutilados física e intelectualmente, son más esclavos que los negros de América, porque son más ásperamente vigilados. Por su parte, Marx dice que en las minas inglesas hacia 1860 morían un promedio de 15 hombres. Según el informe sobre Coal Mines Accidents, en el decenio 1852-1861 fueron muertos un total de 8.466. «Esto se debe a la avaricia de los propietarios de minas, quienes a menudo sólo hacían cavar un solo pozo, por ejemplo, de modo que no sólo había una ventilación eficaz, sino que tampoco quedaba una vía posible de escape en cuanto dicho pozo quedase obstruido». El 7 de abril de 1857 escribía: «Los informes de los inspectores de fábricas prueban más allá de toda duda que las infamias del sistema de factorías británico crecen con el crecimiento del sistema; que las leyes aprobadas para poner freno a la cruel codicia de los patrones son una impostura y una ilusión, redactadas de tal forma que frustran sus propios fines y desbaratan los esfuerzos de los hombres encargados de velar por su aplicación[28]». Como cuenta Roca Barea: «De 1850 a 1873 fue la época de bonanza económica que haría del Imperio Británico la primera potencia mundial, es decir, el Imperio hegemónico en la política internacional o Realpolitik, y también el Imperio capitalista por antonomasia, el sistema liberal realmente existente. «Curiosamente, el apogeo del Imperio británico no acabó con el hambre ni limó las enormes diferencias sociales, sino que más bien profundizó un rígido sistema clasista que es característico de la sociedad británica».


Pasemos a otra cuestión, la situación de la mendicidad. Todas las personas que no podían sustentarse por sí mismas podían ser obligadas a trabajar, a convertirse en esclavas de un amo y a ser duramente castigadas si abandonan o desertan del trabajo. Como vemos, nos encontramos ante una situación similar a la de los esclavos negros en Norteamérica. La solución que ofrece Locke para contrarrestar el problema de la mendicidad es poner a trabajar a partir de los tres años a los niños de las familias que no puedan mantenerlos. En Inglaterra los vagabundos son destinados a las “casas de trabajo”, un lugar al que muchos otros acudían también para evitar la muerte por inanición. Las casas para pobres son descritas tanto por Engels como por Tocqueville con gran horror, ya que supone, en palabras de este último, «el espectáculo más repugnante de la miseria». Por un lado, se encuentran los enfermos incapaces de trabajar y que esperan la muerte, por otro, mujeres y niños hacinados en desorden como cerdos en el lodo de sus pocilgas; cuesta trabajo no pisar un cuerpo semidesnudo[29]. Engels muestra el carácter más desalentador al explicar la ruptura de los vínculos familiares que se da en estos sitios: