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6.4- El declive estadounidense en el advenimiento de la nueva era geopolítica postideológica

Actualizado: 28 dic 2020

Por Yesurún Moreno


Resumen: “El imperio estadounidense se convertirá en un gigante militar, un agente económico de segunda fila, un esquizofrénico político y un fantasma ideológico. El resultado es un monstruo deforme y perturbado que se tambalea torpemente por el mundo”. Michael Mann, Incoherent Empire. Parece que Michael Mann vaticinó con fidelidad lo que ocurriría respecto a la posición geopolítica preeminente de EEUU. Efectivamente, “lo que estamos observando ahora es, con toda claridad, la crisis terminal de la centralidad financiera y de la hegemonía estadounidense” (Gandásegui, 2019: p.129). Una crisis terminal de la centralidad de EEUU que vino precedida de una “crisis señal”: la Guerra de Vietnam [0].


Palabras clave: Imperio Estadounidense, geopolítica, Nuevo Orden Mundial, militarismo, postideología.



Para poder comprender este declive del hegemón hemos de atender a dos conceptos esenciales: (I) el imperialismo y (II) la hegemonía.


En cuanto al primero, tenemos la obligación teórica de definirlo “en relación a la ‘formación económico-social’ con la que coexiste en un momento histórico determinado (…) En otras palabras, la definición de imperialismo debe estar determinada históricamente” (Arrighi, 1978: p.12). Esto es, suele traer problemas seguir creyendo “que hay únicamente un tipo de capitalismo que se reproduce históricamente, mientras que el capitalismo se ha transformado a sí mismo sustantivamente -sobre todo a escala global- de modos inesperados” (Harvey, 2009: p.131).


Así, con arreglo a lo que David Harvey denomina “lógica territorialista” y “lógica capitalista” obtenemos aquella tipología sui géneris[1] (“en relación a la ‘formación económico-social’ con la que coexiste”), el imperialismo capitalista[2]. Este autor, además destaca que “lo que distingue al imperialismo de tipo capitalista de otras variantes es que en él predomina típicamente la lógica capitalista”[3]. En este sentido, el imperialismo es la dominación entendida expresamente como la ausencia de hegemonía, una “lucha entre países que aspiran a encabezar la apropiación del valor generado por las relaciones sociales que florecen en el sistema mundo-capitalista en expansión” (Gandásegui, 2019: p.1). G. Arrighi recuerda que cuando la credibilidad “se desvanece, la hegemonía pasa a ser pura dominación”, (Arrighi, 2005a: p.28).


Por el contrario, entendemos la dominación cultural precisamente como sinónimo de hegemonía. En oposición a la dominación descarnada encontramos una dominación sofisticada donde “el compromiso ideológico (cultura) juega un papel de primer orden” (Gandásegui, 2019: p.15). De este modo, el concepto de hegemonía fue empleado por Antonio Gramsci “en sentido de dirección cultural” (Gandásegui, 2019: p.13). Aunque conviene recordar que Gramsci concibe la teoría de la hegemonía no como burdo consenso, sino “como ‘un complemento de la doctrina del Estado-fuerza’” (Kohan, 2002: p.51). En resumen, Gramsci no prevé la hegemonía como una suerte de dominación totalmente despojada de la fuerza. Esto entronca con la aguda observación del teórico Benedict Anderson (1981):

“las condiciones normales de subordinación ideológica de las masas -las rutinas diarias de la democracia parlamentaria- están constituidas por una fuerza silenciosa y ausente que les confiere su valor corriente: el monopolio del estado sobre la violencia legítima. Desprovisto de éste, el sistema de control cultural se volvería frágil instantáneamente, puesto que los límites de las posibles acciones contra él desaparecerían”[4].

No obstante, ¿cómo se constituye la hegemonía[5]?


El filósofo argentino Néstor Kohan (2002) plantea el siguiente esquema; (I) Formación de la hegemonía, (II) Realización de la hegemonía y (III) Reproducción de la hegemonía. Resumidamente; (I) Configuración, (II) Consolidación y (III) Reproducción.


Hechas estas apreciaciones, debemos destacar el carácter violento de lo que hemos acordado en llamar “imperialismo capitalista”. Kohan explica que “En el capitalismo desarrollado (…) la violencia puede llegar a cumplir un papel y una misión centrales como palanca económica” (Kohan, 2002: p.26). Arrighi va más allá al columbrar que “el imperialismo o la tendencia a la guerra entre países capitalistas, es una consecuencia necesaria de la transformación del capitalismo en capital monopolista o financiero” (Arrighi, 1978: p.15). Pero, esta necesariedad se da en dos sentidos. Veamos.


