2.7- La expulsión de los judíos de 1492.
Actualizado: 8 mar 2020
Por Manuel díaz Uribe
Resumen: La expulsión de los judíos de los reinos de los Reyes Católicos, producida mediante el Decreto de la Alhambra el 31 de marzo de 1492 constituye uno de los hechos más controvertidos y, a su vez, más manipulados de la Historia de España. Es un hecho que se ha utilizado de forma constante como una demostración de la maldad que va, supuestamente, ligada inevitablemente a la "naturaleza española", de la ilegitimidad de la unidad de los reinos hispánicos y de la barbaridad de su expansión imperial, buscando en última instancia la destrucción de la unidad e identidad de España, ya sea mediante balcanización o mediante dilución en una Europa Federal. Este es sin duda uno de los hechos más complejos de analizar de la Historia de España y uno de los pilares fundacionales de la Leyenda Negra, por lo que la finalidad de este artículo será explicar las verdaderas causas que motivaron esta medida, así como despejar todos los mitos alrededor de la misma.
Palabras clave: Expulsiones, judíos, España, Reyes Católicos, Historia, Leyenda Negra, conversos, Inquisición, Castilla, Aragón, manipulación.

Introducción.- La Historia como campo de la lucha de clases.
La Historia de España es bastante compleja y contradictoria, como la del resto de las naciones del Planeta, con momentos de gloria, prosperidad y épica que conviven con otros momentos de violencia, expolio y dominación. No hay ningún periodo ni proceso en la historia de nuestra Patria en los que no hayan estado en relación dialéctica y al mismo tiempo presentes estos elementos y componentes, pues son una parte intrínseca a la naturaleza del ser humano y de la sociedad. (1)
Esto explica en parte las dificultades que despierta el estudio de la disciplina histórica: cada clase social, cada escuela metodológica o cada tendencia política pretenderá seleccionar de cada proceso históricos los hechos que mejor se ajusten a su praxis ideológica, lo que convierte a la Historia en un espacio más donde se desarrolla la lucha de clases y de Estados.
Algo que debemos de tener claro siempre es la comprensión de que las particularidades de nuestro desarrollo histórico nos hacen diferentes de otros procesos históricos, lo cual no implica afirmar que esto nos haga mejores ni peores como nación o como pueblo (pensar lo contrario sería caer en el más pueblerino de los chovinismos). No obstante, existe una tendencia mayoritaria entre el núcleo cultural de la sociedad española en general y en el núcleo cultural de las izquierdas (especialmente en las indefinidas), una actitud que sobreexcede de hipercrítica con nuestro pasado histórico, hasta tal punto que roza la endofobia. Los antecedentes de esta endofobia patria de buena parte de las élites intelectuales españolas debemos retomarlos a comienzos del siglo XVIII, el llamado Siglo de las Luces: los ilustrados, en su soberbia de considerar a todo lo acontecido en la Historia de la Humanidad anterior a su aparición como parte de "las tinieblas de la ignorancia, superstición y tiranía", lanzaron una feroz crítica contra todas las instituciones y procesos históricos anteriores, catalogándolos indiscriminadamente como parte de la oscuridad que frenaba el "progreso" y, por ello, defendiendo activamente su destrucción. Los ilustrados franceses para con España asumieron acríticamente todos los tópicos más negativos de la llamada Leyenda Negra, considerando a nuestros ancestros como un pueblo oscurantista, intolerante y cegado por los crucifijos.
A España este fenómeno llegó tras el fin de la Guerra de Sucesión (1701-1715) y con la entronización de la nueva dinastía de los Borbones, de origen francés y que poco después estaría igual de imbuída por esa Leyenda Negra, presentarían la Historia de España anterior como la de un lugar dominado por la superstición, la decadencia y la pobreza, presentándose como la nueva dinastía que estaba destinada a "salvar España" y devolverla al concierto de las grandes potencias.
