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3.6- Bases doctrinales del fascismo clásico. Caso británico. El genio perverso: Sir Oswald Mosley

Actualizado: 7 mar 2020

Por Yesurún Moreno Gallardo [1]


Resumen: La política hoy en día está plagada de trincheras. Parece que, con el triunfo del pensamiento único neoliberal y la manifiesta “confusión de la época”, la izquierda esté abanderando la lucha contra el fantasma del fascismo. Un fascismo espectral, un fascismo que cuando tratamos de asir se esfuma entre nuestros dedos...

El producto de ello es un fuego cruzado incesante que marca, etiqueta y desprecia a todo aquel que se mueva por fuera de los límites de lo posible, lo políticamente correcto.

El frentepopularismo resurge hoy más fiero que nunca contra un enemigo inexistente, haciendo de la sospecha infundada del Pasolini más pesimista, una sospecha reveladora y revelada, mesiánica y vigente. “Io profetizzo l’epoca in cui il nuovo potere utilizzerà le vostre parole libertarie per creare un nuovo potere omologato, per creare una nuova inquisizione, per creare un nuovo conformismo. E i suoi chierici saranno chierici di sinistra” (Pier Paolo Pasolini, Radio Radicale, 1975).

Es la tarea de nuestro tiempo dar sentido a aquellos conceptos y categorías que se han desdibujado con un cortoplacismo y torpeza sin parangón. Llamemos a las cosas por su nombre.

Este breve artículo pretende explicar sucintamente aquellas bases doctrinales, es decir, aquellos axiomas sobre los cuales descansa el fascismo clásico (comprendido entre 1919 y 1945). Todo ello, desde la observación de uno de los discursos más lúcidos y brillantes, proclamado por el teórico, político y militar británico Oswald Mosley.


Palabras clave: Fascismo clásico, Oswald Mosley, Entreguerras, Decadencia, Política de masas, Siglo XX.



Oswald Mosley


Introducción: La acción, el motor antiteórico


El presente trabajo tiene la pretensión de arrojar algo de luz al discurso Camaradas en lucha proclamado por Oswald Mosley[1] en junio de 1938. Lo que nos ocupa, pues, es desgranar el texto con el propósito de extraer aquellas ideas fuerza que -en mayor o menor medida- pudieran extrapolarse perfectamente a otros textos del llamado fascismo clásico. Esta tarea sería imposible sin contextualizar brevemente lo que verdaderamente supuso el fascismo en aquel entonces.


Es preciso saber que desde finales del siglo XIX el liberalismo había sido atacado -en un principio por grupúsculos y círculos intelectuales- desde todo el espectro político, de la izquierda a la derecha. Esto se explica no sólo por una crisis finisecular, sino por un verdadero vaciado de contenido de lo que se entendía por valores judeocristianos o valores occidentales. Podríamos afirmar -en términos de Paul Ricoeur- que el germen de esa situación se encuentra en la “Escuela de la sospecha”, es decir, en las revolucionarias ideas de K. Marx, F. Nietzsche y S. Freud que cambiarían el mundo. Esa anomia se verá agudizada por el factor de la guerra[2] y, sobre todo, por sus consecuencias tanto materiales/económicas como ideológicas/espirituales.


Hemos de atender a dos apreciaciones: 1. El fascismo no es lineal. 2. El fascismo no se desarrolla de manera homogénea. Como explica J. Antón Mellón, “el fascismo no es un fenómeno político tan lineal” como se suele plantear. Además, “como afirma E. Nolte, uno de los aspectos diferenciadores entre los diversos fascismos europeos es el mayor o menor peso de la tradición” (Antón, 2016: 342); de lo que se desprende que existen diferencias entre “fascismos”. En este sentido, J. Touchard plantea que uno de los factores específicos de la emergencia y consolidación del fascismo es el “nacionalismo de vencidos”, esto podría explicar por qué el corpus que sostiene Mosley en Inglaterra[3] pudo tener adeptos, pero bajo ningún concepto movilizar a las masas (Gran Bretaña había sido vencedor y no vencido).


Sin embargo, es fácil incurrir en una suerte de metonimia académica. “Si todo es fascismo, nada es fascismo”. (Antón, 2002) Así, pese a que algunos autores distingan entre el fascismo italiano y el nacionalsocialismo alemán podemos encontrar muchos más puntos de encuentro que diferencias sustanciales entre ambos.


Puesto que todos los análisis sobre el fascismo se han hecho desde la perspectiva del tiempo, de forma diacrónica, se ha llegado a un consenso académico en el que tanto el “modelo Mussolini” como el “modelo Hitler” son los dos paradigmas de fascismo.

En mi opinión, poco se ha atendido al hecho de que existe otra posible distinción; la consecución o no del poder en cada caso. En otras palabras, tanto Hitler como Mussolini llegaron al poder por unas u otras vías, pero, el caso -por ejemplo- del fascismo que propugnaba Mosley era previo al asalto al poder y nunca prosperó. Si bien es cierto que algunos autores destacan el cambio de registro en los discursos fascistas a partir de su llegada al poder, no se ha sistematizado una tipología que pueda aglutinar a aquellos fascismos que no se llegaron a materializar y, por lo tanto, deja huérfana toda una amalgama de posibles fascismos.


Probablemente esta carencia se explique porque el principal axioma del fascismo es la acción, y difícilmente se puede actuar -más que de forma anecdótica- sin cuotas considerables de poder. “Nuestra doctrina es el hecho, declara Mussolini en 1919”. (Touchard, 1983: 608) Es entonces este precepto sobre el que se articula el verdadero fascismo, el fascismo por definición no se queda en la idea, debido a “la propia idiosincrasia de la teoría política fascista, radicalmente antiteórica y propugnadora de la acción”. (Antón, 2016: 338). Es muy interesante la relación que establece J. Antón Mellón entre este rasgo definitorio del fascismo; su naturaleza antiteórica y el problema del que veníamos hablando[4] y es que “únicamente los medios que otorga el poder permitían al fascismo superar sus contradicciones internas”. (Antón, 2016: 340) Así, podríamos intuir que existen unos fascismos periféricos que no se han materializado, no se han forjado en la acción, se han quedado en la contradicción o en la mentira -si se quiere- y, por tanto, no han superado sus contradicciones internas.


Concomitante a esta idea de acción [5], el fascismo propugna la idea de una profunda revolución. En esencia es un movimiento que “pretendió solucionar el conjunto de los angustiosos problemas de la modernidad”. (Antón, 2016: 340) Así como un “movimiento salvador de la civilización [que] promovía una vigorosa revitalización de Occidente”. (Antón, 2016: 342) Como explica Paxton, “el fascismo (…) fue una invención nueva creada concretamente para la era de la política de masas” y ¿Cómo se puede superar los retos de la modernidad sin el apoyo y la movilización de las masas? ¿Cómo se puede entonces salvaguardar la civilización occidental y además renovarla sin estas? Esa vitalidad, ese espíritu revolucionario obviamente haría partícipes del proyecto a la juventud. El fascismo es “un gran movimiento nacional joven[6] -suprapartidista e interclasista- [que] había conseguido reconciliar definitivamente al individuo y a la comunidad; a la tradición y al orden con los necesarios cambios revolucionarios que la situación requería”. (Antón, p.352)

Nuestra labor es ver cómo “la palabra se hace verbo” en el discurso de Oswald Mosley y se cumplen -o no- los componentes esenciales del fascismo que son; antimarxismo, antiliberalismo, ultranacionalismo palingenético, darwinismo social, ultraelitismo y totalitarismo. ¿Realmente hay una correlación entre esos ejes vertebrales y las palabras del excelente líder y orador británico?


Como bien sabemos todo texto está compuesto por una estructura externa y una estructura interna. En cuanto a la estructura externa del discurso Comrades in Struggle podemos observar que cada párrafo contiene una idea principal que desarrolla con un grado de coherencia excelente. Todos y cada uno de los puntos son parte de un todo [7].


En el primer párrafo trata de justificar la causa, su lucha; en el segundo hace una crítica al espíritu decrépito de la burguesía y lo compara con el carácter del hombre revolucionario; en el tercer párrafo hace una descripción detallada del revolucionario fascista; en el cuarto habla de los posibles problemas que la revolución se encuentra por el camino; por último, invoca al nacionalsocialismo como la solución, la guía y la luz para la civilización.

Por cuestión de claridad he decidido explicar el contenido (la estructura interna) por agrupación de ideas [8].



I. La consciencia de grupo: Un enfoque schmittiano


En primer lugar, encontramos todas aquellas ideas en torno a la consciencia de grupo. El hecho de llegar al punto de desunión máximo entre el “amigo” y el “enemigo” políticos genera un sentimiento de pertenencia a una comunidad y un fuerte sentimiento de rechazo al otro[9]. Por lo tanto, la búsqueda de enemigos comunes es una seña de identidad de toda idea política que quiera prosperar en un ideario colectivo determinado. En este sentido el fascismo tiene por enemigos al marxismo[10], al liberalismo político, y a los “otros” en términos generales (desde naciones de segundo orden, razas inferiores o clases esclavas/dominadas). Pese a que el discurso de Mosley no es explícito en este sentido sí -sutilmente- se remite a ellos.


Ya en la primera frase deja clara su concepción antimaterialista: “Our fight is for the soul”. Si su lucha se justifica por algo incorpóreo; el alma, su doctrina necesariamente estará impregnada de idealismo: “ideales heroicos, la espiritualidad trascendente, el irracionalismo, el instinto y el vitalismo”. (Antón, 2016: 344) ¿Qué más elementos emplea Mosley para crear esta consciencia de grupo? Se dirige a los oyentes como “Brother Blackshirts, my comrades”. Aquí podemos destacar dos elementos que atienden al lenguaje de camaradería (camaradas, hermanos, compañeros, creando un vínculo fraternal entre los camaradas) y un tercer elemento que atiende a la estética[11].



II. La Nación y el mito de Barthes


George Sorel creía firmemente que todos los grandes movimientos sociales -como por ejemplo el cristianismo- “han surgido por la busca de un mito[12]”. (Touchard, 1983: 658)

Si la empresa es grande -mucho más grande que el individuo- es fácil que los individuos de forma particular y voluntaria se entreguen a ella (sólo se necesita un discurso que apele a los instintos de conservación del Hombre). “We are fighting for something great”. Este elemento es el mito de la Nación. Un “Nosotros” relativo que hace partícipe tanto al rico como al pobre, al inteligente como al necio, al joven como al adulto. De ahí esta continua remisión al “our country, our people, the True Britain…” George H. Sabine sostiene que el fascismo “tenía que atribuir un valor místico más que un valor racional a la grandeza de la nación”. (Sabine, 2013: 654) Esta exaltación de la patria, sobre todo en el nacionalsocialismo, va de la mano del darwinismo social, de la construcción de un héroe racial, el britano. Por ello, a este binomio, a esta “conjunción de nacionalismo radical y socialismo antimarxista” (Braud, 1983) Mosley -entre otros- añade el componente supremacista [13].


Pero la construcción de un mito nacional[14] carece de un auténtico sentido sin el mito del pasado. El fascismo “comportaba la reconciliación entre pasado presente y futuro”. (Antón, 2016: 352) Esto explica por qué la obsesión de Mosley de hablar de “our misión” o de “character of the British has been reborn”. La misión implica un legado del pasado hacia el futuro y el renacer británico trata de recordar el antiguo esplendor de una nación en el presente. Es evidente que “los fascistas substituyeron la clase por la nación y la lucha de clases por el imperialismo en nombre de la comunidad unificada políticamente por un destino glorioso a realizar”. (Antón, 2016: 353)


Sin lugar a duda, los mitos que se crean en torno a la Nación “consiguen que los integrantes de la comunidad se sientan espiritualmente partícipes de un proyecto colectivo” (Antón, 2016: 354)



III. Darwinismo social, cuestión de vida o muerte


Otra de las bazas que juega Mosley en su discurso es su lenguaje prominentemente belicista. Y ¿Cuál es la precondición del darwinismo? Que existan mínimo dos entes en lucha. El discurso se plantea como un juego de suma cero en el que sólo puede haber un ganador. El empleo continuo de palabras tales como “fight, battle, victory, power, decision” sólo puede justificar la pretensión de implantar una sociedad fascista que eduque a sus miembros “en una espiritualidad idealista, apasionada, estoica y dispuesta al sacrificio supremo, ya que la vida es una lucha constante”. (Antón, 2016: 354) En palabras de Spengler, el objetivo fascista “no es la transacción ni la concesión, sino la victoria y la aniquilación”.



IV. Crítica al liberalismo. Contradicciones irresolubles


Llegados a este punto queremos destacar la corta pero visceral crítica que hace al liberalismo y en concreto a la burguesía. En el segundo párrafo Mosley contrapone lo que él considera “the true revolutionary” con la clase política y las élites financieras. En efecto, describe a los políticos como “the little men of the old parties”. ¿Qué quiere decir con esto? Para Mosley el burgués tiene una mirada constreñida, puesto que lo que persigue es su beneficio particular y no lucha por “algo grande”. En cambio, el verdadero revolucionario tiene grandes planes para con su nación y se involucra en un proyecto que va más allá de sus propios intereses. Mosley tenía una concepción marcadamente socialista[15] de ahí que dedique una crítica tan corrosiva. “Without loyalty, endurance, or staying power, such a character is the hallmark of financial democratic politics. It is the opposite of national socialism”. A la “política financiera democrática” opone sin tapujos el proyecto nacionalsocialista. Los “pequeños hombres de los viejos partidos” con sus “pequeños cálculos” ni son partidarios ni son dignos de liderar un cambio profundo en las estructuras del poder.


De hecho, Oswald Mosley en un discurso de 1963 sostiene que “esencialmente el capitalismo es el sistema por el cual el Capital utiliza a la Nación para el logro de sus objetivos particulares”, mientras que “el fascismo es el sistema por el cual la Nación utiliza al Capital para el logro de sus propios fines”. Pese a que parezcan palabras arrancadas del diario personal de Lenin, “es evidente que las declaraciones socialistas de los fascistas son, en amplia medida, tácticas y verbales”. (Touchard, 1983: 610) Además la historia ha avalado con hechos que en ningún caso los fascistas “menoscabaron en lo más mínimo el poder de la oligarquía y del gran capital”. (Touchard, 1983: 610) Groucho Marx decía que “la inteligencia-militar es una contradicción en los términos”. Hablar de nacional- socialismo parece igual de osado. Queda meridianamente claro que como explica Otto Bauer “el fascismo presenta su lucha ante las masas populares como el combate contra la dominación de la clase de la burguesía”. Así, “lo que se presentaba como revolucionario era pura reacción” (Wolf, 1974)


Pero para que la máxima “CREER, OBEDECER, LUCHAR” de Mussolini se cumpla no basta con que haya un “verdadero revolucionario” para “luchar” -que según Mosley posea los atributos “power, constancy, loyalty, manhood and stability”-. Tampoco es suficiente que exista una jerarquía y un lenguaje de camaradería para “obedecer”. Ni si quiera “la idea central maurrasiana de anteponer la Patria” (Antón, 2016: 346) vale. El aglutinante es la fe. Conseguir que el fascismo se convirtiera en una religión fue el verdadero triunfo.



V. Trascendencia y totalitarismo, la segunda venida


Apelar al “alma”, hablar de “algo grande”, del “destino de Gran Bretaña”, de la “misión”, de la “voluntad del pueblo”, de una “civilización superior”, promulgar la “revolución del espíritu” tiene un componente de fe, de creencia, de irracionalidad. De hecho “el fascismo fue un credo mundial que se vio capaz de crear una Nueva Civilización”. (Antón, 2016: 339) En el campo de las ideas políticas no es suficiente tener la razón sino hacerse con el relato y apelar a la esperanza y al miedo como motores. Como argumenta J. Touchard (1983) “el verdadero socialismo nacional no es materialista, sino idealista; la lucha de clases debe ser substituida por la solidaridad nacional”. Este genio creador sobre el que se fundamenta el fascismo “había imaginado al pueblo, colectivamente, como portador y fuente de civilización”. (Sabine, 2013: 655)