(I) Necesariamente se da (Irreversible). Es decir, siempre a lo largo de la historia del capitalismo se han repetido escenarios de guerra imperialista.


(II) Es necesario que se dé (deseable). Para que el capitalismo pueda seguir expandiéndose y perdure deben darse guerras que hagan posible la acumulación ampliada de capital. Carlos Bardem dice -en relación con el esclavismo de la época colonial- algo así como que la historia carbura con sangre y fuego.


Lo que queda perfilado en Kohan, es decir, que “las guerras que ha vivido [el capitalismo] no son un ‘accidente de la historia’” (Kohan, 2002: p.26), en el texto La geometría del imperialismo de G. Arrighi se acaba de desarrollar cuando éste argumenta que “Lenin, basándose en la tesis del ‘desarrollo desigual’ (…) sostiene que la tendencia a la guerra entre los estados imperialistas se ha convertido en una característica permanente y definitiva del sistema capitalista mundial”[6] (Arrighi, 1978: pp.13-14).



I. Marcos teóricos de la transición en la hegemonía (Bracher y Agnew).


“Intentar entender el curso de la historia implica imponer algún orden en ella”.

John Agnew, Geopolítica. Una re-visión de la política mundial.


Nuestro enfoque se basa en dos marcos teóricos.

  1. Por un lado, La Ley Física del Poder enunciada por Karl Dietrich Bracher[7] (analogía que éste empleó para describir el derrumbe de Weimar): a) Pérdida de poder; b) Vacío de poder; c) Toma de poder.

¿Existe la posibilidad de que China pueda emerger en un determinado momento como una nueva potencia hegemónica que sustituya a EEUU sin alterar las estructuras del capitalismo y del territorialismo? (Gandásegui, 2019: pp.18-19).


Bien, dejamos aquí apuntada la respuesta en base a la reflexión que aporta el italiano G. Arrighi en su diálogo con D. Harvey de que: “Una estructura completamente estable de desigualdades puede persistir con algunos países ascendiendo y otros descendiendo” (Harvey, 2009: p.113). Huelga decir que “los Estados del centro, especialmente los Estados hegemónicos, tienen una ventaja estructural en la economía-mundo” (Taylor y Flint, 2002: p.149).


En otras palabras, si hay un cambio en el signo de la hegemonía dentro del sistema-mundo capitalista, este no puede ir nunca en contra de la lógica capitalista de acumulación. Por lo tanto, sí puede emerger China[8] como la nueva potencia hegemónica siempre y cuando respete estos parámetros de acumulación inherentes al modo de producción capitalista. En caso contrario, hablaríamos de algo distinto al sistema-mundo capitalista[9]. Y, en consecuencia, de algo al margen de las estructuras del capitalismo y del territorialismo. Bajo la premisa de que “los procesos políticos precipitan de hecho la caída definitiva” (Linz, 1993: p.16) surge un marco más general sobre el que se engloba este primero.

  1. Con arreglo al concepto de “Eras geopolíticas” de John Agnew, es decir: a) Geopolítica civilizatoria (civilizational); b) Geopolítica naturalizadora (naturalized); c) Geopolítica ideológica (ideological).

A todas luces “es evidente que dividir en períodos el discurso geopolítico simplifica un flujo de prácticas y representaciones que es en realidad muy complejo” (Agnew, 2005: p.102). Sin embargo, el geógrafo político John Agnew nos da las claves para esta tarea.


Llegados a este punto debemos interrogarnos, ¿se ha trascendido esa última era geopolítica? ¿Nos encontramos en el advenimiento de una geopolítica post-ideológica? no hablamos en términos de un optimismo fukuyamiano, sino de la apertura a un panorama distinto [10] que se inaugura y en donde “se están configurando diversos escenarios geopolíticos” (Agnew, 2005: p.137). Fue “La desaparición de la Unión Soviética en su papel de Otro ideológico [la que] eliminó el fundamento de la geopolítica ideológica de la Guerra Fría” (Agnew, 2005: p.137).


Conectando ambas cuestiones que se derivan lógicamente de los marcos empleados, las preguntas precisas deberían ser de este estilo: ¿Estamos presenciando una transición/cambio de era geopolítica? En caso afirmativo, ¿qué papel tendrán China y Rusia? ¿y el resto de las potencias? ¿Con el declive estadounidense presenciaremos el paso de la unipolaridad norteamericana al multipolarismo? ¿Resurgirá un escenario bipolar entre EEUU y alguno de sus contendientes?



