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12.9 Capítulo segundo: Razones contra el separatismo andaluz

por David de Quevedo


Resumen: El etnicismo en este año 2022 sigue siendo una parte clave en la cuestión referente a los separatismos periféricos de España. Nosotros, comunistas españoles, centralistas y amantes de nuestra patria sabemos que esto es así. En el caso andaluz también, porque cabe mencionar que se escuchan argumentos afirmando que en el sur, la cuestión étnica pasó desapercibida, al contrario que en el caso vasco o gallego. Lo cierto es que no sólo el etnicismo es un pilar de peso en el separatismo o regionalismo andaluz, sino que también lo es el tomar partido en la historia. El Andalucismo toma partido en la cuestión andalusí, a favor de esta y en contra de Castilla y del proceso civilizatorio cristiano que vino de ella y de Aragón. Sin embargo no es Aragón la lanza clavada en la pasión de los andalucistas, sino Castilla. ¿Culpa del romanticismo del S.XIX? Estamos en lo cierto, pues por parte del Andalucismo no hay momento histórico más idealizado y romantizado, que Al-Ándalus. ¿Supone un problema idealizar el Islam? ¿Qué le pasa a Castilla que no le pasa a Aragón, si ambos extendieron los mismos valores? ¿O quizá en el ideario andalucista —nostálgico de los siglos islámicos—, se le da forma a pensamientos pacíficos y llenos de cultura para todos por igual, en el que los comerciantes canturreaban versos de Las Mil y Una Noches y las mujeres, lavando la ropa en el río, los terminaban al unísono? El Andalucismo no tiene duda de su objetivo ni de qué herramientas valerse a la hora de tomar partido en la situación española. Y a la altura de las circunstancias, nosotros tampoco.

Palabras clave: Andalucismo, infantiano, Islam, cristianos, civilización, España.

* Nota: Cuando el lector lea «islam» con minúscula, esta palabra hará referencia a la religión musulmana. Cuando el lector lea «Islam» con mayúscula, hará referencia a toda la cultura que envuelve a dicha religión y a Dar al-Islam.


I. Civilización cristiana, civilización musulmana


Doy por supuesto que el lector, si está haciendo un seguimiento de esta serie de capítulos contra los separatismos periféricos de España, conoce cómo se conforman las naciones políticas en el sentido que Gustavo Bueno lo explica en su obra España frente a Europa. Esto será importante para entender el concepto material de civilización. Las naciones políticas surgen de las naciones étnicas, y a su vez, estas no son tal sin naciones biológicas. Si el lector no conoce esta tesis en cuanto a la conformación de las naciones desde el materialismo filosófico, le remito al primer artículo de esta serie: Capítulo primero: Razones contra el separatismo catalán, donde lo explico debidamente en contraste con la definición de nación de Stalin, a la cual no le doy validez por ser unívoca, contener lagunas y faltas de rigor, así como por ser una definición ad hoc contra el austromarxismo de Otto Bauer. Todos conocemos que en la historia de España existió un periodo islámico que duró cerca de ocho siglos, que nada tiene que ver con la conformación de la nación política española, muy posterior. En contra de algunas voces, tengo que decir que este periodo no es ni tan hegemónico ni tan compacto como se afirma en los círculos de las izquierdas o en los círculos marxistas vulgares de nuestro país. Es importante tener claros los distintos procesos civilizatorios operantes y realmente existentes tanto en el siglo X, como hoy, si queremos acertar desde las coordenadas del materialismo histórico y filosófico. La Península Ibérica como objeto geográfico en esta explicación ha sufrido, desde la llegada de Roma, varios procesos civilizatorios que, dependiendo de cuál se adhiriera en esta tierra, caracterizaría su futuro una vez ésta se transformara en Nación Política. Los procesos civilizatorios, de la misma forma que los Estados, los Imperios o las clases sociales, crean dialéctica en base a los intereses contrarios que producen de forma natural, por lo que el conflicto está más que asegurado, haciendo imposible una armonización entre procesos civilizatorios. Religión o forma de vida social son elementos sustanciales que harán que en la época, las civilizaciones choquen. Es un gran error concebir el fenómeno de Al-Ándalus como un proceso histórico homogéneo y sin cambios en cuanto a tiempo nos referimos. El Al-Ándalus del siglo VIII no es el mismo que el del siglo XII. En 711 las gentes que entran a la península tienen peculiaridades tanto étnicas como históricas. La población árabe que se fue expandiendo desde el este hacia el oeste, por todo el norte de África, y con esta, el Islam, arrastraban una serie de conflictos familiares entre ellos debido a las nuevas ramas diferenciadas en el seno de su nueva religión. Cuando el Islam llega a lo que hoy se comprende como el Estado de Marruecos, convirtiendo a la población bereber, los conflictos entre chiíes, suníes y algunas agrupaciones menores de fatimíes caracterizan a la nueva población islámica. Comentamos lo mismo a nivel cultural: los conocimientos de Al-Ándalus en el siglo VIII no son los mismos que en el siglo XII o XIV, prueba de ello es la Mezquita de Córdoba. Si uno entra en ella, verá que está construida por secciones, y cada sección es un reflejo del nivel arquitectónico de la época —y este a su vez es un reflejo del nivel cultural de la etapa de Al-Ándalus en la que fue construida—. En la primera fase de su construcción, mandato de Abderramán I en 786, puede contemplarse el bajo nivel arquitectónico de los constructores andalusíes, utilizando como columnas o capiteles restos de monumentos romanos y visigóticos, por carecer de buenos arquitectos y de alarifes con nivel. Nada que ver, sin lugar a dudas, con edificios como la Alhambra o el Real Alcázar de Sevilla, construidos en etapas bastante posteriores.

