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9.10- La cuestión nacional y la Leyenda Negra en México: Vicente Lombardo Toledano y José Revueltas

Foto del escritor: Comité EditorialComité Editorial

Por Juan Rodríguez Cuellar (1)


Resumen: La cuestión nacional, teorizada por Marx, Lenin, Stalin y Rosa Luxemburg, asumida como un problema relevante desde la generación de izquierda comunista ha sido un tema central para entender tanto las interpretaciones históricas como las estrategias y tácticas llevadas a cabo por dichos partidos y movimientos. En esta serie de artículos nos centramos en una serie de autores que escriben desde México y sobre la cuestión nacional en un periodo histórico de suma importancia que abarcaría desde los años treinta y hasta la finalización de la Segunda Guerra Mundial y que, creemos, va a determinar hacia el futuro las lecturas teóricas y posiciones tomadas al respecto. En esta determinación histórica debemos incluir la involucración que existe entre la posición asumida sobre la cuestión nacional y la leyenda negra antiespañola más o menos interiorizado y asumida explícita o implícitamente que constatamos sigue muy presente en estos autores que vamos a estudiar, principalmente por la gran influencia que ha ejercido la esfera angloamericana como principal actor imperial y propagandístico negrolegendario a lo largo del siglo XX.


Palabras clave: Cuestión nacional, marxismo-leninismo, bolchevismo oriental, bolchevismo occidental, leyenda negra, México.




I. Introducción.


El problema de la cuestión nacional dentro del marxismo-leninismo es fundamental para entender su interpretación de los estados-nación y la solución dada por estos al problema de las nacionalidades. Su resolución suponía entender la supuesta alienación de la humanidad debido a su fractura y desarrollo en múltiples culturas cuya unidad venía siendo más o menos inestable. De aquí se dedujo que sería obligatorio que cada unidad cultural fuese atravesada por una Revolución cultural a través de la cual se lograría alcanzar en un horizonte futuro la unidad de la Humanidad. La dificultad salió al paso cuando se trataba de establecer la relación que estas esferas culturales nacionales debían de tener respecto de un proyecto universal del género humano que tenía -en el caso aquí tratado- al proletariado como horizonte en un contexto en el que cada vez era menos dado el aislacionismo internacional de las sociedades humanas.


La complejidad de dicha cuestión se hacía más patente en aquellos países donde convivían multitud de minorías nacionales (étnicas), como era el caso de la Unión Soviética y como también lo era el caso de México, ¿cómo debía entenderse la relación entre estas culturas minoritarias y la cultura universal?, ¿la estructura de México era la de una nación política originada de una revolución burguesa o la de un Estado multinacional como lo era Rusia donde no se había producido dicha revolución? De esta pregunta se seguía la siguiente, ¿era la Unión Soviética de Stalin un ejemplo a seguir en la cuestión de las nacionalidades?


Tres acontecimientos internacionales marcarían decisivamente el periodo que recorre la presidencia de los gobiernos de Lázaro Cárdenas (1934-1940) y de Manuel Ávila Camacho (1940-1946) respecto del debate suscitado en torno a la cuestión nacional desde el marxismo-leninismo mexicano.


En primer lugar, el tratamiento dado por Stalin al problema de las nacionalidades en la conformación de la Unión Soviética que dio lugar a una época de gran desarrollismo industrial que terminaría consolidándola en un breve plazo como una gran potencia mundial con la vista puesta en la contención y victoria sobre la amenazante Alemania nazi. Desde el comunismo soviético de Stalin convertido en materialismo dialéctico (Diamat) se rechazó toda postura liquidacionista, es decir, todo tipo de reivindicaciones secesionistas, normalmente provenientes de las filas socialdemócratas o anarquistas que tendían a sustantivar el carácter psicológico o el deseo de la comunidad como aspecto autofundante de la misma nacionalidad. Como freno a estas disidencias, la estrategia empleada fue la autonomía regional alternada con fuertes inversiones extranjeras que supuso una rápida elevación cultural de las poblaciones anteriormente estancadas y aisladas. Estos avances sociales y económicos tuvieron una gran resonancia mundial como consecuencia de la grave crisis económica desencadenada en los Estados Unidos con el crac de 1929, la Unión Soviética fue elevada a la categoría de modelo-guía ante el aparente desmoronamiento del capitalismo.


En segundo lugar, la Guerra Civil española y el desenlace a favor del bando franquista generó una gran expectación mundial sobre todo en México a donde terminarían siendo acogidos una numerosa población exiliada española del bando perdedor. El acercamiento de Franco a la Alemania nazi, en los primeros años de la Segunda Guerra Mundial, debido a su vocación germanófila -moderada a partir de 1945-, y la propaganda de cruzada nacional frente al comunismo, fue lo que reavivó la propaganda de odio hacía una España peninsular que ya desde el siglo XIX venía siento etiquetada desde la propaganda negrolegendaria protestante como atrasada, decadente y ahora también fascista. Esta peculiaridad sumada a diversos proyectos promovidos por la Iglesia católica y la Falange destinados a estrechar lazos con las repúblicas americanas hizo saltar las alarmas de la propaganda panamericanista en un momento en el que el espionaje nazi estaba a la orden del día en México de manera que los partidos y organizaciones de derecha socialista y de derecha no alineada como la Unión Nacional Sinarquista, la Acción Revolucionaria Mexicanista, el Partido de Acción Nacional y el Partido Autonomista Mexicano eran vistos como quintacolumnistas desde la plataforma de la izquierda comunista. Sin embargo, no deja de ser interesante constatar que, ante el nuevo ciclo de guerra imperial, los grupos marxistas en México utilizasen el caso español como arma propagandística para alentar un frente popular para estrechar la solidaridad no sólo a nivel nacional sino también con la intención de crear un bloque imperial continental liderado por los Estados Unidos que pudiera hacer frente a las amenazas alemanas y llegado el caso a las españolas.