II. Crónica de una muerte anunciada.


“La edad dorada de las décadas de 1950 y 1960 concluyó con un largo periodo de expansión financiera que culminó en un resurgimiento de las prácticas imperialistas. La auténtica novedad (…) es el intento de la potencia hegemónica declinante de resistirse al declive convirtiéndose en un Estado mundial”.


Giovanni Arrighi, Comprender la hegemonía.


Si aceptamos que nos encontramos en un escenario de deflación de poder en el que la pérdida de poder estadounidense se ha consumado, el vacío de poder es inminente y en paralelo asistimos a la apertura de una nueva era geopolítica que, tras la caída del mundo unipolar americanizado, determinará quién o quiénes tomarán el poder, aceptamos también que este momentum debe resolverse -en uno u otro signo- en las próximas décadas.


El hecho de que las recetas de Henry Kissinger y Zbigniew Brzezinski sigan reutilizándose manidas, despojadas de todo sentido, muestra, por un lado, la talla intelectual y geoestratégica de ambos pensadores y, por otro la falta de creatividad e ingenio existente. Si bien es cierto que ambos “dejaron profundas huellas y siguen estando en el centro de la geopolítica de EEUU”, crearon también un “mundo dicotómico (…) en términos de ‘nosotros’ y los ‘otros’” (Gandásegui, 2019: p.4) que se revela a día de hoy aparentemente irresoluble.


Cualquier observador mínimamente perspicaz entiende que “China y EEUU, dos países en extremos opuestos de la tierra, cada uno con su propia pretensión de excepcionalidad histórica, forman juntos el centro de gravedad en el sistema internacional actual” (Gandásegui, 2019: p.5). No es desdeñable, para nada, la alta probabilidad de que este equilibrio se quiebre en cualquier momento.


Es evidente que “en la lucha entre las clases por la hegemonía, el compromiso ideológico (cultura) juega un papel de primer orden” (Gandásegui, 2019: p.15) y en este aspecto Estados Unidos, mediante su colosal maquinaria propagandística (Hollywood, Netflix, Apple, Google, think tanks, lobbies, etc.) sigue teniendo ventaja sobre su principal competidor, China (en donde esas formas de vida “neoliberales” han impregnado incluso a su propia sociedad) que se presentaba como su proyecto político antagónico. Fruto de la creciente financiarización de las economías, la interdependencia está servida:

“el capital se libera de su ‘compromiso’ con la producción y la acumulación (…) se acelera la formación de las estructuras y las estrategias de los Estados y de los capitales que deberán suceder al antiguo hegemón (…) dando curso al movimiento continuo de internacionalización de las estructuras e instituciones capitalistas” (Suwandi et al., Arrighi) (Gandásegui, 2019: p.18).
Efectivamente, la composición del capital y la estructura de la Economía-mundo capitalista actuales están dando lugar a “fases de expansión financiera cuyo agotamiento precipita a continuación un periodo de caos interestatal que se resuelve mediante la emergencia de una nueva potencia hegemónica capaz de restaurar el orden global y de reiniciar de nuevo el ciclo”[11] (Harvey, 2009: p.105).

No hay recetas mágicas, el declive estadounidense es inexorable. Parafraseando al maestro, estamos frente a la crónica de una muerte anunciada, la de la hegemonía mundial de EEUU.

Atendiendo de nuevo a la máxima de que “los procesos políticos precipitan de hecho la caída definitiva” (Linz, 1993: p.16) en su caída libre como hegemón a EEUU sólo le queda “crear caos”[12] (Harvey, 2009: p.119).


En las últimas semanas, Donald Trump (45º presidente de los Estados Unidos) ha echado por tierra su “populismo de Estado-nación” desarrollado por S. Miller y J. Sessions[13] como respuesta a la globalización que EEUU había promocionado -a partir de la Segunda Guerra Mundial-.


