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15.8- Breve resumen y presentación del proyecto de las Vanguardias Iberófonas Socialistas

por Santiago Armesilla


Resumen: El pasado sábado 19 de marzo de 2022, el año que termina, fue el 210 aniversario de la proclamación de la Constitución de Cádiz, la primera Constitución política de la nación española, que proclamaba, en su artículo 1, la “unión de los españoles de ambos hemisferios” en pie de igualdad ante la Ley, y en la que la soberanía regia era negada, para afirmar la soberanía nacional. Se trató de una Constitución que, sin dejar de estar inspirada por las ideas de la Ilustración, sin embargo ésta era leída desde coordenadas civilizatorias, culturales, diferentes, a saber: desde las coordenas hispánicas, las de la escolástica aristotélico-tomista de la Escuela de Salamanca, y de las libertades civiles medievales de las Cortes del Reino de León, que tanto influyeron tanto en Castilla como en Aragón y en Portugal. Ese mismo día se presentó en Madrid la Asociación Cultural Vanguardia Española, cuyos tres pilares ideológicos fundamentales son la defensa de la Soberanía Política de la Nación Española, su independencia económica y la construcción del socialismo. No obstante, aunque todo socialismo tiene, en primera instancia, una base nacional, porque la clase obrera no existe como tal hasta que no construye su Estado (la “dictadura revolucionaria del proletariado”, que definió Marx en la Crítica del Programa de Gotha) sobre la base del Estado burgués liberal capitalista, al mismo tiempo no es posible implantar a escala internacional un modo de producción postcapitalista si no se hace en una plataforma geopolítica culturalmente coherente. Esa plataforma no es otra que la Iberofonía.


Palabras clave: Iberofonía, socialismo, comunismo, Vanguardias, Materialismo Político.



¿Y qué es la Iberofonía? Es el conjunto de naciones políticas, de territorios y poblaciones que en los cinco continentes (África, América, Asia, Europa y Oceanía) hablan portugués y español, las dos únicas lenguas universales mutuamente comprensibles a grandes rasgos a nivel lingüístico. Portugués y español son lenguas universales no solo porque existen naciones políticas, territorios y poblaciones que las hablen en los cinco continentes. Lo son, también, porque son habladas ambas por centenares de millones de personas. El español lo hablan hoy día, sumando hablantes nativos y quienes lo tienen como segunda lengua, 561 millones de personas. El portugués, por su parte, lo hablan hoy día, haciendo una suma similar entre nativos y quienes lo hablan como segundo idioma, 230 millones de personas. En total son 861 millones de personas que hablan dos lenguas con entre un 89% y un 90% de intercomprensión mutua, hablada y escrita, si bien el portugués tiene más sonidos vocálicos que el español, lo que hace que los lusoparlantes tengan más facilidad de entender a un hispanoparlante que a la inversa. Ahora bien, portugués y español son dos lenguas que comparten raíz común, el iberorromance occidental, conjunto de lenguas derivadas del latín vulgar en el oeste de la Península Ibérica. Y no solo eso, las sociedades políticas que hablan estas dos lenguas comparten un sustrato civilizatorio común en su raíz, en su curso y en su cuerpo.


La Iberofonía se comienza a construir durante la Edad Media, en la Reconquista cristiana contra el Islam. Aunque del árabe recogen muchos préstamos lingüísticos, el portugués y el español también los toman del latín, del griego y de las lenguas godas germánicas. Los reinos de Asturias y de León, que se desarrollan en la cuenca del río Duero, son el núcleo histórico de la Iberofonía. Del Reino de León se derivaron tanto el Reino de Portugal, que continuó la Reconquista por su cuenta como Estado independiente hasta 1580, y el Reino de Castilla, que acabó absorbiendo al Reino de León y conformó la Corona de Castilla. Durante toda la Edad Media, tanto Castilla como Portugal, así como la Corona de Aragón y el Reino de Navarra, reclamaron para sí el reinado (el Imperator) de toda la Península Ibérica (nombre tardío de dicha península, pues éste data del siglo XIX), en tanto la consideraron una única unidad cultural y política, Hispania, la que fuera provincia del Imperio Romano y, luego, base del Reino Visigodo altomedieval. Sin embargo, la unidad política de Hispania, de la Iberofonía medieval, no se logró consolidar, aunque se estuvo cerca en varias ocasiones. Con la proclamación de Alfonso VI de León como Imperator Totius Hispaniae, con la reclamación del reinado de toda Hispania por parte de Alfonso X el sabio, por las reclamaciones de las casas de Borgoña y Avís, desde Portugal, sobre toda la Península, o desde la casa de los Trastámara en España, una vez se unieron Castilla y Aragón con los Reyes Católicos, son ejemplos de intentos tempranos de unidad iberófona. Pero los límites geográficos ibéricos se desbordaron a partir de finales del siglo XV.


Con la caída de Constantinopla en manos de los otomanos en 1453, los Estados tardomedievales europeos empezaron a tener taponado el paso por tierra a la India y China para retomar la ruta de las especias y de la seda. Y fueron primero Portugal y luego España quieren tomaron la delantera y abrieron el camino al mundo que vendría. Los portugueses circunnavegaron África, llegaron al Océano Índico y establecieron rutas comerciales con la India y China que convirtieron al país en una potencia imperial. España, por su parte, financió los viajes de Cristóbal Colón, quien en 1492 halló tierras al occidente del Océano Atlántico, que poco después, con Américo Vespucio, se demostraron que no eran Asia, a donde quería llegar Colón, sino un continente no cartografiado hasta entonces, y que se llamó América. A partir de entonces, el comercio de esclavos africanos y el contacto, en ocasiones violento, con los indígenas americanos, provocaron el surgimiento de un nuevo modelo de civilización, distinto a cualquiera conocido hasta entonces. Ese nuevo modelo de civilización, impulsado por el Imperio Español mediante la construcción de ciudades, universidades, hospitales y caminos durante tres siglos desde el sur de Alaska hasta la Tierra del Fuego, y desde Nápoles hasta Manila a través de rutas oceánicas repartidas con Portugal mediante los Tratados de Tordesillas y Zaragoza, culminaron en la primera unificación civilizatoria iberófona, entre 1580 y 1668, cuando bajo la casa de los Habsburgo, y amparados en el Mare Clausum, que cerraba el comercio interoceánico en el Índico, el Atlántico sur y el Océano Pacífico (el “Lago Español”), se construyó el único momento en que se estuvo cerca de instaurar una sociedad o comunidad política de carácter universal. El modelo imperial luso, basado en feitorías portuarias se respetó, pero la unidad fue efectiva. Bajo la base de lo ibérico católico, se mezclaron la filosofía griega y el derecho romano con las culturas americanas precolombinas y con las culturas africanas negras subsaharianas. El curso y el cuerpo de la civilización iberófona se había expandido, universalizado y asimilado, por aculturación, elementos nuevos. Después de la segunda independencia de Portugal, bajo la casa de Braganza, los lusos perdieron su primacía en el Índico, arrebatada primero por neerlandeses y luego por británicos. Con el Tratado de Madrid, firmado por Carlos III de la casa de Borbón en España, las misiones jesuíticas, el primer intento de organización socialista en América con un formidable ejército entre lo que hoy es el Paraguay, el noreste de Argentina y el sur de Brasil, fueron defenestradas. Y con el fin del Mare Clausum en favor del Mare Liberum tras los acuerdos de Nutca entre España e Inglaterra, que abrió los océanos al libre comercio y acabó con el proteccionismo iberófono, se puso fin a la construcción de una Modernidad alternativa a la que luego realmente triunfaría con la caída del Imperio Español y con la independencia del Brasil. Esa Modernidad alternativa, mercantilista, proteccionista, católica, amerindia y africana, fue derrotada y balcanizada por la Modernidad realmente existente implantada por el Imperio Británico y, más tarde, perfeccionada por el Imperio Estadounidense.


Esa Modernidad realmente existente es el modo de producción capitalista, basado en la implantación, a través de la triple dialéctica de clases, Estados e Imperios, de una estructura económica, política e ideológica, histórica, consistente en la competencia “libre” entre unidades económicas que producen mercancías a través del alquiler de fuerza de trabajo obrera. Esta fuerza de trabajo obrera produce mercancías, y por tanto, valor económico, durante el tiempo de trabajo socialmente necesario, el tiempo que necesita una sociedad política capitalista en producir, en el menor tiempo y con el menor coste, determinados productos que solo pueden ser posibles en dicho tipo de sociedad, y que está determinado por la competencia y por el desarrollo tecnocientífico de las fuerzas productivas. En la configuración del valor dentro del campo económico, se encuentra el plusvalor, la parte de valor que difiere del salario del obrero y que es mayor que éste. Al obrero se le paga por lo que vale su fuerza de trabajo en el mercado, lo que cuesta mantenerla orgánicamente activa, viva. No por lo que produce. El plusvalor no es la única fuente de riqueza del capitalista, aunque sí es la fuente de explotación legal, ilegal y/o alegal del proletario, que además se reparte, vía impuestos y a través de las cadenas globales de valor, por diversos Estados e Imperios. Además, la clase capitalista, cada vez más minoritaria y rentista, deja que su poder económico sea administrado por trabajadores asalariados de alto nivel (CEOs) que, más que bourguesie, son burgéntum, es decir, hombres burgueses en el sentido histórico, que van de una gran empresa capitalista a otra a escala internacional, y que junto a la burguesía rentista se van conformando, cada vez más, y apoyados sobre Estados imperialistas depredadores, en una suerte de oligarquía financiera cosmopolita que invierte sobre ella misma, en las diferentes unidades económicas en competencia entre sí que controla, y que como diría Diego Fusaro es, en sentido clásico, “postburguesa” y “antiburguesa”. Es decir, contraria a la burguesía nacional industrial tradicional y al Estado-nación que ella construyó.


La dificultad de luchar contra esta Gran Burguesía financiera cosmopolita estriba en que, mientras la burguesía tradicional era clase en sí y para sí porque había construido el Estado-nación, el proletariado no es clase en sí, ni para así, hasta que no construye, sobre la base del Estado-nación burgués, la República Democrática Socialista, la dictadura revolucionaria del proletariado. Además, la estructura moderna capitalista se ha implantado casi universalmente a través de la triple dialéctica de clases (burguesía capitalista industrial y financiera), de Estados (democracias liberales burguesas avanzadas y autocracias capitalistas, derechistas o fascistas) y de Imperios (particularmente el Imperio Británico y el Estadounidense, a los que, en menor medida, hay que sumar Francia, Alemania y la Unión Europea, Japón, etc.). Y frente a ella han luchado, también a treves de esa misma triple dialéctica, sociedades políticas que han tratado de instaurar comunidades globales postcapitalistas: a nivel de clase, el proletariado y el campesinado; a nivel de Estados, los países que han tratado de construir diversos tipos de socialismo y que se han emancipado del yugo colonial contemporáneo; y a nivel de Imperios, la Unión Soviética y la República Popular China, cuyas revoluciones han sido producto, cada una, de las dos guerras mundiales del siglo XX. El caso soviético y chino ejemplifican que solo desde una gran plataforma geopolítica de tipo civilizatorio, coherente culturalmente, se puede implantar, desde la dialéctica de clases, Estados e Imperios, un modo de producción postcapitalista, comunista, partiendo de una transición socialista efectiva basada en el desarrollo tecnocientífico capitalista y de la universalización de derechos en las naciones políticas contemporáneas, los dos grandes logros de la Modernidad realmente existente que el movimiento socialista ha de rescatar y conservar para evitar el nihilismo abstracto de corte postmodernista, feminista, indigenista y anarcocapitalista a que pueda derivar el capitalismo realmente existente.