En tercer lugar, los acontecimientos desencadenados con la Segunda Guerra Mundial que permitirían un mayor control y dominio continental basal por parte de unos Estados Unidos necesitados de materias primas para su intervención bélica. En este contexto, el Instituto Indigenista Interamericano que había sido inaugurado en México al final de la presidencia de Lázaro Cárdenas (14 de abril de 1940, Pátzcuaro) como motivo de la celebración del cincuentenario de la creación de la Unión Panamericana, aprovechaba las celebraciones del día del indio (19 de abril) para apelar a través de la radioemisoras (Anuario Indigenista [AI], 1942) a la solidaridad pro estadounidense, agitando el fantasma del nazismo y el fascismo que se cernía sobre el continente americano en caso de que vencieran las potencias del eje. Desde su mismo origen dicha institución tenía como uno de sus objetivos promover el “espíritu panamericano” a través de las “ideas democráticas” (AI, 1943) opuestas a los regímenes autoritarios de la vieja Europa, al mismo tiempo, desde sus órganos editoriales, se dejaba en claro que sus integrantes se desligaban de ideologías tales como el “comunismo ortodoxo” de “genuinas fórmulas soviéticas” y del “nazi-fascismo” (AI, 1944).


Por último, debemos precisar, aunque sea brevemente, que desde nuestras coordenadas interpretamos a México como una nación política surgida a partir del Estado virreinal y constituida a través de tres revoluciones o transformaciones: 1) “Guerra de Independencia” (1810-1821), 2) Guerra de Reforma (1858-1861) y 3) Revolución Mexicana (1910-1917), a las cuales hoy habría que considerar una Cuarta Transformación que se pregona a modo de ideario y lema político desde el partido Morena vencedor en las últimas elecciones bajo la figura del actual presidente Andrés Manuel López Obrador. De estas tres transformaciones se puede decir que es la segunda, la revolución burguesa que enfrentó a la izquierda liberal de Benito Juárez frente a la derecha primaria, y que se extendería hasta la derrota final del Segundo Imperio mexicano de Maximiliano (1867), en la que México quedaría constituido y consolidado como nación política, si bien el proceso de racionalización holizadora había comenzado anteriormente y continuaría después profundizándose. Para esta segunda transformación podemos destacar los siguientes cambios sirviéndonos de las tres capas del poder político del Estado: en la capa conjuntiva, consolidando una República Federal presidencialista; en la capa basal, eliminando los fueros militares y mediante las Leyes de Reforma que nacionalizaron los bienes del clero, adoptaron la separación de la Iglesia y el Estado, suprimieron las órdenes religiosas (cofradías, congregaciones y hermandades), permitieron los matrimonios en registros civiles, la secularización de los cementerios y la aprobación de la libertad de cultos; y en la capa cortical, conteniendo y delimitando las fronteras tras la última invasión estadounidense y francesa.



II. Vicente Lombardo Toledano (1894-1968).


A Vicente Lombardo Toledano hay que situarlo como el máximo referente del comunismo mexicano de la primera mitad del siglo XX a pesar de no haber militado en el partido Comunista Mexicano. Nació en el seno de una familia de origen italiano enriquecida en México por la minería y venida a menos a partir de la Revolución. Perteneció al grupo de los llamados Siete Sabio (Manuel Gómez Morín, Alberto Vázquez del Mercado, Antonio Castro Leal, Alfonso Caso, Teófilo Lea y Leyva y Jesús Moreno Vaca) fundadores de la Sociedad de Conferencias y Conciertos en septiembre de 1916 con la intención de servir de difusión cultural. Se destacó sobre todo por su labor sindical tanto a nivel nacional como internacional, fundando el 26 de febrero de 1936 la Confederación de Trabajadores de México (C.T.M.) y unos años después, en 1938, la Confederación de Trabajadores de América Latina (C.T.A.L.) que tuvo un papel destacado durante el Gobierno del presidente Lázaro Cárdenas. Una de las características de su pensamiento que lo acompañó toda su vida fue su antiimperialismo, idea muy arraigada en diversas capas de la sociedad mexicana ya desde el siglo XIX, y que aparece explicitado tempranamente ya en su panfleto La Doctrina Monroe y el Movimiento Obrero (1927).