Hasta el pasado 3 de enero de 2020 (atentado al general iraní Q. Suleimani) Trump inteligentemente se había desvinculado del proyecto iniciado por la Administración neoconservadora de Bush de “El nuevo siglo americano”, tratando de incentivar y fortalecer su economía nacional. En efecto, “la adopción por la Administración de Bush del Proyecto de Nuevo Siglo Americano constituye (…) un intento de mantener la posición hegemónica de EEUU bajo las condiciones de una integración económica global sin precedentes” (Arrighi, 2005a: p.27) hecho que a medida que se consolidaba hacía reflotar “una tensión inherente entre el mundo globalizado patrocinado por Estados Unidos (…) y su papel como fuerza imperial de la política mundial” (Agnew, 2005: p.150).


Al adherirse al Proyecto (neoimperialista) del Nuevo Siglo Americano han saltado los cierres de una caja de pandora que se puso en marcha mucho antes de Bush. Esa fatídica noche dio como resultado un giro de 180 grados, “virando el multilateralismo de la administración globalista de Obama-Clinton por un unilateralismo más belicista” (Dierckxsens; Formento & Bilmes, 2018: p.8).

La torpeza de la jugada reside en que si esa -anterior- estrategia[14] (de enfrentarse al unipolarismo financiero global) surgía efecto y “sus políticas mostraban coherencia con lo expresado a lo largo de la campaña de 2016, buscando consolidar ese nacionalismo industrialista” (Dierckxsens; Formento & Bilmes, 2018: p.6) del Make America Great Again y del America First, ahora está repitiendo los pasos de esa “crisis señal”[15] que supuso la Guerra de Vietnam (1955-1975) y sus derivados, aunque por otras vías.


Tanto Iraq como Afganistán fueron un punto de inflexión[16]. Tras la decisión por parte del Gobierno de los EEUU de hacer estallar conflagraciones y conflictos bélicos, guerras estratégicas y guerras proxy a lo largo y ancho del Medio Oriente[17], se comenzó a ver con malos ojos tener que subsidiar desde “occidente” las guerras que éste iniciaba[18].


Cada vez se hacía más latente el hecho de que “podría resultar que esta base económica a largo plazo del poder estadounidense actuara contra el modelo neoimperial implícito en la militarización de la política exterior de Estados Unidos a partir de 2001”[19] (Agnew, 2005: p.148). En efecto, como apuntábamos al inicio del epígrafe, “El propio éxito de apertura de la economía mundial que llevó a cabo Estados Unidos le hace vulnerable en la actualidad” (Agnew, 2005: p.149).


Todavía no se habían resarcido del legado de Bush y pese a los esfuerzos de la Administración Trump esta superpotencia pasaría “De ser un país acreedor a convertirse en el principal deudor del mundo”[20] (Arrighi, 2005a: p.66). Este dato es fundamental.


Repetir la vieja estrategia de la desestabilización del “pivote geográfico de la historia” (Mckinder, 1919) es sintomático. Síntoma de debilidad, síntoma de querer aparentar estar en un estado de forma irreal. En el artículo Trump: gobierno, política exterior y geoestrategia mundial publicado en 2018 se apunta la notoria debilidad: “La intempestiva marcha “cumplidora de promesas de campaña”, acción tras acción, puede malinterpretarse como una implacable fortaleza, pero no es así. Al contrario, prueba en realidad que Trump no tiene demasiado margen de acción” (Dierckxsens; Formento & Bilmes, 2018: p.21).


El ataque contra el general Q. Suleimani representa la ruptura de la hasta entonces alianza táctica con el establishment republicano y el “Continentalismo” que le brindaba cierta estabilidad interna a EEUU.


La “teoría del loco” de H. Kissinger se ha reciclado y revestido de vigencia en la Administración Trump. La irracionalidad diplomática consuma aquellas proféticas palabras con las que decidí encabezar este texto.


Eso es Donald Trump, eso es su administración y eso exactamente representan al haberse distanciado de una primera estrategia anti-globalista. El resultado es un periodo que se extingue, se consume y da coces, lo que Ranajit Guha llamó en su momento “dominio sin hegemonía”.

Pocos meses después de su elección, Donald Trump ya en 2017 decidió bombardear Siria en plena Cumbre (China-EE UU) hecho que “Algunos analistas leían como una demostración de supremacía frente a Corea del Norte, Irán y las naciones díscolas y peligrosas para EUA, en donde entran la misma China y Rusia” (Dierckxsens; Formento & Bilmes, 2018: p.14); envió el portaaviones USS Carl Vinson (equipado con armamento nuclear) a la península coreana “para amedrentar a Corea del Norte, y por extensión a China” (Dierckxsens; Formento & Bilmes, 2018: p.14) y lanzó la llamada “madre de todas las bombas” (no nucleares) contra posiciones del Estado Islámico. Todo ello, no puede sino ser parte de un discurso mitificado que trata de proyectar una fortaleza -en realidad menguante- hacia el exterior a la vez que un mensaje de tranquilidad y confianza hacia los “estamentos del Deep State”[21] que ven peligrar sus privilegios derivados de la centralidad estadounidense.