Esto explica que, desde la llegada a España de la Ilustración francesa y en constante progresión hasta nuestros días, ha tenido lugar un extenso proceso de deconstrucción nacional articulado entorno a la elaboración de un falso discurso histórico conducente a consolidar precisamente la percepción que de España tenían (y tienen) las élites dirigentes resultantes del proceso de revolución democrático-burgués que se produjo en España a partir de la invasión napoleónica de 1808. A pesar de que este proceso ha presentado a lo largo de su desarrollo momentos de contradicción interna, en líneas generales ha seguido un mismo hilo conductor a lo largo de estos 2 siglos: la destrucción o deconstrucción de la cultura española de la solidaridad (2) y de la idea de España. Y la gran desgracia de la clase obrera de nuestra Patria ha sido que este proceso ha sido también defendido, e incluso con más ahínco, por aquellas organizaciones de las izquierdas que, supuestamente y sobre la base de sus propios principios teóricos, deberían de haber sido las que hubiesen hecho más esfuerzos por defenderlas y preservarlas.
Los historiadores al servicio de la clase dominante se han encargado de construir una historia de España entorno a grandes conceptos organizativos y aglutinadores (como "Edad Antigua", "Edad Moderna", "Antiguo Régimen"), que no son más que elaboraciones ideológicas creadas por escuelas historiográficas e historiadores con un interés en mostrar una visión de la Historia simplista y manipulada en pos de los intereses de su clase. Esto es algo que ha estado presente en el estudio de la Historia desde sus orígenes, pues muchas veces sólo nos ha llegado unas fuentes sesgadas sobre determinados hechos. Esto conduce a la ocultación de experiencias múltiples y ricas que se desarrollan en el tiempo con indiferencia de estos conceptos (como toda la tradición colectivista y solidaria de las clases populares españolas), lo que produce que España aparece a ojos de determinados grupos como una gran iniquidad, es decir, como un gran despropósito histórico caracterizado por la maldad, la injusticia, la reacción, la ignorancia, etc..., lo que conduce a que, si uno rechaza de base estos conceptos, su reacción debe ser el rechazo y la condena a la propia idea de España.
Siguiendo esta senda trazada por buena parte de las élites, se acaba asumiendo de forma acrítica toda la colección de tópicos y mitos oscuros creados para cambiar tanto el significado real como para desacreditar y/o denunciar deterimados sucesos, procesos o instituciones claves de la historia de España que jugaron un papel destacado en la construcción de la misma como nación y como Estado. Uno de estos hechos es la famosa expulsión de los judíos decretada por los Reyes Católicos, acaecida en el año clave de 1492. Este año resulta ser una de las fechas más fundamentales de nuestra Historia: 18 años de reinado que llevan ya los Reyes Católicos en las Coronas de Castilla y de Aragón, los cuales llevan a cabo en este año 3 sucesos que marcarán un antes y un después en la Historia nacional e internacional; el primero es la conquista de Granada, lo que cierra definitivamente el capítulo de la llamada "Reconquista" medieval; el segundo lo marca el descubrimiento de América, que constituirá el inicio de la primera globalización y dio el impulso para el nacimiento y expansión del modo de producción capitalista. En cuanto al tercer hecho, este lo constituye la expulsión de los judíos producida mediante el Decreto de la Alhambra del 31 de marzo de 1492. Ríos de tinta han corrido en referencia a este acontecimiento, la mayor parte de ellos exponiendo dicha expulsión como ejemplo de la naturaleza intrínsecamente malvada de lo español, de la ilegitimidad de la unidad de los reinos hispánicos y como justificación para la destrucción de la nación política española.
I.- Los judíos en la Península Ibérica antes de los Reyes Católicos.
No existe una fecha exacta a la que podamos referirnos entorno a las primeras migraciones de judíos hacia la Península Ibérica: según algunas leyendas sefardíes, la presencia de los judíos en España se remontan a la época del rey Salomón (970-931 a. C.), pues según algunos de los libros de la Biblia dedicados a esta época (Reyes, I, 10-22), se menciona que las naves comerciales fenicias de Hiram de Tiro iba y venían de Tarsis (más conocida como Tartessos, nombre con el que se refiere a una supuesta civilización neolítica establecida en el Valle del Guadalquivir) cargadas de oro, plata, marfil y monos. Otro libro bíblico interesante es Isaías (60-9), que los estudiosos datan entorno al 500 a. C., hablan también de estos contactos comerciales fenicios y hebreos con Tarsis. (3)
Lo más probable es que los primeros asentamientos judíos en la Península empezaran a constituirse con posterioridad, empezando indudablemente por los principales emporios comerciales y ciudades fenicias, púnicas y griegas de la costa mediterránea (Ampurias, Mataró, Málaga, Sexi, etc...) y desde allí se extendieron hacia el interior conforme fue avanzando la conquista de Cartago y, sobre todo, romana (Toletum, Hispalis, Corduba, Emerita Augusta, etc....). Ya en época del Alto Imperio, concretamente durante el reinado de Calígula (37-41 d. C.) se decía que Jerusalén era la metrópolis, no sólo de Judea, sino de otras muchas tierras y comunidades hebreas repartidas por todo el Imperio romano, las cuales eran muy numerosas. Incluso se comentaba que había más judíos viviendo en el resto del Imperio (entorno a 4 millones) que en la propia Palestina (3 millones). (4) Esto tira por tierra la versión tradicional defendida por los llamados "Padres" de la Iglesia Católica, quienes afirma que la diáspora de los judíos por el Imperio sólo comenzó a partir del 70 d. C., con la destrucción del segundo Templo de Jerusalén por parte de las legiones romanas durante la 1o guerra judeo-romana.
Si bien ya había judíos repartidos por el Mediterráneo antes de esa fecha, fue a partir de entonces cuando se establecieron en masa en otras zonas del Imperio, llegando a España desde África, siendo el resultado de aquellos movimientos migratorios un crecimiento paulatino e importante de la población judía en la Península, que parece bastante nutrida en el siglo II d. C. En esta época, los judíos no eran considerados aún una etnia aparte, siendo solamente distinguibles por su condición religiosa y no racial, y, si exceptuamos las creencias monoteístas y los estrictos hábitos relacionados con ellas, en nada se diferenciaban del crisol multiétnico y multireligioso que representaba el conjunto de la población del Imperio romano. Tampoco formaban los judíos una clase social homogénea y distinta: encontramos a hombres muy ricos e influyentes, pero la mayoría era sobretodo gente pobre e incluso llegando a condiciones de auténtica miseria (algunos incluso eran esclavos).
Allí donde se instalaban, los judíos tendían a formar comunidades relativamente autónomas y separadas del resto de la sociedad autóctona, con el visto bueno de las autoridades locales. Aquellas comunidades estaban gobernadas por un consejo propio y cada una tenía uno o varios rabinos o sacerdotes que cuidaban de la sinagoga. A su vez, tenían sus propias escuelas, bibliotecas, hospitales, cementerios, e incluso hasta sus baños. Es importante resaltar que esto no le era impuesto a los judíos por ningún tipo de ley, sino que eran estas mismas comunidades las que elegían vivir apartadas, pues se argumentaba que si preferían vivir agrupados en barrios determinados era con el fin de disponer de varias comodidades, como la cercanía a la sinagoga, a la escuela rabínica o a las tiendas y carnicerías en las que se abastecían de los alimentos preparados conforme a las prescripciones de sus leyes y costumbres. (5) Esto constituye un precedente de lo que posteriormente serán las típicas aljamas del judaísmo hispánico de la Edad Media, tanto con los visigodos como en las tierras sometidas a los musulmanes y luego en los reinos cristianos. Esta tendencia al aislamiento y el recelo a la mezcla con los llamados goyim (termino hebreo para referirse a aquellos que no son judíos) será más adelante una de las causas del crecimiento del antisemitismo como veremos a continuación.
Generalmente, las autoridades romanas se mostraron más bien tolerantes con el judaísmo (que disfrutaba del estatus de religión autorizada -religio licita-), pero desde fechas muy tempranas los judíos fueron poco simpáticos a ojos de los romanos y de los que vivían entorno a ellos, como deja constancia de ello algunos autores clásicos como Horacio, Juvenal, Tácito, Plinio, etc..., lo que se debe a su monoteísmo (rasgo que compartieron después con los cristianos), que les lleva a menospreciar al resto de religiones que se practicaban en el Imperio, entre ellas el llamado Culto Imperial, el cual era usado por el Estado romano como una herramienta de cohesión social y sacralización del poder político. Aunque poseían la ciudadanía romana, los judíos nunca llegaron a fundirse con el resto de la población de las zonas en las que vivían, teniendo en todas partes conflictos constantes tanto dentro de su propia comunidad entre las distintas sectas (fariseos, saduceos, esenios, zelotes, etc...) como con las otras comunidades de las zonas en las que habitaban. (6) Estas alteraciones del orden público era lo que provocaba la ira y la reacción de las autoridades romanas, que llegaron a considerarlos como un grupo insociable e incapaz de asimilarse debido a sus cerradas costumbres religiosas.
Esto explica las persecuciones de las que fueron víctimas los judíos y también las llamadas guerras judías, cruentas campañas militares llevadas a cabo en Palestina debido a las rebeliones constantes de judíos. destacando las llevadas a cabo por los emperadores Tito (66-70, durante la cual se produjo la destrucción del segundo Templo de Jerusalén) y Adriano (132-135, tras la cual se suprimió la provincia de Judea y se cambio el nombre de Jerusalén por Aelia Capitolina, provocando también una diáspora masiva).
Con la expansión del cristianismo por todo el Imperio entorno al siglo IV, para acabar convirtiéndose en la religión dominante poco después, no es que la situación en líneas generales cambiase: a la preocupación por el orden público de los romanos se le sumó el primigenio antisemitismo religioso de los cristianos, un antisemitismo que se fundamentaba exclusivamente en preceptos religiosos (no en raciales) y que se debía a dos razones fundamentales:
1. El papel destacado que tuvieron los judíos (especialmente sus élites) en la persecución y exterminio de las primeras comunidades cristianas, destacando la leyenda de que los rabinos de Jerusalén, con apoyo institucional romano, condenaron y crucificaron a Jesús de Nazaret, surgiendo así el principal fundamento del antisemitismo cristiano: culpar a los judíos en su totalidad de la muerte de Jesucristo. Un ejemplo de esto lo tenemos en Pablo de Tarso (o San Pablo), que antes de su conversión se hacía llamar Saulo y participó en dichas persecuciones.
2. El proselitismo que ejercían los rabinos judíos en las comunidades cristianas. La actitud inicial de la comunidad judía (al igual que la de las autoridades romanas) para con los primeros cristianos fue el de considerarlos una secta judaica más (y en cierta medida así era, pues los primeros cristianos no eran otra cosa que judíos que habían aceptado a Jesucristo como el Mesías que anunciaban la mitología judaica, no siendo hasta que empiezan a ejercer proselitismo entre los goyim cuando empiezan a diferenciarse como un culto distinto), por lo que muchos rabinos tendieron durante esta época a realizar proselitismo entre las comunidades cristianas. Esto es algo de lo que se quejaron las autoridades de la Iglesia primigenia en el Concilio de Elvira a principios del siglo IV. (7)
En esta época ya empezaron los primeros brotes de violencia antisemita por parte de las comunidades cristianas, como nos revela el testimonio del obispo de Mallorca, Severo, que en 418 tuvo que bautizar a más de 500 judíos de Menorca después de que los cristianos asaltasen sus casas, las saqueasen y acto seguido quemasen la sinagoga. (8) Por eso en el Concilio citado más arriba se decretó una serie de prohibiciones que tenían como fin fomentar la separación entre judíos y cristianos. Aunque eso no impidió los contactos: muchos cristianos se acabaron convirtiendo al judaísmo y viceversa y los matrimonios mixtos (una de las prohibiciones) eran frecuentes. Esto hizo que con el tiempo en los judíos de la Península se desarrollase un sentimiento de pertenencia a España (entendida como concepto geográfico e histórico, no político) ya que se acabó convirtiendo también en su Patria, en la tierra de sus padres y antepasados, lo que da un cariz más trágico a la expulsión de 1492.
La situación se suavizó con la llegada de los visigodos y la sustitución de los romanos por estos como poder político efectivo entorno al siglo V. En un primer momento, nada más cristianizarse, los visigodos habían sido católicos, pero desde finales del siglo VI se habían ido convirtiendo al arrianismo (una corriente del cristianismo que negaba la unidad de la Santa Trinidad y la divinidad de Jesucristo), lo cual hizo perder mucha influencia a la Iglesia durante los primeros años del Reino Visigodo. Esto benefició a los judíos que volvieron a gozar de una tolerancia y existencia legal reconocidas como en época altorromana, aunque algunas de las antiguas prohibiciones siguieron vigentes en el Código de Alarico (509), como la prohibición de tener esclavos cristianos o trabas para la construcción de nuevas sinagogas. Sin embargo, esta situación dio un giro tras la conversión al catolicismo del rey Recaredo (586-601), ya que en su afán por lograr, después de la unidad territorial y jurídica, la unidad religiosa, la minoría dirigente visigoda chocaba con el grueso de la población hispanorromana, de confesión católica, lo que provocó algunos conflictos, como la rebelión de Hermenegildo (hermano de Recaredo que se había convertido al catolicismo). Esto hizo que los judíos fuesen de nuevo vistos como una minoría disidente dentro de un reino oficialmente católico, lo que hizo que a partir de Recaredo se iniciase una política discriminatoria recuperando leyes y disposiciones anteriores del periodo tarorromano, iniciándose las persecuciones durante el reinado de Sisebuto (612-621). (9)
La finalidad de los reyes visigodos era conseguir la unidad religiosa para con ello ayudar a la estabilidad de su reino, la cual estaba constantemente resquebrajándose debido a las luchas por unificar el territorio peninsular (que no se logró plenamente hasta el reinado de Suintila, 621-631) y entre la aristocracia visigoda, debido al carácter electivo tradicional germánico de su monarquía.
Esto hace que los judíos, a diferencia del resto de la población, no les suponga un pesar ni turbulencia el fin de la monarquía visigoda con la invasión musulmana del año 711, ya que para ellas significó el fin del calvario (al menos inicialmente). A esto se suma que durante la invasión, fueron numerosos los judíos que se ofrecieron como tropas auxiliares y de guarnición de las plazas conquistadas a las huestes islámicas de Tariq, cosa que se ve confirmada por los testimonios de cronistas de la época como asegura el historiador Haim Zafrani en su obra Los judíos del Occidente Musulmán (1994). (10) Esto contribuiría a da insuflas a la leyenda de que la invasión islámica fue posible debido a que todos los judíos actuaron como “quinta columna” de las tropas islámicas, convirtiéndose en uno de los tópicos más arraigados en la mitología cristiana de la pérdida de España.
Con los musulmanes, los judíos gozarán de un estatus más benevolente que se explica por 2
razones: por la poca o nula oposición que mostraron a la conquista y porque los musulmanes, a diferencia de los cristianos, no tenían deseos de convertirlos masivamente al Islam. Se ha querido vender en este hecho la idea de que los musulmanes eran más “avanzados socialmente” y que por ello eran más tolerantes con judíos y cristianos de lo que fueron después estos últimos con los dos primeros, pero esta idea es falsa. Lo primero que debemos tener en cuenta es que, si los musulmanes toleraron la libertad de culto judía y cristiana, se debía a que eran considerados dhimmis (termino árabe que significa “gentes del Libro”, es decir, que las confesiones judía y cristiana se basaban en la Biblia, como el Islam -solo que este complementaba el Antiguo Testamento con el Corán-), por lo que consideraban que seguían al mismo Dios que ello. (11)
En contraposición, su postura frente a las religiones consideradas “paganas” (como el zoroastrismo persa) fue más dura si bien también toleraron por un tiempo su libertad de culto. La otra razón de esta tolerancia es que, debido a su condición de no musulmanes a los que se les toleraba la libertad de culto, los dhimmis tenían que pagar un impuesto especial, la Yizia, el cual desde el punto de vista de los gobernantes musulmanes era una prueba material de la aceptación de los no musulmanes de la sujeción o humillación a su autoridad y sus leyes; a cambio, a los sujetos no musulmanes se les permite practicar su fe, para disfrutar de una medida de autonomía y para tener derecho a la protección del emirato de la agresión exterior. En la práctica, los judíos, como dhimmis que eran, no les estaba permitido hacer proselitismo religioso, y a veces estaba acompañado de otras exigencias, como el no caminar por el lado derecho de la calle, no montar a caballo, solo en mulas, etc. En Marruecos conllevaba el uso de chilabas de color negro, indumentaria impuesta inicialmente por los Almohades, en el siglo XII. (12)
Con el desarrollo de la susodicha Reconquista, según consiguen avanzar los reinos cristianos hacia el Sur y muy al principio, la población judía se va incorporando a la sociedad de estos reinos cristianos como propiedad esclava (al tener la categoría de cautivos de guerra) pero, debido a que resultan ser una población de mucha utilidad para los monarcas y la alta nobleza, enseguida van siendo liberados y recae sobre ella una forma de servidumbre mediante la cual pasan a ser “instrumentos” al servicio del rey, recibiendo la condición de servi regis (perteneciente al tesoro real). Esta utilidad viene seguida de una consecuente promoción y ascenso sociales, sirviendo los judíos prácticamente de puente (como vía de filtración comercial e intelectual), entre las dos comunidades políticas enfrentadas, islámica y cristiana. La pericia técnica financiera (que contemplaba la usura como mecanismo de financiación, prohibido entre los cristianos) y administrativa que poseía la élite judía, así como su dominio del árabe y de los principales logros de la ciencia islámica, les permitió a los judíos constituirse como un grupo social con mucha fuerza bajo la protección real, lo que amortiguó inicialmente la incompatibilidad teológica, y alcanzando su cenit en el siglo XIII. (13)
Sin embargo, esta protección por parte del poder real también se convirtió en varias ocasiones en un arma de doble filo para las comunidades judías, al despertar un recelo hacia el judío entre la población cristiana, especialmente entre los sectores populares, burgueses y baja nobleza, al disponer los judíos de unas libertades y exenciones que ellos no podían compartir. Excluídos del resto de la comunidad política viviendo en sus aljamas (lo que se debía tanto al antisemitismo popular tradicional como al deseo de los propios judíos de vivir concentrados y separados) se dedicaban a profesiones específicas, las cuales podríamos llamar “liberales” (comercio, finanzas, artesanado, etc...), en las que podía ganarse el favor de las clases altas. (14)
El que estuvieran en sus aljamas urbanas, separados del mundo rural, tampoco fue algo que les ayudase mucho y, a la larga, fue algo que se volvió en su contra; en el siglo XV el párroco y cronista Andrés Bernáldez, los denunciaba porque.....
«eran mercaderes e vendedores e arrendadores de alcabalas e mercaderes de achaques, e fazedores de señores, e oficiales fondidores, sastres, çapateros, e cortidores, e furradores, texedores, especieros, bohonetos, sederos, herreros, plateros e de otros semejantes oficios; que nenguno rompía la tierra ni era labrador ni carpintero ni albañil, sino todos buscaban oficios holgados, e de modos de ganar con poco trabajar» (15)
La situación de los judíos pendía absolutamente del muro de contención del favor de la monarquía y la alta nobleza, un favor ganado a través de la utilidad que los judíos pudieran demostrar y que, como sucedió en varias ocasiones, podía perderse. Los judíos también desarrollaron toda una superestructura ideológica con la cual poder defenderse frente a las acusaciones antisemitas cristianas: se consideraban Sefarad, es decir, herederos de Judá (según la única mención bíblica del nombre que aparece en el libro de Abdías), venidos a la Península con anterioridad al nacimiento de Jesucristo, queriendo así demostrar su falta de responsabilidad en el supuesto deicidio. (16) Pero aún con todo tal era la situación que, cuando fallaba esa protección real y se producían vacíos de poder (por ejemplo rivalidad entre dos monarcas, minoría de edad, etc...), la población judía quedaba desprotegida a expensas de la violencia, no sólo de las clases populares cristianas azuzadas por sus rivales cristianos, sino incluso por los enfrentamientos y conflictos de intereses dentro de la propia comunidad judía, estallando en pogromos o asaltos a aljamas. Uno de los más brutales y destacados se produjo entre el 15 de marzo y el 13 de agosto de 1391 tanto en Castilla (reinando Enrique III Trastámara) y en Aragón (reinando Fernando de Antequera y Juan II de Trastámara), donde la mezcla de circunstancias como la minoría de edad de Enrique III y la crisis económica de 1380 hace que estalle un conflicto social que desemboca en una persecución y asalto generalizado a las juderías, costándole la vida a más de cuatro mil judíos y desbastándose aljamas importantes como las de Toledo o Barcelona.
La violencia de los progromos de 1391 desencadenaron una gran oleada de conversiones masivas de judíos al cristianismo (que ya se estaban produciendo de forma paulatina conforme avanzaba la Reconquista), convirtiéndose unas 100.000 personas en 20 años y contribuyendo a la merma y casi desaparición de algunas aljamas como Valencia, Mallorca, Burgos o Sevilla, quedando estas muy disminuidas, a lo que se suma también que, de forma general, los judíos abandonaron las grandes ciudades donde habían sido brutalmente reprimidos para refugiarse o bien en otras o en pequeñas aglomeraciones rurales. Las conversiones siguieron creciendo a lo largo del siglo XV: el miedo a los tumultos antijudíos, el proselitismo cristiano y las ventajas sociales y económicas que ofrecía el bautismo (más estables y duraderas que las que podía ofrecer la protección real conservando su condición de judíos) hicieron disminuir las comunidades judías y, en contraposición, aumentar las conversas, las cuales a finales del siglo XV alcanzarían las 250.000 o 300.000 personas. (17)
Para la comunidad judía el fenómeno converso supuso un gran debilitamiento, no sólo en el
volumen demográfico, sino también en su peso económico y en su ascendencia sobre el poder real.