[IMAGEN 1: Doctrina Monroe Lombardo]


En 1935 realizó un viaje a la U.R.S.S., organizado por los comunistas españoles Rafael Alberti y Rosa León, con parada en Europa para tratar cuestiones sindicales y conocer a Otto Bauer. El interés principal del viaje fue constatar de primera mano los trabajos realizados en la U.R.S.S. para alcanzar el avanzado estado de desarrollo económico e industrial que se estaba produciendo y por otra parte ver cómo se estaba tratando el problema de las nacionalidades para lo cual Lombardo realizó un extenso itinerario que le llevó a visitar Ucrania, el Cáucaso y el Transcaucaso. Lo que parece que más le impresionó de su visita fue la sorprendente transformación industrial de los territorios ocupados por nacionalidades antes oprimidas durante el periodo zarista. A su llegada a México dio una conferencia en la que definiría el concepto de nación de acuerdo con las siete características establecidas por Stalin a modo de notas esenciales o propias en El marxismo y la cuestión nacional (1914):


Yo diría: es un proceso o producto de la historia, una comunidad de lengua, una comunidad de territorio, una comunidad económica, y, al mismo tiempo, una comunidad de carácter, una comunidad psicológica, que se expresa como una suma de estos factores particulares o analíticos, en una cultura también inconfundible […] a eso se debe la pugna casi secular de las naciones pequeñas […] y que nos alcanza a los mexicanos, lo mismo que a los demás pueblos latinos de América, por nuestra característica también inconfundible, de nacionalidades oprimidas” (Toledano, 1991).

Al hacer un breve recorrido -en su exposición- por la Rusia zarista a través de sus nacionalidades oprimidas, Lombardo parecía ver su equivalente en el Imperio español del Antiguo Régimen, pero también en el México independiente del siglo XIX. Así, en clave de lucha de clases, los enemigos principales en dicho Imperio -decía- eran:


el régimen zarista, era el conjunto de grandes hacendados, era el conjunto de los financieros del país, era el conjunto de sacerdotes que imponía la lengua, eran los maestros y los intelectuales que llegaban a esos territorios con el aire de señores representantes de una etapa superior de la humanidad” (Toledano, 1991).

Pero la comparación la llevó Lombardo Toledano incluso más atrás en el tiempo, al periodo prehispánico, cuando la opresión de las nacionalidades estaba ya presente a través del sometimiento establecido por el Imperio azteca hacia el resto de los conglomerados nacionales (étnicos). Sin embargo, a su juicio, estas naciones étnicas no eran parte del problema en México en lo relativo a los aspectos del derecho de autodeterminación, como sí sucedía en la U.R.S.S. puesto que a lo largo del siglo XIX se había ido desenvolviendo una revolución burguesa que había consolidado una estructura nacional política.


A raíz de esta comparación, podemos apreciar que Lombardo se adhería plenamente a la perspectiva soviética que había establecido la diferencia para el problema de las nacionalidades entre: un bolchevismo oriental, definido por Lenin y Stalin, que predominaba en aquellos Estado que todavía no habían alcanzado una revolución burguesa; y un bolchevismo occidental, que era el que había configurado Rosa Luxemburg con una serie de añadidos en torno a la cuestión nacional y la autodeterminación, y que fue teorizado para Occidente -incluyendo Europa occidental y todo el continente americano-, es decir, para aquellas naciones políticas surgidas de las revoluciones burguesas (la Revolución de Independencia estadounidense, la Revolución francesa y sus secuelas en Europa, así como las Revoluciones de independencia en los territorios Hispanoamericanos). Esta distinción es importante porque cada una establece una táctica y una estrategia diferentes en la formación de las nacionalidades por lo que el principio de ‘autodeterminación de las naciones’ sólo tendría sentido en aquellos pueblos que aún no hubiesen pasado por una revolución burguesa y al contrario hubiesen pasado a formar parte de estados imperiales como eran los casos de Rusia o del Imperio Otomano en los que una o varias clases burguesas sometían al resto de la población. En el caso de México, como Estado encuadrado dentro del bolchevismo occidental, la revolución burguesa fue realizada -según Lombardo- por la raza mestiza, surgida de la fusión de españoles e indios a través de las guerras de Independencia.


Antes de su llegado a la U.R.S.S. hizo una parada en Europa donde tenía la intención de visitar al líder austromarxista Otto Bauer (1881-1938) contra quien Stalin había erigido su teoría de las nacionalidades. Bauer, a diferencia de Stalin, había centrado su atención en una sola de las características que el dirigente soviético había establecido para la conformación de una nacionalidad. Su intención no era seguir la doctrina del comunismo soviético, sino que con su polémica obra La cuestión de las nacionalidades (1924) pretendía “ensayar el método marxiano de investigación social en un nuevo campo de trabajo” (Bauer, 1979), el de la psicología. Respecto al juicio de Lenin de que el austromarxismo de Bauer no se construye sobre la base del materialismo histórico sino sobre el psicologismo (Armesilla, 2017) debemos matizar que no es que Bauer no emplease el materialismo histórico sino que más bien no seguía la línea trazada por Marx -continuada por Lenin y Stalin- en base a reducir en sus análisis las ideas superestructurales a las bases sociales y económicas, sino que más bien, era otra manera de emplear el materialismo histórico reduciendo ahora las ideas superestructurales a la psicología, en esta caso al “carácter de las naciones”. Para Bauer la “comunidad de carácter” era la determinación fundamental de la nacionalidad junto a la “comunidad de destino”, al margen del territorio, de la lengua o de la vida económica. Esta idea suponía poner en primer lugar las diferencias entre naciones en base a criterios psicológicos y en segundo lugar remarcar las diferencias entre Estados que se podía comprobar comparando las distintas reacciones de sus individuos ante sucesos idénticos. Para eso, Bauer elaboró una exposición histórica a través de la cual pretendía arrojar luz sobre la “apariencia sustancial” del carácter nacional que no es más que “el precipitado de procesos históricos pasados, que se vuelve a modificar por obra de procesos históricos subsiguientes” (Bauer, 1979).