En paralelo a esos actos de absoluta irresponsabilidad, que culminan con la decisión de ejecutar al líder militar iraní, Trump lleva repitiendo el mantra (desde el 16 de noviembre de 2019) de que “no necesita petróleo ni gas de Oriente Medio” con la añadidura de que ahora “producen su propio gas”. Personalmente, considero que tratar de reafirmar el mensaje de que EEUU no es dependiente económicamente, cuando a todas luces lo es, se circunscribe en esa misma lógica de tratar de proyectar (hacia el exterior y el interior) esa sombra que se desvanece a cada minuto, su supuesta autonomía.


Cada paso que da puede que sea efectivo en clave interna y a corto plazo, pero se acaban sus apoyos a nivel internacional y se revelan los límites de un proyecto de “ambición exagerada en la aplicación de la red extorsionadora estadounidense a escala mundial (…) unos Estados Unidos que tratan de incluir por la fuerza a todo el mundo en su propia agenda de política exterior” (Arrighi, 2005b: p.52).


De todos modos, EEUU se encuentra en un callejón sin salida, si decide volver a la senda iniciada “frente al [proyecto] del capital financiero global, necesariamente debe conformar un esquema de poder de carácter multipolar” (Dierckxsens; Formento & Bilmes, 2018: p.7). En definitiva, si hay algún país capaz de sustituir a Estados Unidos en el mercado mundial es China.



III. Escenarios probables en la nueva era geopolítica.


“Los de arriba dicen: la paz y la guerra son de naturaleza distinta. Pero su paz y su guerra son como viento y tormenta. La guerra nace de su paz como el hijo de la madre. Su guerra mata lo que sobrevive a su paz”.


Bertold Brecht, Catón de guerra alemán.

Para finalizar me gustaría, tan sólo dejar apuntados en este apartado los distintos escenarios que se intuye puedan aflorar tras el declive estadounidense en base a las observaciones de Giovanni Arrighi en El largo siglo XX y John Agnew en Geopolítica. Una re-visión de la política mundial.


Lo interesante es que ambos (con expresiones distintas) coinciden en 3 escenarios de los que -tras las conclusiones que hemos ido extrayendo a lo largo del texto- deberíamos descartar al menos uno. Veamos.

  1. Imperio mundial de Estados Unidos (G. Arrighi)/Dominio imperial de Estados Unidos (J. Agnew). A estas alturas sería embarazoso defender la posibilidad misma de este escenario. Se han quebrado los consensos y “la base geopolítica del orden mundial de la posguerra que ellos mismos pretendían construir y dirigir”[22] (Mccormick, 1989: pp.33-35).

Sí merecen atención:

  1. Sociedad de mercado mundial sin hegemón (G. Arrighi)/Economía global transnacional y desterritorializada: globalización (J. Agnew)[23].

  2. Guerra mundial aniquiladora (Arrighi)/Guerras culturales: civilizaciones (J. Agnew).

La decisión de Donald Trump de ejecutar a Q. Suleimani puede hacer peligrar la consolidación de un escenario de equilibrio multipolar relativo y recrudecer las relaciones entre el trinomio EEUU-China-Rusia ya que el Golfo Pérsico es un enclave geoestratégico fundamental para el dominio de la región eurasiática, “no sólo constituye un intento de controlar el grifo global de petróleo (…) sino también una potente cabeza de puente militar de Estados Unidos en la masa territorial eurasiática” (Arrighi, 2005a: p.30).


Tal y como explicamos en el primer epígrafe, el leitmotiv de la economía-mundo capitalista es su pulsión imperialista. Esta se encuentra en el ADN del mismo y explica por qué “en todos los casos las guerras fueron ingredientes esenciales del cambio de guardia en el puesto de mando del capitalismo mundial” (Arrighi, 2005b: p.39).


En cualquier caso, el (des)orden mundial existente no sugiere que esta posibilidad pueda ser descartada. Son muchos los autores que han abordado el peligro de una solución letal, lo que se conoce con la fórmula de destrucción mutua asegurada, pero, me gustaría concluir con una de las reflexiones más espeluznantes que podemos extraer: