por Ángel Holmes
Resumen: ¿Qué hay más allá? Es la pregunta esencial. La historia de América es la historia de las grandes epopeyas y las grandes tragedias, de los anhelos perpetuos y el mágico realismo. América es la tierra de “indoblanquinegros, blanquinegrindios y negrindoblancos” como dijera Nicomedes Santa Cruz. Pero está atrapada, al igual que España, ¿abrirá alguna vez la puerta de la habitación?
Palabras clave: Iberofonía, Hispanosfera, Hispanidad, Imperio Español, América, Antiimperialismo.
I. Americanización.
Érase un día de aquel lejano 1904, aquel año que tanto añoró el cantor, cuando la pluma del insigne poeta delineó lo siguiente sobre el blanco papel: (1)
Eres los Estados Unidos, eres el futuro invasor de la América ingenua que tiene sangre indígena, que aún reza a Jesucristo y aún habla español… Crees que la vida es incendio, que el progreso es erupción, en donde pones la bala el porvenir pones. No.
¡Oh América! Que en aquella época estabas amenazada por la potencia del norte en el contexto del “nuevo imperialismo”, que designaré, a partir de ahora, como simplemente “imperialismo” o… (Pero Holmes, ¡Qué dices!). Y, sin embargo, el tiempo pasa y ahora, la América nuestra está en un limbo. Por un lado quiere pertenecer a “Occidente”, asumir definitivamente su “ser latinoamericano” y, por el otro, quiere ser algo distinto, algo diferente, pero no sabe cómo ni por dónde empezar. Pero a grandes rasgos, la América Hispana, al igual que España, ya pertenece a Occidente, es parte (y no parte) de ella. En otras palabras, tanto la América nuestra como España, son el “oriente” dentro de los límites de “Occidente”, la rareza, el paraíso indómito y perdido, permanente alegre, que sirve de patio trasero (o “delantero”, en términos condescendientes), de lugar de descanso y diversión.
Y a pesar de esta condición, o potenciada por esta, la América nuestra buscó caminos originales para salir de su situación. Sin embargo, hoy en día, en el presente, ¡Quién iba a imaginar que tanto la derecha como la izquierda política de estas tierras, y allende los mares, serían una copia, a veces absurda, mal hecha, patética, subordinada, de los movimientos sociales y políticos estadounidenses! Y a pesar de aquella tara, esto no es casualidad, es algo propio de las dinámicas de pertenencia a Occidente, solo que ahora la pauta cultural (e ideológica) de Occidente la lleva Estados Unidos, con todo lo que esto implica (¡Benditos agringados que asumieron los traumas gringos como universales y predican ahora el evangelio de la redención en algún ministerio, conferencia o Tik Tok!). Ya en 1902, el escritor venezolano Rufino Blanco Fombona escribía lo siguiente en su crítica a la obra “La Americanización del mundo” de William Thomas Stead: (2)
Queda Hispanoamérica. El Sr. Stead manifiesta que, si bien parece una paradoja, es una gran verdad el que existen pocos rincones del mundo meno americanizados que la América del Sur… La opinión del autor quedaría formulada así: “hay pocas partes del mundo menos yanquis, o yanquizadas, que la América del Sur”, lo que no es una paradoja, sino una verdad monda y lironda… En la tercera parte de la obra trata el Sr. Stead de cómo América americaniza. Cree el autor que los yanquis yanquizan: por la religión; por la literatura y el periodismo; por la ciencia; por el arte; por el teatro; por la sociedad; por el sport; por los ferrocarriles, navegación y trusts. En mi concepto, los yanquis no yanquizan ni de esa ni de ninguna suerte; y no se preocupan, o no se han preocupado hasta ahora, de que sus ideas, métodos, gustos e inclinaciones, imperen en el mundo.
¡Qué dulce “inocencia” la de aquellos años! Fombona subestimó la americanización del mundo que tan orgullosamente sostuviera Stead, tal vez porque no llegó a imaginar que años después se iba a desatar una guerra de nuevo tipo, una guerra que a partir de 1945 se volvió virulenta y universal, una guerra ideológica-cultural-política, en resumen, una guerra entre cosmovisiones: una establecida, otra potencial. El final de la Guerra Fría, y la posterior consolidación de los Estados Unidos como superpotencia hegemónica en la era de la globalización, aceleró la americanización del mundo, una americanización que en los años de Fombona se veía como algo lejano, posible, incluso utópico. Una utopía que el “hermano mayor” visualizaba desde la “era de los buenos sentimientos”.
Sin embargo, por ahora, al menos podemos reírnos de los malabares gringos cuando intentan comprender nuestra…
II. Herencia
La polémica que se desató por la película “Encanto” es una muestra de dos cosas: 1) la petulante superioridad moral gringa y su osadía de querer enmarcar bajo criterios raciales cómo deben ser y verse los hispanoamericanos, y 2) el ingenio hispano para demostrar a los gringos que su “colonialismo cultural”, su forma de ver las cosas, no encajan ni encajarán en tierra hispana. El #ShupUpGringo2022 quedará como eterno recordatorio de una Ñ-resistencia contra la intentona moralista gringa. Sin embargo, a pesar de esto, un “trauma” recorre la América nuestra. Y no, no es por el Mario mexicano.
Lo indígena y lo español. Ambos han sido presentados como contrarios en los relatos fundacionales de las repúblicas pertenecientes a la Hispanosfera americana, especialmente desde mediados del siglo XX. El relato no considera la colaboración de los pueblos indígenas en el proceso de conquista de aquel “nuevo mundo” poblado de múltiples mundos. Al contrario, el relato ninguneará su participación en los procesos de conquista o, en su defecto, los repudiará como “traidores” y “vergüenza execrable”. Personajes como La Malinche serán escupidos y maldecidos como “colaboracionistas”. Personajes como Xicalchalchilmitl o Francisco Chillche quedarán en el olvido o recordados en alguna mención al final de página de algún libro de curiosidades. Nada debe manchar la integridad del bloque, aunque se evidencien contradicciones y se tergiversen ciertos hechos. Bajo esta visión, lo indígena se convierte en un bloque sólido, único y reivindicativo, de “resistencia perpetua de 500 años” y el Imperio Español se convierte en un eterno recordatorio de todo lo malo, lo pútrido, lo corrupto; una excusa de políticos populistas; un cruel espantapájaros para desviar la atención.
Intentar comprender un imperio que floreció en una época con una cosmovisión diferente a la nuestra puede resultar complicado, especialmente si manejamos estándares presentistas para juzgarlo. Y a pesar de esto, se estila juzgar con estándares presentistas y en un bloque conjunto “europeo/blanco” aquel imperio desaparecido en los albores de una nueva era. El quid del asunto reside en comprender que aquel imperio, que surgió del encuentro de aquel mundo católico con los múltiples mundos habitantes del “nuevo mundo”, representó el punto más alto de la cosmovisión medieval: fue el Imperio Español el último imperio de la Edad Media, de la Edad de la Cruz y la Luz; fue el Imperio Español el más grande impulsor del catolicismo, el defensor de la fe; fue el Imperio Español aquel que expandió, y continuó, el proceso de cristianización que se dio en Europa, y parte del mundo entonces conocido, hacia las nuevas tierras descubiertas (y es aquí donde le pregunto a usted, estimado lector, si el principio del Interpretatio Christiana se aplicó en el “nuevo mundo” como se aplicara en Europa). En resumen, fue el Imperio Español aquel que representó el punto más alto de lo grecorromano y lo cristiano, acogiendo, simbólica y materialmente, aquel título imperial que le diera en herencia Andrés Paleólogo, último emperador de jure del Imperio Bizantino. Por ende, fue el Imperio Español la Tercera Roma, el hijo de Augusto, Santo Tomás de Aquino e Isabel La Católica.
Sin embargo, el Imperio Español floreció en una época llena de contradicciones. Occidente, mejor dicho, la cosmovisión occidental, nació como una reacción contra la cristiandad tras las guerras de religión que tan gratamente inaugurara Lutero con su proclama reformista. La “crisis de la conciencia europea” de finales del siglo XVII gestó en las estructuras de la cosmovisión dominante católica una nueva forma potencial de ver el mundo que eclosionó con virulencia universalista en la Revolución Francesa. La nueva edad surgida tras la revolución de 1789 transformó de manera radical las estructuras que para entonces estaban en franca “decadencia”. Los modernos ilustrados, como solían etiquetarse, buscaron superar, y diferenciarse, de aquella Edad Media que consideraban oscura y decadente. Sin embargo, al igual que sucedió con la Antigüedad Tardía, la “Edad Moderna” fue la Antigüedad Tardía de la Edad Media, el período de transición.
La desintegración del Imperio Español, una suerte de “guerra civil centrífuga” a gran escala, reemplazó la alicaída cosmovisión predominante por la novel cosmovisión occidental que eclosionara con fuerza universalista. El católico Imperio Español cayó tras una serie de malas decisiones tomadas principalmente tras la llegada de los borbones, quienes despojaron a los criollos de representatividad política real en el manejo de los virreinatos de ultramar. La “Otra España” (como parte del Imperio Español), que nació del encuentro entre los dos mundos, se convirtió, paulatinamente, en un sentir que partió en la búsqueda de un nuevo modelo, un tomar las riendas del destino, un alejamiento, a veces radical, de aquello que se consideraba limitante en muchos aspectos. No es de extrañar, entonces, que las ideas de los ilustrados tuvieran una acogida favorable entre los criollos. Los intelectuales ilustrados ofrecían un nuevo mirar, una nueva comprensión de la realidad, una potencial cosmovisión que con el paso del tiempo se cristalizaría. De esta manera se produjo, bajo este impulso, aquella brecha en las percepciones entre la “Otra España” y la “España Peninsular”, una brecha que no podía ser contenida debido a la expulsión de la intelectualidad católica jesuita y que fue paulatinamente profundizada por las reformas borbónicas (reformas que, irónicamente, buscaban devolver la grandeza al imperio). Los ilustrados que consideraban a la católica España como “la nación más ignorante de Europa. ¿Qué se puede esperar de un que necesita permiso de un fraile para leer y pensar?”, (3) fueron estudiados con ahínco y picardía hispana. En el Virreinato del Perú, por ejemplo, (4)
Es indudable que La Enciclopedia constituyó un manual de consulta obligada en nuestros ilustrados varones desde antes de la aparición del Mercurio Peruano en 1791. Burlando la censura oficial e inquisitorial se filtraron ejemplares de la primera edición de 1751-52. Se encontraron ejemplares en las bibliotecas privadas de Unanue, Baquíjano, Rodríguez de Mendoza y Urquizo, y en otras de Lima y Cuzco…
En el Mercurio Peruano se reprocha a los autores de la Enciclopedia por haber dudado de la existencia de antiguos caminos construidos por los Incas en el Perú. Se cita a los principales colaboradores de la misma, aunque se les agrega epítetos destinados a burlar el celo inquisitorial. Así se menciona el “elocuente y peligroso” Rousseau, el “abominable” Helvecio y el “impío” Voltaire. Pero sus ideas se filtran, se asimilan y se aplican a la realidad y los libros de aquellos “réprobos” se difunden clandestinamente. La Enciclopedia sirve de fuente para dos generaciones que preceden a la independencia y aún a los que la realizaron y fundaron las repúblicas; su sistema ideológico se difunde ampliamente ya sea por la lectura directa o también indirectamente, adaptando las ideas de la Declaración de los Derechos del Hombre, consagrada por los ideólogos de la Revolución de 1789, herederos de los enciclopedistas.
Esta nueva potencial cosmovisión, surgida de un sentimiento de repulsa y pesimismo hacia la religión por las guerras (que era patente incluso en las artes en lo que se conoció como el “barroco”), desconectó la herencia que alguna vez albergara el Imperio Español. El católico Imperio Español era visto como una civilización bárbara y oscura. Ignacio Díaz de la Serna, hablando sobre el artículo “América” que está presente en “La Enciclopedia” de Diderot y D’Alembert, explica: (5)
“América” destila, en cada párrafo, el anticlericalismo que los enciclopedistas profesaron sin tapujos. Consideran que la Iglesia ha sido la causa principal de la superstición, de la ignorancia y, por ende, de la desdicha de los hombres. La Edad de la Penumbra, en la que han estado sumergidos durante tantos siglos, es obra suya, de nadie más. Entre las pocas cosas que comparten franceses e ingleses, a la par de esa postura anticlerical, se encuentra el sentimiento antihispanista furibundo que hizo su aparición a finales del siglo XVI. España, tengámoslo presente, es la Bestia irracional de la leyenda negra. Baluarte del catolicismo, defensora a ultranza de Roma, cuna de los jesuitas, la nación española es sinónimo de intolerancia, de fanatismo religioso, de espíritu obtuso y confuso. Las Luces se llaman justamente así en contraposición a la Edad de la Penumbra. Para los franceses, España remite de inmediato a las mazmorras del Santo Oficio donde se tortura a los infieles que no creen en el cielo y en el infierno, probándoles de ese modo que sí existe el infierno y está sobre la tierra. También remite al auto de fe, ese ritual insólito de la Sinrazón.
Por lo tanto, a nadie debe escandalizar que los nativos americanos practiquen una versión rústica de esa ceremonia. De tal madre, tal hija. América es bárbara hasta el tuétano porque heredó la barbarie de España.
Lo hispano y lo católico se revelan no como excluyentes, sino como armónicos. El primero está ligado al segundo y viceversa. El primero representa en su punto máximo la “barbarie oscurantista” del segundo. El Imperio Español, al ser baluarte del catolicismo, es el “pozo de la ignorancia”. El Siglo de Oro, las investigaciones científicas y las exploraciones alrededor del mundo (incluso los santos y milagros, hospitales y universidades) serán solo vistas como meras anécdotas locales, olvidables incluso. La brecha se profundizará con el pasar del tiempo. La leyenda negra se transformará en un relato “fidedigno” del pasado y la piedra angular para la construcción del futuro. Las repúblicas asumirán el legado de lo pre-hispánico como suyo, como continuadores de lo “perdido”, excluyendo lo hispano por considerarlo herencia invasora y colonial. Pero el sentir de la falta de algo, lo complementario, siempre surge ¿Qué falta? Te preguntas tú mientras me miras con tus ojos carmesí. Y las campanas de las catedrales, cada vez más apagadas, anuncian una respuesta que tanto se busca con ahínco.
III. Los hijos de la nada
Colón es uno de los más grandes protagonistas de la civilización occidental… Pienso en él cada vez que me visita la idea de escribir una apología del aventurero. Porque hay que reivindicar al aventurero, al gran aventurero. Las crónicas policiales, el léxico burgués, han desacreditado esta palabra. Colón es el tipo de gran aventurero: pionner de pioneers. América es una creación suya. Recientemente, en el libro de un pequeño burgués de Francia, se ha pretendido disminuir su empresa, rebajar su figura ¡Como si pudiese importar que antes de Colón otros navegantes hubiesen ya conocido el Continente! América ingresó en la historia mundial, cuando Colón la reveló a Europa… Hispano-América, Latino-América, como se prefiera, no encontrará su unidad en el orden burgués. Este orden nos divide, forzosamente, en pequeños nacionalismos.
Escribió José Carlos Mariátegui un 13 de octubre de 1928. (6)
Al finalizar aquella “guerra civil centrífuga”, las nacientes naciones pasaron por un periodo de inestabilidad en la búsqueda de definir su proyecto nacional. El auge de los caudillos, las disputas entre republicanos y monárquicos, liberales y conservadores, federalistas y centralistas, dibujaron el panorama de las nuevas naciones en sus primeros años. Por su lado, Estados Unidos, el “hermano mayor”, venía de la “era de los buenos sentimientos” (1812-1825), un periodo de su historia caracterizado por la estabilidad y cierto optimismo durante la cual el entonces Secretario de Estado John Quincy Adams elaboró la tan famosa “Doctrina Monroe”. Y aunque el poder de Estados Unidos era menor en comparación con la de Gran Bretaña y Francia, la idea de la “predestinación del destino”, en la que creía Adams, (7) era fuerte. Adams, que “no estaba de acuerdo con la estricta doctrina calvinista” con respecto a los fieles, estuvo influenciado por ella en el aspecto político. (8) La “Doctrina Monroe”, que nació en oposición a la Santa Alianza y lo que se veía como una amenaza de restauración del poder de las metrópolis, pronto fue usada para justificar intervenciones en el “área de influencia” de los Estados Unidos. Una de las primeras reinterpretaciones de la “Doctrina Monroe” fue hecha por James K. Polk. Polk es recordado por buscar iniciar una guerra con México para obtener territorios de aquel país (y no se llegó a la anexión completa, como deseaba el Movimiento Todo México, solo por cuestiones raciales). Pero el punto más alto llegó en 1904, tras el bloqueo naval de las potencias europeas a Venezuela, con Theodore Roosevelt, quien reinterpretó la “Doctrina Monroe” para darle un carácter intervencionista más agresivo en defensa de los intereses económicos de Estados Unidos en su “patrio trasero”. Es en este año que los versos de Rubén Darío resonaron como un llamado y un recordatorio:
Mas la América nuestra, que tenía poetas desde los tiempo de Netzahualcóyotl, que ha guardado las huellas de los pies del gran Baco, que el alfabeto púnico en un tiempo aprendió; que consultó los astros, que conoció la Atlántida, cuyo nombre nos llega resonando en Platón, que desde los remotos momentos de su vida vive de luz, de fuego, de perfume, de amor, la América del gran Moctezuma, del Inca, la América fragante de Cristóbal Colón, la América católica, la América española, la América en que dijo el noble Guatemoc: “Yo no estoy en un lecho de rosas”; esa América que tiembla de huracanes y que vive de Amor, hombres de ojos sajones y alma bárbara, vive. Y sueña. Y ama, y vibra; y es la hija del Sol. Tened cuidado ¡Vive la América española! Hay mil cachorros sueltos del León Español. Se necesitaría, Roosevelt, ser Dios mismo, el Riflero terrible y el fuerte Cazador, para poder tenernos en vuestras férrea garras. Y, pues, contáis con todo, falta una cosa: ¡Dios!
El estallido de la Guerra Fría hizo que Estados Unidos, especialmente tras la revolución cubana, aumentara su influencia en aquella América extraña. Y el resto de la historia ya se sabe… Tal vez alguno, a estas alturas, diga “Pero Holmes, ¿Acaso quieres restaurar un imperio desaparecido?” Y creo que la respuesta es evidente. No. Los imperios tienen un tiempo de vida, el Imperio Español iba de por sí a desaparecer, tarde o temprano, nada es eterno y eso algunas personas deben asumirlo (¡Desechar la leyenda rosa!). Pero… “¿Pero?”, me dirás. La palabra “gringo”, “¿Qué?”, es universal. No es un españolismo ni un americanismo, es un hispanismo. Entendible tanto aquí como allá, y más allá. Y tal vez el secreto esté en esa pequeña frase, el “más allá”, el Plus Ultra. No hay contradicción en ser ateo y defender el legado católico, así como no hay contradicción en reconocer las gestas de Túpac Inca Yupanqui, Hernán Cortés, Simón Bolívar, etc., porque, “¡Chovinista!”, son parte de nuestra historia. Un pueblo sin una base real sobre la cual edificar está muerto. Lo occidental, con sus múltiples avances (¡Es innegable!), está en descomposición, tragándose a sus hijos como el cruel Cronos, arrastrándonos hacia aquel agujero negro en el infinito del espacio. Lo occidental chocó con la herencia indohispana y no la supo comprender, la juzgó, la encerró en una habitación, pero no siempre fue así. En un principio la reivindicó, pero siempre tendiendo a europeizarla, a encajarla dentro de la cosmovisión occidental, aquella que veía a España y a Rusia como bárbaros (“Europa acaba en los Pirineos”). Y lo mismo sucedió, y sucede, acá, en la América nuestra, con aquella aspiración de pertenecer, ser, aquellos “santos lugares de la libertad y la razón (o la democracia)”. Ramiro de Maeztu expresó en su época: (9)
Ante el fracaso de los países extranjeros, que nos venían sirviendo de orientación y guía, los pueblos hispánicos no tendrán más remedio que preguntarse lo que son, lo que anhelan, lo que querían ser. A esta interrogación no puede contestar más que la Historia. Pregúntese el lector lo que es como individuo, no en lo que tenga de genérico, y no tendrá más remedio que decirse: “Soy mi vida, mi historia, lo que recuerdo de ella”… ¿Cuál no será entonces la sorpresa de los pueblos hispánicos al encontrar lo que más necesitan, que es una norma para el porvenir, en su propio pasado, no en el de España precisamente, sino en el de la Hispanidad en sus dos siglos creadores, el XVI y el XVII?… La gran locura de la Hispanidad en el siglo XVIII consistió en querer ser más fuertes que hasta entonces, pero distinta de lo que era.
¡Oh camarada, que está en ti la esencia de cometer la locura de explorar, de ir más allá! ¿Por qué no tentar a la suerte? Hoy está en cada uno, en cada hispano, ya sea de este lado del charco o de allá, retomar ese “plus ultra”, ese “más allá”. Retomar, recuperar, el legado, la herencia, renacer en todos los ámbitos y construir. “¿Construir?” me dirás ¡La Cuarta Roma!, “¡Imperialista!”, el símbolo del fin de la historia, para algunos, el fin de esta historia, para otros ¡Déjame soñar, querido lector, que ya nos intentaron arrebatar las ganas de aspirar a más! ¡Déjame devolver la fe perdida ante la adversidad y el desánimo! Tal vez no tengamos un lugar en este mundo, pero allá arriba, en las estrellas, el camino está aún por ser recorrido.
Bibliografía:
1. Carpetas Docentes de Historia (s.f.) A Roosevelt. Recuperado de: http://carpetashistoria.fahce.unlp.edu.ar/carpeta-1/fuentes/el-imperialismo/a-roosevelt
2. Cruzada del Sur (18 de mayo del 2010) La Americanización del Mundo. Recuperado de: http://cruzadasur.blogspot.com/2010/05/la-americanizacion-del-mundo.html
3. El granero común (s.f.) Masson de Morvilliers: España (1782). Recuperado de: https://elgranerocomun.net/Espana-1782.html
4. Núñez, E. (1997) Las letras de Francia y el Perú: apuntaciones de literatura comparada. Recuperado de:
5. Díaz de la Serna, I. (junio del 2009) El artículo “América” en la Enciclopedia de Diderot y D’Alembert (primera parte). Recuperado de: http://www.scielo.org.mx/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S1870-35502009000100006
6. Mariátegui, J. C. (1928) Obras completas de José Carlos Mariátegui. En el día de la raza. Recuperado de: https://www.marxists.org/espanol/mariateg/oc/la_novela_y_la_vida/paginas/el%20dia%20de%20la%20raza.htm
7. Morales, J. C. (2002) La doctrina Monroe y el Panamericanismo: Dos propuestas y un mismo fin continental. Recuperado de: https://produccioncientificaluz.org/index.php/fronesis/article/download/16486/16459/
8. González, M. C. (2003) John Quincy Adams, e provecho moral y práctico de un diario. Recuperado de: https://moderna.historicas.unam.mx/index.php/ehm/article/view/3076/68785
9. De Maeztu, R. (1933) La hispanidad en crisis V. Recuperado de: https://www.filosofia.org/hem/193/acc/e20113.htm
Sobre el autor:
Ángel Holmes. En Instagram: angelitoholmes.99, en Twitter: AHolmes_volando
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