Lombardo Toledano mostró interés en la teoría de las nacionalidades de Bauer, sin embargo, ésta tenía el defecto de proceder hacia un relativismo cultural con su apuesta por la autonomía cultural-nacional que -a ojos de Lombardo y de Stalin- motivaba divisiones al interior de la clase obrera, algo que era intolerable tras el derrumbamiento del Imperio austrohúngaro en nacionalidades culturales así como las desestabilizaciones sucedidas también en Polonia, Lituania y Rusia. Como había podido presenciar durante su estancia en la U.R.S.S., a su paso por la ciudad de Bakú, a Lombardo le llamó la atención la creación de llamado “Palacio de la Cultura Tiurca” que estaba dirigido por mujeres “tiurcas” y cuya misión era convencer a sus compatriotas de que se despojasen del “chadra” (especie de burka o hiyab turco) y luciesen sus rostros de acuerdo con la nueva cultura universal que ofrecía la cultura revolucionaria. Para el caso de México, Lombardo reconocía como el único aspecto positivo de la Revolución mexicana: “exaltar la nacionalidad mexicana”, a pesar de que “No hemos llegado en esta exaltación más que hasta el folklore; pero algo es algo”, es decir, hasta el punto relativo al “carácter nacional” apuntado por el austromarxista. La teoría de Bauer ponía el acento en las diferencias culturales conformadoras del “carácter nacional” para lo cual proponía como solución a las reivindicaciones nacionales la autonomía cultural-nacional, mientras que de acuerdo con la pretensión de Lombardo -siguiendo a Stalin- lo esencial era, siguiendo los dictados del comunismo soviético, la autonomía de tipo regional basada en las características enumeradas por Stalin. En definitiva, para Lombardo, la cuestión de las nacionalidades indígenas -o naciones étnicas- en México debía resolverse, sin duda, pasando por su integración en el proceso de desarrollo nacional mexicano de modo que desde la categoría de clase trabajadora pudiese aspirar a ser elevada a clase nacional incorporándose de esta manera a la cultura universal proletaria, de ahí que se preguntase “¿En cuál civilización?” habría que integrar a los indígenas, y continuaba:


¿En la civilización de los filósofos espiritualistas que tenemos? ¿En la civilización de los representantes de la prensa burguesa y clerical como el Escélsior? ¿En la civilización que preconizan los órganos del clero mexicano, como son los de escándalo que todos los días tenemos en las esquinas y cuyos nombres se escriben con minúscula, como el omega, el hombre libre, y otros de igual jaez? ¿En la civilización que preconizan los llamados intelectuales de la clase media, imbuidos en el propósito de hacer fortuna en el menor tiempo posible sin importarles los medios? ¿En la civilización de los políticos mexicanos que en buena parte roban las arcas nacionales? ¿En la civilización que preconiza la mayoría de nuestros maestros, que tienen una cobardía formidable respecto a las nuevas ideas, y que las viejas no las entienden? ¿En la civilización que preconizan los españoles, los ingleses, los norteamericanos, los alemanes y los franceses dueños de la escasa industria nacional? ¿En cuál civilización vamos a incorporar al indio?” (Toledano, 1991).

Como en México aún no existía un gobierno proletario el problema no podía resolverse, pero sí se podía trazar -a juicio de Lombardo- unas líneas programáticas con soluciones futuras, un programa que sin duda estaría basado en algunas de las felices experiencias del bolchevismo oriental en el que tanto Lenin como Stalin coincidían en que la solución pasaba por la autonomía regional dentro de un Estado centralizado y unitario, de hecho, esta visión opuesta al relativismo cultural coincidía con las políticas integrales que se sucederían en los distintos gobiernos nacionales mexicanos a partir del gobierno cardenista que, a pesar de la estructura federal de la República, fomentó: el trazo de divisiones administrativas de acuerdo a la homogeneización de los territorios indígenas, la autonomía política absoluta, las lenguas vernáculas, la reactivación económica y la colectivización e industrialización del sector agrícola.


Lombardo falleció en 1968 sin poder constatar el final de la trayectoria del experimento soviético. Si dentro del proyecto soviético Stalin, continuando la tradición marxista-leninista, había rechazado el federalismo –“El federalismo es una derivación de principios y concepciones pequeño-burguesas del anarquismo. Marx es centralista”, decía Lenin- debido a que se basaba en la concesión de privilegios y constituía el caballo de Troya del separatismo, la solución que encontró fue la de la unión internacional organizando a los obreros en colectividades únicas, de ámbito local y a su vez todas ellas unidas en un partido único. El problema de la fragilidad de dicha estructura se demostraría décadas después, en 1991, cuando se desmoronó el partido a raíz del federalismo, tal y como había predicho Stalin, y al igual que ocurriría en Yugoslavia, Checoslovaquia y Etiopía:


La URSS cayó cuando el Partido Comunista de la Unión Soviética se rompió por culpa del separatismo de las repúblicas federadas, siendo el punto de no retorno el momento en que el Congreso de los Diputados del Pueblo de la República Socialista Federativa Soviética de Rusia desafía a la República de la URSS y disuelve el Partido Comunista de la Unión Soviética el 6 de noviembre de 1991” (Armesilla, 2017).

III. José Revueltas (1914-1976).


José Revueltas fue un militante comunista que en 1935 también tuvo la oportunidad de viajar a la U.R.S.S., como delegado del VI Congreso de la Internacional Juvenil Comunista asistiendo también al VII Congreso de la Internacional Comunista. En 1936 trabajada en la formación de las Juventudes Socialistas Unificadas de México y ya para 1938 empezó a colaborar en el diario El Popular del que hemos seleccionado tres textos publicados a partir del año que finalizó la Guerra Civil española y que llegan hasta el año de finalización de la II Guerra Mundial. Dos enemigos, o también, dos supuestas superestructuras – a juicio de Revueltas- establecen las ideas rectoras de estos escritos: por un lado, la Iglesia y la religión católica; y, por otro lado, España y lo español. Podemos apreciar de este modo como quedan determinados estos textos fundamentalmente por la victoria franquista en España y el gran apoyo que recibió por parte de la Iglesia católica. Pero en la idea que establece de nacionalidad en su último artículo creemos que influyen otros factores, por ejemplo, la gran dependencia doctrinal que había tenido en su periodo de formación en la década de los treinta respecto de la política y doctrina de la Comintern. Y esto es así, porque Revueltas pareció aceptar sin demasiada profundización la idea de que la realidad histórico-nacional de México era equiparable a la del bolchevismo oriental. Es lo mismo que había ocurrido en España a partir de 1930 cuando algunos altos dirigentes de la III Internacional como Dimitri Manuilski y Jorge Dimitrov habían forzado a la dirigencia del Partido Comunista Español a cambiar su idea de nación ajustada al bolchevismo occidental, por la del bolchevismo oriental que interpretaba la realidad española como un Estado multinacional al modo de la Rusia zarista (Armesilla, 2019). Interpretación que duró hasta 1936, cuando de nuevo fue retomada la idea de nación política más acorde y efectiva no sólo con la historia revolucionaria de España sino también con la realidad inmediata de la Guerra Civil, un modo de ampliar y reforzar la militancia.


Se pueden encontrar varias contradicciones en sus artículos pues si en el último, de 1945, defendía una nacionalidad de tipo étnico como “resurrección” y horizonte político de la nacionalidad mexicana, en su artículo de 1939 hablaba de integración: “El problema de la lucha por la tierra es también el problema de la lucha por integrar una nacionalidad libre y autónoma” (Revueltas, 1985). A esto habría que agregar la gran influencia que parece que ejerció sobre Revueltas los estudios lingüísticos de Nikolai Marr que desde la década de los veinte y hasta su muerte en 1934 se había convertido en el máximo exponente de la ciencia lingüística en la esfera del comunismo soviético. Si la religión constituía una superestructura, lo mismo habría que decir del idioma que, siguiendo los postulados de Marr, tenía un carácter muy importante de clase, con lo cual, Revueltas identificaría al idioma español que se había establecido en América a raíz de la conquista como el idioma de la clase de los explotadores. Es esta una cuestión polémica que se interpretó de diversas maneras entre las filas comunistas predominando una actitud intermedia aunque también existirían posturas radicales que en todo caso tuvieron poco recorrido por su actitud explícitamente racista.



[IMAGEN 2: La independencia nacional]


Los artículos de 1939, La Independencia nacional, un proceso en marcha (2) y de 1940, Naturaleza de la independencia nacional, estaban centrados en analizar el carácter histórico-político de México para determinar si su consolidación nacional era equiparable a la del bolchevismo occidental. Ignoró o sencillamente no quiso darle la importancia que en realidad tenía, al texto de Lenin, Sobre el derecho de las naciones a la autodeterminación (1914), donde se señalaba que Europa occidental había cumplido la fase de revoluciones burguesas en el periodo que va de 1789 a 1871 por lo que habían consolidado sus naciones (políticas), pero ¿acaso el largo proceso de guerras civiles y de independencia en América no estaban igualmente incluidos en esta misma categoría occidental de consolidación de las distintas naciones (políticas)? La conclusión que saca Revueltas es que México no había realizado dicha revolución burguesa por varias razones, fundamentalmente por la influencia del feudalismo español que no había sido aún extirpado de manos de los criollos y, por otro lado, por el gran poder que siempre tuvo la Iglesia católica como gran propietaria. España e Iglesia católica eran las principales fuerzas que habían bloqueado la libre propagación de las “ideas avanzadas” (Revueltas, 1985) que al contrario y paradójicamente sí pudieron canalizarse de manera apropiada por la emigración protestante facilitada por la ‘progresista’ Revolución puritana inglesa. La Revolución de independencia, por tanto, habría de ser considerada como una Revolución semifeudal que en su desenvolvimiento había chocado y triunfado frente a varios proyectos verdaderamente significativos para la revolución futura como lo habían sido la solución revolucionaria de Morelos, de Zapata y la más reciente del general Cárdenas. Sorprende que no cite a Benito Juárez, presidente mexicano que lograría consolidar la nación política mexicana, y tome figuras que claramente presentan un componente simbólico ligado a las naciones étnicas.


A través de un rígido monismo teleológico lo que Revueltas hace en el análisis de estos dos artículos -de 1939 y de 1940- es extender una categoría historiográfica utilizada en contextos tan específicos como lo son la Europa medieval (aproximadamente Francia, Alemania y norte de Italia) a situaciones históricas nuevas surgidas desde otra plataforma distinta a la Europea del Sacro Imperio Romano Germánico, es decir, desde el Imperio español. Para Revueltas quizás lo medieval y la iglesia católica eran sinónimos, y la España franquista no hacía sino perpetuar en la Península Ibérica dicha situación de atraso. De esta manera, la España de la conquista no hizo más que trasladar un sistema feudal a América y sustituirlo, para el caso de la Nueva España, por el feudalismo azteca. La Conquista española no tuvo más que un carácter económico, es decir, su norma política se basaba en la depredación –a su juicio-, sin embargo, esta equiparación a un imperio diamérico en su límite inferior (depredador) buscaba la interpretación forzada y superficial de América como un territorio destruido y despojado por los intereses depredadores españoles del mismo modo a como Marx había interpretado a la India como una colonia británica en La dominación británica en la India (1853). La encomienda para Revueltas no sería más que una denominación nueva que encubría dos tipos de feudalismos: uno progresista, caracterizado por ser productivo: y otro parasitario, que sería improductivo. Sin embargo, como sabemos, a partir de la llamada ‘encomienda reformada’ a mediados del siglo XVI no se trató de una propiedad particular cedida por el rey sino de una subrogación del rey a los encomenderos (Insua, 2013) consolidando lo que sería la base socioeconómica del imperio español en América, distinta de un sistema feudal. Desde este monismo histórico cargado de leyenda negra resulta paradójica la afirmación que hacía Revueltas respecto a la Revolución Gloriosa y a las ‘ideas avanzadas’ que llevaron los protestantes de unos EE.UU. emancipados respecto del resto de América si tenemos en cuenta que la primera no hizo sino más que imitar el sistema esclavista de Holanda para reproducirlo a una escala mucho mayor, y la segunda no hizo más que hacer frente a los sistemas monárquicos absolutistas europeos que coartaban la ‘libertad’ de la raza blanca -según decían los colonos estadounidenses- imponiendo una ‘fiscalización opresiva’. Nos decía Revueltas en su texto:


De esta manera, cuando el rey Jorge III ascendió al trono inglés aboliendo todas las libertades democráticas, anulando el parlamentarismo y creando una situación de tiranía insostenible, Norteamérica contestó con energía lanzándose a una lucha tenaz y sostenida que culminó con la declaratoria de los derechos del hombre y la independencia, por el congreso de Filadelfia, el 4 de julio de 1776” (Revueltas, 1985).

Pero es justamente esa Declaración de independencia de los EE.UU. la que reprochaba al rey católico Jorge III tanto de haber fomentado revueltas de esclavos negros al interior de sus fronteras como de instigar frente a los colonos a los “indios despiadados y salvajes”. Una Corona que imitando el proceder en el Imperio español aspiraba a la conversión de los indios y que trató de bloquear el avance de los blancos hacia el Oeste cosa que ocurriría sobre todo a partir de la guerra con México (1846-1848) y que como decía George Washington en una carta de 1783, obligará “al salvaje, así como al lobo, a retirarse” (Losurdo, 2005) llevándose a cabo el mayor genocidio de la historia. De igual modo, las quejas abolicionistas por la introducción de la esclavitud en los territorios arrebatados a México serían atenuadas con los argumentos del Destino Manifiesto por los que la esclavitud desaparecería de la tierra de los “hombres libres” cuando las razas inferiores fuesen empujadas hacia el sur mestizo. Lo que queremos decir es que no será hasta bien entrada la segunda mitad del siglo XIX cuando esas supuestas “ideas avanzadas” de las que hablaba Revueltas influyan para atenuar de alguna manera la continua explotación racial en los EE.UU. Con esto queremos decir que, en base a este monismo histórico cargado de armónicos progresistas y negrolegendarios, Revueltas parece no tener en cuenta que el capitalismo introducido por la esfera angloamericana fue un sistema mucho más despiadado con los trabajadores (y no sólo con los esclavos) que el sistema de encomiendas extendido en América, lo que dio como resultado todas las agitaciones sociales y políticas características del siglo XIX y primera mitad del XX europeo.


El artículo que más nos interesa es el que escribió en 1945 en el que trató de definir qué era la nación. Para ello acudió a la definición dada por el Diccionario de la Real Academia de la España franquista que aludía en sus prolegómenos a las “hordas revolucionarias” y a la “tiranía marxista” (Revueltas, 1985). Pero resultaba que, aunque Revueltas no se dé cuenta o no lo diga, la definición de este diccionario está en la línea de la socialdemocracia austromarxista -no olvidemos que desde la plataforma soviética se le llamaba, socialfascista- que tenía como componentes fundamentales la “comunidad de carácter” y la “comunidad de destino” arropados por toda una serie de componentes étnicos diferenciales. Leemos en el diccionario: “Contribución y carácter peculiar de los pueblos e individuos de una nación” más otras acepciones que decían: “el conjunto de habitantes de un país regido por el mismo gobierno” o “el territorio de ese mismo país” o “El conjunto de personas de un mismo origen étnicos y que generalmente hablan el mismo idioma y tienen una tradición común” (Revueltas, 1985). Inmediatamente, Revueltas recurría a la “sociología moderna” para contraponer su definición de nación a la anterior, una definición científica, nada que ver con las “insuficiencias del diccionario” español. Pero resultó finalmente que se vino a definir la nación de acuerdo con seis de los siete componentes ya dados por Stalin:


una comunidad estable de hombres que participan del mismo territorio, que tienen un lazo económico común creado por la división del trabajo entre sus diferentes núcleos integrantes, que habla el mismo idioma y que está unida por una misma cultura o carácter psicológico nacional. La ausencia de cualquiera de estos factores destruye la condición de nacionalidad que pudiera atribuirse a no importa qué grupo humano determinado” (Revueltas, 1985).

No incluía la comunidad histórica a la que Stalin le daba una importancia equivalente a las demás, pero podemos intuir que la comunidad histórica estaba sobreentendida dentro de lo que Revueltas llamaba “lazo económico común”, sin embargo, más adelante del texto lo definirá como “identidad de situación económica, como explotados y oprimidos” en referencia a la identidad indígena (nación oprimida), es decir, la condición nacional resuelta en un componente de raza. A este respecto advertía Stalin sobre la nación:


Esta comunidad no es de raza ni de tribu. La actual nación italiana fue constituida por romanos, germanos, etruscos, griegos, árabes, etc. La nación francesa fue formada por galos, romanos, bretones, germanos, etc. Y otro tanto cabe decir de los ingleses, alemanes, etc., cuyas naciones fueron formadas por gentes de razas y tribus diversas. Tenemos pues, que una nación no es una comunidad racial o tribal, sino una comunidad de hombres históricamente formada” (Stalin, 1940).

Pero Revueltas obvia este componente histórico del Imperio español y trata por separado a las razas indígenas y a los españoles desde una perspectiva antropológica distributiva y aislacionista, sin atender a los componentes atributivos que dan cuenta de una historia común y además mestiza, donde todos sus elementos terminarán reabsorbiéndose y transformándose en una estructura más compleja. A pesar de todo, a través de la ambigüedad y contradictoriedad que resaltamos de estos tres artículos, Revueltas terminó decantándose por resaltar el componente étnico de la nación sobre el resto. De este modo, nos decía que la llegada de los españoles al Imperio azteca supuso la solidaridad y unión de todas las naciones indígenas, que de esta manera quedaron igualadas socialmente,


libres de toda jerarquía propia: ya no pesaría sobre los macehuales, los tamemes y los huehuetlacolli, la opresión de la casta feudal, sacerdotal y guerrera de sus propios nacionales. Ahora todos, nobles y plebeyos, aristócratas y clases inferiores, tenían un opresor común, un enemigo común, el español […] De suerte, el idioma náhuatl, a la vez que era el idioma de la nacionalidad que ejercía el imperio, servía asimismo y por esta razón, como idioma comercial que relacionaba entre sí a las diferentes nacionalidades del Anáhuac […] después de la victoria de los españoles el idioma náhuatl se haya generalizado aún más entre los indígenas, por ser el único idioma de relación que podían usar y, lógicamente, el único idioma que les quedaba para defenderse en común de los conquistadores. La conquista, de esta manera, realizó en un golpe, sí, la formación de una nueva nacionalidad; pero no la nacionalidad hispano-mexicana que se pretende, sino una nacionalidad que ya estaba en proceso de formación antes de la llegada de los españoles: la nacionalidad indígena única y homogénea que indefectiblemente iba a crear, a su tiempo, el imperio azteca y que, paradójicamente, la conquista forjó mediante la violencia y el despojo, relegándola a la categoría de nacionalidad oprimida” (Revueltas, 1985).

Esta igualación de la que hablaba Revueltas no es más que una ficción, puesto que la sociedad del Imperio español en las Indias tenía unas jerarquías muy bien establecidas que afectaban tanto a los españoles como a los indígenas, igualados ambos en cuanto siervos de la Corona y diferenciados unos de otros de acuerdo con toda una serie de concesiones y privilegios accesibles a ambos. El idioma náhuatl, además, se fue extendiendo, no porque la llegada de los conquistadores igualara a todos los indígenas sino, como motivo del conflicto surgido entre determinados grupos de misioneros que pretendían evangelizar en la lengua indígena prehispánica más importante frente a las directrices señaladas por la monarquía de los Austrias que ante las dificultades de la evangelización y de la integración indígena sugirió, sin ningún tipo de imposición, que sería conveniente la enseñanza del español a todos los indígenas.


Nos encontramos con una diferencia que nos llama la atención entre una concepción de nación como la de Revueltas centrada en la étnica, negadora del proceso de mestizaje y que considera ambiguamente a México como un Estado multinacional al estilo del bolchevismo oriental, opuesta a otra concepción como la de Lombardo, basada en la fusión de las diferentes naciones étnicas y su reconversión histórica en ciudadanos a raíz de la nación (política) mexicana constituida por la revolución burguesa que recorrió casi por completo el siglo XIX,


Pero surgió una raza nueva producto de españoles e indios: la mestiza. Se necesitaron para ello, varios siglos; al terminar el XVIII, ya habían cuajado una nueva racionalidad dentro de este territorio americano. Ya la fusión de la sangre y de las ideas, y la comunidad de intereses económicos habían hecho surgir entre los mestizos mexicanos un sentimiento realmente nacionalista” (Toledano, 1991).


Notas:


(2) En una carta a Olivia Peralta fechada el 5 de enero desde Lima decía al respecto de su folleto de 1939, “Leí a bordo un libro que compré en Guayaquil: la Historia de los países coloniales, compuesta por la Academia de Historia de la URSS. Me alentó extraordinariamente el ver que el punto de vista histórico coincide con mis apreciaciones anteriores en los dos folletos que publiqué. Esto significa que casi por mi propio pie, fui capaz de comprender un poco de la realidad histórica mexicana mediante mi investigación personal”, Revueltas, José, Las evocaciones requeridas, ed. ERA., tomo 7, México, 1987, p. 229. Aunque no dejó constancia del autor, y no hemos podido encontrar ni revisar la lista de publicaciones de la Academia de Ciencias de la URSS en Hispanoamérica si es posible decir que antes de la época de Guerra Fría había dos autores que habían escrito sobre la Historia de México e Hispanoamérica en general, uno fue S.S. Perstkovskii (1882-1937), embajador soviético en México que murió víctima de las purgas estalinistas, y V.M. Miroshevskii que daba clases de historia de Hispanoamérica en la Universidad de Lomonósov de Moscú y había publicado a fines de 1940 un manual de “Historia contemporánea de los países coloniales y dependientes”, AL’PEROVIC, M.S., “La revolución mexicana en la interpretación soviética del periodo de la ‘guerra fría’”. Jiménez Tovar, Soledad y Kozel, Andrés eds., Pensamiento social ruso sobre América Latina. CLACSO, Buenos Aires, 2017, p. 111


Bibliografía:

  • Armesilla, Santiago (2017). El marxismo y la cuestión nacional española. Barcelona: El Viejo Topo, pp. 172, 184, 162, 239.

  • Armesilla, Santiago (2019). “Réplica a José Luis Pozo Fajarnés. En respuesta a la crítica al libro El marxismo y la cuestión nacional española”. Revista El Catoblepas, nº 186, invierno, 2019.

  • Bauer, Otto (1979) La cuestión de las nacionalidades y la socialdemocracia. México: Ed. Siglo XXI, pp. 3, 10.

  • Editorial (1942). Anuario Indigenista, nº 11, abril, p. 5.

  • Editorial (1943). Anuario Indigenista, nº 1, enero, pp. 4-7.

  • Editorial (1944). Anuario Indigenista, nº 3, julio, pp. 179-181.

  • Insua, Pedro (2013). Hermes Católico. Ante los Bicentenarios de las naciones hispanoamericanas. Oviedo: Pentalfa, p. 92.

  • Jiménez Tovar, Soledad y Kozel, Andrés eds. (2017). Pensamiento social ruso sobre América Latina. Buenos Aires: CLACSO, p. 111.

  • Lombardo Toledano, Vicente, Escritos acerca de la situación de los indígenas. Centro de Estudios Filosóficos, Políticos y Sociales Vicente Lombardo Toledano, México, 1991, pp. 142, 147, 159, 156.

  • Losurdo, Domenico (2005). Contrahistoria del liberalismo. Barcelona: El Viejo Topo, p. 27, 62.

  • Revueltas, José (1985). Ensayos sobre México. México D. F.: Ediciones Era, p. 78, 71, 20, 21, 22, 33, 32.

  • Revueltas, José (1987). Las evocaciones requeridas, ed. ERA., México D. F.: Tomo 7, p. 229.

  • Stalin, José (1940). El marxismo y el problema nacional. México D. F.: Ediciones Sociales, p. 12.


Sobre el autor:


(1) Juan Rodríguez Cuéllar nació en 1980, Salobreña-Granada (España). Licenciado en Historia por la Universidad de Granada, Máster en Historia de América Latina: Mundos Indígenas y Doctorado en Historia y Estudios humanísticos: Europa, América, Arte y Lenguas, por la Universidad Pablo de Olavide. Investigador del Centro de Investigaciones sobre América Latina y el Caribe (UNAM-Ciudad de México).

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