Por todo ello, las Vanguardias iberófonas socialistas son un proyecto materialista y postcapitalista de gran potencial. Vanguardia Española no fue la primera de dichas organizaciones. Fue Vanguardia Argentina, partiendo de una escisión de un grupo de izquierda indefinida a través de un taller formativo, la pionera de todas ellas, a las que siguieron Vanguardia Comunista Chilena y, después, Vanguardia Española. Juventud Obrera de Costa Rica, organización ya existente antes de conformarse las Vanguardias antedichas, se unió al proyecto de las mismas. La última en llegar fue Vanguardia Venezolana. Vendrán más. El objetivo es construir y reconocer, a través de mecanismos organizativos e instituciones legitimadoras, una Vanguardia por cada nación iberófona, que se reconozcan entre sí, y que se apoyen mutuamente, respetando la independencia de todas ellas y sin decirles a ninguna qué tienen que hacer en su ámbito nacional propio, aunque compartiendo todas ellas la misma doctrina: el Materialismo Político, que fusiona la filosofía de Marx con el materialismo filosófico de Gustavo Bueno, la filosofía de El Capital de Felipe Martínez Marzoa, la teoría de la insubordinación fundante de Marcelo Gullo, y todo aquello que sea coordinable y compatible con la construcción de este materialismo iberófono. Lo presentado en este texto es un resumen de mi último libro, Iberofonía y socialismo, editado por Última Línea este 2022. La centralidad de la clase obrera de cada nación iberófona sobre cualquier otro sujeto político, la necesidad de elevarla a la condición de clase nacional, y la coordinación y cooperación entre todas las Vanguardias para reestructurar la unidad de la civilización iberófona bajo parámetros postcapitalistas, es lo que nos mueve. Por ello, el proyecto político de las Vanguardias socialistas iberófonas es policéntrico, siguiendo el principio de subsidiariedad que permite que sean los más cercanos a una cuestión los que hayan de resolverla respetando y asegurando la jerarquía internacional que se establezca, y evitando así los errores de la Komintern, que actuó más como una oficina de política exterior de la URSS que como una verdadera Internacional obrera. Dentro de este policentrismo iberófono distinguimos varias regiones: Brasil, México, el Cono Sur, la Región Andina, la Superregión Caribeña, Iberoáfrica, Iberoasia e Iberoceanía y, finalmente, la Iberofonía europea. Son Iberoamérica e Iberoáfrica el corazón de la Iberofonía, y es Brasil, por dimensiones y situación geoestratégica, la nación que podría liderar la unificación iberófona si, además de desarrollar una Vanguardia Brasileña, el país aprovecha el potencial lingüístico iberófono y, sin dejar de ser lusoparlante, se vuelve bilingüe y adopta el español como segunda lengua nacional. En el resto de naciones iberófonas habría que fomentar en el sistema educativo y en los medios de comunicación la intercomprensión mutua entre ambas lenguas, sin tampoco volverse todos bilingües. Pero en Brasil sería esencial lograrlo.


A escala geopolítica, un proyecto iberófono socialista ha de respetar la integridad territorial de cada una de las naciones iberófonas y, por tanto, su soberanía nacional. Por ello, deben ser ilegalizados los partidos que defiendan el mal llamado “derecho de autodeterminación”, que no es sino privilegio de secesión que destruye la unidad formal y material de la clase obrera a elevar a la condición de clase nacional. Asimismo, la consecución de un proyecto iberófono socialista resultaría en un triple impacto geopolítico sobre las estructuras imperialistas depredadoras que permiten la hegemonía política, económica y cultural de la Gran Burguesía cosmopolíta potenciada, en su fase actual, por el capitalismo anglogermánico protestante, eso que, desde Lutero, se llama “Occidente”. El triple impacto se daría en África, contra el neocolonialismo en el continente, contra la Unión Europea que ha desindustrializado y despoblado Portugal y España, y contra la Doctrina Monroe que sigue manteniendo a Iberoamérica, desde hace dos siglos, como patio trasero del Imperialismo Estadounidense. Es fundamental acercar las luchas antineocolonialistas, antieuropeístas y antiestadounidenses de la Iberofonía, en tanto que parte fundamental del Sur Global, contra “Occidente”, contra el capitalismo anglogermánico protestante. Y si para ello hay que cooperar con Rusia y con China, en tanto que poderes alternativos a “Occidente” sea, sin desde luego subordinarnos ni a los intereses de Moscú ni a los de Pekín.


Este, y no otro, es en resumen, el proyecto de las Vanguardias iberófonas socialistas a día de hoy, diciembre de 2022. Este siglo se abre una ventana de oportunidad para la construcción de este proyecto. Y tú, obrero hispano y lusoparlante, miembro de una civilización no reconocida como tal, producto de la fusión violenta pero grandiosa de lo ibérico católico, de lo amerindio y de lo africano, puedes formar parte de este proyecto. Tenemos ante nosotros la posibilidad de construir algo que es más grande que nosotros mismos, que nos va a trascender y que han de seguir nuestros herederos políticos del futuro. Tenemos la gran oportunidad de anular y superar el estado de cosas actual, y de actuar en la Historia produciendo un gran, y perecedero, impacto universal. Pues si el postcapitalismo no se implanta a escala universal, desde una plataforma universal como la Iberofonía, no se implantará nunca. A organizarse, a luchar y a vencer.


Salud, Revolución, Iberofonía y Socialismo.


Sobre el autor:


Santiago Armesilla es politólogo, doctor en economía, generador de contenidos audiovisuales en Youtube, escritor e investigador. Este artículo fue previamente publicado en El Viejo Topo, nº 412, mayo 2022.


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