Así, en la Corona de Castilla el nivel de participación de los judíos como arrendadores de las rentas reales quedó muy disminuido en el siglo XV, y aunque restaban algunos judíos próximos a los círculos de la realeza y la alta nobleza (como es el caso de Abraham Senior y la familia de los Abravanel a finales de siglo), era ya sólo una pequeña minoría que no tenía ni el poder ni la influencia de épocas anteriores. Lo mismo ocurrió en la Corona de Aragón, donde los grandes financieros judíos de la monarquía fueron siendo sustituidos a lo largo del mismo siglo por converos. (18)
II.- Los judíos y conversos durante el reinado de los Reyes Católicos.
Los Reyes Católicos comenzaron sus respectivos reinados estableciendo en pleno vigor las normas legales que protegían a las comunidades judías, las cuales habían apoyado mayormente a Isabel y Fernando durante la Guerra de Sucesión Castellana (1475-1479) contra Juana la Beltraneja y su marido, Alfonso V de Portugal. Fernando el Católico recurría de forma casi exclusiva a financieros de origen judío como Alfonso de La Caballería, Luis de Santángel o Gabriel Sánchez; y los 2 principales financieros de Isabel la Católica eran los judíos Abraham Senior e Isaac Abravanel. Sin embargo, ya desde muy pronto comenzaron a hacerse notar cada vez más las posturas antisemitas del grueso de la población. En las Cortes de Madrigal de 1476 se pronunciaron abiertamente sobre cuatro puntos:
1. Se les volvió a exigir a los judíos el uso de señales externas para diferenciarse de los
cristianos (redondelas rojas).
2. Se les prohibió llevar vestidos y adornos lujosos.
3. Se reglamentó el préstamo, cercenando la usura.
4. Se limitó la competencia de los jueces judíos en las causas criminales.
En 1478, el prior dominico Alonso de Hojeda predicó en Sevilla un sermón a Isabel la Católica en el que denunciaba la subversión de la "religión verdadera" por los falsos conversos en el seno de la Iglesia, siendo apoyado por el cardenal Mendoza y Tomás de Torquemada, prior dominico de Segovia (y el cual era de familia conversa). Ante las pruebas presentadas a la reina de una supuesta indudable judaización, los Reyes Católicos solicitaron al Papa Sixto IV una bula mediante la cual se creaba el Tribunal de la Inquisición en Castilla y Aragón. (19)
Los antecedentes de esto tenemos que verlos en el llamado problema converso. Como se ha citado más arriba, debido a las oleadas de violencia antijudía de 1391, muchos fueron los judíos que se bautizaron. Mientras los judíos iban perdiendo vitalidad, los conversos por el contrario proliferaban: tuvieron excelente acogida en las cortes de Juan II de Aragón y Enrique IV de Castilla, ocupaban altos cargos administrativos, prelaturas religiosas, regidurías concejiles, mayordomazgos, y tesorería de señores de la alta nobleza. Mientras que la comunidad mudéjar (20), rural y modesta, ausente de las universidades y refractaria a la integración, suscitaba más desdén que terror; los judíos, y más los conversos, disputaban a los cristianos viejos los mejores puestos, despertando rivalidades y enconos. A esto se sumaron las acusaciones de tipo religioso: los conversos eran una minoría de la que los cristianos viejos sospechaban y los judíos desconfiaban. Los conversos no estaban sujetos a las incapacitaciones que padecían los judíos y por ello tenían más facilidad para ocupar puestos de importancia, lo que despertó los recelos de los judíos. Mientras que los cristianos viejos acusaban a los conversos de judaizar (es decir, de seguir practicando la religión hebrea en secreto), azuzando las élites cristianas viejas a las clases populares a la violencia contra ellos, las cuales de por sí sentían resentimiento contra quienes, con su asiduidad en el comercio y las finanzas, parecían estarse enriqueciendo a costa del resto de la población. (21)
Lo cierto es que la identidad religiosa de los conversos no era nada clara; existían abundantes pruebas de que muchos de ellos no se sentían obligados a renunciar a todo su pasado judío, ya que seguían respetando algunas de sus tradiciones que ellos juzgaban compatibles con la fe cristiana, lo cual no dejaba satisfecho a los puristas de ambas confesiones.(22)
A esto se añadía que tampoco ayudaba el hecho de que los rabinos judíos consideraban que todos los judíos obligados a convertirse al cristianismo debían seguir siendo considerados siempre como judíos, al igual que sus hijos, llevándose a cabo cualquier tipo de conversión. (23)
Esto contribuía a fomentar la opinión de que los conversos eran falsos cristianos. Aún con todo, la política inicial de los Reyes Católicos fue la misma que sus predecesores, la de la tolerancia. Pero esta era una tolerancia en el sentido de que eran "sufridos" (como se expresaba en algunos documentos de la época), porque se argumentaba siguiendo las máximas agustinas de que con el ejemplo de los cristianos los judíos acabarían abandonando su confesión, lo que nos revela que el principal objetivo de la monarquía era la conversión más que la expulsión o erradicación. (24)
Sin embargo, el desarrollo tanto del programa de gobierno de los Reyes Católicos como el de los acontecimientos demostraron que esa política ya no era posible seguir manteniéndola. Los Reyes Católicos, si por algo destacan en la Historia de España por encima de otras figuras, es porque son los arquitectos de la construcción del Estado Moderno, siendo la expresión española de un fenómeno que se estaba produciendo por la misma época en buena parte de Europa, como en Francia con los Valois, en Inglaterra con los Tudor, en Suecia con los Vasa, etc... El Estado Moderno se caracteriza por potencias el poder de la monarquía frente al de la nobleza mediante la creación de un aparato burocrático, militar y fiscal que fuera enteramente controlado y subordinado a los reyes, el cual necesitaba además de una cohesión social que permitiera su estabilidad. Para esta cohesión era necesaria, entre otras cosas, la unidad religiosa del reino.
La fe religiosa está asociada a modelos culturales y sociales, a comportamientos y actitudes, y lleva siempre consigo un modelo antropológico, un modelo de ser humano. La "herejía" como manifestación religiosa porta valores que entran en conflicto con los modelos culturales, sociales, económicos y antropológicos de la religión oficial de la que disiente como expresión cultural. La disidencia religiosa y las prácticas "heréticas" de los judíos y de los conversos en el seno de la cultura española de aquel periodo concreto, llevaban implícitas la socavación y desestabilización de los modelos sociales y culturales hispanos y la introducción de otros valores ajenos a ellos. Este aspecto fue especialmente importante si entendemos la religión como síntesis y como expresión de las concepciones del entorno que desarrolla una cultura o un modelo social que no ha alcanzado las formas de expresión políticas propias del mundo contemporáneo. Sin la total identificación de la comunidad política con la religión oficial y mayoritaria, no era posible el establecimiento de unas normas objetivas de moral y de conducta para todos los miembros de la comunidad, en aquellos momentos en la forma de súbitos de la corona española. (25)
Esto explica la imbricación intensa y profunda entre religión, política y sociedad en el llamado Antiguo Régimen. La religión sustentaba la base de los principios del poder monárquico y, al mismo tiempo, era un elemento fundamental en la cohesión social. Por ello, la tolerancia no era un valor reconocido en la Europa Medieval y Moderna, pues el que se apartaba de la fe y del dogma cristiano como lo definía la Iglesia Católica no sólo cometía un pecado individual, sino que se convertía también en una amenaza para el cuerpo social fundamentado precisamente en la fe. (26)
De esta forma es posible entender que en las Cortes de Toledo de 1480 se pidiera a los Reyes Católicos que se impusiera la legislación anterior en el sentido de que se obligara a los judíos a llevar marcas distintivas; además, se ordenó que se amurallaran las aljamas y que los judíos no pudiesen vivir fuera de ellas. El establecimiento de la Inquisición preocupó sobremanera a buena parte de la comunidad conversa por los diversos motivos, como el ser en verdad judíos en secreto o por el hecho de que a pesar de ser cristianos devotos, a los denunciantes les iba a dar igual con tal de hundir su posición y a las autoridades también con tal de confiscar sus bienes. Según algunas fuentes, en el otoño de 1480, huyeron de Andalucía más de 4.