No obstante conseguir una “auténtica revolución del espíritu y regenerar los viejos valores preindustriales de comunidad, valor, sacrificio, heroicidad y organicidad” (Antón, 2016: 353) no es posible para esos fascismos periféricos de los que hablábamos. Son verdaderamente necesarios los Aparatos Ideológicos del Estado[16] para llevar a la enajenación absoluta de todo un pueblo. No habría sido posible pensar en una Alemania totalmente nacionalsocialista ni en una Italia totalmente fascista sin la sistemática “difuminación de las esferas pública y privada y el uso sistemático de la violencia planificada”. (Antón, 2016: 355) El propio Mosley exige a sus compañeros como “trabajo vital dar liderazgo entre la gente del vecindario”. Como bien apunta J. Antón Mellón “su despliegue territorial y capilar ejercía labores de control social e ideológico al que en la práctica ningún ciudadano podía escapar”. En aquellos lugares donde el fascismo triunfó se mitigó los escrúpulos morales del individuo, “al individuo no le quedó ningún recinto privado que pudiera llamar suyo”. (Sabine, 2013: 673) La pretensión totalizadora del fascismo devino una masa informe de ideas que engullía todo lo que se encontraba a su paso.


Para concluir cito al maestro G. Orwell, sobre el fascismo:

“Sin embargo, la clave es bastante simple: se trata, en todos los casos, de gente que tiene algo que perder, o que añora una sociedad jerárquica y teme la posibilidad misma de un mundo poblado de seres humanos libres e iguales”.

 

Notas

[1] Político y orador excelente, tras el estudio de los textos fascistas de Mussolini se determinó a unir los movimientos fascistas existentes y en 1932 creó la Unión Británica de Fascistas (BUF).

[2] En concreto, la Primera Guerra Mundial. La guerra: vista aquí como factor de aceleración de los procesos de cambio histórico.

[3] Cabe destacar que Inglaterra es uno de los países del mundo con más tradición democrática y, por lo tanto, más proclive al sistema democrático representativo que trataba de abolir el fascismo.

[4] El hecho de haber conseguido hacerse con el poder o no.

[5] Acción también violenta. Una de las bases doctrinales, G. Sorel sostenía que “la violencia será la partera del nuevo mundo posdemocrático”.

[6] No olvidemos que tanto Mussolini con los Camisas Negras, Hitler con la Secciones de Asalto o el mismo Mosley dirigiéndose a los camaradas Blackshirts hacían una utilización estratégica y “quirúrgica” de la violencia. De lo que se trataba era de instaurar un “totalitarismo intelectual”, en términos de Jean Touchard a través de la “propaganda y la movilización de la juventud”. (Touchard, 1983: 613)

[7] Posiblemente lo único que se le puede reprochar es que no haya hecho un “memorial de agravios” o un diagnóstico de la situación previo, pero puesto que no sabemos en qué contexto se proclamó el discurso no podemos determinar con exactitud si la situación lo requería o no.

[8] Ya que siguiendo la estructura por párrafos hay ideas que se repiten en unos y otros.

[9] Que es una negación óntica de las propias formas de vida -según Carl Schmitt-.

[10] Y por lo tanto a su concepción materialista de la realidad.

[11] El crear una estética determinada es uno de los factores primordiales de cualquier régimen dictatorial. La estética no es un elemento inocuo, sino que contribuye a crear consciencia de grupo a la vez que a mitigar cualquier intento de insurrección. Vestir a un ejército del mismo modo elimina las diferencias de clase y aplaca la pluralidad de pensamiento. En este sentido es muy interesante el largometraje “La Ola”. La primera decisión que toma el protagonista es crear un uniforme y una simbología (logo, saludo…)

[12] Para Roland Barthes la producción del mito es el mecanismo fundamental por el cual el ser humano ha llegado hoy a considerar lo históricamente construido como algo naturalmente dado.

[13] De hecho, la continua invocación al “our people” retomará un nuevo sentido con las famosas Catorce palabras del neonazi David Lane en los años ochenta.

[14] Como apunta J. Touchard en 1922 el propio Mussolini decía: “Nuestro mito es la Nación, la grandeza de la Nación”.

[15] De hecho, antes de incorporarse a la órbita del nacionalsocialismo había pertenecido al Partido Laborista.

[16] Concepto acuñado por el teórico marxista Louis Althusser.

 

Bibliografía

  • ANTÓN, J. (2010). Las ideas-fuerza de la nueva derecha europea (ND) y su continuidad / discontinuidad con el fascismo clásico (1919-1945). Afinidades: revista de literatura y pensamiento, Nº. 3, ISSN 1189-2841.

  • ANTÓN, J. (Coord.) (2012). Nostalgia del futuro. La visión del mundo del Fascismo Clásico en sus textos. En ANTÓN, J. El fascismo clásico, 1919-1945 y sus epígonos: nuevas aportaciones teóricas. Tecnos: Madrid. ISBN: 978-84-309-5197-0.

  • ANTÓN, J., TORRENS, X. (ed.) (2016). Ideologías y movimientos políticos contemporáneos (3ª Edición). Tecnos: Madrid. ISBN: 978-84-309-6968-5.

  • SABINE, G. (2013). Historia de la teoría política. Fondo de Cultura Económica: México. ISBN: 978-968-16-4199-3.

  • TOUCHARD, J. (1983). Historia de las ideas políticas. Tecnos: Madrid. ISBN: 84-309-0734-3.


 

Anexo: Discurso íntegro de Sir Oswald Mosley, Comrades in Struggle, 1938-06-01


Brother Blackshirts, my comrades in struggle:

Our fight is for the soul, and in that battle we go forward together till victory be won. Our struggle is hard, because we are fighting for something great, and great things are not lightly or easily gained. We are fighting for nothing less than a revolution in the spirit of our people. We must be worthy of our mission, for blackshirts are those who are summoned to lead the people to a new and a higher civilization.

The Blackshirt is a revolutionary dedicated to the service of our country. We must always possess the character of the true revolutionary. It is not the character that you observe in the little men of the old parties, blown hither and thither by every gust of convenience opinion, elated by a little success, downcast by a little failure, gossiping and chattering about the prospects of the next five minutes, jostling for place, but not so forward in service. Without loyalty, endurance, or staying power, such a character is the hallmark of financial democratic politics. It is the opposite of national socialism.

In the true revolutionary, the first quality is the power to endure. Constancy, loyalty to cause and comrades, manhood and stability of nature. These are the qualities of the true Britain and the true revolutionary. In our movement that great character of the British has been reborn. And for that reason we carry within us the destiny of Britain. We care not whether we win tomorrow morning or at the end of a lifetime of labour and of struggle. For to us the little calculations of the little men mean nothing. All we care is that win we will because Britain demands it and no power on earth can hold down the will within us.

Struggles we have had and will have. Blows we have taken and will again. Victories we have had and will have again, yes greater victories than even Britons have ever known. Through good and ill we march on, till victory be won, for this is the character of the true revolutionary. In the great moments of supreme struggle and decision it is easy to hold that character, even in supreme sacrifice. It is not so easy in the hard daily task. It is then even more that in the great fights we have together that I would like to be the companion of every one of you. I would like to be with every action team that carries the message of our new faith to new streets. I would like to be with every man or woman during the hard but vital job of giving leadership to the people in the block of houses for which they are responsible.

For these are the jobs that come, by the dedication of thousands to that mission of leading the people in their own homes and streets, revolution is won. In that task I cannot in body be with everyone of you every day. But in spirit I am with you always. Because this work of the dedicated Blackshirt will win the Britain to which my whole spirit is given. Together in Britain we have lit a flame that the atheists shall not extinguish. Guard that sacred flame my brother Blackshirts until it illumines Britain and lights again the path of mankind.

 

Sobre el autor

[1] Barcelona, 23 de mayo de 1995. Estudiante de Ciencias Políticas y de la Administración en la Universidad de Barcelona. Académico en construcción. Estancia por el programa SICUE durante un semestre en la Universidad Complutense de Madrid (curso 2018-2019). Habilitado para investigar en la Biblioteca Nacional. Especial interés por la Teoría Política, la Filosofía Política, la Historia de las ideas, la geopolítica, la Economía Política y la Teoría del Estado.

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