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16.2- La Razón Liberal como Razón Moderna

por Santiago Armesilla


Resumen: Se relaciona el liberalismo, en tanto que ideología de la Modernidad por antonomasia, con los apriorismos de Kant.


Palabras Clave: liberalismo, Modernidad, Kant, Idealismo, racionalismo.



Felipe Martínez Marzoa entiende el modo de producción capitalista como una estructura económica que se ha internacionalizado, y que ecualiza básicamente con la idea de Modernidad. Al combinar el análisis crítico de la Modernidad de Marzoa con el materialismo filosófico de Gustavo Bueno, desde el materialismo político podemos afirmar que dicha estructura económica, dicha Modernidad, se ha implantado casi universalmente a través de la dialéctica de clases, de Estados y de Imperios, que no son más que tres momentos de una única dialéctica histórica. Por tanto, dicha Modernidad, aunque se ha universalizado, no ha logrado totalizar todos los rincones del Planeta, aunque por la propia inercia de la revalorización del valor a través del trabajo asalariado y del excedente que este produce, el plusvalor, sea precisamente este mecanismo de base lo que impulsa a la Modernidad a implantarse en todas partes, a recomponer completamente las relaciones sociales y a implantar, a su vez, una superestructura ideológica completa que choca, necesariamente, con los valores tradicionales precapitalistas, premodernos, que han construido durante siglos o milenios comunidades que la mercantilización progresiva del mundo-entorno humano va descomponiendo poco a poco. Esto Marx lo vio, al principio de su obra escrita, como algo positivo porque aceleraba el proceso revolucionario. Sin embargo, el optimismo de Marx fue atenuándose hasta darse cuenta de que el ciclo ampliado del capital podría reproducirse de manera ilimitada. Y como ya vieron él y Engels en el Manifiesto Comunista de 1848, la sociedad burguesa podría sucumbir bien mediante la revolución (socialismo, comunismo) bien mediante “el hundimiento de las clases beligerantes”, lo que Marzoa llamó “nihilismo abstracto”.


El liberalismo es la gran ideología de la Modernidad. Es la Modernidad. Con sus derivaciones, sus propios momentos de crisis ideológica, sus enfrentamientos con otras ideologías también modernas como el comunismo o el fascismo, según Alexandr Dugin, y también con sus guerras intestinas (que hoy no se recuerdan, pero el siglo XIX fue el siglo de la construcción nacional liberal, que enfrentó a facciones del liberalismo entre sí mientras se hacían golpes de Estado unas a las otras), el liberalismo ha logrado desmarxistizar a la socialdemocracia, aunque fusionándose con ella en muchos aspectos, asociar comunismo con experiencia soviética, y socialismo con GULAG, holocausto, etc. Incluso, ha logrado que mucha gente piense que socialismo es que “el Estado haga cosas” y comunismo que “el Estado haga muchas cosas”, como irónicamente ha señalado Richard Wolff. También ha conseguido penetrar, con su individualismo, y su idea de “individuo políticamente soberano”, “autodeterminado”, en las izquierdas que, previamente, defendieron la colectividad, si bien estas izquierdas ya indefinidas, sin proyecto definido respecto del Estado, han asumido el liberalismo cultural, aunque no del todo el económico. Eso sí, las grandes transnacionales capitalistas anglosajonas, al fomentar, como se afana en repetir el primer ministro canadiense Justin Trudeau, del Partido Liberal, lo 2SLGTBIQA+ friendly acaban instaurando sociológicamente no ya nuevos “identitarismos” postmodernos, y lo postmoderno no es más que la Modernidad al cubo. Sino “sociedades de individuos políticamente soberanos”, deconstruidos y que incluso han podido romper lazos con sus comunidades tradicionales, principalmente la familia, pero no solo. Ese “nihilismo abstracto” del que habla Marzoa es la conclusión lógica de la evolución del liberalismo, que como diría Diego Fusaro, y gracias a la hegemonía del capital financiero sobre el industrial, ahora es ya “post burgués” y “anti burgués”, en el sentido de que para el liberalismo, hoy, ser capitalista no es precondición para ser “libre”, sino que ser “libre” (emprendedor no coaccionado que “coopera” con otros, aunque los explote) es precondición para ser capitalista.


La Razón liberal presupone, al igual que la Razón pura que criticó Kant, que los presupuestos ideológicos liberales (individuo políticamente soberano, libre mercado, “mano invisible” -o “equilibrio general”, u “orden espontáneo”, da igual la expresión-, libertad negativa, contratos “voluntarios”, “igualdad jurídica”, etc.), son presupuestos filosóficos a priori del conocimiento humano. ¿Qué significa esto? Que, para los liberales, la llamada “naturaleza humana” es esencialmente “liberal”. Y que sus planteamientos éticos consecuencialistas, que parten de la premisa de que algo es éticamente bueno en base a sus consecuencias, y que tiene relación con el utilitarismo de Jeremías Bentham, según el cual la mejor acción es la que produce mayor placer a los implicados, “maximizando su utilidad”, es algo consustancial no solo a la especie humana, sino a todo ente natural (darwinismo). Por ello, los principios ideológicos liberales son tomados como un “a priori” que puede “conocerse” en vida, de la misma manera en que el predestinado, según el calvinismo, podía saber si iba a salvarse o no de las llamas del infierno en base a lo rico y ahorrador que era. El liberalismo prístino, de origen presbiteriano calvinista, no hizo sino secularizarse y dividirse en diversas sectas ideológicas. Pero todas parten de lo mismo, de unos conocimientos universales, naturales, y necesarios, que existen previamente a cualquier experiencia, apriorísticos, y que solo hay que posibilitar su desarrollo pleno en la sociedad política desarrollando los principios de la democracia liberal. Aunque si existen impedimentos a ello, tampoco se niega el uso de la fuerza, sea esta la del Estado mínimo (el Estado gendarme del siglo XIX), la dictadura comisarial, el fascismo, etc. Pero todo ello visto como un “mal necesario” y “temporal” hasta que se restituya el orden social que posibilita el desarrollo de los aprioris de la Razón liberal.


Desde posiciones materialistas, y tal y como expuso Bueno en su “Confrontación de doce tesis características del sistema del idealismo trascendental con las correspondientes tesis del materialismo filosófico”, publicado en la revista El Basilisco, nº 35, 2ª época, en 2004, no es posible admitir “la ficción de que es posible partir de la posibilidad de una trascendentalidad anterior a la materia real”, ni en un sujeto divino ni en un sujeto humano. En el primer caso, porque ya en el medievo se discutía en torno al llamado “problema de los universales”, sobre si las ideas existían o no fuera de la mente, si eran o no materiales (cosa que ya resolvió el materialismo filosófico son su segundo género de materialidad, M2, la dimensión psicológica DU2 de los fenómenos inespaciales pero temporales de la psique dentro de la ontología especial del materialismo político), o si existían dentro o fuera de los objetos físicos. Aunque estas discusiones ya existían desde tiempos de Heráclito, es en la llamada Edad Media cuando se trata el asunto desde posiciones creacionistas monoteístas, tanto en el Islam como en el cristianismo, y que trajo consigo un intenso debate, incluso dentro del mundo cristiano, entre averroístas latinos, escolásticos, neoplatónicos y nominalistas. Con la secularización de las ideas cristianas que inició la Reforma Protestante, las diversas corrientes liberales entendieron, y más a partir de Kant, que los conocimientos a priori fluían del sujeto humano. Evidentemente, la propia operatoriedad histórica permitiría, a juicio de Bueno, evidenciar a que existen ideas trascendentales, que desbordan las categorías de las diversas disciplinas del conocimiento. O más que las desbordan, las entretejen de manera discontinua, en tanto que ideas filosóficas. Pero la trascendentalidad de dichas ideas no es por su apriorismo deítico o individual, sino por fuentes positivas, es decir, históricas, fruto además de una vida política compleja y desarrollada. Y lo que es trascendental no lo es en todas y cada una de las categorías del conocimiento humano. Sino siempre a un número limitado de ellas, aunque sea enorme. Pero el carácter a priori de toda proposición no tiene nada que ver con su supuesta trascendentalidad. Los campos categoriales son particulares, nunca universales, y lo apriorístico en todos ellos va vinculado a la conformación previa, operatoria e histórica, de dichos campos. Es más, lo a priori puede ser singular y particular, pero no anterior, en el sentido ideal abstracto del apriorismo kantiano, a la materialidad orgánica que opera con dicho a priori. Esto significa que operar con ideas a priori implica producir a partir de las acciones racionales del sujeto corpóreo, y no siendo los a prioris con que opera sujetos ideales metafísicos cuyo cariz intelectual o mental es “previo” al sujeto.


Al entender que todas las categorías políticas, económicas, antropológicas y éticas de la Razón liberal son aprioris ideales, previos incluso a la operatoriedad del sujeto, dicha Razón liberal entiende que la Modernidad, el modo de producción capitalista, es la culminación histórica de algo que “siempre ha estado ahí” y que ya se ha materializado históricamente: el capitalismo, la libertad negativa, la utilidad marginal (teoría idealista del valor), etc. La Razón Liberal es la Razón Moderna porque la Modernidad se concibe a sí misma como la realización de verdades a priori que se han materializado una vez que se han barrido los obstáculos del oscurantismo del medievo y del Antiguo Régimen (del pobrismo, que diría Antonio Escohotado en Los enemigos del comercio). Es decir, para el liberal, la Modernidad (el capitalismo) es la realización plena de lo que siempre ha estado ahí pero tenía que mostrarse al mundo derribando los muros que impiden el conocimiento de la “Razón”. En realidad, es un pensamiento propio del iluminismo ilustrado que entiende que la Razón, en mayúsculas, es un conjunto de conocimientos a priori que el sujeto (el individuo) logra describir la verdad del Cosmos, que “siempre ha estado ahí”. La Razón liberal, además, es autodeterminista, en el sentido de que solo realiza la verdad aprisionada por las cadenas, incluso biológicas, que la atenazan. Por eso, la Razón liberal es progresista, porque su realización tiene que ser ilimitada en el tiempo y siempre hacia adelante, como la revalorización del capital a partir de la esclavitud asalariada a la que es sometido el trabajo excedente.


La dicotomía entre Modernidad Ilustrada / Postmodernidad Anti-ilustrada solo tiene sentido si se piensa que la segunda es la fase nihilista abstracta, postburguesa y anti-burguesa de la primera. Solo puede entenderse si la segunda es vista como aquella que alcanza la verdad a priori alejándose el conservadurismo de la primera. Pero, en realidad, no hay tal dicotomía. Ambas son fases del desarrollo e implantación política en sentido fuerte, desde el poder del Estado, de la Razón liberal, esto es, de la Razón Moderna. Esta, realmente, no es más que una ideología, una nematología o cosmovisión de un grupo social o clase determinada, el burgentum que Marx analizó en sus Manuscritos económico-filosóficos de 1844, el “hombre burgués” común de las Cosmópolis capitalista cuya cúpula está dirigida por la bourguesie, la clase capitalista extractora propiamente hablando. Esta bourguesie está determinada a “naturalizar” su ideología, a fin de volverla tan ilimitada como, “a priori”, lo sería el ciclo ampliado de la revalorización del capital a través de la extracción de excedente mediante la explotación de fuerza de trabajo esclava asalariada. Ya para Kant, los conocimientos a priori en sentido idealista trascendental se daban en las ciencias naturales. Y esto lo desarrollará, aplicándolo al campo económico, el austriaco Ludwig von Mises en su tratado La acción humana, de 1949. Para la Razón liberal moderna, el socialismo (el “pobrismo” de Escohotado) será un mal encaminado a no permitir conocer los aprioris que el liberalismo sí ha logrado desvelar y aplicar, con “éxito”, a las sociedades políticas. Pero da igual que liberalismo y socialismo sean ideas análogas y no unívocas como la Razón liberal afirma. Pues hay muchos liberalismos y muchos socialismos, enfrentados en ambos casos entre sí incluso a muerte, como dijimos al inicio de nuestro escrito. La clave del asunto, a nuestro juicio, es que la Modernidad, la Razón liberal, al concebirse como la máxima realización de la “naturaleza humana”, del ”espíritu humano”, no puede concebir visiones distintas a las suyas como realizables, aunque sí las pueda “tolerar” como mal menor que no puede rebasar sus apriorismos, sus categorías ideológicas. De esta manera, la Razón liberal se concibe a sí misma, se “autodetermina” como irrebasable. Y aunque pueda “morir de éxito”, como anunció Joseph Schumpeter en su Capitalismo, Socialismo, Democracia, de 1942, lo cierto es que dicha “muerte” no sería más que el choque de la ideología liberal, de la Razón liberal moderna, con la Razón instrumental del capitalismo realmente existente.



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