Al-Ándalus supuso una conquista civilizatoria que nada tuvo que ver con la que existía anteriormente —y que más tarde responderá en forma de bando y de reconquista de los territorios ocupados por el Islam— . Los visigodos estaban más que romanizados y el catolicismo predominaba sobre las pocas gentes arrianas que quedaban, una vez Tarik puso un pie en Tarifa con sus tropas musulmanas. Lo que hay que destacar en todo esto, son las características de la civilización musulmana recién llegada a la península en diferencia con la civilización cristiana en un futuro próximo, para dejar claro que ambas civilizaciones son inmiscibles, es decir, que no pueden ser unidas bajo ningún lazo. La filosofía y la conducta islámica están basadas en una ética racional emergida directamente del Corán, caracterizándose en distancia con el cristianismo. En una palabra: supone unos valores y unos dogmas que los cristianos no comparten y que son la piedra angular de la diferencia y del enfrentamiento entre ambos procesos civilizatorios. En palabras de Serafín Fanjul: dejando a un lado el hecho de que al comienzo de la conquista musulmana no hubo ningún objetivo puramente religioso, sino más bien militar y práctico hasta la llegada del dominio de Abderramán I, donde el cuerpo religioso sí supondría ya un elemento de altísima importancia en contraste con los cristianos, este hecho será lo que definiría en el futuro la cohesión y el desarrollo del proceso civilizatorio islámico en suelo ibérico. La Sharia es un pilar fundamental en la civilización musulmana. La Sharia es una ley sagrada, pues proviene de los textos sagrados, a saber: el Corán y las tradiciones del profeta Mahoma, y que remite lo que es normativo para los musulmanes. Lo normativo no es sólo lo legal, sino también acciones que son de obligado cumplimiento o bien, que no están prohibidas per se, pero que conviene evitar socialmente. La Sharia a día de hoy sigue siendo, de forma inmutable, algo de excesivo peso hasta el punto de ser vital para la inmensa mayoría de musulmanes, pues les garantiza la salvación eterna en el Akhirah (el Más Allá). Reservándome la afirmación de que la Sharia no se aplica de la misma forma hace trescientos años que hoy, ni igual en Arabia Saudí que en Marruecos, no deja de ser el texto referente a las leyes y conductas musulmanas, o bien uno de los textos referentes relacionados con el comportamiento musulmán. La Sharia como ley sagrada siempre está presente en el mundo islámico de Al-Ándalus y en el mundo islámico del hoy, y por lo tanto, caracteriza marcadamente a la sociedad musulmana en diferenciación con la cristiana. Los musulmanes se ven a sí mismos como enemigos acérrimos de las visiones politeístas en las que encajan al catolicismo debido a la creencia en la Santísima Trinidad (Padre - Hijo - Espíritu Santo). Su postura se basa en el siguiente fragmento coránico: “Jesús, hijo de María, ¿eres tú quien ha dicho a los hombres: “tomadnos a mí y a mi madre como a dioses además de tomar a Dios? Dijo: «¡Gloria a Ti! ¿Cómo voy a decir algo que no tengo por verdad? Si lo hubiera dicho, Tú lo habrías sabido. Tú sabes lo que hay en mí, pero yo no sé lo que hay en Ti. Tú eres Quien conoce a fondo las cosas ocultas.” (Corán - Surah 5). No se entienda aquí por «politeísta» una religión pagana que se representa por varias deidades, sino a un mismo dios con más de una representación. Esto es estrictamente rechazado en el Islam y en Al-Ándalus fue motivo suficiente de separaciones y de altercados entre cristianos y musulmanes a lo largo de toda la estancia mora en la península. Esta visión, digamos que «monoteísta» que se adjudica el islam es perfectamente armónica con su visión fatalista; esto es, la clara concepción de que todo evento o acontecimiento está escrito y determinado por fuerzas mayores e inmateriales, lo que enlaza con lo que viene ahora mismo. El Ash’arismo surge en el siglo X en respuesta al Mutazilismo: son dos escuelas filosófico-teológicas que en lucha dialéctica pretenden implantar los postulados oficiales filosóficos del Islam. Brevemente, el mutazilismo también rechaza la figura de la Santísima Trinidad, pero su metodología es más racionalista que la del ash’arismo, pues le otorga al creyente el poder de acción del libre albedrío, desligando las acciones e influencia directa del creyente con los mandatos directos de Allah. En respuesta, el ash’arismo postula que el libre albedrío transmite alto pecado, pues toda acción de creyentes, no creyentes, resultados de guerra o expansión religiosa ya está determinada por Allah. En otras palabras, nada ocurre, ya sea positivo o negativo, si Allah no lo tiene así previsto, lo que impregna ya no el acto de fe, sino al propio Islam de un rasgo profundamente fanatista, haciéndole tomar partido radical frente al que no concibe la realidad de la misma forma. Las leyes proceden de Allah, por lo tanto, no proceden de un credo de estudiosos, sabios o del propio conjunto de creyentes. Las leyes son sagradas y eternas, porque en el ash’arismo el Islam no es una creación, sino que es un fenómeno existente a la altura del mismísimo tiempo o de la mismísima existencialidad. Una vez que la Existencia surge desde la Nada, el Islam lo hace con ella. El ash’arismo venció al mutazilismo, se expandió por todo Dar al-Islam y llegó a Al-Ándalus, agravando las relaciones civilizatorias entre cristianos y musulmanes.

Cabe destacar que los musulmanes entienden la realidad a través del ash’arismo en combinación con el pensamiento de poseer la religión verdadera en sentido cronológico, pues Mahoma fue el último profeta del dios abrahámico y por lo tanto, significa que fue la última revelación divina comunicada por el Arcángel San Gabriel. Así, la última palabra de Dios es suya, les pertenece a ellos, no a los cristianos ni a los judíos; y por lo tanto, ellos son los que más cerca están de la divinidad y de la verdad. Ciertamente, el Corán contiene más mandatos que relatos, mientras que la Biblia contiene más relatos que mandatos. El Corán predica con un respeto hacia los cristianos y judíos, sin embargo en sus páginas existen múltiples contradicciones que hablan de perdonar, pero posteriormente de castigar y eliminar. También de tolerar. Esto es importante: la tolerancia no significa convivencia pacífica ni «igualitaria» en soberanía entre pueblos religiosos, Estados o dominios políticos puntuales. Al-Ándalus toleró a los cristianos, pero les humilló bochornosamente haciéndoles pagar la yizia. Se conoce todo lo relativo a la legislación andalusí llamada «leyes de moros» en las que se aplica la ley coránica a los cristianos. En Al-Ándalus se establece la dimma, que es la protección de todo conquistado que pague la yizia, es decir, un impuesto obligatorio. Quien no pagara la yizia, no sólo era castigado sino que era retirado de toda protección. La ceremonia del pago de la yizia era un ritual de pura humillación hacia el cristiano, que tratado de infiel, se le hacía pagar de pie, ofreciéndole el dinero al musulmán que aguardaba sentado en un sitial, mencionando las palabras: «¡Oh dimmí, enemigo de Allah! Paga la yizia, que es la indemnización que nos debes por el amparo y la tolerancia que te concedemos». Y en esa tolerancia, los cristianos debían obligatoriamente situarse por debajo de los musulmanes para que la convivencia fuese posible. Los cristianos en Al-Ándalus estaban obligados a tratar a los musulmanes como sus señores, cediéndoles el asiento, levantándose en presencia de un musulmán, vistiendo de forma particular a diferencia de un seguidor de Allah para evitar una confusión entre los que creían en la verdadera religión y los que no. Un cristiano no tenía el permiso de montar a caballo por ser considerado un animal noble para el musulmán, en cambio se les permitía montar asnos y mulos, siempre a mujeriegas; es decir, con las dos piernas hacia el mismo lado «como las mujeres» y, utilizando albardas, en lugar de sillas de montar. No podían colocar cruces en el exterior de sus viviendas ni de sus iglesias, y éstas jamás podrían superar en altura a una mezquita. Tampoco podían las campanas emitir sonidos. En cuanto a los matrimonios mixtos, un musulmán sí podía tomar la mano de una mujer cristiana, pero jamás un cristiano tomar la de una musulmana. En el caso de que la mujer cristiana tuviese una primera descendencia, estos podían mantener su religión, pero los hijos nacidos del nuevo matrimonio con el musulmán debían ser criados en los valores del islam, separados de sus hermanos maternos cristianos. El Corán habla de tolerancia, y en Al-Ándalus la hubo, pero a un precio completamente desigual —como no pudo ser de otra forma—, fruto natural de los enfrentamientos civilizatorios y del conflicto histórico que procede de la diferencia de los dogmas filosófico-religiosos entre Cristianismo e Islam. La importancia de la diferencia entre los procesos civilizatorios cristiano y musulmán se encuentro no sólo en la naturaleza de sus libros sagrados y en la filosofía que existe alrededor de ellos, producto de la evolución del pensamiento y de las conclusiones a las que los seguidores han llegado a través de los años, sino también de la evolución de sus comunidades en relación con el progreso de la historia humana. Es indiscutible que, si en la parte del mundo donde predominó el cristianismo —en época de las naciones étnicas—, existe un avance paradigmático que ha permitido ciertas formas de pensar más críticas y más racionalistas, por lo tanto más avanzadas en cuestiones científicas, es debido a la naturaleza religiosa predominante, amoldada a la progresión de los vastos vientos de la historia, así como a las grandes revoluciones políticas. Si en el Islam hubiese triunfado la vertiente mutazilista en lugar de la ash’arista, expandiéndose por todo Dar al-Islam, los países islámicos podrían, hoy —quizá, sólo quizá—, asimilarse a los europeos, americanos o asiáticos; donde si hay un fundamentalismo cristiano, es, si acaso, en un reducidísimo número de países. Ante esto cabe indicar que, si los países islámicos permanecen a día de hoy en convivencia de esa visión fundamentalista religiosa —respondiendo al autor salafí saudí Mohamad al-Arefe, quien no para de asegurar que es debido a la pureza y a la Verdad sobre la que el islam reposa, en contraposición al «falso Cristianismo»— es por dos motivos principales : 1) Predominio de la visión ash’arista de la mismísima existencia y de la realidad palpable, que sitúa al creyente musulmán como el ser humano más en lo correcto de la faz de la tierra, ubicando al resto a un escalón muy por debajo y tratándolos de infieles e ignorantes. Privándoles de todo reconocimiento en el área del pensamiento así como negando todo resultado de sus civilizaciones, por muchos frutos que hayan dado. 2) Falta de procesos revolucionarios burgueses que hagan a la par, avanzar a las sociedades islámicas desde mentalidades propias del feudalismo, a aquellas más naturales de las capitalistas modernas, avanzando así a la necesidad nacional de conformar una unión de la clase obrera de cada nación islámica, dadas las circunstancias que existirían dejando atrás el fundamentalismo religioso.

II. El problema de Blas Infante y su islamofilia

Afirmo que los procesos civilizatorios tienen, a grandes rasgos, cinco pilares fundamentales que los definen como tal: definición religiosa, pensamiento filosófico, cuestión idiomática, tradición jurídica y proceso político propio reconocido por los demás en consonancia (heterodeterminación). En España no somos musulmanes, nuestra filosofía no es heredada de las visiones coránicas o de las tradiciones del profeta Mahoma y nuestro método jurídico no es la sharia. Tampoco somos arabófonos ni nuestra tradición política está conectada con el mundo islámico. Esto es lo que define a una civilización de la que emanan los Estados-nación posteriores, pero Blas Infante Pérez de Vargas no estuvo dispuesto a entender esto jamás. Blas Infante nunca fue separatista, vaya por delante; pero su ideología es utilizada por el andalucismo independentista presente para justificar que Andalucía es una patria, y por ende, una nación. Haciendo uso de las ideas de Infante, pero descartando únicamente el factor de que Andalucía no puede separarse de España, tenemos como resultado otro movimiento fragmentario más, cuyo núcleo teórico central es, de nuevo, el volksgeist.

«Andalucía no puede ni podrá llegar a ser jamás separatista de España. La razón es obvia: ella es, y será siempre, la esencia de España. (...) La Uniformidad, principio de la barbarie germánica —en la que Infante incluye a los castellanos por ser cristianos—, ha triunfado aparentemente. Sin embargo, los pueblos rurales andaluces quedan ahí, plenos de la raza pura —los moriscos—, mientras que las ciudades se llenaban de gente extraña —los cristianos llegados del norte—. Andalucía, no se fue. Quedó en sus pueblos, esclavizada en su propio solar. En sus pueblos rurales, constituidos por los moriscos sumisos de conversión anterior y lejana a la época de las expulsiones, a los cuales correspondía ya el título de cristianos viejos; por los moriscos que retornaron de la forzosa emigración, refugiándose en sierras y campos. Su etnos y su etos son inconfundibles». (La Verdad sobre el Complot de Tablada y el Estado Libre de Andalucía, 1931 - Blas Infante)

Aquí nos encontramos un problema mayúsculo por parte doble. ¿Andalucía es la esencia de España? No, señor Infante, más bien todo lo contrario: España es la esencia de Andalucía. Andalucía es hija de la nación española, y no al revés; por tanto España se manifiesta a través de Andalucía, y no al contrario. Sin España, no cabría la existencia de Andalucía tal y como la conocemos. Andalucía a día de hoy es uno de los territorios españoles donde más se vive el catolicismo a flor de piel y donde más fieles y seguidores de la religión católica se pueden hallar, sin la más mínima discusión. Andalucía es heredera directa de las costumbres cristianas llegadas desde Castilla —a Andalucía se la suele llamar «Castilla la Novísima»— y por tanto está adherida al proceso civilizatorio cristiano, no al islámico. Andalucía es productora de un vino excelente, de un envidiable embutido proveniente del cerdo, donde las calles están repletas de cruces y azulejos con imágenes santas, donde más iglesias por metro cuadrado se pueden encontrar en toda España —junto con Galicia—, de donde han salido grandes artistas que han derramado toda su sangre por España y, donde ha surgido un folclore que fuera de nuestras fronteras representa a la nación española, además de ser aprendido en masa. España como concepto histórico que se transformó en nación es un proyecto anti-islámico, pues se conformó para combatir a los siervos de la luna y la estrella, materializando su historia y sus costumbres cristianas desde el norte al sur, hasta conseguir la expulsión de Allah. Andalucía es hija del cristianismo y no del Islam, pues Andalucía no tiene nada que ver, en ningún pilar civilizatorio, con Al-Ándalus. El segundo problema mayúsculo y que Infante no escribió poco sobre él en textos como La Dictadura Pedagógica o en especial en El Ideal Andaluz, es su empleo de la concepción —que no del concepto— del término volksgeist para definir el «genio y la personalidad andaluza». Es todo un arte ver cómo Infante desprecia lo proveniente de Europa por ser cristiano, pero necesita valerse de un término generado por el idealismo alemán de Fichte para conceptualizar algo que no existe, como es esa supuestísima personalidad andaluza. Infante asocia la personalidad andaluza a lo que él considera que es la «verdadera Andalucía»: los moriscos y todo lo que se desprenda del Islam. Repetimos: para Infante, esas «gentes extrañas» que vienen de Castilla mediante la reconquista, son considerados unos intrusos, pues no de otra forma afirmará que la «verdadera Andalucía» se encuentra en los territorios rurales, a la vez argumentando que los reconquistadores expulsaron a los moriscos de las ciudades para empujarles a entornos campestres. Por lo tanto, si los moriscos fueron empujados al mundo rural, y la «verdadera Andalucía» se encuentra en los campos y no en las ciudades, la conclusión de Infante es que la «verdadera Andalucía» es morisca y por tanto, musulmana. No se olvide el lector que Blas Infante asociaba a Al-Ándalus con el territorio de la actual Andalucía, desde la que por cierto escribo estas palabras. Aquí todos saben que el territorio andalusí llegó hasta Narbona y se mantuvo no poco tiempo clavado en la zona de Zaragoza. Pero Infante no le da importancia a esto, puesto que es consciente que la actual Andalucía debe servirle, valerle, como plataforma política desde la que comenzar su proyecto a través del Ateneo de Sevilla. Es más sencillo en términos de cohesión actuar en el área regional andaluza y de ahí comenzar la expansión, que emprender proyectos en todas las partes de la antigua Al-Ándalus. No sólo esto. Infante, sorprendentemente en su comprensión de que España está compuesta por varios pueblos y no sólo por uno —el español—, declara:


El pueblo vascongado se ha mantenido, se mantiene y se mantendrá siempre unido a los demás pueblos de España, ya que es consciente de su hermandad con todos ellos. Otro lazo sería demasiado débil para determinar a un pueblo semejante. Por algo la Historia pone en sus montañas el refugio último de la pureza de la raza aborigen española que desde el Sur, desde Andalucía, se extendió por toda la Península. (El Ideal Andaluz, 1915 - Blas Infante)

Es descarado cómo Infante pone a Andalucía como la cabeza de España, inclusive en términos de raza refiriéndose sin lugar a ni una sola duda, a los moriscos. Les recuerdo que para Infante Andalucía es la esencia de España, y no al revés. Andalucía es, entonces, hasta la esencia del País Vasco —o hasta la de Narbona y Perpiñán, váyanse ustedes a saber—. La Historia determinó que la civilización de la que hoy está compuesta España, se prolongara de norte a sur. Desde Asturias hasta el Campo de Gibraltar por medio de Castilla y Aragón. Para Infante, la «auténtica civilización española» que nace en Andalucía, fue al contrario, del sur al norte, mediante la auténtica raza morisca que hoy queda expulsada en los vastos campos andaluces y mediante el auge cultural celestial al que se llegó durante los mandatos de los tres Abderramanes. Infante comprende una nefasta y errónea teoría de la conformación de las naciones, de la definición de «pueblo», entendiéndolo conceptualmente eterno y hasta su muerte como una forma de Nación Étnica en lugar de Nación Política. Sobre ello, en su obra La Dictadura Pedagógica, Infante tiene la desvergüenza de hablar sobre Marx desde un enfoque plenamente idealista, acusándolo de no ser capaz de trazar una línea ideológica que haga al ser humano dueño de su propio destino, afirmando que el marxismo se basa sólo en puro economicismo, además de sostener que la economía marxista no está manejada por sujetos, sino que está dejada a su libre albedrío desde un Estado que no tiene como fin, educar a la sociedad. Infante dice defender el verdadero ideal de comunismo —él lo llega a llamar comunismo de amores— mientras rechaza el proyecto soviético y le hace esta superficial crítica a Marx. Infante ignora la metodología marxista ya mencionada de pronto en el Manifiesto Comunista, donde sin buscar demasiado, encontramos algo como:

«Mas esos textos socialistas y comunistas encierran también elementos críticos. Atacan a todos los cimientos de la sociedad existente, por lo que han proporcionado materiales de un gran valor para instruir a los obreros. Sus tesis positivas sobre la sociedad futura, tales como la desaparición de la oposición entre la ciudad y el campo, la abolición de la familia, de la ganancia privada y del trabajo asalariado, la proclamación de la armonía social y la transformación del Estado en una simple administración de la producción». (Manifiesto Comunista, 1848, Cap. El socialismo utópico-crítico, o comunismo. Marx & Engels)

¿Esto para Infante no sería suficiente a la hora de entender el concepto de que una clase social —la obrera— y por tanto el ser humano, se adueña efectivamente, de su destino? ¿No entiende Infante la lucha de clases? ¿O es que quizá Infante es otro ideólogo más que apuesta por la armonía de clases como el fascismo o el Islam? ¿Qué clase de comunismo puede defender alguien que de esta forma tan absurda reduce, ya no el primer proyecto socialista en la Tierra, sino al propio padre de esta ideología de una forma tan indefinida y ambigua? Infante sostiene: «Gobernantes que sean Maestros, Estado que sea Escuela, Política que sea arte de Educación». Los gobernantes de una sociedad no son ni pueden ser maestros, sino un grupo que toma partido por una dirección política en conflicto con las demás ubicadas en el exterior y, controladores hasta de planes bélicos. El Estado no puede ser equiparable a una escuela, pues el Estado asegura el orden cívico mediante la aplicación de las leyes —en muchas ocasiones de forma violenta— y el proseguimiento del sistema político; no es una lista de valores educativos o morales. La política no es educación, sino una línea que sigue la nación desde un determinado punto del que emanan el resto: economía nacional, modalidad educativa, legalidad, administración institucional, sistema sanitario, etc. Esta afirmación de Infante es del todo imprecisa y carente de sustancialidad, pues no concreta nada, más que una vaga imagen de un concepto no muy claro, que nuestro sujeto montó en su cabeza en forma de escenario y que jamás precisó. Sin embargo defiende el «verdadero comunismo, el comunismo de amores», tildándolo de pedagógico y reduciendo al propio Marx en la ecuación. El defensor del comunismo de amores también afirma: «No somos sectarios. Ni proletarios ni burgueses. Simplemente hombres». Con esta afirmación, Infante despoja al hombre de su naturaleza política y cívica, de su aspecto sociológico y de hasta su categorización histórico-material, lo que de nuevo vuelve a ser un grave desacierto basado en la más pura metodología idealista analítica. ¿Cómo hacer al ser humano dueño de su destino con estas «clasificaciones»? Es tremendamente imposible. No obstante en el pasado islámico se encuentra su hoja de ruta, de cuya existencia están más que orgullosos los grupos separatistas y regionalistas andaluces y en donde encuentran su «identidad» regional. Cualquiera con un mínimo de rigor y dos dedos de frente juraría que los postulados de Infante son de muy mal gusto al ver que despoja al ser humano de su ser político y material por una lado, pero se lo adhiere por otro a la hora de hablar del Islam y de los falsos orígenes andalusíes de los que está compuesta la muy católica y españolísima Andalucía. En Infante se encuentran estas clases de sinsentidos por doquier, pero estas dos —la Andalucía islámica y el comunismo de amores— son las más graves y destacables. Blas Infante lleva a cabo un constante regressus a la época andalusí para basar en ella su pensamiento, sosteniendo que en Al-Ándalus todos los seres humanos eran libres, iguales y rebosantes de sabiduría. La época más brillante y dorada de la historia de España a cuyos orígenes deberíamos de volver en forma política contemporánea, rechazando, repetimos, los valores de los bárbaros del norte y de la opresión castellana que llenó Andalucía de forasteros. En 1924 Blas Infante viaja a Marruecos durante la dictadura de Miguel Primo de Rivera —concretamente a Agmat, al sureste de Marrakech—, para visitar la tumba de Al-Mutamid, último rey abadí de la Taifa de Sevilla. No existen pruebas fehacientes de que Infante se convirtiera al islam —a pesar de que organizaciones andalucistas y musulmanas así lo confirman—, vaya por delante, pero su pensamiento político, discursos históricos engrandeciendo Al-Ándalus y su clara posición en la historia por parte de esta, en total desprecio a la civilización católica y a todo lo que llegó desde el norte, apunta directamente a que pudo convertirse en musulmán sin ningún tipo de problema. De hecho tendría pleno sentido. ¿Qué se lo hubiese impedido o por qué no lo haría? Un altísimo porcentaje de los estudiosos de la vida de Blas Infante afirman que ni siquiera poseen este dato como cierto o incierto, cubriéndolo con una íntima lona sobre la que argumentan que si tal fuese así, no sería de mayor destaque, pues en cualquier caso lo hubiese hecho a título persona y que bastaría con respetar. Sin embargo sabemos que, según Muhammed Ali Cherif Kettani en su libro «El Resurgimiento del Islam en Al-Ándalus», Infante se convertiría al islam en una pequeña mezquita de Agmat, siguiendo los nueve pasos de la Shahada a ojos de dos testigos musulmanes como dicta la tradición islámica. Los nombres de ambos testigos son Omar Dukali y Beni-Al-Ahmar. Desde nuestras coordenadas marxistas y por tanto materialistas, sí es una información a destacar, pues un líder político no se convierte a una religión por la que apuesta, por mero gusto, afición o curiosidad. En el caso de ser cierto, Blas Infante hubiese culminado su carrera política tomando partido por una religión que supone la cuna de una civilización contraria a la que proviene del mundo cristiano. Tomaría partido por un proceso civilizatorio también antimarxista —el propio Marx lo tenía bien claro—, antiobrero, anticomunista, en el que existe una armonía de clases y un análisis rigurosamente teológico y de corte medievalista. De ser así, Blas Infante intentó cohesionar su proceso político en Andalucía desde este pensamiento, el cual es imposible conocer en evolución, pues Infante fue fusilado un 11 de agosto de 1936 en la carretera de Carmona, Sevilla. Blas Infante Pérez de Vargas por tanto, es un enemigo del marxismo, del proceso civilizatorio cristiano que ha dado como fruto a España y a Andalucía, de la Nación Política española que él contemplaba con ojos medievalistas —en términos de Nación Étnica— e idealistas, así como un declarado amante del Islam. España es lo que es por eventos históricos que no coinciden con las creencias y pensamientos de Infante. España es lo que hoy conocemos gracias por un lado, a su historia cristiana y, por otro, al proceso de creación de la Nación Política, en la que el obrero tiene un papel de fundamental peso. Blas Infante no es el padre de Andalucía, pues no aprueba ninguno de los dos aspectos de los que España, indiscutiblemente, está conformada.

III. Narcisismo colectivo sureño

El idealismo alemán y el concepto de volksgeist son peligrosos porque crean naciones y pueblos donde nunca los hubo en base a fenómenos sin rigor como los sentimientos, lo que combinado con el fundamentalismo democrático, que todo lo da por bueno, supone una auténtica bomba contra la realidad. Como no puede ser de otra forma, de cualquier mención elaborada de una región española y de cualquier figura dedicada a esta, se crea un separatismo de la nada, a pesar de que esta figura, Blas Infante, no fuese en ningún punto de su carrera política un separatista. El narcisismo del fracasado y del grupo estigmatizado se convierte en un cierre identitario, y el ensimismamiento individual en forma de grupo frente al otro se convierte en autocomplacencia. Quererse a sí mismo en calidad de «oprimido» equivale a un narcisismo de la derrota y el fracaso; y esta es la más pura esencia de todos los separatismos periféricos españoles, y muy en especial, del andaluz. El separatismo andaluz es tachado de ser uno de su tipo que es imposible de llevar a cabo y que cuyo futuro no se vislumbra, al contrario que los separatismos del norte, ya que no posee una burguesía que apueste por él en contraposición económica al gobierno de España. «Sin burguesía que tome partido por esta idea, entonces, no puede haber separatismo», entendemos como cierre casi categórico. Comprensiblemente hay personas que piensan de esta forma debido al gran desconocimiento que existe sobre separatismo andaluz y, además, del contraste temporal entre los separatismos del norte, unos años más viejos que el del sur, considerablemente más nuevo, y por lo tanto tratado por nuevas agrupaciones políticas en un contexto completamente novedoso y diferente. Los movimientos separatistas se expresan, entre otras cosas, mediante partidos políticos en forma de acción, y los partidos políticos separatistas catalanes o vascos siempre estuvieron en manos de las burguesías locales que les preceden, por lo que arrastran una tradición que les hace fundirse inevitablemente con sus burguesías territoriales —que por muy locales que sean, son tan españolas como la madrileña o la extremeña, debido a que la burguesía es una clase social que impera con los mismos intereses en todo el territorio nacional—. En Andalucía, a mi juicio, el caso es diferente. De la misma manera que antes del siglo XIX en Cataluña no había un sólo movimiento hegemónico separatista, en Andalucía tampoco lo hubo antes de la muerte de Francisco Franco Bahamonde. El nacionalismo andaluz, quede claro, no es exclusivamente independentista, sino que se materializó con Blas Infante siendo primeramente autonomista y federalista, a pesar de algunos de sus compañeros como Isidro de las Cagigas, que sí fue abiertamente separatista andaluz. La vertiente separatista del nacionalismo andaluz hasta la muerte de Francisco Franco jamás fue hegemónica, sino que estaba reducida a cuatro cabezas pensantes de la forma más literal. De esta tradición proviene el nacionalismo andaluz. No obstante, la naturaleza se transforma con el paso del tiempo, y hoy la vertiente separatista del andalucismo está más viva que nunca antes. Nadie puede asegurar en los tiempos que estamos viviendo que la vertiente separatista del andalucismo no vaya a ser la hegemónica de aquí, año 2022, a un par de generaciones más adelante, por poca burguesía que apoye esta idea. Este pensamiento corre como la pólvora entre los grupos de jóvenes andaluces, por lo que en conversaciones sociales no es ajeno a nadie aquí. La moda identitaria andaluza, entendida como contra-española, hoy se respira de la forma más común que nunca, lo que se agrava mediante el fundamentalismo democrático que se vende hoy en forma de legitimación desde agrupaciones políticas, partidos o sindicatos como: • Adelante Andalucía • Partido Andalucista • Podemos Andalucía • Andalucía por Sí • Liberación Andaluza • Anticapitalistas Andalucía • Partido Comunista de Andalucía (PCA) • Candidatura Unitaria de Trabajadores (CUT) • Sindicato Andaluz de Trabajadores (SAT) En Andalucía —y en toda España— es muy común que los jóvenes piensen, sin saberlo, desde las coordenadas de este fundamentalismo democrático en el que todo vale, que deforma toda visión político-histórica extirpando el rigor en el análisis personal o profesional. Entonces, ¿realmente es tan imposible que el separatismo andaluz pueda suponer otra amenaza más a la unidad de España, a pesar de que la burguesía del sur no llegue a apoyar esta idea? Y ya no es que esté cada día más presente en la opinión de los jóvenes, en los sindicatos o en manifestaciones como el 28 de febrero, es que además, es una idea que viene adherida a partidos que traen otras fórmulas intrínsecas y que hoy desde las altas esferas se apoyan, como el feminismo, la teoría queer, el veganismo o el antiespecismo. Ideas que llegaron con aires revolucionarios y con un más que supuesto y presunto ánimo de transformar la sociedad, pero que son promovidas por el gran capital, que no le causan ni el más mínimo daño —al contrario, han abierto nuevos espacios de mercado que funcionan divinamente y por el que antes ninguna empresa apostaba— y que se han hecho un jugoso hueco en la industria haciendo que muchos se ganen la vida con ello. El separatismo andaluz sería, en todo caso, el único ejemplo —a la par que quizá, el gallego— de separatismo periférico español que no necesite de una burguesía que lo apoye para crecer y establecerse. El separatismo y regionalismo andaluz necesitan de forma irremediable e irrefutable acudir a la historia para intentar encontrar desesperadamente el más mínimo motivo del que valerse para posteriormente justificar que no están donde la realidad les ha posicionado y para negar el legado que la historia les ha hecho heredar, por lo que crean motivos ad hoc para atacar a España como Nación Política. Mirada atrás, sólamente Al-Ándalus supuso un hecho diferenciador durante casi ocho siglos en contraste con los reinos cristianos. Muy especialmente con Castilla —nuestra malvada Castilla que siempre se lleva todos los palos—, porque este separatismo sureño la tiene como principal objetivo a destruir o, al menos, del que desligarse completamente. Al necesitar desligarse, acuden a lo más distante en términos religiosos, civilizatorios, morales: el Islam. Acudir a lo más contrario existente en la historia es directamente proporcional a la desesperación de la que se vale este separatismo sureño para negar lo que realmente son los habitantes que dice representar. Sin saberlo, predican con las visiones que los viajeros franceses e ingleses en el siglo XIX —todos unos romanticistas hasta decir basta y decididos a expandir valores negrolegendarios y afrancesados, además de dispuestos a ridiculizar a España— expresaban en sus diarios a la hora de visitar todo el país, y especialmente Andalucía. George Borrow en su obra La Biblia en España (1843) no solamente tacha a los españoles como bandoleros sinvergüenzas y gente de poca cultura —entre otras cosas, por no ser protestantes—, sino que sobre Andalucía comenta que su verdadera esencia es el mundo moro ya que este fue el que le dio su ser al sur, impregnándola de ricos y vastos jardines fruto de la naturaleza del Islam, transformados desde la desgraciada reconquista católica en un desierto alcanzable hasta el horizonte. Para más inri da a entender que Gibraltar es la joya de la esperanza en un mar de maldad española donde los pueblos, muy separados entre sí y teniendo menos de un siglo de edad, están abandonados, arruinados y maltrechos. Borrow presenta una España fruto de una penosa mezcla de lo peor del catolicismo, la desgracia de haber expulsado al islam que llenó de vegetación y jardines el desierto andaluz a la altura de Sevilla —nos preguntamos dónde estará ese desierto— y una extraña afición a lo que dicta el Papa desde el Vaticano, adhiriendo además a la personalidad andaluza la ignorancia y el fanatismo más puros, así como la maldad e incivilización personificadas donde no conviene invertir demasiado tiempo. Dos años más tarde, en 1885, el francés Théophile Gautier publica su Viaje por España, en el que empieza pisando muy fuerte afirmando que nada más cruzar el puente a Irún, pisando España por vez primera, todas las viviendas vascas presentan motivos moriscos, donde las mujeres se pasan el día en el balcón tiradas al sol y los guardias españoles, sin trabajar, pasan las horas tumbados en la hierba en el más plácido descanso. Gautier es otro más que deja caer que la civilización de España es el Islam, el que huyó despavorido hacia el sur para no ser presa de las gentes extrañas que provenían del norte y cortar esa preciosa civilización morisca, sumiendo a la nueva España en las desgracias que tiene, según Gautier.


Irún ya no se parece a ningún pueblo francés. Los tejados de las casas presentan un carácter morisco, con sus tejas cóncavas y convexas alternativamente; (...) Pasada Sierra Morena, el aspecto de la naturaleza cambia totalmente. Es como si de un salto transcurriéramos de Europa a África. En Málaga (...) mujeres envueltas hasta la cabeza en unos chales color escarlata, que formaba un marco maravilloso para sus rostros moriscos (Gautier, 1885)

La obra de Gautier está repleta de imágenes que él mismo trae preconcebidas desde Francia, fruto de las leyendas, los tópicos y los clichés que allí siempre se produjeron sobre España. Valiéndome de las palabras de nuestro buen y respetado amigo Jorge Polo Blanco: estos viajeros acaban viendo lo que estaban empeñados en querer ver. Los españoles de carne y hueso no se ajustaban a la imagen prejuiciosa que se habían formado. Hallamos que Gautier le asigna a la mujer andaluza el rasgo de morisca, que el alma de Andalucía fue Al-Ándalus y no la actual España —muy probablemente Blas Infante sacara de aquí su «Andalucía es la esencia de España»— y que en Andalucía todo tiene un aire moro. A su vez, también hallamos que Borrow afirma que «en Andalucía todo tiene un carácter enteramente oriental», así como plasma sus lamentaciones de cómo la luz del Islam fue derrotada por la secta papal llegada del norte. El famoso francés Alejandro Dumas también diría en su diario De París a Cádiz que esperaba encontrar en tierras sureñas ese orientalismo y esas fragancias frescas moriscas que al final no percibió por ningún rincón. El británico Richard Ford en su Manual para viajeros por España de 1845 habla:

«La excentricidad española es caracterizada como un injerto turco en occidente. La clave con que descifrar a este singular pueblo no es ciertamente europea, ya que esta Berbería cristiana es, por lo menos, terreno neutral entre el sombrero y el turbante, y muchos afirman que África comienza ya en los Pirineos. Pero, sea ello lo que fuere, el hecho es que España, civilizada primero por los fenicios y poseída largo tiempo por los moros, ha conservado de manera indeleble sus impresiones originarias. Póngase, pues, a prueba tanto a sus indígenas como a España misma, aplicándoles un patrón oriental, y se verá cuántas cosas análogas aparecen que son extrañas y chocantes en comparación con las costumbres europeas»

Todos estos viajeros y escritores franceses e ingleses son fieles propagadores de la visión romántica decimonónica e idealista que tanto ha caracterizado al siglo XIX y que tantos problemas le ha dado a la clase obrera de todas las naciones políticas, intentando confundirla. Para todos ellos existe un espíritu del pueblo, concepto utilizado como herramienta política tanto por el fascismo, por el Islam o por los separatistas, así como por los que no son capaces de comprender lo que es la Nación Política y sobre la materialidad histórica en la que se sustenta el pueblo, entendido como ha de entenderse: como Estado-nación. Este concepto de espíritu tan peligroso, pues desvía la capacidad de análisis materialista alejando la metodología marxista, impregna a todo sujeto de una idea más cercana a la fantasía de J.R.R. Tolkien que a la realidad, haciendo creer que por haber nacido en un terruño concreto ya se poseen derechos inalienables y rasgos inigualables, que se contiene una esencia que hace que uno se sienta único en su especie local y hasta que se piense que se tiene un aura semi-mágica que encadena a uno a la región donde ha crecido y donde se ha criado de forma mística, relacionándose y ligándose a sí mismo hasta con las montañas, con los ríos o con la especie animal o vegetal que abunda en esa zona. También pretendiendo apropiarse de elementos culturales haciéndolos suyos y solamente suyos, excluyendo al resto. Esta especie de identidad tan alucinante e idealista se llama volksgeist, y el volksgeist no sólo establece de por sí una diferencia por haber nacido 30 kilómetros más al norte que otros o al otro lado de una sierra, donde por causas políticas se encuentra la frontera entre Andalucía y Castilla la Mancha, sino que establece un escenario de imaginación tan potente y tan impregnado de relatividad idealista, que estos grupos —el separatismo y regionalismo andaluz entre ellos— se permiten la capacidad de desvariar y de volar en un sinfín de posibilidades inventadas en las que basarse para seguir diferenciándose de los demás. La propuesta ortográfica del andaluz «EPA» es un ejemplo brillante de un desvarío de colosales alturas. Esta propuesta pretende englobar y hacer suya la «causa andaluza» en base a una —inexistente— «necesidad popular» que tienen los andaluces de hablar en su «lengua», el andaluz. Cabe mencionar aquí que por muchos autores «que han tratado la lengua andaluza» que la EPA tome como ejemplo de la obra La Literatura en Andaluz de Francisco de Borja García Duarte, nadie, absolutamente nadie en Andalucía estaba pidiendo una ortografía para el andaluz; por lo que asombra aún más la arrogancia, la insolencia y la desvergüenza que tienen a la hora de hablar en nombre del «pueblo andaluz» y adherirle algo que ni han pedido ni necesita para absolutamente nada. En esta mencionada obra de Borja Duarte se intenta justificar la imperiosa necesidad de crear una ortografía en andaluz, para lo que se valdrá de generalmente 83 autores que «pretendieron otorgarle personalidad a la lengua andaluza». En la inmensa mayoría de ejemplos por autor, todo lo que han hecho estos es eliminar las eses finales para darle forma a los plurales, cambiar la -S por la -C en el caso ceceante y al revés en el caso seseante —Andalusía y no Andalucía—, cambiar la la -L por la -R —argo en lugar de algo— o la eliminación la J y en su lugar colocar una H espirada y así dar a entender que quien habla es andaluz, y que sale en el relato brevísimamente hablando con alguien que no lo es. Para más inri y llevarnos las manos a la frente, en el documento de su primera propuesta ortográfica del andaluz sin vergüenza alguna escriben: «Al mismo tiempo, mucha de la población andaluza quizás quiera realizar un primer acercamiento a la escritura en andaluz de una forma cómoda, por lo que utilizaremos la ortografía castellana, conocida por la mayoría de andaluces y andaluzas».

La desvergüenza de esta gente no tiene límites. De primeras no es que sólo de lo anterior se desprenda que no saben diferenciar entre lengua, idioma y dialecto, es que además hablan del castellano como algo a lo que lamentablemente han de acudir, así como algo que pretenden extirpar o separar de «lo andaluz» cuando en Andalucía se habla castellano. Una lengua es un sistema de comunicación común, definido por la propia comunidad que la emplea así como identificado por las comunidades hablantes exteriores que no la emplean, haciendo así que se diferencie de las otras lenguas. También con un sólido soporte literario. El dialecto es una variación geográfica de esa lengua que por peculiaridades territoriales tiene sus propias características de pronunciación o expresión, pero que es igualmente entendible desde la «lengua neutra» o desde otros dialectos —un andaluz, un murciano y un extremeño pueden entenderse sin problemas en conversación—. El idioma hace referencia a la lengua oficial de un país en el sentido político. Todos los idiomas son lenguas pero no todas las lenguas son idiomas. En Andalucía la lengua que se habla es el castellano, no el andaluz. El andaluz no es una lengua, sino un dialecto de la lengua castellana, y no hay nada más absurdo en materia lingüística que crear una forma de escribir un dialecto. La EPA no pretende ser una alternativa gramatical, vaya por delante; sino representar el nivel fonético del dialecto andaluz. Y los dialectos, queridos lectores, no se escriben, puesto que para emprender un sistema de escritura son enteramente insuficientes en materia de variación—no es una lengua—. Desde el punto de vista lingüístico, el empleo de la escritura de un dialecto haciendo referencia a su nivel fonético es total y completamente contraproducente y falto de interés; por lo tanto, carente de todo sentido. La EPA se utiliza actualmente desde sectores políticos independentistas y regionalistas para pretender tener una diferencia con el resto de la Nación Política. Esa es su única finalidad y no «otorgarle personalidad a una forma de hablar». Los dialectos —y las lenguas— no tienen personalidad. Decir que la tienen es como afirmar que los árboles y las piedras también. Una herramienta no puede tener personalidad, por mucho que el pueblo que la utilice sea harto expresivo. No es difícil observar en redes y hasta en opiniones de conocidos políticos como Teresa Rodriguez, líder de Adelante Andalucía, la defensa de la EPA, el ponerla en uso, enseñarla en los centros educativos y hasta cambiar las señales de tráfico de toda Andalucía y escribirlas con la EPA. La EPA es un fenómeno que se utiliza mayormente con finalidades políticas, por mucho que quieran negarlo desde sus webs y cuentas de redes sociales. La EPA es la miserable prueba más viva que tenemos en Andalucía de que los elementos diferenciadores se crean sin razón, o lo que es lo mismo: si no se tienen motivos tangibles y empíricos para atacar a la Nación Política española en la que todos los obreros son exactamente iguales, se crean en un momento y, como resultado, el cuadro nos quedaría precioso. «Porque sí, porque nos ha dado por ahí y si no tenemos elemento diferenciador con nuestra Nación Política, pues nos valemos de los acentos andaluces que seguro que nos funciona». Y a la EPA acuden todos aquellos que, al igual que en Cataluña, País Vasco o Galicia, necesitan por algún motivo sentirse especiales y únicos por haber nacido en un lugar en el que relacionan todo lo que han visto consigo mismos, extirpando toda comprensión de cómo se conforma una nación en el sentido político —se es abiertamente antimarxista si esto no se lleva a cabo—, así como de comprender las razones irrefutables de por qué al obrero vasco le pertenece tanto Cádiz como al que ha nacido en Tarifa o en el Puerto de Santa María. Acudirán a explicaciones de lo más demencial como que al bajar de la meseta cogiendo por Despeñaperros ya los aires se sienten diferentes, que los colores ambientales no tienen nada que ver con los de más arriba, que el acento andaluz tiene origen árabe, que los andaluces tienen un carácter más simpático y abierto que los sosos de la meseta y de la cornisa cantábrica, que tienen el arte que no tienen los demás —se refieren a la gran facilidad para producir humor o quedar «dignos» en conversaciones—, que el flamenco es de ellos y por ello se distancian mucho de cualquier rincón exterior a las fronteras andaluzas —ignorando que el flamenco tiene desarrollo en Murcia, Castilla la Mancha, Extremadura y hasta en Madrid con los bailes de candil y en Cataluña con la rumba—, que el andaluz tiene un genio tan particular y tan esencial que se remonta a épocas prerromanas, situándolo en Tartessos y en los íberos, así como hasta llegar a afirmar que un lince ibérico liberado en La Mancha en 2019 ha vuelto por su propio pie a Andalucía porque sabe a qué esencia pertenece. Transforman todas estas opiniones infundadas en una especie de xenofobia interautonómica, especialmente hacia lo que venga desde el norte de Despeñaperros hacia abajo y excluyendo a todos por partes iguales, metiendo a los no andaluces en la misma bolsa. Algo completamente despreciable, injusto, arrogante, inculto y antimarxista. Sólo un grupo de auténticos dementes pueden basar su identidad y su exclusividad en modo de volksgeist a la forma de pronunciar, a los aires de un determinado lugar junto con la especie de árbol predominante, a un género musical o a una forma de hacer un puchero.

IV. Conclusión


El regionalismo e independentismo andaluz componen una visión hija de los relatos contados en los diarios de viaje de los ingleses y franceses que mintieron desde la primera vez que pusieron un pie en España, otorgando a cada rincón un aire morisco donde posteriormente destacarían el proceso civilizatorio islámico, de las ideas de Blas Infante —y de miserables personajes de su misma talla como Rafael Sanmartín—, quien tiene gran influencia de estos diarios de viaje, pues durante el siglo XIX y parte del XX corrieron por todo nuestro país como la pólvora y, del seguimiento de rebaño que la política actual implanta en las visiones sociales que calan en la juventud a través de la metodología del fundamentalismo democrático, en el que todo vale y se superpone lo individual a lo colectivo, normalizando estas visiones en cada joven de cada zona que tenga un fuerte movimiento separatista y regionalista o por lo menos que esté comenzando a coger fuerza. Destaca la mentira descarada, se extienden los bulos locales, se manipula la historia material de España, no se entienden los procesos políticos que aúnan a toda una nación otorgando a sus habitantes el grado de ciudadano igualándolos en una misma clase social, predomina lo propio y el terruño ante lo colectivo y la nación, desconocen los propios motivos de qué es lo que pasó en sus mentes cuando se empezaron a dar cuenta de que eran andaluces y por tanto, se deben a otros andaluces, y no a los madrileños o a los riojanos. Los marxistas españoles estamos condenados al profundo estudio de la historia de nuestro país, a entender qué es la Nación Política y por qué es tan importante, pues de ella parte todo lo relacionado al movimiento obrero y a las nuevas ideas socialistas aplicables, así como el establecimiento de directrices para un futuro mediante la unión de nuestra clase, pues nadie nos garantiza que en este caso, en Andalucía, el movimiento regionalista y separatista no vayan a cohesionarse y a ser protagonistas en un par de generaciones, ya que este patrimonio que se traen se hereda de padres a hijos. La heredad del resentimiento se suele transmitir de generación en generación. También es de gran peso comprender por qué los separatismos sólo valen para fragmentar a quien ya está unido por la historia y la esencia de su valor medievalista, fue en la Edad Media cuando los territorios se definían en pequeñas comarcas que de un rey a otro, surgían dos comarcas más donde antes sólo hubo una, debido a sus diferencias insulsas. No vivimos en el Antiguo Régimen, vivimos en el Nuevo en su fase Contemporánea, donde todo ha quedado unido de forma política y donde las clases operan unas contra otras, sin duda conveniéndoles la unión antes que la fragmentación. Andalucía es España y siempre será España.

Bibliografía



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Sobre el autor:


David de Quevedo es estudiante de Ciencias Políticas en la Universidad Nacional de Educación a Distancia. Natural de Móstoles, Madrid, actualmente reside en Algeciras, Cádiz. Miembro de KFA España, ex-escritor de la parte económica de la revista SAENAL sobre Corea del Norte y ex-militante del Partido Comunista de España.


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